domingo, 26 de agosto de 2018

YO NO SOY RACISTA


 Llamar racista a alguien es de lo peor que se le puede hacer a una persona, aunque lo sea. Automáticamente se producirá una alzada de cejas tal que parezca que van a salir disparadas hacia el cielo, una apertura desmesurada de ojos, un dedo índice apuntado hacia el propio pecho y un “¿racista, yo?” surgido desde lo más profundo del alma. Nadie (o casi nadie, que hay gente para todo) va a encontrarse a gusto bajo semejante etiqueta. Parto de la teoría de que identificamos el racismo con estereotipos que nos pillan muy lejos: una horda de tipos con túnicas y capuchas blancas quemando cruces de madera y ahorcando afroamericanos en postes de telégrafo… Eso me recuerda una vez que vi a una señora del Ku-Klux-Klan, con su túnica y capucha, pero con la cara descubierta, en una entrevista del show de Ophra Winfrey (hace falta tener aplomo). Ni siquiera la buena señora, con su túnica y todo, se sentía cómoda bajo la denominación de racista. Se calificaba a sí misma como segregacionista, que lo único que busca es separar unas razas de otras, sin odiar a nadie, mientras que el racista odia. Ella no odiaba a nadie, como buena cristiana que era. Supongo que su fervor segregacionista se basaba en una variante del trastorno obsesivo compulsivo, un afán desmesurado de poner cada cosa en su sitio y que haya un sitio para cada cosa. Los negros, los hispanos, los asiáticos y todo lo que no sea de un  blanco lechoso… lo más lejos posible, por si acaso.

 En su maravillosa novela El Manuscrito Carmesí, Antonio Gala pone en boca de un desesperanzado Boabdil  las siguientes palabras: 

  “¿Quién hay de pura raza aquí? Ni siquiera los mejores caballos. De los doscientos cincuenta mil habitantes, no llegarán a diez los que conservan una sola sangre. Todos somos aquí andaluces, que es bastante. Y es necio empeñarse en el orgullo de las aristocracias y de las genealogías.”

 Y es que aquí en España, mezclados y todo como somos a lo largo de siglos de oleadas de conquistadores y colonizadores, somos muy racistas. ¿Usted no? Pues yo sí.

 Racista se puede ser de varias maneras. Al menos tres:

 -Racista declarado. Hace alarde público de ello. Sin pudor alguno proclama su superioridad por haber nacido con un tono de piel determinado. Es escaso porque hoy día no resulta políticamente correcto.

 -Racista en rehabilitación. Es consciente de la semilla racista plantada en su persona por la educación y las influencias recibidas, reniega de ella y permanece alerta para evitar las manifestaciones de la misma, que le resultan altamente vergonzosas y rechazables. Esta es la categoría donde me incluyo.

  -Racista de tapadillo (más o menos). Vaga por el mundo creyendo (a menudo sinceramente) estar libre de la semilla del racismo por poder jalear los logros de deportistas de múltiples razas o bailar ritmos caribeños o acostarse con prostitutas de cualquier raza (no es necesario presentar todos estos comportamientos) sin que le dé un sarpullido. No obstante, jalea ferozmente mitos como que los inmigrantes copan ayudas sociales, hacen aumentar el nivel de criminalidad allá por donde pasan o que van a invadir la vieja Europa arrasando nuestra cultura. Hoy día hacen mucho ruido en las redes sociales y constituyen un caladero de votos significativo para los partidos y partidillos que se disputan la supremacía en la derecha política.

 Espabilemos. Hemos nacido en España, un país en el que los cutis tienen más tonalidades distintas que las mezclas de café y leche que se sirven en los bares de Málaga (nube, sombra, mitad… ya saben) pero en el que nos consideramos de raza blanca (risas de fondo)… blanco roto será (más risas de fondo). Somos herederos de un imperio en el que no se ponía el sol. Somos la raza hispánica y desconfiamos de todos los que son más oscuros (de piel) que nosotros.

 Nos pesa. Nos pesa más de lo que estamos dispuestos a admitir.

 El racismo es como una patología mental. Hay que aceptar su presencia y luego combatirla. Eso de “yo no soy racista, pero…” suele ser el antecedente de una completa memez y en la mayor parte de los casos, esconde una terrible hipocresía.

 Hágaselo mirar, si quiere. Yo ya estoy en ello.

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