domingo, 28 de octubre de 2018

OTRA VEZ HALLOWEEN


 Cada cierto tiempo, al aproximarse la víspera de Todos los Santos, se me antoja reeditar esta entrada antigua sobre la fiesta de Halloween; importada, como tantas otras cosas, del orbe anglosajón. Sé que la expresión es libre, pero francamente, indignarse y hacer proclamas al viento porque unos niños se van a pedir caramelos vestidos de monstruos me parece un exceso y hacerlo mientras se realiza la vista gorda ante el escandaloso imperialismo económico y cultural que ejerce Estados Unidos, se me antoja una pose absolutamente incoherente. Para gustos los colores. Al que no le guste, que no mire. Hace casi ocho años que escribí esto y sigo pensando exactamente igual.

 Hoy me apetece tratar un tema más ligero y a riesgo de ser poco o nada original (lo que, por otra parte, me importa un bledo) me referiré a esta controvertida fiesta de Halloween, celebrada esta noche en todo el orbe anglosajón y calcada, por obra y gracia del potencial publicitario estadounidense, en no pocos países del orbe latino, entre ellos el nuestro. Digo controvertida porque hay gente que mueve la cabeza disgustada cuando ve a los chiquillos (y no tan chiquillos) disfrazarse de monstruos cinematográficos para ir por las casas pidiendo golosinas. “Mira que hacer lo que los americanos…” cuando aquí llevamos décadas comiendo hamburguesas, bebiendo coca cola, vistiendo vaqueros y devorando películas de Hollywood sin ningún empacho… Ahora nos vamos a escandalizar porque los niños les haga ilusión vestirse de vampiro o de hombre lobo o de momia y salir a dar la matraca. Si les parece les sentamos esta noche a ver Don Juan Tenorio y mañana nos los llevamos al cementerio armados con un cubo, una esponja y un ramo de flores (con todo el respeto para quien lo haga). Lo que es yo, cuando me muera, espero que mis hijos me incineren y usen mis tristes cenizas para abonar las macetas, que en mi condición de urbanita empedernido me parecería una gran incoherencia pedirles que las tiraran al campo.

 La cosa esta del Halloween parece que deriva de una fiesta de los antiguos celtas, que en Irlanda (tierra donde el elemento céltico pervivió inalterado por más tiempo) dio en llamarse Samain. Venía a ser un festival de la cosecha en el que se sacrificaba el ganado y se preparaban las provisiones para pasar el invierno.   Marcaba además el año nuevo y le atribuían un carácter oscuro, en el que los límites entre nuestro mundo y el de los muertos se disolvían y éstos campaban a sus anchas entre nosotros. La festividad se acompañaba, cómo no, con hogueras y comilonas.  Existía además la costumbre de bailar con máscaras y disfraces grotescos para ahuyentar a los malos espíritus.

El temita de las calabazas también tiene su historia. Deriva de la leyenda de un tal Jack el Avaro, sujeto tan astuto y sinvergüenza (amén de despreciable) que logró estafar al diablo hasta tal punto que se libró de ir al infierno. El caso es que tampoco lo quisieron en el cielo cuando al fin murió y así quedó condenado a vagar por toda la eternidad alumbrándose con un nabo ahuecado en cuyo interior brillaba una vela, pasando a llamarse Jack O´lantern (Juanito el de la linterna, para entendernos). Cundió la costumbre de adornar las casas con nabos preparados de esta manera para ahuyentar (no se sabe bien cómo) a tan desagradable personaje. Sin embargo, como para ahuecar un nabo hasta el punto de meterle dentro una vela hay que ser poco menos que un ebanista (y si no lo creen, hagan la prueba) se empezaron a utilizar calabazas: abundantes, baratas y fáciles de vaciar y tallar para cualquiera con un simple cuchillo de cocina.

 Este es pues el origen de la fiesta, que llega a Estados Unidos y parte de Canadá llevada la masiva migración de irlandeses en la segunda mitad del siglo XIX. Halloween no es, sin embargo, la única manifestación asociada al más allá en la señaladas fechas de Todos los Santos. No hay más que mirar el célebre Día de los Muertos en México, durante el cual las familias van al cementerio no para limpiar las tumbas y llevar flores con la cara hasta el suelo, sino para hacer una comilona sobre la tumba del ser querido en cuestión con la comida que más le gustaba en vida, recordar anécdotas del difunto, tocar la música que más le gustaba… en fin, una auténtica fiesta. Aquí en España, sobre todo en el norte, perviven fiestas celebradas en esta noche cuyas alusiones a los muertos son explícitas, mientras se comen castañas a la luz de las hogueras y hay leyendas vinculadas a esta noche de inciden directamente en su carácter macabro. ¿Quién no se ha estremecido leyendo “El Monte de las Ánimas”? una antigua leyenda soriana novelada por Bécquer. Para mí Halloween es un festejo más en esta línea y tiene su gracia qué demonios. Algunos cenizos arguyen que es otra excusa más para que la juventud se emborrache. ¡Cómo si en un país con más bares por habitante que camas hospitalarias  hicieran falta excusas para coger un pedo! Yo hoy acompaño a mi hija en su correría en busca de golosinas, que nuestros barrios no son como los suburbios de las películas americanas, en los que nunca pasa nada hasta que aparece un psicópata con un machete cortando cabezas. Aquí somos menos extremistas y los incidentes son más frecuentes, aunque no tan cruentos.

 Todas estas las muestras culturales rezuman paganismo y eso no es malo. Es parte de nuestra herencia cultural.  La humanidad ha sido pagana muchos miles de años (parte de ella aún lo es), pero las culturas occidentales sólo son cristianas desde hace dos mil y el cristianismo, desde que salió de las catacumbas, ha tratado de anular sistemáticamente todos los elementos paganos que no le servían, mientras sin pudor alguno se dedicaba a sacralizar fiestas paganas para aprovechar el tirón de de éstas entre los pueblos (la fiesta del solsticio de verano-San Juan; la fiesta del solsticio de invierno-Navidad…) y convertía dioses locales en santos (la diosa celta Bigrid convertida en Santa Brígida…) Por otra parte durante siglos simples curanderas, conocedoras de antiguos saberes eran quemadas como brujas, víctima de la manía de los clérigos y píos en general de diversas épocas de ver hasta en la sopa al Demonio Pinchapapa.

 Parte de ese pensamiento irracional y atrasado aún pervive.

 De muestra, un botón.

 Hoy he visto una imagen en Facebook bastante impactante, una calabaza típica Jack O´lantern enmarcada en una señal de prohibido y con el siguiente mensaje: “I love Jesus, ¡abajo Halloween! Lo peor es que esta imagen es el avatar de una persona, por lo que hemos de creer que se cree lo que pone y lo lleva por bandera.

 Vamos a ver, dudo mucho que el Jesús de Nazareth en el que me han enseñado a creer, hombre, hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, le importara tres pimientos que los niños del año 2011 salgan a pedir chucherías disfrazados de monstruos… y si semejante nimiedad le molesta… bueno, parafraseando al protagonista de la gran película “El Reino de los Cielos” un poco histórico pero atrayente Balian de Ibelin “entonces no es Dios… y no hay de qué preocuparse”.

  Pues nada, ahí está. Si usted se tiene por guardián de la ortodoxia tradicional, le deseo buena suerte. En este mundo global es imposible (e incluso poco deseable) mantener la pureza de las costumbres. Estas cambian con el paso del tiempo y las mutuas influencias entre culturas. Conviene salvaguardar el patrimonio cultural de los pueblos, pero sin que se nos vaya la cabeza. Unos nenes pidiendo caramelos no hacen daño alguno y si le resultan molestos pruebe a salir al descansillo con una máscara y una sierra mecánica. Verá que risas.

sábado, 27 de octubre de 2018

"LA GLORIOSA" EN MÁLAGA (II)


 La vida de la Junta Revolucionaria habría de ser efímera, pues el 8 de octubre se constituyó un gobierno provisional presidido por el general Francisco Serrano (vencedor de la decisiva batalla de Alcolea contra las fuerzas leales a la reina, el 28 de septiembre), el general Prim y el almirante Topete. Como Isabel II hubiese abandonado España, se dio por exitoso el pronunciamiento.  El 22 de octubre la Junta cedió poderes al gobernador civil y quedó disuelta. De su gestión cupo hacer el siguiente balance:

-           Tomó la decisión de crear una milicia popular “como segura garantía para las libertades que hemos conquistado” (decreto del 8 de octubre) formada por ciudadanos mayores de 20 años, que supieran leer y escribir, quedando excluidos los jornaleros y aquellos que no tuviesen oficio alguno.

-           Estuvo marcada por las disputas internas, avivadas principalmente por la tibieza o entusiasmo que unos u otros miembros mostraran hacia las posturas republicanas (estaba claro que echar a Isabel II era una cosa y abolir la monarquía otra muy distinta). Hubo broncas y dimisiones, mientras en las calles una parte nada despreciable de la ciudadanía clamaba por la república.

-          Acordó la constitución de un tribunal especial para la investigación del motín protagonizado por los obreros de la Industria Malagueña (los tumultos en medio de los cuales tuvo lugar el asalto a la casa de la familia Larios).

 Un cuadro un tanto caótico, como se puede apreciar. Con todo, la Junta Revolucionaria mostró más sensibilidad con los problemas de las clases populares que la que cabría esperar del gobierno civil.

  Por si no hubiera suficientes actores en este drama, hemos de incluir una nueva figura: los clubs republicanos. En Málaga los hubo, al igual que en las principales ciudades de España. Fueron una suerte de evolución desde la tertulia de café a una especie de asambleas de escasa estructuración, que daban cabida a pequeños burgueses y proletarios. Resultaban activas para la discusión de ideas políticas sin aterrizar demasiado en hechos reales y eso sí, para montar algaradas callejeras (de hecho uno de ellos, el Club Democrático, fue acusado de instigar el motín de la Industria Malagueña, lo cual no se demostró). Sin embargo, pese a su naturaleza  un tanto inestable e informal, no se les puede negar la condición de germen de estructuras futuras más organizadas y determinantes.

 El motín de la Industria Malagueña, que tenía su origen en reclamaciones salariales, no era sino una manifestación de la tensa situación imperante en la industria. La crisis financiera arreciaba, había menos trabajo y peor pagado y las clases populares sufrían. El problema era agravado por la afluencia de familias del campo a la capital, empobrecidas por las malas cosechas y buscando una alternativa que no encontraban. La pobreza se agudizaba y las sociedades caritativas no alcanzaban a aliviarla. Las autoridades intentaron dar trabajo a los jornaleros y obreros en paro en las obras públicas, como el derribo de las Atarazanas y de los conventos de Santa Clara y San Bernardo o el adoquinado de la calle Mármoles, pero no   era posible absorber tantos desempleados. El ayuntamiento trató de negociar con los comerciantes de productos de primera necesidad una reducción de precios, bajo los auspicios todavía de la Junta Revolucionaria, pero el paso de poderes al gobernador civil cortó estas medidas. Las gentes se enfurecieron y cundió el convencimiento de que la revolución no había servido de nada. Hubo motines y detenciones. El clima de tensión no hizo sino aumentar a lo largo de  todo el mes de noviembre. El etnógrafo y periodista francés Elías Reclus, nos deja un testimonio de primera mano:

 Esta mañana a las ocho, unos amigos nos despertaron para comunicarnos que de golpe y porrazo el gobernador ordenó que el derribo del arsenal y del convento de San Bernardo fuesen interrumpidos, diciendo que necesita el dinero para otras cosas. Ello quiere decir que mil obreros se quedan inopinadamente sin trabajo. Entre tanto el gobernador se parapeta en la Aduana y refuerza la guardia (…) Se teme que los trabajadores, viéndose súbitamente condenados a la miseria se amotinen (…) Por cartas particulares –ya que el telégrafo está en manos del gobierno y únicamente deja transmitir las noticias que no le molestan cuando le da la gana- se entera el pueblo de que en el Puerto de Santa María y en Cádiz se ha derramado sangre (…) Se dice que la lucha ha durado desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde. Se habla de cuatrocientos o quinientos heridos, pero ¡qué sabemos! No se puede dar crédito excesivo a los rumores de una ciudad alarmada como Málaga.”

 Resulta obvio que para el gobernador civil resultaba más importante (infinitamente) el orden público que la miseria de las gentes. Carlos Massa Sanguinetti era su nombre. Un político  miserable más en la historia.

 En la mañana del 11 de diciembre se concentraron en las plazas de la Constitución y de la Merced, así como en la Alameda, grupos de milicianos armados (¿Recuerdan aquella milicia popular organizada por la Junta Revolucionaria? Pues ahí seguía). No hubo lucha en aquella ocasión, pero en localidades como Vélez Málaga, Algarrobo y el Valle de Abdalajís hubo enfrentamientos con las fuerzas de orden público que se saldaron con varios muertos y heridos. En Málaga el ambiente se calmó un poco durante las comicios municipales, con un triunfo aplastante de los republicanos.

 Sin embargo, el paréntesis era engañoso. El 27 de diciembre cundió la alarma. El general Antonio Caballero y Fernández de Rodas (retrato)
, militar rudo, agresivo y muy fogueado, al mando de una potente fuerza, tras haber aplastado las milicias populares en Cádiz y en el Puerto de Santa María, se disponía a hacer lo propio en Málaga.

 Echar a la reina era una cosa, pero permitir que el pueblo reivindicara condiciones  de vida dignas era otra cosa muy distinta. El gobierno provisional no se andaba con chiquitas.

(Continuará)



domingo, 21 de octubre de 2018

"LA GLORIOSA" EN MÁLAGA (I)


 La historia de España es fascinante, pero en el siglo XIX se torna vertiginosa. No es que anteriormente anduviese escasa de acontecimientos significativos, pero a partir de la invasión napoleónica y la consiguiente Guerra de la Independencia, parece como si una especie de dique se hubiese roto y una cascada de hechos trascendentes a la par que cruentos se suceden a ritmo frenético. Uno de esos hitos fue la Revolución Gloriosa, también conocida como la Septembrina,  que pusiera fin al reinado de Isabel II y diera inicio al Sexenio Revolucionario; un periodo henchido de esperanzas para las clases populares, que se revelaría como absolutamente decepcionante. Málaga fue de las primeras ciudades en unirse al pronunciamiento y como veremos, se implicó en el mismo con entusiasmo. Parte de su trascendencia reside en que, aunque en esencia se trató de una revolución burguesa, en la línea de las habidas en otros países a lo largo del siglo,  supuso un impulso en la expansión dentro de España del concepto de lucha obrera, que hasta aquel momento sólo había hecho sus pinitos en Cataluña. Por otra parte y refiriéndonos a Málaga, también supuso un importante hito en el honorable historial de rebeldía ante los poderes establecidos, encarnados entonces por el absolutismo, que en 1843 (antes de los hechos que vamos a relatar) ya le valiese el título de “La primera en el peligro de la libertad”, que aún hoy luce el escudo de la ciudad. Haría honor a ello.

 Antes de centrarnos en los hechos habidos en Málaga sólo señalar, a modo de telón de fondo,  que esta insurrección contra la monarquía borbónica se precipitó principalmente por tres razones: una fuerte crisis financiera relacionada con la falta de materia prima para la industria textil, una crisis de suministros básicos para la población debida a malas cosechas y la absolutamente indecorosa corrupción institucional de la monarquía aliada con algunos sectores de la oligarquía económica (hay cosas que se repiten a lo largo de la historia). En adelante, me apoyaré en el soberbio trabajo sobre el tema llevado a cabo por D. Manuel Morales Muñoz, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga.

 El 18 de septiembre de 1868 se sublevó en Cádiz el grueso de la flota de guerra española al mando del almirante Juan Bautista Topete. En Cádiz ya se encontraban el general Juan Prim (retrato) y Práxedes Mateo Sagasta, destacadas figuras del pronunciamiento. Pronto llegaron a Málaga los rumores de lo sucedido en Cádiz y el lunes 21 ya se produjeron concentraciones en las calles principales pidiendo que los regimientos acuartelados en la ciudad se uniesen a la insurrección. El 23 recaló en Málaga el general Prim, a bordo de la fragata blindada Zaragoza, para recabar el apoyo de la ciudad. La conciencia social en Málaga sobre las corruptelas del régimen borbónico debía ser muy acusada, sobre todo por la rapidez con la que se constituyó una Junta Popular provisional, que aglutinó a nombres de mucho peso en la vida pública de la Málaga de aquella época, muchos de ellos con experiencia política, abogados y periodistas con filiación fundamentalmente progresista y demócrata. El 28 de septiembre se convocó mediante bando a todos los hombres mayores de 25 años y a los menores casados para la elección de la Junta Revolucionaria definitiva. Los comicios se llevaron a cabo los días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre. Aquí ya tuvo lugar un desacuerdo entre las principales fuerzas implicadas: progresistas y demócratas, ambas liberales, pero siendo la segunda básicamente una escisión de la primera, con inclinaciones republicanas más marcadas. No consiguieron constituir una candidatura conjunta y concurrió cada una por su cuenta. Los resultados fueron demoledores, de los catorce puestos de la Junta Revolucionaria, los demócratas obtuvieron diez.

  El 4 de octubre se publicó un amplio documento firmado por la Junta Revolucionaria en el que se declaraba el espíritu regenerador del proceso revolucionario sintetizado en fundamentos como la descentralización administrativa, el juicio por jurado de todos los delitos, la libertad de prensa, libertad de cultos, libertad de comercio y de enseñanza, inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio, el habeas corpus, abolición de la pena de muerte, abolición de las quintas…

 Hasta aquí todo parecía  muy bonito y esperanzador, pero las cosas no serían tan fáciles.

 (Continuará)


viernes, 12 de octubre de 2018

12 DE OCTUBRE.CELEBRACIÓN DE LA AMÉRICA CONQUISTADA


  Es muy fatigoso ver como en España tanta gente se empeña cada 12 de octubre en repetir la misma cantinela: “que si la leyenda negra”, “que si la mala prensa que dieran a los españoles los hijos de la pérfida Albión”, “que si la conquista no fue un genocidio”, “que si las poblaciones indígenas estaban en proceso de franca decadencia”…

 Vamos a ver, españoles todos, la conquista de América fue el primer asalto del colonialismo europeo y fue impulsada por la codicia. Se esclavizó a la población y se la asesinó cuando convino. Parece ser cierto, eso sí, que la enorme mortandad que se llevó por delante a poblaciones enteras tuvo que ver más con enfermedades  traídas por los europeos (la viruela parece que fue la estrella principal) que con la espada. Si uno se para a pensar, tiene cierto sentido. ¿En qué cabeza cabe pasar a cuchillo a toda la población que tiene que labrar los campos de las encomiendas, excavar en las minas y realizar todo tipo de trabajos serviles? Esa brutal mortandad de indígenas planteó más adelante la necesidad de traer ingentes cantidades de cautivos africanos para reemplazar a aquéllos como trabajadores forzados.

 Que sí, que sí, que ingleses, portugueses y franceses fueron igual de criminales en el Caribe y en el continente. ¿Y qué? ¿Qué clase de consuelo o de excusa representa ello? Esta mañana leí un artículo en el que se reivindicaba la figura del mestizaje, que los españoles practicaron profusamente sobre todo a raíz de la Real Cédula de 1514 por la que se legitimaban todas las uniones con mujeres indígenas (como si no las hubiesen violado antes de eso hasta la saciedad, ¿qué es lo primero que haría un bragado castellano al poner el pie en tierra después de semanas en un cascarón, sobre todo si sabía que no iba a tener consecuencias?). A ver si lo entendido: los españoles fueron menos criminales que los ingleses porque en lugar de aniquilar a todos los indígenas, se limitaron a matar a los más levantiscos, a esclavizar al resto y aparearse con sus mujeres para crear una nueva estirpe de mestizos (y no es que el mestizaje esté mal, pero bajo estas premisas deja un poso muy amargo).

 Esto no es hipocresía. Es poca vergüenza.

 Toda América, desde el Ártico hasta Tierra del Fuego, está cimentada sobre la base de la conquista, la explotación y la dominación de unos seres humanos sobre otros. La historia es así. Fue la constante en el Viejo Mundo y también lo fue en el Nuevo, aún antes de la llegada de los europeos, que no es que los pueblos precolombinos pasaran por extras de una peli de My Little Pony. Sin embargo, hacer fiesta de un hecho histórico de violencia y dominación y aprovecharlo además como excusa para la exaltación de un arquetipo, me parece de una desfachatez abismal. Ese arquetipo es el caballero español, cristiano, valeroso y fiel a su rey, una figura mítica que causa las poluciones nocturnas del tradicionalismo más carca, reaccionario, pacato e ignorante de este país.

 Es 12 de octubre de 2018. Han pasado 528 años desde que Rodrigo de Triana avistase tierra y Colón, que tenía fama de ser un perfecto cabrón, le escatimase la recompensa de 10000 maravedíes prometida al primer hombre que avistase tierra, alegando que él la había avistado antes (bien empezó la historia de los españoles en América, con una estafa a un pobre currante).   Aquella empresa no tenía nada de romántico. Eran sólo negocios. Hombres que no tenían nada que perder se lanzaban a la aventura en busca de riqueza, huyendo de la miseria, de una vida sin perspectivas claras o de la justicia. Los europeos empezaron a esquilmar América antes de ceder el testigo a EE UU a principios del siglo XX. Las poblaciones indígenas, diezmadas. Quedan reducidas a ciudadanos de segunda… o sucesivas.

 Lo miremos como lo miremos, sigue sin haber nada que celebrar.


AMAR MÁLAGA, SIN PERECER EN EL INTENTO

 Una señora me interpeló una vez preguntándome si no me gustaba mi tierra, cuando le dije que no estaba de acuerdo en su afirmación de que en Málaga se vive mejor que en ningún otro sitio. No solo me gusta, sino que le tengo bastante cariño, un cariño que crece a medida que voy cumpliendo años y veo la realidad con más perspectiva. Estoy convencido de que en otros lugares se tiene que vivir bastante mejor, pero eso no quiere decir que no me guste mi tierra. Málaga me gusta, a pesar de que la feria me causa cierta repugnancia, la Semana Santa una sensación rara a medio camino entre la indiferencia y la incomodidad, las malagueñas (el baile) me aburren sobremanera y los espetos de sardinas me resultan engorrosos, sobre todo por lo difícil que resulta quitarse el olor de las manos.

 “¿Qué clase de malagueño eres?” pensará alguien. Un malagueño raro, pero malagueño al fin y al cabo. Orgulloso de vivir en una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo, plena de riquísima historia.

 Creo que el amor que se tiene por una ciudad es algo parecido a la atracción que se siente por una persona.  Muchas veces no sabes qué es lo que te gusta de él o ella, pero te gusta. En ocasiones incluso te causa inconvenientes… o te hace sufrir, como decía la copla de Quintero, León y Quiroga:

Eres mi vida y mi muerte,
te lo juro, compañero.
No debía de quererte, no debía de quererte
y sin embargo te quiero.

 Con Málaga me sucede un tanto así, de cuando en cuando.

 Pocas veces he disfrutado más que cuando hacía novillos (piardas, se decía en mi época) en el colegio (doce años en los Hermanos Maristas, más malagueño imposible). Otros, en mi tesitura, se iban a los billares. Yo iba al castillo de Gibralfaro, antes de su horrorosa restauración, cuando no  costaba un duro entrar, y me pasaba allí las horas muertas recorriendo sus murallas y contemplando la vista, perdiendo la mirada en el mar. Es imposible ver Málaga desde tales alturas, recostada a orillas de la bahía y no quedarse prendado. También recuerdo las mañanas pasadas en el Museo de Bellas Artes cuando estaba en el palacio de los Condes de Buenavista, contemplando las obras de Muñoz Degrain, Moreno Carbonero y otros grandes.  Insisto en que para mí, amar Málaga es como cuando te enamoras de alguien y no sabes por qué. No es por una particular belleza, una inusitada elocuencia ni nada por el estilo, pero no tienes ojos para otra persona. Málaga no tiene las mejores playas de Andalucía (esa arena gris y pegajosa es insufrible), su casco antiguo no es de los más notables de España, ni siquiera de Andalucía; su clima, tan alabado, se me antoja molesto las más veces por su persistente humedad y en cuanto a gastronomía, en otros lugares hacen tan bien (o mejor) de comer que aquí, aunque en honor a la verdad, creo que en ningún sitio se fríe tan bien el pescado como en Málaga, quizá en Torre del Mar. La polémica está servida.

 Pero no es mi intención crear polémica, sino reivindicar una manera de ser malagueño y de amar a mi ciudad alejada de tópicos. No me estoy inventando nada, muchas personas me ponen cara rara cuando les expongo mi distanciamiento  de ciertas muestras culturales, religiosas y folclóricas arriba mencionadas y más aún cuando me quejo de aspectos que me molestan de la ciudad y me preguntan que dónde he nacido. “Pues aquí, del Jardín de la Abadía de toda la vida” y su cara rara se contorsiona aún más, como si yo fuera una cosa vil, como un chicle pegado en la suela de un zapato.
 Málaga es, como ya he dicho, una de las urbes habitadas más antigua del mundo, populosa cuando las principales ciudades de la actualidad eran villorrios que ni se representaban en los mapas. Su historia es una joya dentro de una cápsula del tiempo, pero también un pulso vibrante que ha latido con la pasión de cuantos aquí han vivido. Málaga fue colonia fenicia, municipio romano, capital de un reino de taifa, ciudad de los 250 sabios, principal puerto y uno de los últimos enclaves en caer del reino de Granada, tenaz ante las adversidades de los siglos XVI y XVII (abandono por parte de la monarquía hispánica, epidemias, catástrofes naturales…), una de las villas más rebeldes ante el poder central durante el siglo XIX, cuna de una magnífica escuela pictórica, irreductible ante el fascismo, mientras pudo…  Málaga es hermosa pese a todo lo que la afea, como esas personas que irradian energía pase lo que pase, que se crecen ante la oscuridad.

Yo amo Málaga, pese a su mal gobierno, pese a su rancia burguesía, pese a las atrocidades urbanísticas del desarrollismo, yo amo Málaga porque es luminosa a la par que oscura, porque es seductora, terrible y tremenda. La amo porque es mi ciudad. Y punto.  

domingo, 7 de octubre de 2018

DESMONTANDO A LOS MARQUESES DE LARIOS (II)


 Sabía que este artículo iba a desagradar a algunos. Mi propósito es bajar del pedestal a un icono y eso es algo que ciertas personas no son capaces de perdonar. Sin embargo me ha dolido particularmente que un señor me catalogue de “partidista y carente de objetividad” y que por ello el escrito carece de “toda validez histórica”. Me duele porque porque no puedo atribuirme tal mérito ya que no hago sino referirme a datos históricos: el origen riojano de los Larios, la fragilidad en cuanto a fuente de energía de la industria malagueña que provocó su retraso frente a zonas industriales más favorecidas en este sentido, la huelga de Industria Malagueña SA en octubre de 1868, el asalto a la casa de los Larios y la angustiosa huida por los tejados…  Ni siquiera el comentario acerca de las actividades ilegales en el Campo de Gibraltar es una presunción de mi cosecha, ya que lo afirmaba D. Antonio Parejo Barranco, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Málaga y autor entre otras obras de “Málaga y los Larios. Capitalismo industrial y atraso económico  (1875-1914)”. Recojo el dato de una cita en un artículo de la edición digital del diario SUR, fechado en 28 de noviembre de 2007.

 La calificación de “esperpento de reina” a Isabel II sí es de mi total responsabilidad. Mis disculpas a las monárquicas sensibilidades que haya podido ofender.

 Hecho este alegato en pro de mi honra, sigamos con la historia.


  Habíamos dejado a la familia Larios asediada en su palacio de la Alameda por una turba de obreros furiosos. Realmente furiosos debían estar para echarse a la calle en una época en que las protestas populares no se reprimían con porras, bolas de goma y gases lacrimógenos (que no es moco de pavo, aún siendo ingenios que rara vez resultan letales) sino a culatazos, sablazos y aún a tiros.  Los testimonios de la época hablan de grupos minoritarios, pero echemos un poco de sentido común al asunto. El caserón donde reside una de las principales familias de la alta burguesía local es atacado por gente de a pie y las autoridades (a las que nunca les ha temblado la mano a la hora de apalizar obreros) no ven otra salida para garantizar la seguridad de los Larios que embarcarlos a toda prisa rumbo a Gibraltar bajo la protección del gobernador militar. No lo digo yo, lo dice Julián Sesmero Ruiz, ilustre periodista y académico de San Telmo, citado por diario SUR el 15 de octubre de 2017.
 Aquello tuvo que ser un auténtico dos de mayo. No sabemos la razón, pero el caso es que los Larios nunca regresaron a Málaga, salvo un furtivo paso de Manuel Domingo, el segundo marqués, para visitar las propiedades de la familia en la Axarquía y el regreso póstumo de Martín, para ser sepultado en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, que él mismo había fundado. ¿A qué hemos de atribuir tan severo auto exilio? ¿A estrés postraumático? ¿Al rencor? ¿A la amarga decepción de verse hostigados por la urbe de la que eran primerísimos ciudadanos?

 Yo creo (y se trata de una opinión estrictamente personal) que temían por su seguridad y que hacían bien en temer.

 Los Larios fijaron su residencia en París. Sin embargo su huella más duradera en Málaga estaba por llegar, aún con ellos en el extranjero.

  El arquitecto José Moreno Monroy había diseñado en 1859 el proyecto de una calle que uniese la plaza de la Constitución con la Cortina del Muelle, pero no se contó con el respaldo económico necesario. El asunto, importante dentro de las reformas urbanísticas del centro histórico que fueran dirigidas por personajes de la talla de Eduardo Strachan y Jerónimo cuervo, quedó empantanado hasta que el día 1 de mayo de 1880 el Ayuntamiento publicó las bases de constitución de una sociedad anónima que tendría como finalidad llevar a cabo el proyecto. El capital queda fijado en un millón de pesetas, fabulosa cantidad en aquella época (un oficinista ganaba, en 1900, una media de 20 pesetas al mes), ampliables en caso de necesidad. Las sociedades Hijos de Manuel Heredia e Hijos de Manuel Larios son de las más destacadas que concurren para interesarse. Sin embargo, surgió el previsible escollo de las expropiaciones precisas para “hacer espacio” y acometer el proyecto: ciento siete inmuebles en total. El asunto cayó en un punto muerto hasta que en agosto de 1886 se “descubrió” que de manera discreta los Larios habían comprado setenta y seis de las mencionadas fincas. Los apoderados de la familia entraron en contacto con el consistorio y se ofrecieron a “colaborar”. En la práctica asumen la mayor (muy mayor) parte del coste del proyecto, marginando a la autoridad municipal y al resto de inversores, que tuvieron una participación mínima. Las obras duraron de 1887 a 1891 y al final de las mismas los Larios tuvieron para sí una calle llena de locales y lujosos apartamentos para alquilar a precios que sólo los comerciantes más solventes y las familias más acaudaladas podrían pagar. Farolas de la mayor calidad, pavimento de madera (¡!) realmente bonito para cuya conservación se “pide” al ayuntamiento que prohíba el tráfico rodado en la zona… La riada de 1907 pondría las cosas en su lugar, arruinando el bonito, caro y delicado pavimento. A quien se le ocurre…

 A los Larios, naturalmente, “su” calle (literalmente) tenía que ser de, por y para la flor y nata de la “buena” sociedad. La inauguración fue por todo lo alto, pero toda la fanfarria no pudo encubrir la notoria ausencia de cualquier miembro de la egregia familia. Reparto de limosna y pan a los pobres para celebrar como Dios manda la feliz ocasión, bendición del obispo…

 El hecho es que los Larios se habían comprado una calle y le había costado un riñón, pero más grandes iban a ser los beneficios proporcionados por los alquileres. Con buen olfato empresarial, debían entrever que la industria malagueña, a la larga iba a perder la batalla contra zonas como Cataluña o Euskadi. La promoción y especulación inmobiliaria se adivinaba como una nueva y prometedora fuente de ingresos. No se les puede negar la visión de futuro.

 Aún queda el episodio de la estatua de Manuel Domingo, el segundo marqués. Yo creo que hubiera tenido más sentido representar a Martín, el auténtico emprendedor hecho a sí mismo que había levantado media industria malagueña, pero había que hacerle la pelota al marqués que había puesto la pasta para abrir la calle y desviado el proyecto original para que fuera a desembocar justo ante la fachada del caserón familiar, ultrajado por las turbas proletarias. Toda una declaración de principios. Tuvieron que salir por patas, pero al final se llevaron el gato al agua. En el agua, precisamente, acabó la estatua en 1931, al proclamarse la Segunda República. “Grupos incontrolados” derribaron la estatua, la decapitaron, la arrastraron por las calles y la tiraron a la dársena del puerto…. y allí se quedó hasta el 39. Para ser un simple acto vandálico, requiere bastante trabajo, no es como romper escaparates o quemar cubos de basura. ¿Cuánto pesará esa estatua? Otra muestra del cariño popular a la familia Larios.

 Las industrias de los Larios han sido vendidas o se han cerrado, pero a día de hoy media calle Larios sigue perteneciendo a descendientes de Martín (la otra mitad la vendieron al empresario José Quesada, allá por los 70, para obtener liquidez) que siguen recibiendo jugosas rentas de las empresas que pueden pagar los astronómicos alquileres, una vez finalizados los contratos de renta antigua.

 Y la vida sigue…  Fueron empresarios en la revolución industrial, hoy son especuladores inmobiliarios. Tienen su lugar en la historia, ganado a pulso, cambiaron la fisionomía de Málaga, pero de ahí a mitificarlos… debería mediar un abismo. Miren, yo personalmente me siento más cerca de los obreros y obreras que se dejaron la salud en sus fábricas, pues al igual que ellos mi única fuente de ingresos es mi fuerza de trabajo. Los Larios no eran benefactores, eran capitalistas, su objetivo era ganar dinero, no servir a la ciudad. La ciudad se benefició de ellos, en cierta medida, pero ellos se beneficiaron más… muchísimo más. Málaga les dio su fuerza de trabajo y ellos se hicieron tan ricos que pudieron comprarse medio centro sin correr demasiado riesgo. Estoy firmemente convencido de que el grueso de la población (los que no tienen voz) no los tenía en mucha estima, por mucho que el aparato mediático de la época los idolatrara. No se hace favor alguno a nadie mitificando a aquellos cuyo mérito consiste en enriquecerse, al tiempo que olvidamos a los que dieron su sudor para que se enriquecieran, obteniendo a cambio lo imprescindible, supongo, para sobrevivir.

 Ahora sí pueden acusarme de partidista.

HITLER, EL INCOMPETENTE