sábado, 29 de septiembre de 2018

DESMONTANDO A LOS MARQUESES DE LARIOS (I)


  Si hay un lugar central en el urbanismo malagueño de los postreros años del siglo XIX es, sin duda, la glorieta del Marqués de Larios, donde confluyen la calle del mismo nombre, la Alameda y la Plaza de la Marina, antesala del Paseo del Parque. Un sitio de privilegio, sin duda, presidido por la impresionante estatua que representa a Don Manuel Domingo, segundo marqués de tal estirpe. El conjunto estaba rematado por la mansión de los Larios, que ya no existe, ocupando su lugar el edificio de la Equitativa.

 Todo un símbolo de dominio.

 ¿Quiénes eran estos Larios y qué méritos les asistían para ocupar tan preminente posición en el urbanismo de una ciudad?  Se ha pintado a los Larios como artífices del desarrollo de Málaga, a los que hay que estar agradecidos. Yo no diría tanto, pero tampoco pretendo demonizarlos. La historia brinda datos para ver a los hombres y mujeres de cada tiempo como fruto de su época, menos cuando cometieron crímenes de lesa humanidad. Eso no admite justificación en época alguna.

  Tenemos que remontarnos a finales del siglo XVIII, para encontrarnos a Pablo Larios, nativo de la comarca de Cameros, en la Rioja, una zona de cría de ovejas, como media España, por lo que probablemente don Pablo fuese ganadero, aunque con más ambiciones que el resto. El buen señor tiró para el sur, lo mismo que muchos de sus paisanos, seguido por una pequeña tropa de hijos fruto de dos matrimonios en los que enviudó. Nos han llegado noticias de cuatro vástagos: Martín, Pablo, Manuel Domingo y Juan. ¿Qué resultaba tan atrayente de Málaga? Pues la promesa de negocio que brinda un puerto abierto al comercio ultramarino.  En tiempos de Carlos III se había modificado la situación de privilegio de la que disfrutaban Sevilla y Cádiz, con el Reglamento de Libre Comercio (1778) y otros puertos son autorizados a comerciar con América.

  Los datos de la llegada del pequeño clan de los Larios a Málaga son escasos y confusos. Lo seguro es que en la década de 1820 nos encontramos a los hijos de Don Pablo en dos frentes: Manuel Domingo y Pablo dirigen una sociedad comercial en Málaga, mientras que Martín (el del retrato adjunto) y Juan hacen lo propio en Cádiz y Gibraltar. Tenemos noticias de los pingües beneficios generados por las actividades de Martín y de Juan en Cádiz. Aparte de comerciantes, fueron prestamistas y dicen las malas lenguas que no hicieron ascos al contrabando. Por favor, no nos pongamos mojigatos, si tienes sede en Cádiz y en Gibraltar… ¿quién se resiste a sacar tajada del comercio ilegal en un lugar donde es parte de la cultura local? Esto nos da idea de los perfectos productos del liberalismo económico que fueron los Larios: por el beneficio, me lo paso todo por el forro… hasta las leyes.

 Manuel Domingo fallece en 1830 y Martín se va a Málaga para hacerse cargo de los negocios familiares, constituyendo una nueva sociedad: Larios Hermanos y cía. Martín es ya el líder indiscutible de la familia. Durante esa década la actividad de la sociedad es el comercio, pero en la década siguiente tiene lugar el trascendental salto a la industria, como ya hicieran los Heredia, otra familia de cameranos emigrados que también hiciera sus pinitos en el contrabando.  El modelo industrial es directamente copiado del británico, incluso se traen técnicos de dicha nacionalidad para la puesta en marcha de las fábricas. Mientras que los Heredia apostaron principalmente por la siderurgia, los Larios se decantaron por la producción textil y azucarera.

 Desde pequeño me fascinó la alta chimenea de los Guindos (dada después en llamar Torre Mónica por un simpático, romántico y osado acto vandálico). Aunque data de una época posterior a la que nos referimos, es mudo testigo de una época industrial que se fue. La apuesta industrial de los Larios, los Heredia, los Loring… fue eso, una apuesta, y se perdió principalmente  por una razón muy simple: el carbón, o más bien la falta de él.  Las fábricas del siglo XIX necesitaban ingentes cantidades de carbón para mantener la presión de sus máquinas de vapor. Las minas de carbón más cercanas estaban en Córdoba y no existió línea de ferrocarril que salvara esa distancia hasta 1866, cuando ya era tarde, porque otras zonas industriales habían tomado la delantera. Hasta ese momento, las calderas de las fábricas malagueñas se tragaron todo el carbón vegetal que se pudo producir y los montes que forman nuestra hoya quedaron pelados de árboles. El florecimiento económico de la industria malagueña, pues, tenía fecha de caducidad. No se hundió de la noche a la mañana, pero la pujanza inicial se perdió. La plaga de filoxera de la década de los 70 se cargó la industria vinícola, otro puntal. Los Heredia llegarían a conocer la bancarrota ya en el siglo XX, de la cual los Larios se salvaron gracias a una mayor diversificación de sus negocios.

 Pero sigamos con los Larios. La expansión de sus explotaciones azucareras y textiles proporcionó fabulosos beneficios en la época de pujanza. Esta ingente cantidad de dinero les da poder e influencia en todos los ámbitos de la vida malagueña. En 1865 Martín (ya maduro y cediendo poco a poco el timón de los negocios a su primogénito, Manuel Domingo) recibe de Isabel II (menudo honor, ser ennoblecido por tal esperpento de reina) el título de marqués, lo cual en aquella época vestía mucho más que hoy. Todo parecía gloria y honor para los Larios.

 Pero en 1868 tuvo lugar la Septembrina o Revolución Gloriosa, que dio lugar al Sexenio Revolucionario. Isabel II tuvo que salir del país con cierta precipitación. En Málaga, el proceso revolucionario estuvo jalonado por momentos muy convulsos, uno de los cuales fue la huelga en La Industria Malagueña SA (propiedad de los Larios) motivada por la decisión de Martín de no permitir la vuelta al trabajo a un grupo de obreros participantes en actividades políticas y también por reivindicaciones salariales. La tensión iría en aumento a lo largo del mes de octubre, produciéndose el paro general de la fábrica el día 20 y formándose un gran tumulto en la Alameda, durante el cual tuvo lugar el asalto a la casa de los Larios. La familia tuvo que huir por el tejado del edificio, auxiliada por fuerzas militares.

 ¿Qué ha pasado? ¿No eran estos los prohombres que habían dinamizado la vida económica de la ciudad? ¿A cuento de qué los quieren linchar?


 (Continuará)

sábado, 22 de septiembre de 2018

EL EJEMPLO DE ALLENDE


A punto estaba de finalizar el año 1972 cuando el presidente electo de Chile, Salvador Allende, daba un apasionado discurso a la Asamblea de las Naciones Unidas en el que denunciaba el dominio de las corporaciones multinacionales sobre la economía mundial y su responsabilidad en la miseria de los pueblos. Nueve meses después estaba muerto. No fue algo casual. Que un gobierno de izquierda, liderado por una candidatura de abierta ideología marxista, llegase al poder mediante unas elecciones libres y no a través de la lucha armada era algo inadmisible para las grandes empresas del gigante neoliberal y para su perro de presa, Estados Unidos.

 El llamamiento de la derecha Chilena para derrocar a Allende fue claro. Diez días después de la elección de Allende el influyente empresario chileno Agustín Edwards se reunía con Nixon en la Casa Blanca y pocos días después con el secretario de estado Henry Kissinger. Se organizó una conspiración para impedir la investidura de Allende en el parlamento; la cual fracasó, probablemente en parte porque el ex presidente Frei (candidato real de la derecha) se negó a aceptar artimañas ilegítimas en el sistema democrático.  

 Un documento interno de la CIA, fechado el 7 septiembre de 1970, declaraba que Estados Unidos no tenía intereses vitales en Chile y que la existencia del gobierno de Allende no alteraba el equilibrio militar; sin embargo, insistía en el impacto psicológico que tenía, con el poder de favorecer un retroceso de la influencia de Estados Unidos y un avance las ideas marxistas. En un momento dado, las ideas pueden resultar tan preocupantes como los misiles.

 El gobierno de Estados Unidos había realizado importantes esfuerzos para desacreditar a Allende desde antes de su elección, dedicando millones de dólares a campañas en su contra a través de radio y prensa. La embajada estadounidense en Chile recibió instrucciones para evaluar las posibilidades de un golpe militar. Las conclusiones fueron desfavorables, no parecía que los militares estuviesen maduros para un golpe, así que era preciso caldear un poco el ambiente. La frase de Nixon “haremos chillar a la economía chilena” lo dice todo. Estados Unidos corta las ayudas financieras como represalia por la nacionalización de las explotaciones de cobre, el precio del cobre cae en picado, los empresarios boicotean al gobierno promoviendo paros y cierres de fábricas, Estados Unidos financia la prensa contraria al gobierno que culpa de todo a la administración de Allende,…  La crispación social es brutal, azuzada por la crisis económica.

 Indudablemente la administración económica del proyecto de Allende, el plan Vuskovic, tuvo errores estratégicos y de planificación; pero como dice el refrán, a perro flaco todo se le vuelven pulgas. Todos fueron a por él, incluida la Iglesia Católica, furiosa por las acciones que estaba llevando a cabo el gobierno en materia de educación. Finalmente fueron los militares, ya convencidos de su papel mesiánico para salvar la patria. El último traidor fue Pinochet. El Judas que Allende tenía por fiel.

 No voy a caer en el simplismo de comparar la España de 2018 con Chile en los años 70. Pero sí voy a afirmar una cosa. Un gobierno que intente oponerse a la tiranía de las corporaciones internacionales va a encontrar una oposición feroz… y posiblemente violenta (en el sentido más literal del término). Los ciudadanos y ciudadanas que defendemos posturas de izquierda  hemos de ser conscientes de que nos enfrentamos a fuerzas de poder inimaginable, que en un principio tratarán de desacreditarnos y, de no ser suficiente, no vacilarán en eliminarnos. Con solo poner un pie fuera de casa o publicar un contenido en redes sociales ya tendremos de frente a un centenar de curritos de derechas (el producto 2.0 creado por el sistema capitalista) dispuestos a ridiculizarnos o incluso a insultarnos (cuando no a partirnos la cabeza). Esta es la realidad que afrontamos. El ejemplo de Allende, resistente hasta el final con un puñado de fieles mientras los militares traidores a su pueblo lo acosaban, no puede caer en el olvido.



domingo, 16 de septiembre de 2018

MÁLAGA, CIUDAD BRAVÍA...


 Mi bisabuelo por línea paterna, natural de Antequera, se vino a Málaga allá por el cambio de siglo debido a razones que nunca me han quedado claras. Podría haberse dedicado a mil cosas, pero el caso es que acabó regentando una taberna en calle Santa María, en un local que estaba a mediación entre las esquinas con la actual plaza de la Constitución y con el pasaje Chinitas. “Málaga, ciudad bravía. Ciento once tabernas y una sola librería” me ha repetido mi padre desde la niñez. Pocas me parecen. He oído el famoso dicho en otras bocas con otras cifras. Fueran las que fueran, mi bisabuelo tuvo una de ellas. No tenía que ser muy diferente de la que hasta hace no tanto adornase la esquina de calle Ollerías con Cabello; un antro sórdido al que solo se iba a dos cosas: a beber y a fanfarronear.

 Mi abuelo se crió, pues, en tan edificante atmósfera. Nada raro tiene que declinara seguir con el negocio y entrase de aprendiz con un sastre. En cierta ocasión dijo a mi padre: “Paco, no sabes lo que un tío puede llegar a inventar para que lo inviten a un vaso de vino”. Demasiado bien librado salió tras la inmersión con semejantes modelos de comportamiento, pues aunque ya hombre se hizo asiduo de los bares al echar el cierre de la sastrería, nunca tuvieron que sacarlo a rastras ni nunca bebió fiado o de gorra.

 Los recuerdos de mi padre sobre la taberna de su abuelo son fragmentarios. Nació en 1929 y con toda su familia marchó a Tetuán en 1934 ó 1935, así que su memoria infantil retuvo pocas imágenes: la manoseada barra, las mesas de mármol con patas de hierro (una de las cuales servía de taller a un relojero que ofrecía sus servicios en la misma puerta) y borrachos, muchos borrachos farfullando incoherencias y soltando risotadas, algún episodio violento…

 Y las historias. Historias sobre los guapos.

 Los guapos, también llamados bravos, eran tipos de mal vivir. Siempre de traje, maqueados de forma ostentosa y a menudo más que rayana en la vulgaridad: pelos repeinados con profusión de fijador, despliegue de pañuelos y fulares y siempre armados, en el mejor de los casos con una navaja de regular tamaño, esas de empuñadura muy estrecha y hoja ancha que en cierto momento fueron muy asociadas a nuestra ciudad. Los guapos no le hacían ascos a casi nada: robo, estraperlo, estafas, proxenetismo, llegado el caso eran matones e incluso asesinos a sueldo. Estaban jerarquizados, tenían sus camarillas de secuaces y sus territorios definidos, en cada uno de los cuales había un guapo que llevaba la voz cantante. De este modo estaba el guapo del Bulto, el de la Trinidad, el del Molinillo, el de la Cruz Verde, etcétera.

 Y cuentan que un guapo que controlaba cierta extensión en el centro tenía su oficina (o al menos una de ellas) en la taberna de mi bisabuelo.

 Era un tipo mayor, pasados los cincuenta, aunque aún bien plantado. Había vivido más años de los habituales en su oficio, ya fuera por suerte o por mala leche, y lo cierto es que cada vez eran más los jovenzuelos que le disputaban el liderazgo. Uno de estos se plantó un día en la taberna, tildándolo de vejestorio y de cosas peores y emplazándolo a demostrar quien tenía más redaños dándose de navajazos a orillas del Guadalmedina. El guapo mayor, con aplomo de perro viejo, le aceptó el reto impasible y cuando el otro se marchaba, ufano, le lanzó una advertencia.

 -¡Pero ven solo! ¡No vayas a traerte a tus compadres!

 A punto estuvo el guapo joven echar mano a la navaja ante aquel menoscabo a su hombría, pero sus compadres lograron aplacarlo y llevárselo, que una cosa es acuchillarse en el descampado y otra hacerlo en plena calle y a la luz del día, con riesgo de acabar raudo y veloz en un calabozo.

 Los guapos se encontraron a orillas del Guadalmedina. Nadie se acercó a ellos. Los pocos testigos observaban de lejos. En mangas de camisa y navaja en mano empezaron a moverse en círculos estudiándose y haciendo amagos. Empezaron a lanzarse puñaladas y tajos. Los dos eran rápidos, los dos estaban curtidos en cientos de refriegas en los callejones y ninguno lograba imponerse al otro.

 El guapo viejo empezó a cansarse. El otro le aventajaba en resistencia por su menor edad, era el momento de actuar, el momento de cerrar su trampa.

 -¡Hijoputa!-gritó-¡ahí están tus compadres!

 El guapo joven vaciló un instante, un simple instante, desvió la mirada, bajó la guardia, fue el tiempo de un parpadeo, pero lo suficiente para que su enemigo se le abalanzara asestándole una puñalada mortal. Cayó a tierra el joven y mientras la vida se le escapaba aún pudo oír la sentencia de su asesino.

 -Te faltó la del maestro.

 El guapo joven no murió en la orilla del Guadalmedina. Cuando salía de la taberna de mi bisabuelo ya estaba muerto. El perro viejo ya había sembrado en él la semilla del orgullo herido, de la negra honrilla, la certeza de que cuando utilizase el ardid en medio de la refriega el otro vacilara lo suficiente para poder liquidarlo. El guapo mayor era maestro, sí, maestro en estrategia, crueldad y brutalidad. No había sobrevivido tantos años por ser caballeroso.

 Esta historia la contó mi abuelo a mi padre y mi padre a mí. Forma parte de la historia negra del hampa malagueña. Málaga, como toda ciudad portuaria, tuvo su ración de mala prensa, como Nápoles, Marsella, Algeciras y otras. El dicho que titula esta entrada también lo fue de un sainete de Manuel Ruiz Aguirre y Luis Martínez de Tovar, estrenado en el madrileño teatro Martín en febrero de 1924. Es una obrilla mediocre, plagada de tópicos, que relata una historia galante y retrata relaciones turbias entre hombres y mujeres. Fue todo un éxito (al público siempre le han gustado estas cosillas) y da fe del alcance de la leyenda que envolvió a nuestra ciudad a fines del siglo XIX y principios del XX. La Málaga profunda de mi bisabuelo el tabernero, la que no sale retratada en fotos añejas: oscura, terrible y fascinante.

sábado, 8 de septiembre de 2018

MARÍA DE LA VICTORIA


 Hoy se ha celebrado la festividad de Santa María de la Victoria, patrona de Málaga y de un puñado de ciudades españolas e iberoamericanas. Yo no me acordaba. No llevaba la cuenta de las fiestas de guardar cuando podía considerarme cristiano, mucho menos ahora. Fui consciente de ello al sufrir algunos contratiempos por no prever un día festivo: el estanco cerrado… en fin, poca cosa, pero lo suficiente para cabrearme y de coraje, investigar un poquillo.

  Me da vergüenza (no mucha, no vayan a creerse) que habiendo sido alumno de los Maristas de Málaga y habiéndome tragado misas a espuertas en el Santuario de la Victoria, no haya sabido hasta años después que la imagen que ha tenido que quedarse sin procesionar por la amenaza de lluvia es una talla policromada tardo gótica de fines del siglo XV, de autoría desconocida, pero probablemente de un maestro germano, lo cual no es tampoco una deducción digna de Sherlock Holmes ya que si fue un regalo del Archiduque de Austria Maximiliano (aún no era el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico) a su consuegro Fernando de Aragón es razonable pensar que no se fuera a adquirir la talla más allá de las fronteras de su tierra, que en ésta ya las habría suficientes y dignas de un rey.

  Cuenta la tradición que Fernando, como buen rey cristiano, tenía un oratorio en su tienda de campaña (imaginen las dimensiones de la misma) mientras el combinado castellano-aragonés asediaba Málaga. Instaló la imagen de la Virgen en el mismo y también según la tradición, soñó con un anciano que a los pies de la Virgen, rogaba para que los cristianos se alzaran con la victoria. Mientras el rey soñaba, entraban en el campamento doce frailes de la orden de los Mínimos (un ala radical de los Franciscanos, que practicaba el eremitismo). Iban a pedir el permiso real para hacer algo de proselitismo, pero ya puestos, conminaron a los reyes a no levantar el sitio (como si éstos hubieran tenido intención de hacerlo) pues en tres días caería la ciudad y así fue.

  Estas historietillas, sin duda, constituían parte de la salsa con que las buenas gentes sobrellevaban sus vidas anodinas en una época en que no existía el Sálvame de Luxe. Las historietas de reyes con sueños píos en vísperas de una victoria son prácticamente tan antiguas como la misma Iglesia (recordemos al emperador Constantino, cuyo fervor cristiano era tan profundo como un charco, soñando con la cruz en vísperas de la batalla del Puente Milvio). No sabemos si Fernando era tan fervoroso como su señora Isabel (que no paraba de rogar a los soldados que orasen pidiendo la rendición de la ciudad, como si el hambre y otras penurias de los sitiados no bastasen para ello); pero, en cualquier caso, era un oportunista de primera magnitud consciente del valor propagandístico de una buena historia con tintes piadosos.  Para todo buen cristiano quedó probado que la Virgen María había intercedido para la victoria de los adalides de la verdadera religión frente a la secta mahometana.

  Con mi perversa imaginación, no he podido evitar visualizar a María intercediendo por los ejércitos cristianos allá en las estancias celestiales. María, como toda madre sufrida, tiene serias dificultades para  decir que no a nada, así que intercede por la empresa de los reyes, aunque no acabe de verlo claro; así que se va en busca del triumbirato celestial y encuentra primero al Hijo, a Jesús, que siempre está más a mano, ya que es sabido que Padre y Espíritu Santo son más esquivos y difíciles de ver.

  -Oye, hijo. A ver si os reunís y hacéis algo por estos pobres cristianos que llevan ya una burrada ahí sitiando y los moros no se rinden.

  Jesús, que desde cierto episodio con una boda en la que al parecer los invitados no estaban lo suficientemente borrachos se encuentra ya prevenido ante las peticiones excéntricas de su madre, la mira con cierto fastidio.

  -No me extraña que no se rindan-replica-sólo van a perder vida y haciendas.

  Lanza una mirada desde sus alturas celestiales y el panorama no puede ser más desolador. Los ejércitos cristianos al límite de su resistencia, diezmados por los feroces combates y por una epidemia de peste. Los sitiados famélicos, hundidos en la más atroz desesperanza de saberse abandonados por todos. Alí Dordux negociando la rendición mientras Hamed el Zegrí sube a Gibralfaro con los últimos gomeres para ofrecer una resistencia efímera.

  -Mira, mamá-dice Jesús tristemente-no va a hacer falta. A esto le quedan dos telediarios.

  La idea de una María de Nazaret que intercede por semejante crimen de lesa humanidad es para hacer estallar cualquier cabeza.

  La imagen regalada por el futuro emperador del Sacro Imperio pasó a ser conocida como Santa María de la Victoria, pues es esa victoria lo que cimentó la conciencia colectiva de la nueva ciudad que surgió sobre las cenizas de la vieja y la reforzó el sostén de algo tan potente para las mentes de las gentes sencillas como una advocación mariana. Sin embargo no será hasta 1867 que el papa Pío IX la declare de manera oficial patrona de toda la Diócesis de Málaga y hasta 1943 no será coronada por el nuncio papal. Las leyendas religiosas surgen veloces como una llamarada, pero los asuntos de palacio, van despacio.

 Hoy la imagen de Santa María de la Victoria no ha podido procesionar y lo lamento de corazón por aquellas personas que encuentran consuelo, esperanza o simple disfrute en estas muestras de religiosidad. Por lo que a mí respecta, una talla del siglo XV debería estar en un museo.


RUIDO DE SABLES


 Cuentan que estando el emperador Septimio Severo en su lecho de muerte, dio a sus hijos Geta y Caracalla el siguiente consejo: “Mantened la paz, enriqueced a los soldados y burlaros del resto”.  No parece un mal consejo, dada la fea costumbre de los ejércitos romanos de la época en que el imperio se iba degradando rápidamente de escabechar y proclamar emperadores, para luego escabechar al nuevo y proclamar otro. Mantener contenta a la soldadesca parecía la mejor manera para asegurarse una vida larga después de vestir la púrpura. La razón de esta coyuntura tan terrible era simple: el Imperio Romano era un gigante moribundo que había empezado a corromperse por dentro… y olía que apestaba. Las instituciones del Estado carecían de credibilidad  y los militares habían asumido una cuota de poder que no les correspondía.

 ¿Qué cuota de poder le corresponde actualmente a los militares? Podría preguntarse alguien. La respuesta es simple: ninguna. En una sociedad democrática un militar es un funcionario del Estado, un servidor público, absolutamente supeditado a las directrices del gobierno del país y sólo moralmente autorizado a rebelarse si las directrices del gobierno contravienen las de organismos supranacionales  como las Naciones Unidas. Evidentemente esto es pura teoría, pero así debería ser. Con unas fuerzas armadas leales a estos principios, no se habrían producido la mayor parte de los golpes de estado habidos en el siglo XX, como el que dio lugar a la Guerra Civil Española, por ejemplo.

 Últimamente se habla mucho de golpes de estado, aquí en España. Se tilda de golpe de estado a la moción de censura que ha puesto fin al gobierno de M. Rajoy (cosa absurda, puesto que la moción de censura es una figura absolutamente legal en nuestro orden político) y también se tilda de golpe de estado a la chapuza perpetrada por el gobierno de la Generalitat con el referéndum y la penosa declaración de independencia de medio minuto (cosa también absurda, pues falta la componente necesaria del levantamiento violento, salvo que consideremos violencia los chillidos de aquella mujer que era arrastrada escaleras abajo por los  agentes de policía).

 Usar la expresión golpe de estado a la ligera constituye una grave irresponsabilidad; cuya única disculpa (relativa) es la ignorancia, cuando no un acto deliberado de manipulación interesada. Olvidamos el hecho de que un golpe de estado es una insurrección armada que sólo puede ser llevada a cabo con éxito por militares (ni siquiera por un grupo de policías armados con pistolitas) para dominar los puntos clave del país y forzar un cambio de gobierno. El autor italiano Curzio Malaparte, aplica el concepto también a actos de desestabilización social de origen civil, pero ello sería discutible y yo particularmente no estoy de acuerdo.  

 Obviamente, en función del punto del espectro político en que se encuentre el interesado,  se etiquetará negativamente una acción que no sea del propio agrado. Ahí vemos a los derechones de turno tildando de golpistas a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias (acusándoles además de aliarse con los que quieren romper España, cuando en los noventa Aznar se fotografiaba alegremente con Arzalluz y Anasagasti al pactar con el PNV, por ejemplo,  y aquí  no pasaba nada). Y si hablamos de Puigdemont… vamos, hay que juzgarlo por delitos de lesa humanidad, como poco. Y Franco, un golpista con todas las de la ley, alzado en armas contra un gobierno electo junto con todos sus coleguitas… Ahí enterradito en un mausoleo faraónico (y horripilante, dicho sea de paso), mientras una fundación que lleva su nombre va por ahí propagando insensateces y trolas como panes con total impunidad. El general retirado Manuel Fernández Monzón afirmaba en una entrevista que los fusilados por Franco “se lo merecían”; el teniente coronel en la reserva Enrique Area Sacristán hablaba  de “una solución armada para Cataluña”  y el Ministerio de Defensa tiene que abrir una investigación sobre un manifiesto exaltado la figura de Franco firmado por 700 militares, así, a ojo. Contemos con que la mayor parte estén retirados y que la actual plana mayor sea fiel a su deber o si no, dado el cariz que están tomando las cosas, la degeneración derechista marcada por el odio, el miedo y la ignorancia que está sufriendo una parte nada desdeñable de la población española, que Dios nos pille confesados.

sábado, 1 de septiembre de 2018

AQUEL VERANO DE 1936 (continuación)


  Aquel día 18 de julio de 1936, en el que el señor Gerard Brenan había bajado al centro de Málaga a recoger sus pantalones del tinte, se estaba produciendo un golpe de estado por todo el territorio español. Una insurrección dirigida por el general Emilio Mola  y lo más granado de los oficiales de alto rango fogueados en Marruecos. El plan establecía un papel importante para Málaga, ya que su puerto debía recibir una de las dos columnas en que se había dividido el ejército de África (estaba planeado que la otra desembarcara en Algeciras), que se reunirían en Córdoba para dirigirse a Madrid atravesando Despeñaperros.  El paso de las tropas africanas no se produjo con la eficacia prevista debido al amotinamiento de varias tripulaciones de buques de guerra contra sus oficiales, implicados en el golpe.

 Comandaba las fuerzas militares de Málaga el general Francisco Patxot, un oficial cuyo historial retrata a un gestor de recursos, negociador y mantenedor del orden más que a un inspirado líder militar. Su  superior, el general  José Fernández de Villa-Abrille, jefe de la II División Orgánica (como entonces se llamaba a la II Región Militar), ni apoyó la sublevación ni acató los requerimientos del gobierno republicano para combatirla. Las órdenes de declarar el estado de guerra en Málaga fueron dadas por general Queipo de Llano, que se disponía a tomar Sevilla.

 Aunque enterado de la conjura e incluido en ella, Patxot no estaba convencido del todo. Sin embargo acató las órdenes y sacó a la calle las fuerzas bajo su mando, junto con el destacamento de la Guardia Civil de la ciudad, con la intención de tomar el Gobierno Civil, ubicado en el Palacio de la Aduana, produciéndose  tiroteos con las milicias obreras.  La situación se complicó cuando el gobernador civil, José Antonio Fernández Vega, se negó a dejar su puesto y se atrincheró en la Aduana con los efectivos de la  Guardia de Asalto y un contingente de milicianos. Ante esta circunstancia, los efectivos de la Guardia Civil se retiraron a sus cuarteles. Sea por la razón que fuere y ya de madrugada, Patxot dio a sus soldados la orden de retirarse al cuartel de Capuchinos. Se ha repetido mucho que lo hizo engañado por Diego Martínez Barrio, efímero presidente de la República, a través de una llamada telefónica que le aseguraba el fracaso del golpe en la práctica totalidad de España. Ello no ha sido suficientemente probado.

 Ese día y esa noche ardió una enorme cantidad de edificios en Málaga, residencias de clase acomodada, instituciones religiosas… Ya contaba Brenan que sobre la ciudad pendía una oscura nube de humo y que al caer la oscuridad el resplandor se veía desde Churriana, donde residía. Las milicias detuvieron y asesinaron a muchas personas sólo por suponerles ser de derechas. El general Patxot fue detenido, lo mismo que su lugarteniente, el capitán Agustín Huelin, que le recriminase su decisión de retirarse arrancándose las insignias del uniforme. Militares, falangistas, clérigos, políticos conservadores y también personas que poco tenía que ver con política, pero que eran de clase acomodada, fueron encarcelados. El control de la ciudad, de facto, pasó al Comité de Salud Pública una junta constituida por las milicias obreras. Aquel que fuera sospechoso de simpatizar con posturas conservadoras tenía razón para temer por su vida.

 El 22 de agosto la aviación italiana, en ayuda de los sublevados, inició una campaña de bombardeos sobre Málaga. Se ha hablado mucho del bombardeo de los depósitos de CAMPSA el día 22, pero hubo más hasta el día 31. En represalia, empezaron las sacas de presos… y los fusilamientos.  La primera se hizo el mismo día 22 y en ella murieron Patxot y Huelin. También murió con ellos José María Hinojosa Lasarte, poeta de la generación del 27, amigo de Federico García Lorca. Ambos poetas murieron con tres días de diferencia, fusilados por bandos distintos. Crueles ironías de la existencia humana. En los días siguientes hubo más sacas. Se ha estimado que desde el alzamiento hasta la caída de la ciudad en manos de los sublevados, en febrero del año siguiente, murieron alrededor de un millar de personas a manos de las milicias obreras.  Mientras esto sucedía, Queipo de llano, a través de la radio, lanzaba sus violentas amenazas:

 «¡Sí, canalla roja de Málaga, espera hasta que llegue ahí dentro de diez días! Me sentaré en un café de la calle Larios bebiendo cerveza y por cada sorbo mío caeréis diez. Fusilaré a diez por cada uno de los nuestros que fusiléis, aunque tenga que sacaros de la tumba para hacerlo. »

  No sé si llegaría a tomarse la cervecita en calle Larios, pero la amenaza se cumplió.

  Hay personas que se otorgan el derecho de decidir qué vida humana vale más. Yo no soy capaz de hacerlo. Una vida humana es una vida humana. No voy a justificar nada. Como español y como ser humano siento vergüenza por todas y cada una de las víctimas de la Guerra Civil. Las acciones de las milicias obreras en Málaga me parecen aberrantes; las sacas, una atrocidad, absolutamente injustificable. Son crímenes de guerra.

 Sin embargo, fueron parte de una reacción en cadena. Un fuego desatado que tuvo un desencadenante.

 Lo tengo muy claro. Los que iniciaron el incendio fueron unos militares que se olvidaron de cuál era su lugar.




HITLER, EL INCOMPETENTE