domingo, 25 de noviembre de 2018

MÁLAGA REPUBLICANA Y FEDERAL: LA REVOLUCIÓN CANTONAL


 Como ya vimos en el artículo sobre La Gloriosa, Málaga (o una buena parte de su ciudadanía al menos)  durante el siglo XIX tuvo cierta tendencia a apuntarse a un bombardeo en lo que a iniciativas revolucionarias se refiere. Otro ejemplo de ello lo vemos en su entusiasta participación en la Revolución Cantonal de 1873. Siendo éste un fenómeno histórico que afectó a buena parte del territorio nacional, hagamos una breve puesta en escena.

 A grosso modo, la Revolución Cantonal fue un movimiento de oposición de republicanos a otros republicanos. El 11 de febrero de 1873, mientras Amadeo de Saboya (efímero rey metido con calzador) se volvía para Italia preguntándose probablemente quién le había mandado meterse en un avispero como España, se proclamaba la Primera República por  las Cortes. El panorama republicano español distaba mucho de ser homogéneo: el mosaico de partidos se agrupaba en torno al modelo de república unitaria, de carácter centralizado, y el modelo federal, basado en la distribución de poderes entre instancias regionales y locales (vamos, que cada ayuntamiento, provincia, región… fuese relativamente autónoma, aunque subordinada a la autoridad central para asuntos de carácter estatal). A su vez, los partidarios de la república federal se dividían en transigentes e intransigentes lo cual, si bien suena un poco a broma, daba cuenta de una división profunda: los transigentes se avenían a negociar y llegar a compromisos con otras fuerzas políticas para llegar al federalismo de manera gradual, mientras que los intransigentes les miraban con desconfianza, considerándolos hipócritas, vendidos y traidores.

 Este movimiento radicalizado tiene su contexto. Son los tiempos en los que las tesis del marxismo y el anarquismo se extienden por Europa como un reguero de pólvora. El movimiento obrero surge con fuerza y no olvidemos que por toda España ya existían clubs republicanos en los que las ideas se debatían con intensidad. En este caldo de cultivo surgen diversos grupos, muchos de ellos armados.

 La joven (y efímera) república surgió con vocación federal, pero con tiento, lo cual no fue del gusto de los republicanos intransigentes que extendidos por toda la España exigían la creación de un federalismo desde la base de la sociedad y por la fuerza si fuese necesario. El 12 de febrero ya quedó claro que un amplio sector de los grupos republicanos de Málaga no iban a aceptar el modelo de gobierno y empezaron los disturbios, la toma de posiciones por toda la ciudad y el levantamiento de barricadas. Las autoridades locales aceptaron de facto el gobierno constituido y ello no hizo sino incrementar la intensidad de los enfrentamientos, que se sucederían durante los cinco meses siguientes, alternándose con periodos de calma extraordinariamente tensa. Hubo víctimas mortales, incluido el propio alcalde.

 Un tal Eduardo Carvajal, lo suficientemente carismático y competente como para organizar una milicia, lideró la sublevación (con liberación de camaradas presos incluida) por la que el 22 de julio se proclamó el Cantón Federal Malagueño Independiente, con la adhesión del gobernador civil; procediéndose a la organización de un gobierno local, al igual que en otras muchas ciudades españolas, en forma de comités de salud pública y sostenidas por milicias populares, con despliegue de banderas enteramente rojas (el color del movimiento) en los edificios públicos.

 La política nacional era un hervidero. Para controlar la situación y detener la proliferación de cantones se echó mano del ejército (otra vez) y en este caso el hombre del momento fue Manuel Pavía (retrato), un perfecto ejemplo del “espadón” decimonónico, un miembro de esa casta de militares españoles empeñado en meterse en política, pero sin perder las maneras rudas y expeditivas de un soldado forjado a cañonazos. Ya había entrado en calor combatiendo a los carlistas en Navarra y cuando se le ordenó marchar al sur empezó por Cádiz, declarando controlada la provincia el día 8 de agosto, con tanta eficacia que pudo tomar Granada sólo cuatro días después sin encontrar resistencia.  

 Fue en aquel momento  cuando Pavía protagonizó una de las mayores machadas de la historia contemporánea de España. El gobierno le prohibió marchar sobre Málaga, quizá porque el recuerdo del baño de sangre de enero de 1869 (ver artículo sobre la Revolución Gloriosa) aún era reciente y sabiendo cómo la habían gastado los malagueños en aquella ocasión y también sabiendo lo echado para adelante que era Pavía, era de prever que las cosas se pusieran feas. El general mostró su más enérgica oposición e incluso dimitió, lo cual no se le aceptó, ante lo cual dimitió por segunda vez y tiró para Écija, a la sazón aún en rebeldía, aplastando la resistencia sin miramientos, de manera ejemplarizante y para que todos (el gobierno y los cantonalistas) pudiesen ver cómo las gastaba. Viendo el cariz que tomaba el asunto, el gobernador civil de Málaga, un tal Francisco Sorlier, diputado de Cortes, perteneciente a la facción intransigente, salió con las milicias a sus órdenes en dirección a Bobadilla, donde fueron interceptados y desarmados.  Esto podría interpretarse como un acto cobarde, pero más bien parece una jugada hábil para evitar un final sangriento a una situación aparentemente insoluble, pues privados de parte de sus fuerzas y viéndolo todo perdido,  los cantonalistas malagueños se rindieron y Pavía entró en la ciudad el 19 de septiembre. Sólo Cartagena continuaría resistiendo hasta el 12 de enero.

 El Sexenio Revolucionario daba sus últimos estertores. El general Pavía, fiel a su vocación de salvapatrias, daría un golpe de estado el 3 de enero siguiente, abriendo paso a la dictadura de Serrano, antesala de la restauración de los Borbones en la figura de Alfonso XII, que si bien no era mal muchacho, engendraría otro ladrón salido como su madre Isabel, el infausto Alfonso XIII y la historia seguiría.

 De todos estos avatares podemos sacar varias conclusiones: el pueblo sólo puede depender de sí mismo para su empoderamiento, la mayoría de los políticos son cobardes y volubles y los militares son peligrosos cuando sienten la llamada de salvar a la patria. Y una cosa más…

 Málaga tiene una tradición muy roja… Por la sangre de los que han luchado por la libertad, naturalmente.

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