Como ya vimos en el artículo sobre La
Gloriosa, Málaga (o una buena parte de su ciudadanía al menos) durante el siglo XIX tuvo cierta tendencia a apuntarse a un bombardeo en lo que a
iniciativas revolucionarias se refiere. Otro ejemplo de ello lo vemos en su
entusiasta participación en la Revolución Cantonal de 1873. Siendo éste un
fenómeno histórico que afectó a buena parte del territorio nacional, hagamos
una breve puesta en escena.
A grosso
modo, la Revolución Cantonal fue un movimiento de oposición de republicanos
a otros republicanos. El 11 de febrero de 1873, mientras Amadeo de Saboya
(efímero rey metido con calzador) se volvía para Italia preguntándose
probablemente quién le había mandado meterse en un avispero como España, se proclamaba
la Primera República por las Cortes. El
panorama republicano español distaba mucho de ser homogéneo: el mosaico de
partidos se agrupaba en torno al modelo de república unitaria, de carácter
centralizado, y el modelo federal, basado en la distribución de poderes entre
instancias regionales y locales (vamos, que cada ayuntamiento, provincia,
región… fuese relativamente autónoma, aunque subordinada a la autoridad central
para asuntos de carácter estatal). A su vez, los partidarios de la república
federal se dividían en transigentes e
intransigentes lo cual, si bien suena
un poco a broma, daba cuenta de una división profunda: los transigentes se
avenían a negociar y llegar a compromisos con otras fuerzas políticas para
llegar al federalismo de manera gradual, mientras que los intransigentes les
miraban con desconfianza, considerándolos hipócritas, vendidos y traidores.
Este movimiento radicalizado tiene su
contexto. Son los tiempos en los que las tesis del marxismo y el anarquismo se
extienden por Europa como un reguero de pólvora. El movimiento obrero surge con
fuerza y no olvidemos que por toda España ya existían clubs republicanos en los
que las ideas se debatían con intensidad. En este caldo de cultivo surgen
diversos grupos, muchos de ellos armados.
La joven (y efímera) república surgió con
vocación federal, pero con tiento, lo cual no fue del gusto de los republicanos
intransigentes que extendidos por toda la España exigían la creación de un
federalismo desde la base de la sociedad y por la fuerza si fuese necesario. El
12 de febrero ya quedó claro que un amplio sector de los grupos republicanos de
Málaga no iban a aceptar el modelo de gobierno y empezaron los disturbios, la toma
de posiciones por toda la ciudad y el levantamiento de barricadas. Las autoridades
locales aceptaron de facto el gobierno
constituido y ello no hizo sino incrementar la intensidad de los enfrentamientos,
que se sucederían durante los cinco meses siguientes, alternándose con periodos
de calma extraordinariamente tensa. Hubo víctimas mortales, incluido el propio
alcalde.
Un tal Eduardo Carvajal, lo suficientemente
carismático y competente como para organizar una milicia, lideró la sublevación
(con liberación de camaradas presos incluida) por la que el 22 de julio se
proclamó el Cantón Federal Malagueño Independiente, con la adhesión del gobernador
civil; procediéndose a la organización de un gobierno local, al igual que en
otras muchas ciudades españolas, en forma de comités de salud pública y
sostenidas por milicias populares, con despliegue de banderas enteramente rojas
(el color del movimiento) en los edificios públicos.
La política nacional era un hervidero. Para
controlar la situación y detener la proliferación de cantones se echó mano del
ejército (otra vez) y en este caso el hombre del momento fue Manuel Pavía
(retrato), un perfecto ejemplo del “espadón” decimonónico, un miembro de esa
casta de militares españoles empeñado en meterse en política, pero sin perder
las maneras rudas y expeditivas de un soldado forjado a cañonazos. Ya había
entrado en calor combatiendo a los carlistas en Navarra y cuando se le ordenó
marchar al sur empezó por Cádiz, declarando controlada la provincia el día 8 de
agosto, con tanta eficacia que pudo tomar Granada sólo cuatro días después sin
encontrar resistencia.
Fue en aquel momento cuando Pavía protagonizó una de las mayores
machadas de la historia contemporánea de España. El gobierno le prohibió
marchar sobre Málaga, quizá porque el recuerdo del baño de sangre de enero de
1869 (ver artículo sobre la Revolución Gloriosa) aún era reciente y sabiendo
cómo la habían gastado los malagueños en aquella ocasión y también sabiendo lo
echado para adelante que era Pavía, era de prever que las cosas se pusieran
feas. El general mostró su más enérgica oposición e incluso dimitió, lo cual no
se le aceptó, ante lo cual dimitió por segunda vez y tiró para Écija, a la
sazón aún en rebeldía, aplastando la resistencia sin miramientos, de manera ejemplarizante y para que todos (el
gobierno y los cantonalistas) pudiesen ver cómo las gastaba. Viendo el cariz
que tomaba el asunto, el gobernador civil de Málaga, un tal Francisco Sorlier, diputado
de Cortes, perteneciente a la facción intransigente, salió con las milicias a
sus órdenes en dirección a Bobadilla, donde fueron interceptados y desarmados. Esto podría interpretarse como un acto
cobarde, pero más bien parece una jugada hábil para evitar un final sangriento
a una situación aparentemente insoluble, pues privados de parte de sus fuerzas
y viéndolo todo perdido, los cantonalistas
malagueños se rindieron y Pavía entró en la ciudad el 19 de septiembre. Sólo Cartagena
continuaría resistiendo hasta el 12 de enero.
El Sexenio Revolucionario daba sus últimos
estertores. El general Pavía, fiel a su vocación de salvapatrias, daría un
golpe de estado el 3 de enero siguiente, abriendo paso a la dictadura de Serrano,
antesala de la restauración de los Borbones en la figura de Alfonso XII, que si
bien no era mal muchacho, engendraría otro ladrón salido como su madre Isabel,
el infausto Alfonso XIII y la historia seguiría.
De todos estos avatares podemos sacar varias
conclusiones: el pueblo sólo puede depender de sí mismo para su empoderamiento,
la mayoría de los políticos son cobardes y volubles y los militares son
peligrosos cuando sienten la llamada de salvar a la patria. Y una cosa más…
Málaga tiene una tradición muy roja… Por la
sangre de los que han luchado por la libertad, naturalmente.
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