Y dale con la unidad de España…
¿Se puede ser más pesado? España no es una. Nunca ha sido una… y lo de
grande y libre está aún por ver.
Cuando se ve a tanto politicastro de turno
enarbolando el concepto una y otra vez… hasta la náusea, como apoyo para
discursos trasnochados, vacíos y con toda seguridad interesados, cuesta trabajo
no dejarse llevar por la más profunda de las indignaciones. ¿Realmente esta
gente se cree lo que dice? ¿Realmente creen que España es una nación? Una
nación en el sentido más extenso del término, quiero decir. La palabra nación
tiene dos acepciones. La primera se refiere al conjunto de habitantes de un
determinado territorio regido por el mismo gobierno y la segunda se refiere al
conjunto de personas con una misma identidad cultural, que generalmente hablan
el mismo idioma y tienen una tradición común. Nos quieren vender la burra de
que lo primero lleva, por arte de magia, a lo segundo, pero no es cierto.
La unidad cultural de España es una ficción y
ni siquiera de las buenas. Para evaluar la calidad de su unión política hay que
retroceder unos cuantos siglos.
A mediados del siglo XV la Península Ibérica
estaba dividida en los siguientes reinos: Granada (extinto desde enero de 1492),
Portugal, Castilla, Navarra y la Corona de Aragón. Aragón no era un reino al
uso, sino que estaba dividido en diversos territorios, además de otros fuera de
la península y esparcidos por el
Mediterráneo. Cada uno de estos territorios tenía una marcada autonomía
política jurídica y económica y el rey tenía que andarse con mucho cuidado por
no herir susceptibilidades locales. Castilla por el contrario era una monarquía
fuertemente centralizada. I
En 1469 tiene lugar la boda entre Isabel I de
Castilla y Fernando II de Aragón y ello constituyó un hecho de enorme
trascendencia, pero no hasta el punto que quiso pintar la historiografía
patriotera posterior. Lo siguiente está
extraído de un viejo libro de texto de mi padre, que aún atesoro en mi modesta
biblioteca:
“Por designio providencial, al
unirse los que después fueron los Reyes Católicos, Doña Isabel y Don Fernando,
todos los reinos cristianos estaban unidos en dos grandes grupos: de un lado
Castilla y León y del otro Aragón y Cataluña. Y cuando ambos príncipes subieron
a sus respectivos tronos, que luego no fue más que uno, la unidad nacional
quedó realizada.”
Así, por obra y gracia de un matrimonio, quedan mezclados el agua y el aceite. De un
lado Castilla, una monarquía centralizada de carácter fuertemente rural, con
una nobleza cafre e iletrada curtida en las luchas con los Nazaríes de Granada
cuando éstos olvidaban pagar sus tributos y por otro Aragón, un mosaico de
territorios semi autónomos cuya nobleza tenía que bregar con una pujante
burguesía enriquecida por el comercio ultramarino. Ambos reinos funcionaron de manera coordinada
en algunos asuntos de política exterior y Fernando luchó por introducir en
Castilla algunas medidas para relanzar su atrasada economía de criadores de
ovejas. En esencia, Castilla siguió siendo Castilla y Aragón siguió siendo
Aragón en lo jurídico y en política interior durante los siglos XVI y XVII,
aunque los reyes de la casa de Austria ostentasen el título de reyes de España
y esto último solo fue posible gracias a que Fernando el Católico no pudo engendrar un
heredero varón con su segunda esposa, Germana de Foix, viudo ya de Isabel, y su
hija Juana (la loca) heredó la corona de Aragón. Se incorporó Navarra en 1512 tras hostialidades e
intrigas, pero no fue una unión duradera, no se logró controlarla y en los
siglos siguientes estuvo vinculada con Francia. Hasta 1841 no pasa a ser
considerada provincia foral española.
O sea, que hasta el inicio del siglo XVIII nos
encontramos un reino de España que es una unidad solo de cara al exterior. De
puertas para dentro los territorios de la Corona de Aragón tienen una gran
autonomía y el rey de España no se encuentra tan cómodo en ellos como en su
cortijo castellano. Cuando el último rey Austria, Carlos II el Hechizado, ese
pobre diablo fruto de la consanguinidad y de la paupérrima calidad genética de
los Austrias, muere sin descendencia, se abre la lucha por el poder entre dos
pretendientes: Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia “el Rey Sol” y
también bisnieto de Felipe IV de España (imagen de la izquierda), y Carlos de Austria, de la rama germánica
de los Absburgo (imagen de la derecha). Fue la llamada Guerra
de Sucesión, de facto una auténtica guerra civil entre Castilla (alineada con
el Borbón) y la Corona de Aragón (alineada con el Austria). El Borbón se alzó
con el triunfo, inauguró la podrida dinastía que hoy reina en nuestro país y con los Decretos de Nueva Planta barrió de
un plumazo todo el ordenamiento político y jurídico de la Corona de Aragón.
Especialmente dura fue la represión en Cataluña, la última en capitular. Vascos y
Navarros pierden sus fueros, o leyes propias, a raíz de las Guerras Carlistas
del siglo XIX, guerras ocasionadas por la disputas en la sucesión al trono.
Dicho de otro modo: la independencia política y jurídica de territorios que históricamente
eran naciones de pleno derecho y que durante dos siglos convivieron dentro de
una entidad supranacional llamada España, se suprimió a golpe de bayoneta, de
bayoneta borbónica por más señas.
Esa es la base de la unidad de España.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario