viernes, 30 de noviembre de 2018

ADN MALAGUEÑO


 Cuando publiqué el artículo “Renegar de la herencia andalusí” hubo una serie de personas que, por sus comentarios, parecieron cuando menos molestas ante mi afirmación de que quien más quien menos, tendría en este país algún antepasado que habría rezado cinco veces al día postrándose en dirección a la Meca. Hubo un señor que esgrimía el argumento de que los malagueños de hoy tenemos ancestros asturianos y castellanos, para conjurar la posibilidad de que algún tatatatatatatatatatarabuelo, con cerca de ocho siglos de historia de Al Ándalus a las espaldas de esta piel de toro, hubiese profesado la Fe de Islámica. Perplejo me quedé, pero como citaban un estudio con pinta de serio quise prestarle algo de atención… y hoy expongo mis conclusiones.

 El estudio, sobre los patrones genéticos de diferentes poblaciones de la Península Ibérica, se ha llevado a cabo por las universidades de Oxford y Santiago de Compostela sobre una muestra de 1413 españoles (una muestra un tanto pequeña sobre una población de más de 40.000.000 de individuos) de todo el territorio, con una fecha de nacimiento cercana a 1940 “para evitar el sesgo de los movimientos de población debidos al desarrollo económico de los años 60”, según reza el artículo de la Opinión de Málaga que se refiere al estudio de marras.  Vaya… a que va a ser que las personas de veinte y pocos años no emigraron en los 60 para trabajar en Madrid, Barcelona, Valencia… Sin comentarios. No hemos de olvidar que el estudio se ha publicado en pre print, esto es, aún no ha sido revisado por otros expertos ajenos a la investigación para que puntualicen o cuestionen lo que crean conveniente.

 Sea como fuere, los resultados arrojan que los rasgos genéticos más o menos comunes se distribuyen en franjas de norte a sur (mapa) lo cual no tiene nada de particular y concuerda con un proceso de repoblación a lo largo de la Edad Media a medida que los andalusíes perdían terreno y castellanos, aragoneses, portugueses… ocupaban las tierras de nadie que iban quedando. En nuestra provincia confluyen dos áreas de influencia con predominio del elemento castellano y asturiano, sin embargo se detecta la presencia de ADN procedente del norte de África en Málaga y Granada (las últimas zonas de Al Ándalus) y otras partes de Andalucía. 

 Entonces, aquí en Málaga abunda el ADN asturiano y castellano, sí, pero también aparecen trazas significativas de ADN norteafricano y esto puede incomodar a los que se rasgan las vestiduras profiriendo que los españoles somos todos descendientes de godos, del mismo modo que Serrano Suñer se empeñaba en enfatizar el carácter germánico de los españoles (con despliegue de excavaciones arqueológicas y estudios “científicos”) ante la visita a España de Heinrrich Himmler, líder de las SS (la historia de este despropósito está descrita en paneles en la sección arqueológica del magnífico Museo de Málaga).

 Miren ustedes, si nos hiciésemos un estudio genético completo los resultados serían sorprendentes. Yo, con mi tez cetrina, cabellos negros y ojos oscuros tendría que ser muy necio para negar unas gotitas por lo menos de sangre bereber… pero por otra parte algún lejano ancestro mío podría ser sueco, o italiano, o ruso. Es una experiencia que ya han tenido muchas personas (no pocas de ellas obsesos de la pureza de la raza que se han llevado el chasco de su vida). Somos mestizos. Todos y todas. La afirmación “los malagueños descendemos de asturianos y castellanos” es una necedad. Si hiciéramos un estudio genético a todos los malagueños las influencias serían tan variadas e intrincadas como las estrellas que iluminan el cielo.

 Y querer convencerse de que entre mis ancestros no puede haber musulmanes es racismo combinado con una ignorancia supina (que es una de las componentes del racismo), pues el musulmán que en el siglo XII rezaba a Alá al sur del Duero era tan descendiente de hispanorromanos como el cristiano que iba a misa en Astorga. La fe no va impresa en el ADN.

 Y aquí en Málaga se expulsó y esclavizó a la mayoría de habitantes musulmanes, sí, pero en los campos y alquerías quedaron muchos que se cristianizaron y se diluyeron entre la población.

 Somos asturianos y castellanos, sí, pero también andalusíes.

 Eso es España, por mucho que pese a los de siempre.

domingo, 25 de noviembre de 2018

MÁLAGA REPUBLICANA Y FEDERAL: LA REVOLUCIÓN CANTONAL


 Como ya vimos en el artículo sobre La Gloriosa, Málaga (o una buena parte de su ciudadanía al menos)  durante el siglo XIX tuvo cierta tendencia a apuntarse a un bombardeo en lo que a iniciativas revolucionarias se refiere. Otro ejemplo de ello lo vemos en su entusiasta participación en la Revolución Cantonal de 1873. Siendo éste un fenómeno histórico que afectó a buena parte del territorio nacional, hagamos una breve puesta en escena.

 A grosso modo, la Revolución Cantonal fue un movimiento de oposición de republicanos a otros republicanos. El 11 de febrero de 1873, mientras Amadeo de Saboya (efímero rey metido con calzador) se volvía para Italia preguntándose probablemente quién le había mandado meterse en un avispero como España, se proclamaba la Primera República por  las Cortes. El panorama republicano español distaba mucho de ser homogéneo: el mosaico de partidos se agrupaba en torno al modelo de república unitaria, de carácter centralizado, y el modelo federal, basado en la distribución de poderes entre instancias regionales y locales (vamos, que cada ayuntamiento, provincia, región… fuese relativamente autónoma, aunque subordinada a la autoridad central para asuntos de carácter estatal). A su vez, los partidarios de la república federal se dividían en transigentes e intransigentes lo cual, si bien suena un poco a broma, daba cuenta de una división profunda: los transigentes se avenían a negociar y llegar a compromisos con otras fuerzas políticas para llegar al federalismo de manera gradual, mientras que los intransigentes les miraban con desconfianza, considerándolos hipócritas, vendidos y traidores.

 Este movimiento radicalizado tiene su contexto. Son los tiempos en los que las tesis del marxismo y el anarquismo se extienden por Europa como un reguero de pólvora. El movimiento obrero surge con fuerza y no olvidemos que por toda España ya existían clubs republicanos en los que las ideas se debatían con intensidad. En este caldo de cultivo surgen diversos grupos, muchos de ellos armados.

 La joven (y efímera) república surgió con vocación federal, pero con tiento, lo cual no fue del gusto de los republicanos intransigentes que extendidos por toda la España exigían la creación de un federalismo desde la base de la sociedad y por la fuerza si fuese necesario. El 12 de febrero ya quedó claro que un amplio sector de los grupos republicanos de Málaga no iban a aceptar el modelo de gobierno y empezaron los disturbios, la toma de posiciones por toda la ciudad y el levantamiento de barricadas. Las autoridades locales aceptaron de facto el gobierno constituido y ello no hizo sino incrementar la intensidad de los enfrentamientos, que se sucederían durante los cinco meses siguientes, alternándose con periodos de calma extraordinariamente tensa. Hubo víctimas mortales, incluido el propio alcalde.

 Un tal Eduardo Carvajal, lo suficientemente carismático y competente como para organizar una milicia, lideró la sublevación (con liberación de camaradas presos incluida) por la que el 22 de julio se proclamó el Cantón Federal Malagueño Independiente, con la adhesión del gobernador civil; procediéndose a la organización de un gobierno local, al igual que en otras muchas ciudades españolas, en forma de comités de salud pública y sostenidas por milicias populares, con despliegue de banderas enteramente rojas (el color del movimiento) en los edificios públicos.

 La política nacional era un hervidero. Para controlar la situación y detener la proliferación de cantones se echó mano del ejército (otra vez) y en este caso el hombre del momento fue Manuel Pavía (retrato), un perfecto ejemplo del “espadón” decimonónico, un miembro de esa casta de militares españoles empeñado en meterse en política, pero sin perder las maneras rudas y expeditivas de un soldado forjado a cañonazos. Ya había entrado en calor combatiendo a los carlistas en Navarra y cuando se le ordenó marchar al sur empezó por Cádiz, declarando controlada la provincia el día 8 de agosto, con tanta eficacia que pudo tomar Granada sólo cuatro días después sin encontrar resistencia.  

 Fue en aquel momento  cuando Pavía protagonizó una de las mayores machadas de la historia contemporánea de España. El gobierno le prohibió marchar sobre Málaga, quizá porque el recuerdo del baño de sangre de enero de 1869 (ver artículo sobre la Revolución Gloriosa) aún era reciente y sabiendo cómo la habían gastado los malagueños en aquella ocasión y también sabiendo lo echado para adelante que era Pavía, era de prever que las cosas se pusieran feas. El general mostró su más enérgica oposición e incluso dimitió, lo cual no se le aceptó, ante lo cual dimitió por segunda vez y tiró para Écija, a la sazón aún en rebeldía, aplastando la resistencia sin miramientos, de manera ejemplarizante y para que todos (el gobierno y los cantonalistas) pudiesen ver cómo las gastaba. Viendo el cariz que tomaba el asunto, el gobernador civil de Málaga, un tal Francisco Sorlier, diputado de Cortes, perteneciente a la facción intransigente, salió con las milicias a sus órdenes en dirección a Bobadilla, donde fueron interceptados y desarmados.  Esto podría interpretarse como un acto cobarde, pero más bien parece una jugada hábil para evitar un final sangriento a una situación aparentemente insoluble, pues privados de parte de sus fuerzas y viéndolo todo perdido,  los cantonalistas malagueños se rindieron y Pavía entró en la ciudad el 19 de septiembre. Sólo Cartagena continuaría resistiendo hasta el 12 de enero.

 El Sexenio Revolucionario daba sus últimos estertores. El general Pavía, fiel a su vocación de salvapatrias, daría un golpe de estado el 3 de enero siguiente, abriendo paso a la dictadura de Serrano, antesala de la restauración de los Borbones en la figura de Alfonso XII, que si bien no era mal muchacho, engendraría otro ladrón salido como su madre Isabel, el infausto Alfonso XIII y la historia seguiría.

 De todos estos avatares podemos sacar varias conclusiones: el pueblo sólo puede depender de sí mismo para su empoderamiento, la mayoría de los políticos son cobardes y volubles y los militares son peligrosos cuando sienten la llamada de salvar a la patria. Y una cosa más…

 Málaga tiene una tradición muy roja… Por la sangre de los que han luchado por la libertad, naturalmente.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Y TENÍA CORAZÓN...


  En el Museo del Palacio de la Aduana de Málaga, desde mi punto de vista un gran museo, hay un cuadro que desde mi juventud ha llegado a fascinarme. Obra del pintor de la Escuela Malagueña Enrique Simonet, nacido en Valencia, pero de padres malagueños y siempre vinculado a nuestra ciudad; Anatomía del corazón o La autopsia como se le ha llamado, es un cuadro no precisamente bonito. Seguramente lo hayan visto ya. Representa una escena realmente desagradable: un forense de edad avanzada, durante la autopsia al cadáver de una joven, contempla en su mano el corazón de la difunta, recién extirpado. Parece algo digno sólo de ser olvidado.

 Gustos aparte, la factura de la obra es realmente sublime. Fue uno de los ejercicios que el artista tuvo que realizar durante su estadía en Roma como pensionado para realizar estudios avanzados de bellas artes. Se le encargó que realizase una obra de tema relacionado con la ciencia… y parió esto.

 Se ha especulado con que la joven que yace en la mesa es una prostituta, ya que Simonet realizó una visita a la morgue romana, donde frecuentemente iban a parar cuerpos sin identificar rescatados del Tíber y no pocas mujeres prostituidas tenían tal destino. Por otra parte, los cabellos rojizos de la difunta constituyen un atributo que se ha identificado desde tiempos antiguos con la prostitución.  Sin embargo otras versiones aseguran que el modelo para la difunta fue una joven actriz que se había suicidado por desamor y el modelo para el forense un mendigo que Simonet se encontró por la calle.

 La obra, que data de 1890, fue expuesta en el Museo de Arte Moderno de Madrid hasta que en 1931 se cedió al Museo de Bellas Artes de Málaga. Fue en nuestra ciudad donde se le rebautizó con el título Y tenía corazón…, reinterpretando la escena recogiendo el mito de que la joven representada era una prostituta y partiendo de la creencia popular de que las mujeres de vida licenciosa (…) carecen de sentimientos, el viejo forense extrae el órgano y contemplándolo pensativo concluye que la pobre chica realmente tenía corazón, en contra de lo dicho por las gentes supuestamente decentes. De este modo, el primitivo tema científico derivó hacia derroteros moralizantes.

 Vi este cuadro por primera vez en una de aquellas ausencias de clase en las que en lugar de irme a los billares, como habría hecho cualquier adolescente normal, me iba a Gibralfaro o al Museo de Bellas Artes que por entonces estaba en el Palacio de los Condes de Buenavista. Me impresionó vivamente y podía pasarme las horas muertas fascinado por la luz que entra por la ventana y se refracta en los recipientes de cristal, por el reflejo del agua en el lebrillo, la suciedad que todo lo impregna, el patetismo y la fragilidad del cuerpo yacente; pero sobre todo por  ese corazón reproducido con minuciosidad de anatomista, sostenido por el anciano, un hombre de aspecto desaliñado con una triste expresión de hastío vital. Quizá se lamenta de que mientras él es viejo y ha visto demasiadas cosas, la joven apenas ha tenido tiempo de empezar a vivir cuando una muerte prematura se la ha llevado por delante. En ese momento, en el sinsentido de la muerte en la juventud, en medio de la sórdida y deprimente sala de autopsias, la joven recibe, quizás por primera vez y aunque ya de nada sirva, un poco de respeto.

 Este magnífico cuadro es una joya de nuestro patrimonio cultural y debemos sentir un inmenso orgullo por el hecho de que Málaga fuese epicentro de una escuela pictórica tan notable engrosada por artistas de la talla de Antonio Muñoz Degrain, José Moreno Carbonero, Emilio Ocón y Rivas o el propio Enrique Simonet, entre otros. Málaga, en efecto, es una ciudad de cultura.

viernes, 16 de noviembre de 2018

EL DÍA QUE LA JUSTICIA DEJÓ DE SER CIEGA


 Reproduzco hoy aquí el relato de uno de los últimos casos de D. Salvador Leiva Palomo, abogado en ejercicio, escrito por él mismo; naturalmente con su permiso, sintiéndome muy honrado por conocer a un letrado consciente de que la Justicia es algo más que la aplicación de las leyes:

 “Mi cliente, un hombre de más de cincuenta y de profesión el campo, había llegado a España hará unos 25 años; sin más capital que sus brazos y sus riñones, trabajando como un mulo, había logrado sacar adelante a su familia y hasta comprar y pagar una casita, humilde pero digna.
Había criado mi cliente dos hijas y dos hijos, ellas ya eran españolas y el mayor de los hijos tenía todos sus papeles en regla pero el menor, llamémosle Hassán, estaba irregular y al padre le preocupaban las consecuencias que esto podía tener en el futuro.
Mi cliente inició por su cuenta un expediente de reagrupación para legalizar la situación de su hijo pero la Administración Española, tras verificar que sus ingresos medios en los últimos seis meses no iban más allá de unos 1.100 euros, denegó su solicitud alegando que, con esa cantidad, no podía sacar adelante a su familia según las leyes españolas.
Mi cliente me visitó y me preguntó si se podía hacer algo. Yo no me dedico a la extranjería pero aquel hombre grande y fuerte que te desollaba la mano al estrechártela por los callos del trabajo me agradó y le dije que recurriríamos la resolución ante la jurisdicción contenciosa y fue por todo eso por lo que, hace unos cuantos días, me encontré celebrando una vista en uno de los juzgados de lo contencioso lugar donde empieza el recuerdo que quiero contarles.
Mi cliente y su hijo habían decidido acompañarme a la vista —algo nada frecuente— y tras esperar un rato en la puerta (los juicios se sucedían a velocidad vertiginosa cada cinco o seis minutos) nos tocó a nosotros.
Pasamos a la sala, mis clientes se sentaron muy formales en las sillas que les indicó la funcionaria, la vista comenzó y, al menos al principio, todo fue transcurriendo dentro de los cánones normales que regulan esa extraña partida de mus en que la práctica ha convertido algunos juicios…
—Que me ratifico en la demanda y solicito el recibimiento a prueba…
—Que no, que no y que no, que la Administración tiene toda la razón y que también solicito el recibimiento a prueba…
—Prueba: la documental ya aportada
—Prueba: el expediente administrativo.
Con apenas cuatro frases el juicio estaba ya casi hecho y, visto que ninguna de las partes había pedido mus, el juez me dio la palabra para informar:
—Tiene la palabra el señor letrado para informar…
Cuando uno es abogado sabe de la profunda decepción que supone para el cliente presenciar un acto como este, al que llaman juicio, y en el que, en cinco minutos y sin más que pronunciar unas pocas y crípticas palabras, unos desconocidos deciden su futuro y el de su familia, así que consideré preciso estirarme un poquito y hacer un informe que salvase a los ojos de mis clientes la honra del sistema judicial español.
—Con la venia de Su Señoría, para solicitar una sentencia justa…
Y ahí comencé a reflexionar sobre el futuro del hijo de mi cliente en el caso de que no se regularizase su situación en España; ¿qué haría con, llamémosle Hassán, la administración española? ¿Mandarle a Marruecos, un país donde ya no tenía familiares? ¿Quién cuidaría de él? ¿Se le separaría de sus hermanos españoles? y luego estaba esa opinión de la administración de que el padre, con sus 1.100 escasos, no podía sacar adelante una familia. Si así fuese media España habría muerto ya de hambre y eso de que mi cliente no puede… Res ipsa loquitur (creo que dije) y no solo él y su esposa han sacado adelante una familia sino que hasta pagada tienen una casa cuyas fotografías puede ver su señoría para comprobar lo bien arreglada y limpia que está…
A esas alturas yo me estaba gustando y decidí dar gusto también a mi cliente por si, llegado el caso, no podía darle una sentencia favorable, de forma que proseguí: este hombre y su esposa, trabajando como mulos, han sacado adelante todo lo que han tenido que sacar e incluso su hijo aquí presente, llamémosle Hassán, asiste a un colegio concertado donde por cierto saca magníficas notas y…
…Y en ese momento el juez, de forma muy poco ortodoxa, me interrumpió y se dirigió directamente al hijo de mi cliente:
—¿Es usted el muchacho de quien habla el abogado?
Llamémosle Hassán se puso en pie y respondió:
—Soy yo, señor.
Les juro que he visto a los jóvenes españoles responder de muchas formas y en todas las posturas posibles a las preguntas de un juez: desde el que, sin levantarse del banco ni sacar las manos de los bolsillos del chándal, responde al juez tuteándolo (¿Cómo dices? ¿Me lo preguntas a mí? ¿Me entiendes?) al que, sin dejar de mascar chicle, ensaya ponerse de pie con chulería poligonera. Decenas de canis faltando al colegio y montados en caros scooters pagados por sus padres pasaron por mi cabeza mientras, llamémosle Hassán, se ponía en pie para responder al juez con aquel «Soy yo, señor» que, sin duda, a ustedes les parecerá una tontería pero que a mí me dejó estupefacto por momentos.
—Dígame ¿qué estudia usted?
—Bachiller tecnológico, señor.
—Y ¿qué quiere usted estudiar en el futuro?
—Quiero ser ingeniero, señor.
Llamémosle Hassán no lo sabía, pero en este corto diálogo se estaba ganando sus galones de español de ley a cojón limpio. Yo no tenía la más mínima intención de interrumpir a aquellas dos personas que estaban allí, en el juzgado, hablando de sus asuntos, por lo que me limité a contemplar el espectáculo hasta que el juez, saciada su curiosidad y satisfecho de lo que había oído, cerró la conversación:
—Muchas gracias, no le garantizo nada, pero sepa que tendré muy en cuenta lo que me ha contado a la hora de dictar sentencia.
Llamémosle Hassán se sentó, el juez me miró como preguntándome si tenía yo algo que añadir,
—Creo que está todo dicho Señoría, nada más.
—Tiene la palabra el Abogado del Estado para informe…
No hay buena historia sin un buen malvado y en esta ese papel le corresponde al abogado del estado el cual, con escasísima convicción tras lo visto, insistió en la necesidad de cumplir la ley, los reglamentos y las órdenes ministeriales. Yo le observaba reflexionando sobre lo mal que casan la lírica y lo jurídico y entreteniéndome en comparar el magro cuerpo del abogado del estado y sus manos de piel fina con la anatomía de tractor del padre de llamémosle Hassán. Suerte diferente, vidas diferentes.
Cuando el Abogado del Estado concluyó el clásico «visto para sentencia» del juez cerró el acto.
A la salida, llamémosle Hassán, me preguntó con cierta ansiedad cómo había ido todo…
—No te lo puedo asegurar (le dije) pero me parece que hoy has ganado tú solo el juicio.
Allí me despedí de ellos y me fui para casa reflexionando sobre aquel marroquí que estaba convencido de que estudiar y trabajar era un argumento de peso para poder vivir en este país nuestro donde muchos, por la simple suerte de haber nacido en él, se llaman a sí mismos españoles y reclaman derechos que niegan a otros que, trabajando mucho más, tuvieron menos suerte a la hora de nacer. A mí me gustaría que los españoles fuesen como llamémosle Hassán y que ser español dependiese más de lo que haces que de donde naces, que desde la escuela los niños supiesen que la condición de español no se regala y que los galones hay que ganárselos.
Soy abogado y pronto otros asuntos me hicieron olvidar este; sin embargo, hoy, un correo electrónico con la sentencia del caso acaba de recordármelo…
Y ahora, he de hacer una llamada telefónica y dar una buena noticia.”


domingo, 11 de noviembre de 2018

RENEGAR DE LA HERENCIA ANDALUSÍ



  No hace muchos días que fui fulminantemente expulsado de dos grupos de Facebook: “Historia de España” y “El cofre de la historia de España”. Tengo dudas sobre las causas. No sé si fue por publicar en ellos el artículo “Sobre la (falsa) unidad de España”; que dada la abundancia de águilas de San Juan, cruces de San Andrés y otros emblemas de, por desgracia, inconfundible y adquirido  tufillo entre los avatares de los miembros, alguna incomodidad pude crear; o si se debió al censurable hecho de haber puesto en tela de juicio la salud mental de algunos miembros.

  Pero es que lo que me dijeron fue de juzgado de guardia.

  “La historia de la presencia musulmana en España no es historia de España. La historia de España es la de los reinos cristianos del norte que fueron poco a poco, recuperando el territorio conquistado por los moros”… o algo así.

  Enfrentarme a tan brutal afirmación, como malagueño, me resultó especialmente traumático, pues, dado que Málaga no cayó en poder de Isabel y Fernando hasta 1487… se supone  (desde este animalesco punto de vista) que sus setecientos cuarenta y cuatro años de existencia como ciudad musulmana, sencillamente, no existen. Setecientos cuarenta y cuatro años, casi treinta generaciones de malagueños que aquí nacieron, trabajaron, amaron, formaron familias, se desesperaron ante la adversidad, celebraron sus alegrías, envejecieron al calor del mediterráneo y finalmente murieron para dejar paso a los más jóvenes. Todo ese bagaje vital no existe para los que como concepto de “lo español” sólo pueden aceptar un cristiano matamoros enfundado en cota de malla o un soldado de los tercios de Flandes.

 Madre mía, que nos quieren reescribir la historia.

 Sólo hay que mirar Málaga a vista de pájaro para descubrir el trazado de la muralla medieval  siguiendo las calles Carretería y Álamos; sólo hay que perderse por el intrincado laberinto de callejuelas del centro, sólo hay que sentarse al pie de la Alcazaba y admirarse de la imponente silueta del castillo de Gibralfaro (gibal-al faruh, monte del faro) para descubrir la medina musulmana. Está ahí, gritándonos con lo de que ella se ve y desde lo mucho que hay enterrado bajo nuestros pies.

 Madre de Dios, “la historia de la presencia musulmana en España no es historia de España”. “Presencia”, ¿serás cafre? ¿Presencia son millones de seres humanos que en siete siglos aquí vivieron y murieron? Vidas enteras, familias enteras con antepasados. Cada generación que retrocedemos doblamos el número de nuestros ancestros, (vamos que todos tenemos un padre y una madre, dos abuelos y dos abuelas, cuatro bisabuelos y cuatro bisabuelas, ocho tatarabuelos y ocho tatarabuelas…) De este modo, si nos remontamos por ejemplo hasta el año mil después de Cristo, nuestra cifra de ancestros llega a ser millonaria. Eso quiere decir que usted y yo podemos estar emparentados entre nosotros (remotamente, por supuesto), con un señor  que vive en Teruel y con una señora que vive en las Palmas de Gran Canaria y que probablemente los cuatro tenemos varias docenas de ancestros, comunes o no, que en el año mil oraban cinco veces al día inclinándose en dirección a la Meca. Un esquimal probablemente no tendrá antepasados musulmanes. Usted y yo seguramente sí.

 El laberinto de callejuelas en la medina de la que fuera la ciudad de los doscientos cincuenta sabios está impregnado por los ecos de las vidas de Ibn-Al Baytar, el famoso botánico, conocido en todo el orbe musulmán; Ibn al-shaykh al-Balawi, el ilustre enciclopedista que marchase a Alejandría y describiese su famoso faro cuando éste aún existía; Ibn-Askar, el historiador; Muhammad Al-Saheli, fundador de la primera madrasa de la ciudad…  Solomon Ibn Gabirol, el filósofo y poeta hebreo que llamase a su Málaga natal La Ciudad del Paraíso, juega de niño bajo los árboles, antes de marchar con su padre a Zaragoza, mientras en el puerto se dan cita mercaderes de visitan costas a lo largo y ancho del mediterráneo. Los almuédanos llaman a la oración desde los alminares de las mezquitas y las gentes se afanan en el zoco, en sus talleres o en sus casas…  Málaga era una ciudad musulmana, lo fue durante setecientos años, no es un interludio entre dos épocas cristianas, es casi un tercio de su historia conocida. Es historia de España, por mucho que les pese a las acémilas descerebradas que se tienen por patriotas.  Nuestra tierra era Al-Andalus y la memoria de aquella época gloriosa en que nuestro territorio estaba ocupado por el reino más civilizado de Europa nos pertenece.

 Nos pertenece a todos y a todas.

sábado, 3 de noviembre de 2018

"LA GLORIOSA" EN MÁLAGA (y III)


 Caballero de Rodas, como aparece mencionado a menudo, supongo que para abreviar, era miembro de la Unión Liberal, los adalides del liberalismo moderado con tufillo monárquico, moderado se entiende a la hora de las reformas sociales, que a la hora de repartir leña se pintaba solo. El buen señor se había apuntado a todos los jaleos dignos de mención desde la Primera Guerra Carlista y los sucesos de Málaga no serían la última hazaña de su hoja de servicios. Era concienzudo y muy celoso a la hora de cumplir las órdenes, como veremos.

 Tenemos pues, en Málaga, el cuadro de las milicias populares en pie de guerra, exigiendo trabajo para la masa de obreros desocupados a los que acechaba la más negra de las miserias. Dichas milicias, como hemos visto, habían sido constituidas por la Junta Revolucionaria, pero su existencia no era vista con buenos ojos por el gobierno provisional recientemente constituido, cuyo objetivo (no lo olvidemos) había sido poner fin al reinado de Isabel II, pero no poner patas arriba las estructuras del Estado y mucho menos llevar a cabo una revolución social. Que determinados sectores de la población pretendiesen esto último no estaba en el guión y desde luego no iba a ser tolerado. Las milicias populares debían ser disueltas y éstas no estaban por la labor.

 En vísperas del fin del año 1868 se reunieron el alcalde provisional, Pedro Gómez Gómez, concejales y otros representantes, amén de los comandantes de las milicias en una especie de gabinete de crisis ante lo que se les venía encima. Nombraron una comisión para tratar de negociar con Caballero de Rodas un acuerdo de reorganización de las milicias, una especie de solución de compromiso para que los milicianos depusieran las armas sin verse ninguneados, pero el general se negó a todo acuerdo, en línea con los postulados de la Unión Liberal, cuyo concepto de orden social excluía la organización política de las clases populares.

 Visto lo visto, se produce la división, cuatro de las ocho milicias, comandadas por pequeños propietarios rurales o pequeños empresarios, declinan enfrentarse a las fuerzas del gobierno  y se hacen fuertes (por si acaso) en el Ayuntamiento y en la Catedral mientras proclaman su adhesión al gobierno. Las cuatro milicias restantes, que no llegarían a los 3000 efectivos mal armados y peor entrenados, quedaron al mando de Romualdo Lafuente, un curioso personaje: actor, empresario teatral, escritor, conspirador en numerosas conjuras… En las fechas que narramos acababa de regresar de Italia, donde había liderado una fuerza de españoles que luchara junto a Giuseppe Garibaldi. De marcadas tendencias republicanas, había desplegado una intensa actividad política en los clubs republicanos de la capital y en las localidades de los alrededores, como Álora, donde al parecer logró convocar a más de 5000 campesinos a un mitin. Como vemos, un tipo al que le gustaba jugar fuerte.

 Las milicias levantaron barricadas en los barrios del Perchel, la Trinidad y Capuchinos, en la plaza de la Constitución, en Puerta del Mar… Hacia ellos marchaban unos 8000 hombres, con ocho piezas de artillería (a las que hemos de sumar las baterías de Gibralfaro, donde había una guarnición leal al gobierno). La fragata Zaragoza (irónicamente la misma en la que llegase Prim triunfante apenas cuatro meses antes) y varios buques de apoyo apuntaban sus cañones desde el mar.  Romualdo Lafuente, previendo la magnitud del desastre que se avecinaba, trató de disuadir a los defensores de las barricadas, pero no le hicieron mucho caso. ¿Qué extraño furor les embargaba para afrontar con tanta decisión una lucha tan desigual?

 El uno de enero de 1869, a las ocho y media de la mañana, las tropas gubernamentales se lanzaron sobre Málaga, avanzando imparables por la ciudad y aplastando sin miramientos toda resistencia, que sin embargo fue enconada. Por la tarde el mismo Caballero de Rodas comandó personalmente un ataque sobre las defensas de la Trinidad, donde la resistencia fue más dura. Las crónicas de esta jornada coinciden en la brutalidad desmedida de la acción militar. Narciso Díaz de Escobar, cronista destacado de la ciudad, que era un niño de ocho años cuando ocurrieron los hechos, los recuerda afirmando que las calles ofrecían una “horrible perspectiva” y cifra las víctimas mortales en unas ciento cincuenta. Pocas me parecen. Romualdo Lafuente escribía esto pocos días después, exiliado en Orán:

 Al paso que el ejército iba ganando las casas, iba sembrando en ellas la desolación y la muerte. Ancianos, mujeres y niños fueron asesinados sin piedad y los que se libraban de la muerte eran obligados a marchar delante de los combatientes, con los pechos desnudos hacia las barricadas”.

 En la mañana del día dos se extinguió la última resistencia en la plaza de la Constitución y así acabó el sueño revolucionario de la Septembrina, pues por lo que respectaba a aquellos politicastros liberales a los que Torrijos y sus camaradas hubiesen escupido a la cara, no tuvo nada de revolución, sólo fue un pronunciamiento más de los muchos que jalonaron el siglo XIX en España. Escribía Elías Reclus que ni el ejército ni el gobierno provisional (Prim, Serrano, Topete…) “jamás tuvieron la intención de dejar franco el paso al pueblo soberano” y en absoluto “que la República pudiera salir de su pronunciamiento de Septiembre”.

 Sin embargo en estos años somos testigos del nacimiento del movimiento obrero en este país. Los trabajadores de la Industria Malagueña merecen nuestra gratitud por empezar a plantar cara a los empresarios que ven la fuerza de trabajo de las personas como una mercancía más (aunque nunca podré justificar el asalto a la casa de los Larios, una cosa es la lucha obrera y otra el vandalismo y las amenazas). Somos testigos de cómo los que no tienen nada más que sus manos para trabajar levantan la cabeza y exigen dignidad y respeto. Somos testigos de cómo en los clubs republicanos se gesta una nueva visión de gobierno alejada del respeto pacato a formas de otros tiempos, que nada ya tienen que aportar al Estado moderno. Somos testigos de cómo la clase política se sirve de las masas para sus propios fines y luego la abandona a su suerte o aún la acribilla a tiros si así le place. Somos testigos de cómo el ejército (que casi en su totalidad se compone por miembros de las clases populares) se convierte en un escuadrón de la muerte para diezmar al pueblo que dice defender.

 Todo esto no es populismo, amigos míos.

 Es historia. Nuestra historia.

HITLER, EL INCOMPETENTE