Aquel
día 18 de julio de 1936, en el que el señor Gerard Brenan había bajado al
centro de Málaga a recoger sus pantalones del tinte, se estaba produciendo un
golpe de estado por todo el territorio español. Una insurrección dirigida por
el general Emilio Mola y lo más granado
de los oficiales de alto rango fogueados en Marruecos. El plan establecía un
papel importante para Málaga, ya que su puerto debía recibir una de las dos
columnas en que se había dividido el ejército de África (estaba planeado que la
otra desembarcara en Algeciras), que se reunirían en Córdoba para dirigirse a
Madrid atravesando Despeñaperros. El
paso de las tropas africanas no se produjo con la eficacia prevista debido al
amotinamiento de varias tripulaciones de buques de guerra contra sus oficiales,
implicados en el golpe.
Comandaba las fuerzas militares de Málaga el
general Francisco Patxot, un oficial cuyo historial retrata a un gestor de
recursos, negociador y mantenedor del orden más que a un inspirado líder militar.
Su superior, el general José Fernández de Villa-Abrille, jefe de la
II División Orgánica (como entonces se llamaba a la II Región Militar), ni
apoyó la sublevación ni acató los requerimientos del gobierno republicano para
combatirla. Las órdenes de declarar el estado de guerra en Málaga fueron dadas
por general Queipo de Llano, que se disponía a tomar Sevilla.
Aunque enterado de la conjura e incluido en
ella, Patxot no estaba convencido del todo. Sin embargo acató las órdenes y
sacó a la calle las fuerzas bajo su mando, junto con el destacamento de la
Guardia Civil de la ciudad, con la intención de tomar el Gobierno Civil,
ubicado en el Palacio de la Aduana, produciéndose tiroteos con las milicias obreras. La situación se complicó cuando el gobernador
civil, José Antonio Fernández Vega, se negó a dejar su puesto y se atrincheró
en la Aduana con los efectivos de la
Guardia de Asalto y un contingente de milicianos. Ante esta
circunstancia, los efectivos de la Guardia Civil se retiraron a sus cuarteles.
Sea por la razón que fuere y ya de madrugada, Patxot dio a sus soldados la
orden de retirarse al cuartel de Capuchinos. Se ha repetido mucho que lo hizo
engañado por Diego Martínez Barrio, efímero presidente de la República, a
través de una llamada telefónica que le aseguraba el fracaso del golpe en la
práctica totalidad de España. Ello no ha sido suficientemente probado.
Ese día y esa noche ardió una enorme cantidad
de edificios en Málaga, residencias de clase acomodada, instituciones
religiosas… Ya contaba Brenan que sobre la ciudad pendía una oscura nube de
humo y que al caer la oscuridad el resplandor se veía desde Churriana, donde
residía. Las milicias detuvieron y asesinaron a muchas personas sólo por
suponerles ser de derechas. El general Patxot fue detenido, lo mismo que su
lugarteniente, el capitán Agustín Huelin, que le recriminase su decisión de
retirarse arrancándose las insignias del uniforme. Militares, falangistas,
clérigos, políticos conservadores y también personas que poco tenía que ver con
política, pero que eran de clase acomodada, fueron encarcelados. El control de
la ciudad, de facto, pasó al Comité de
Salud Pública una junta constituida por las milicias obreras. Aquel que
fuera sospechoso de simpatizar con posturas conservadoras tenía razón para
temer por su vida.
El 22 de agosto la aviación italiana, en ayuda
de los sublevados, inició una campaña de bombardeos sobre Málaga. Se ha hablado
mucho del bombardeo de los depósitos de CAMPSA el día 22, pero hubo más hasta
el día 31. En represalia, empezaron las sacas de presos… y los fusilamientos. La primera se hizo el mismo día 22 y en ella
murieron Patxot y Huelin. También murió con ellos José María Hinojosa Lasarte,
poeta de la generación del 27, amigo de Federico García Lorca. Ambos poetas murieron
con tres días de diferencia, fusilados por bandos distintos. Crueles ironías de
la existencia humana. En los días siguientes hubo más sacas. Se ha estimado que
desde el alzamiento hasta la caída de la ciudad en manos de los sublevados, en febrero
del año siguiente, murieron alrededor de un millar de personas a manos de las
milicias obreras. Mientras esto sucedía,
Queipo de llano, a través de la radio, lanzaba sus violentas amenazas:
«¡Sí, canalla
roja de Málaga, espera hasta que llegue ahí dentro de diez días! Me sentaré en
un café de la calle Larios bebiendo cerveza y por cada sorbo mío caeréis diez.
Fusilaré a diez por cada uno de los nuestros que fusiléis, aunque tenga que
sacaros de la tumba para hacerlo. »
No sé si llegaría a
tomarse la cervecita en calle Larios, pero la amenaza se cumplió.
Hay personas que se otorgan el derecho de
decidir qué vida humana vale más. Yo no soy capaz de hacerlo. Una vida humana
es una vida humana. No voy a justificar nada. Como español y como ser humano
siento vergüenza por todas y cada una de las víctimas de la Guerra Civil. Las
acciones de las milicias obreras en Málaga me parecen aberrantes; las sacas,
una atrocidad, absolutamente injustificable. Son crímenes de guerra.
Sin embargo, fueron parte de una reacción en
cadena. Un fuego desatado que tuvo un desencadenante.
Lo tengo muy claro. Los que iniciaron el incendio
fueron unos militares que se olvidaron de cuál era su lugar.
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