sábado, 8 de septiembre de 2018

RUIDO DE SABLES


 Cuentan que estando el emperador Septimio Severo en su lecho de muerte, dio a sus hijos Geta y Caracalla el siguiente consejo: “Mantened la paz, enriqueced a los soldados y burlaros del resto”.  No parece un mal consejo, dada la fea costumbre de los ejércitos romanos de la época en que el imperio se iba degradando rápidamente de escabechar y proclamar emperadores, para luego escabechar al nuevo y proclamar otro. Mantener contenta a la soldadesca parecía la mejor manera para asegurarse una vida larga después de vestir la púrpura. La razón de esta coyuntura tan terrible era simple: el Imperio Romano era un gigante moribundo que había empezado a corromperse por dentro… y olía que apestaba. Las instituciones del Estado carecían de credibilidad  y los militares habían asumido una cuota de poder que no les correspondía.

 ¿Qué cuota de poder le corresponde actualmente a los militares? Podría preguntarse alguien. La respuesta es simple: ninguna. En una sociedad democrática un militar es un funcionario del Estado, un servidor público, absolutamente supeditado a las directrices del gobierno del país y sólo moralmente autorizado a rebelarse si las directrices del gobierno contravienen las de organismos supranacionales  como las Naciones Unidas. Evidentemente esto es pura teoría, pero así debería ser. Con unas fuerzas armadas leales a estos principios, no se habrían producido la mayor parte de los golpes de estado habidos en el siglo XX, como el que dio lugar a la Guerra Civil Española, por ejemplo.

 Últimamente se habla mucho de golpes de estado, aquí en España. Se tilda de golpe de estado a la moción de censura que ha puesto fin al gobierno de M. Rajoy (cosa absurda, puesto que la moción de censura es una figura absolutamente legal en nuestro orden político) y también se tilda de golpe de estado a la chapuza perpetrada por el gobierno de la Generalitat con el referéndum y la penosa declaración de independencia de medio minuto (cosa también absurda, pues falta la componente necesaria del levantamiento violento, salvo que consideremos violencia los chillidos de aquella mujer que era arrastrada escaleras abajo por los  agentes de policía).

 Usar la expresión golpe de estado a la ligera constituye una grave irresponsabilidad; cuya única disculpa (relativa) es la ignorancia, cuando no un acto deliberado de manipulación interesada. Olvidamos el hecho de que un golpe de estado es una insurrección armada que sólo puede ser llevada a cabo con éxito por militares (ni siquiera por un grupo de policías armados con pistolitas) para dominar los puntos clave del país y forzar un cambio de gobierno. El autor italiano Curzio Malaparte, aplica el concepto también a actos de desestabilización social de origen civil, pero ello sería discutible y yo particularmente no estoy de acuerdo.  

 Obviamente, en función del punto del espectro político en que se encuentre el interesado,  se etiquetará negativamente una acción que no sea del propio agrado. Ahí vemos a los derechones de turno tildando de golpistas a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias (acusándoles además de aliarse con los que quieren romper España, cuando en los noventa Aznar se fotografiaba alegremente con Arzalluz y Anasagasti al pactar con el PNV, por ejemplo,  y aquí  no pasaba nada). Y si hablamos de Puigdemont… vamos, hay que juzgarlo por delitos de lesa humanidad, como poco. Y Franco, un golpista con todas las de la ley, alzado en armas contra un gobierno electo junto con todos sus coleguitas… Ahí enterradito en un mausoleo faraónico (y horripilante, dicho sea de paso), mientras una fundación que lleva su nombre va por ahí propagando insensateces y trolas como panes con total impunidad. El general retirado Manuel Fernández Monzón afirmaba en una entrevista que los fusilados por Franco “se lo merecían”; el teniente coronel en la reserva Enrique Area Sacristán hablaba  de “una solución armada para Cataluña”  y el Ministerio de Defensa tiene que abrir una investigación sobre un manifiesto exaltado la figura de Franco firmado por 700 militares, así, a ojo. Contemos con que la mayor parte estén retirados y que la actual plana mayor sea fiel a su deber o si no, dado el cariz que están tomando las cosas, la degeneración derechista marcada por el odio, el miedo y la ignorancia que está sufriendo una parte nada desdeñable de la población española, que Dios nos pille confesados.

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