sábado, 21 de julio de 2018

SOBRE LA (FALSA) UNIDAD DE ESPAÑA (I)


 Y dale con la unidad de España…

 ¿Se puede ser más pesado?  España no es una. Nunca ha sido una… y lo de grande y libre está aún por ver.

 Cuando se ve a tanto politicastro de turno enarbolando el concepto una y otra vez… hasta la náusea, como apoyo para discursos trasnochados, vacíos y con toda seguridad interesados, cuesta trabajo no dejarse llevar por la más profunda de las indignaciones. ¿Realmente esta gente se cree lo que dice? ¿Realmente creen que España es una nación? Una nación en el sentido más extenso del término, quiero decir. La palabra nación tiene dos acepciones. La primera se refiere al conjunto de habitantes de un determinado territorio regido por el mismo gobierno y la segunda se refiere al conjunto de personas con una misma identidad cultural, que generalmente hablan el mismo idioma y tienen una tradición común. Nos quieren vender la burra de que lo primero lleva, por arte de magia, a lo segundo, pero no es cierto.

 La unidad cultural de España es una ficción y ni siquiera de las buenas. Para evaluar la calidad de su unión política hay que retroceder unos cuantos siglos.

 A mediados del siglo XV la Península Ibérica estaba dividida en los siguientes reinos: Granada (extinto desde enero de 1492), Portugal, Castilla, Navarra y la Corona de Aragón. Aragón no era un reino al uso, sino que estaba dividido en diversos territorios, además de otros fuera de la península  y esparcidos por el Mediterráneo. Cada uno de estos territorios tenía una marcada autonomía política jurídica y económica y el rey tenía que andarse con mucho cuidado por no herir susceptibilidades locales. Castilla por el    contrario era una monarquía fuertemente centralizada.                         I

 En 1469 tiene lugar la boda entre Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón y ello constituyó un hecho de enorme trascendencia, pero no hasta el punto que quiso pintar la historiografía patriotera posterior.  Lo siguiente está extraído de un viejo libro de texto de mi padre, que aún atesoro en mi modesta biblioteca:

 “Por designio providencial, al unirse los que después fueron los Reyes Católicos, Doña Isabel y Don Fernando, todos los reinos cristianos estaban unidos en dos grandes grupos: de un lado Castilla y León y del otro Aragón y Cataluña. Y cuando ambos príncipes subieron a sus respectivos tronos, que luego no fue más que uno, la unidad nacional quedó realizada.”

 Así, por obra y gracia de un matrimonio,  quedan mezclados el agua y el aceite. De un lado Castilla, una monarquía centralizada de carácter fuertemente rural, con una nobleza cafre e iletrada curtida en las luchas con los Nazaríes de Granada cuando éstos olvidaban pagar sus tributos y por otro Aragón, un mosaico de territorios semi autónomos cuya nobleza tenía que bregar con una pujante burguesía enriquecida por el comercio ultramarino.  Ambos reinos funcionaron de manera coordinada en algunos asuntos de política exterior y Fernando luchó por introducir en Castilla algunas medidas para relanzar su atrasada economía de criadores de ovejas. En esencia, Castilla siguió siendo Castilla y Aragón siguió siendo Aragón en lo jurídico y en política interior durante los siglos XVI y XVII, aunque los reyes de la casa de Austria ostentasen el título de reyes de España y esto último solo fue posible gracias a que Fernando el Católico no pudo engendrar un heredero varón con su segunda esposa, Germana de Foix, viudo ya de Isabel, y su hija Juana (la loca) heredó la corona de Aragón. Se incorporó  Navarra en 1512 tras hostialidades e intrigas, pero no fue una unión duradera, no se logró controlarla y en los siglos siguientes estuvo vinculada con Francia. Hasta 1841 no pasa a ser considerada provincia foral española.

 O sea, que hasta el inicio del siglo XVIII nos encontramos un reino de España que es una unidad solo de cara al exterior. De puertas para dentro los territorios de la Corona de Aragón tienen una gran autonomía y el rey de España no se encuentra tan cómodo en ellos como en su cortijo castellano. Cuando el último rey Austria, Carlos II el Hechizado, ese pobre diablo fruto de la consanguinidad y de la paupérrima calidad genética de los Austrias, muere sin descendencia, se abre la lucha por el poder entre dos pretendientes: Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia “el Rey Sol” y también bisnieto de Felipe IV de España (imagen de la izquierda), y Carlos de Austria, de la rama germánica de los Absburgo (imagen de la derecha).  Fue la llamada Guerra de Sucesión, de facto una auténtica guerra civil entre Castilla (alineada con el Borbón) y la Corona de Aragón (alineada con el Austria). El Borbón se alzó con el triunfo, inauguró la podrida dinastía que hoy reina en nuestro país y con los Decretos de Nueva Planta barrió de un plumazo todo el ordenamiento político y jurídico de la Corona de Aragón. Especialmente dura fue la represión en Cataluña, la última en capitular. Vascos y Navarros pierden sus fueros, o leyes propias, a raíz de las Guerras Carlistas del siglo XIX, guerras ocasionadas por la disputas en la sucesión al trono.


 Dicho de otro modo: la independencia política y jurídica de territorios que históricamente eran naciones de pleno derecho y que durante dos siglos convivieron dentro de una entidad supranacional llamada España, se suprimió a golpe de bayoneta, de bayoneta borbónica por más señas.

 Esa es la base de la unidad de España.

 (Continuará)






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