lunes, 19 de agosto de 2019

HUGO BOSS, EL SASTRE NAZI


 En 1931 Hugo Ferdinand Boss era un cuarentón con todo el aspecto del teutón aficionado a las salchichas, la cerveza y los valses de Straüss, pero tenía problemas: su empresa de confección se iba al traste. La debacle económica que vivía Alemania le pasaba factura y los acreedores llamaban a su puerta. Había fundado la satrería Hugo Boss en Matzingen, un coqueto pueblecito a escasos kilómetros de Stuttgart, apenas acabada la I GM, especializándose en la manufactura de camisas, ropa interior y posteriormente ropa de trabajo y no es que fuera malo en lo que hacía, pero la coyuntura  no era la mejor ni mucho menos.  En las fechas de las que hablamos tuvieron lugar dos hechos muy trascendentales para el futuro del negocio de Hugo: uno, llegó a un acuerdo con sus acreedores, por el cual le dejaron con una pequeña parte de su material para continuar capeando y liquidó el resto del negocio para pagar sus deudas; dos, se afilió al NSDAP de Adolf Hitler.

 No, no nos engañemos, no se afilió por conveniencia.  Comulgaba entusiastamente con el ideario del partido y se convirtió en un nazi convencido. Pero, evidentemente, pertenecer a la fuerza que arrasaba en el país como un incendio incontrolado iba a tener sus ventajas. A partir de 1934 empezó a confeccionar uniformes para  las fuerzas paramilitares del partido, las SA y las SS, aparte de para las Juventudes Hitlerianas. Teniendo éstas más de tres millones de afiliados en toda Alemania… El negocio de Boss se hizo muy próspero. Él se esforzaba por convencer a los gerifaltes del NSDAP de su lealtad inquebrantable denunciando a todos los judíos que conocía (algunos de ellos competencia empresarial). El despacho de Hugo estaba presidido por una fotografía que le habían hecho junto a Hitler en el Berghorf, la residencia del dictador en los Alpes bávaros. Luego llegó la guerra… y el contrato para producir los uniformes de la Wermacht y de las Waffen SS, sus mochilas, ropas de camuflaje, guantes… todo.

 Como tantos empresarios alemanes en aquella época, Boss se benefició de la mano de obra esclava. Unos 40 prisoneros de guerra franceses  y unas 140 mujeres judías de Francia y Polonia.  Jornadas maratonianas, alimentación deficiente, condiciones de vida insalubres y el trato  vejatorio eran la marca de la casa.

 Después de la guerra, Hugo fue juzgado por su apoyo al partido y al régimen nazi.  La sentencia se refería él como “partidario y beneficiario” del nacional socialismo. Se le privó del derecho al voto, del derecho a dirigir un negocio y tuvo que pagar una multa de 100 000 marcos.  Recurrió la sentencia y aunque posteriormente la etiqueta se le quedó en ”seguidor”, siguió con la pérdida de derechos y la multa. Desde mi punto de vista poco le pasó. Uno de tantos nazis que se beneficiaron de las ganas de los vencedores de la guerra de dar rápido carpetazo al tema del holocausto y pasar a otras cosas más interesantes, como medirse los atributos con los soviéticos.

 Poco pudo disfrutar de su suerte, ya que falleció en 1948. Su yerno se había hecho cargo de la empresa y ésta siguió confeccionado uniformes para la nueva Alemania. ¿Para qué dejar lo que funciona? Pero las cosas ya no fueron igual, no había una maquinaria bélica a la que alimentar y a finales de los 60 los números empezaron a no cuadrar. Los nietos del fundador se hicieron cargo del timón y dieron a la firma el giro glamuroso al que estamos acostumbrados y que hicieron del ella el gigante de la moda y de productos de lujo que es hoy.

 Hay un último acto para esta obra. El pasado nacionalsocialista de Hugo Boss, sin ser secreto, era algo que había pasado al olvido, pero acaparó atenciones en 1997, cuando fueron conocidos los datos de cuentas que llevaban décadas inactivas en bancos suizos, con lo que aparecieron numerosos artículos en prensa que aireaban las actividades del viejo Hugo. Ello traería consecuencias. En 1999 la empresa recibió varias demandas que le exigían el pago de compensaciones por el empleo de mano de obra forzada durante la guerra. Como otras empresas alemanas también fueran demandadas, se llegó al acuerdo de crear un fondo de compensación de 5.000.000 de dólares, financiado por las empresas demandadas y el gobierno alemán. Hugo Boss contribuyó con 750.000 dólares.

 Es sabido que pocas cosas hay más rentables para el empresario bien posicionado que una buena guerra, que dure mucho y requiera mucho material de todo tipo. Hugo Boss no fue el único empresario (hubo muchos a ambos lados del Atlántico) que se benefició de la guerra. Ni siquiera fue el único que utilizó mano de obra esclava, pero ello no le justifica. Fue un criminal, aliado con criminales y tratado con indulgencia por unos vencedores poco escrupulosos.

 Resulta chocante… y un poco repugnante, que una firma que hoy nos evoca el lujo, la cara bonita de la economía de mercado, hace ochenta años marchase al ritmo del paso de la oca, como un engranaje de la Alemania Nazi.

domingo, 18 de agosto de 2019

HEINRICH SCHLIEMANN, EL MILLONARIO QUE DESENTERRÓ TROYA


 Heinrich Schliemann (retrato) nació en 1821 en el Gran Ducado de Mecklemburgo-Strelitz. No era rico, pero sí emprendedor. Quiso emigrar a Venezuela para buscar fortuna, pero su barco naufragó cerca de la costa holandesa y en Holanda se quedó, como empleado de una oficina comercial. Encontró tiempo para aprender holandés,   francés, inglés, italiano, español y árabe (el alemán ya lo traía aprendido). Buscando pastos más verdes, entró a trabajar en la casa Schröder y ya puestos, aprendió también ruso para que lo enviaran como delegado a San Petersburgo. Tuvo que irle bien. Se independizó y abrió un negocio de compra venta de oro en polvo. Con treinta años era millonario.

 Hasta aquí el típico cuadro del hombre de negocios hecho a sí mismo, pero Schliemann tenía una cara oculta. Era un apasionado estudioso autodidacta de los relatos homéricos, desde que viese siendo niño un grabado que representaba a Eneas huyendo de Troya en llamas con su padre a cuestas y su hijito al lado. Durante sus años de negociante siguió leyendo impenitente todo cuanto caía en sus manos alusivo al tema. Era además un gran viajero que se empapaba de las culturas que visitaba.

 En 1866, estando ya casado y con hijos y siendo un cuarentón respetable y forrado, empezó estudios sobre la Antigüedad Clásica y Lenguas Orientales en la Sorbona. Hasta aquí todo sigue pareciendo razonable. Un hombre rico que puede permitirse ya vivir de las rentas (poseía campos de caña de azúcar en Cuba) se dedica a satisfacer su inquietud intelectual. Sin embargo su pasión por Homero iba en aumento. En 1867 visitó las ruinas de Pompeya, que le impresionaron vivamente y en 1868 visitó Grecia por primera vez.

 Y ese fue el detonante de lo que llevaba años acumulándose.

 Estuvo en Ítaca, donde se animó con una primera excavación, sin resultados destacables y al poco cruzó los Dardanelos y conoció  a Frank Calvert, cónsul británico y arqueólogo aficionado, que le habló de colina de Hissarlik, que tradicionalmente se identificaba con la ubicación de Troya y en la que él mismo había excavado, sin éxito.

 Algo entonces estalló en la cabeza de Schliemann. Regresó a París, informó a su esposa (llamada Ekaterina Lishin y emparentada con la aristocracia rusa) de su intención de excavar en busca de la legendaria Troya, lo cual le pareció a ella un soberano disparate. Schliemann se divorció ipso facto de ella y antes de que acabase 1869 ya se había casado con Sofía Engastromenos (retrato) una jovencita de 17 años, sobrina de un cura de San Petersburgo amigo suyo. Sofía le daría dos hijos (había tenido otros tres con Ekaterina, que debían considerarle tan chalado como sin duda lo consideraba ella) a los que pondría por nombres Andrómaca y Agamenón. Eso da idea del nivel de frikismo (me permito el anacronismo) del germano.

 Schliemann empezó a excavar en Hissarlik en 1870 y lo hizo sin cuidado, arrasando con los estratos superiores en su afán por llegar a lo que sin duda le esperaba abajo, lo cual fue muy criticado por los estudiosos de la época. Empezaron a salir trozos de cerámica y otros objetos domésticos que Sofía clasificaba pacientemente. Surgieron dificultades, naturalmente, la excavación contaba con decenas de trabajadores, el clima era sofocante y se planteaban problemas de tipo logístico y sanitario. La malaria era común en Anatolia en aquella época. Además, Schliemann no tenía ni idea de cómo plantear una excavación de aquella magnitud, así que iba improvisando.

 A lo largo de tres años, salieron a la luz varios estratos de restos de varias ciudades (hasta diez llegarían posteriormente a descubrirse) construidas unas sobre las ruinas de las otras a lo largo de los siglos. Él estaba convencido de que el segundo nivel era el correspondiente a la Troya de Homero, lo cual no tenía ningún fundamento. En 1873 desenterró al fin una gran cantidad de joyas y recipientes de oro que sin dudar un instante calificó como “el tesoro de Príamo”. Lo sacó en secreto de Anatolia con lo que fue acusado (con razón) de robo por el gobierno turco. Sólo pudo volver a excavar en tierras turcas soltando billetes, en cantidad, pero el dinero no era problema. La ocurrencia de fotografiar a Sofía engalanada con parte de las joyas es de primera.

 Schliemann llevó a cabo otras excavaciones, en Micenas, buscando la tumba  Agamenón, descubriendo importantes enterramientos y la famosa máscara de oro, cuya propiedad no dudó en atribuir al legendario rey; en Tirinto, otra vez en Ítaca y otra vez en Hissarlik, esta vez con el arqueólogo Wilhelm Dörpfeld, que ya tenía cierta fama por sus trabajos en Olimpia.

 Al final de su vida cambió de opinión respecto al nivel correspondiente a la Troya de la Ilíada, afirmando que este debía ser el seis y no el dos, juicio éste igualmente arbitrario. El muy pirata no aprendió la lección y siguió sacando objetos ilegalmente de Turquía. Murió en 1890 por una infección de oído que se complicó y que le afectó al cerebro. Como era su deseo, fue sepultado en un lujoso mausoleo en Atenas, con forma de templo griego presidido por su busto y una inscripción “Para el héroe Schliemann”. Un friso que narra sus viajes y excavaciones rodea el monumento. Un tipo que hacia el final de su vida alzaba sus oraciones a Zeus (¡!) sin duda alguna debía pensar que merecía un enterramiento digno de Teseo, Aquiles o Heracles.

 Schiliemann fue considerado un charlatán por los académicos de su época, aunque finalmente tuvieron que reconocer la importancia de su trabajo. Pero no era un investigador, era un friki (y ruego que se me vuelva a perdonar el anacronismo, pero le cuadra). No aplicaba el método científico para validar o falsar teorías. Se puso a agujerear alegremente la colina de Hissarlik buscando pruebas que encajasen con los escritos homéricos, en cuya validez histórica creía a pies juntillas. ¿Estaba loco? Todos tenemos nuestro pequeño o gran tiro pegado, pero él tuvo los medios (y la determinación) necesarios para perseguir sus sueños… y nos regaló Troya.

sábado, 17 de agosto de 2019

JULIANO EL APÓSTATA

 El emperador romano Juliano II (331 ó 332-363), conocido como “el apóstata”, es considerado por la historiografía cristiana como un enemigo de la fe. En efecto, unas décadas después de que el cristianismo saliese de la clandestinidad, aumentando a partir de entonces constantemente su poder sobre la sociedad romana, Juliano decidió volver a las antiguas religiones. Él había recibido una intensa formación cristiana, pero el hecho de que sus padres fueran asesinados en medio de la purga que llevó a cabo el emperador Constancio II para asegurar su poder sembró en él la duda acerca de las bondades de la nueva religión, cuyas enseñanzas diferían en tantos puntos del criminal proceder de tantos que la profesaban.

 Tuvo la ocasión de estudiar en Constantinopla y Nicomedia, asistiendo a prestigiosas escuelas de retórica y visitando las escuelas filosóficas de Atenas, pero siempre bajo la atenta vigilancia de los agentes del emperador. Su hermanastro Galo, que ostentaba el cargo de César, fue ejecutado por orden de Costancio, pero posteriormente él mismo accedería a tal posición, posiblemente protegido por el afecto que le profesaba la emperatriz Eusebia.

 El aprendiz de filósofo se reveló como administrador competente y militar eficaz, que supo ganarse el respeto y aún el afecto de los hombres bajo su mando. Su popularidad y prestigio fue en aumento, sobre todo entre la aristocracia senatorial romana. Como Constancio lo viese como una amenaza, marchó contra él, pero murió inesperadamente en Tarso. Juliano difundió la noticia de que el emperador le había nombrado sucesor en su lecho de muerte y asumió el poder en solitario, arrasando con toda la administración de su predecesor.

 Lo primero que establece fue un “Edicto de Tolerancia”, por el que todas las religiones debían ser tratadas por igual. Parecía una buena medida, pero Juliano fue incongruente con ella. Se manifestó abiertamente anticristiano. En Antioquía, por ejemplo, cerró la principal iglesia cristiana por creer que los cristianos eran culpables del incendio de un templo de Apolo. Prohibió a los cristianos enseñar gramática y retórica, ya que para ello se utilizaban textos clásicos. “Si quieren enseñar, Tienen a Lucas y a Marcos, que vuelvan a sus iglesias y los comenten” rezaba uno de sus edictos. Confiscó bienes, exilió obispos  y favoreció fiscalmente a los templos paganos, mientras gravaba con impuestos especiales a los cristianos. Tanto llegó a odiarle una parte del pueblo, por ejemplo en Antioquía (ciudad que Juliano favoreciera económicamente) que se llegó a ensalzar en público la figura de Constancio, el anterior emperador, odiado en toda Asia Menor.

 Juliano hizo públicas sus creencias paganas en cuanto ganó el poder. No practicó exactamente el paganismo de los primeros tiempos del imperio, sino que también se interesó en cultos mistéricos como el de Mitra, muy popular entre los militares (aquí podemos ver un afán por atraerse al sector pagano del ejército, en el que también había muchísimos cristianos).

 Después de reformar la administración y la maltrecha economía del Imperio con gran éxito, se lanzó a la conquista de gloria militar. Organizó una expedición contra el Imperio Sasánida. Intentaba emular a su gran héroe clásico: Alejandro Magno, pero Juliano no contaba con un apoyo incondicional. En la batalla de Maranga, en el año 363, recibió una herida mortal, de la que no se pudo recuperar. Moría junto al río Tigris, como su admirado Alejandro.

 No podemos estimar el impacto que habrían tenido sus esfuerzos por devolver el Imperio Romano al paganismo, de no haber muerto tan prematuramente. Probablemente creía que obraba con rectitud tratando de parar la expansión del cristianismo, religión a la que consideraba hipócrita y maligna, pero le faltó la mesura y prudencia de la que debería haber hecho gala en honor a su formación. De todas maneras, no podemos negar su singularidad en la historia.

jueves, 15 de agosto de 2019

LA DEUDA CON EL AMIGO AMERICANO


 Al finalizar la IIGM, la dictadura franquista vivió un período de cierto aislamiento internacional, debido a su clara alineación con el bando derrotado. Lo de la neutralidad era un cuento chino, ya que un país neutral no proporciona apoyo logístico a unidades militares (aprovisionamiento y reparaciones a submarinos alemanes en puertos españoles), ni manda fuerzas a un frente abierto bajo bandera propia (División Azul, frente oriental), ni construye fortificaciones frente a una posición de una de las naciones beligerantes (búkeres frente a Gibraltar en la Línea de la Concepción), ni firma un tratado de amistad con Alemania (Burgos,  31 de marzo de 1939) ni se adhiere al Pacto Anti Komintern de Alemania, Italia y Japón, entre otras muestras de clara afinidad. Otra cosa es que la colaboración no fuese a más debido a la falta de acuerdos entre Hitler y Franco y que los aliados empezaran a presionar diplomáticamente a partir de 1942. Lo de presentar a Franco como un líder preocupado por su pueblo que supo mantener a España fuera de la contienda mundial e introducirla en el concierto de las naciones es un cuento que contrasta con los elogios públicos a nazis y fascistas todavía en 1942 y con su fe en que Alemania pudiera dar la vuelta a la guerra en la contraofensiva de las Ardenas, en 1944. Eberhard von Stohrer, que fuera embajador alemán en Madrid  de 1937 a 1942, comentó en una ocasión que no era de extrañar que Hitler hubiese llegado a la conclusión que España resultaba más útil a Alemania enmascarada de supuesta neutralidad que como aliado beligerante. Bastante escaldado estaba el dictador alemán de cargar con un aliado pobre como Italia, que le obligaba a gastar recursos para suplir sus carencias y pocas ventajas le reportaba. ¿Para qué echarse a la chepa otra carga más, mientras con la “neutralidad” tenía asegurado apoyo logístico para sus submarinos y una vía para burlar el bloqueo naval británico?

 No nos engañemos. Durante la IIGM el gobierno franquista fue pro-nazi y si España no fue un estado más del Eje fue por su lamentable situación material, que la invalidaba como fuerza militar efectiva,  y porque del modo en que estuvo sirvió mejor a los intereses del III Reich.

 Lo más grave es que finalizada la guerra siguió siendolo pro-nazi. Una lista de huidos buscados por el Consejo de Control Aliado que fue remitida a Franco con la exigencia de su entrega, fue ignorada. Agentes nazis e incluso criminales de guerra usaron España como via de escape a otros lugares o incluso hallaron aquí refugio. Las autoridades franquistas se mantenían al margen en algunos casos, mientras en otros protegían activamente a ciertos sujetos.

 El 12 de diciembre de 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 39, por la que se afirmaba que el régimen franquista era de carácter fascista y se le declaraba cómplice de las potencias del Eje, lo que en justicia era absolutamente cierto. Se excluía a España de los organismos internacionales y se recomendaba a los estados la retirada de embajadores. Sin embargo, la repercusión de esta medida fue mínima.

 El mundo cambiaba, de la guerra emergía un nuevo equilibrio entre las naciones, con EEUU como líder indiscutible y existía un nuevo enemigo: la Unión Soviética, al que había que neutralizar a toda costa. La posición estratégica de la Península Ibérica en el nuevo mapa geopolítico motivó la presión de EEUU y sus aliados para que el 4 de noviembre de 1950 la ONU revirtiera la Resolución 39. En 1953 se firmarían los Pactos de Madrid, por los que EEUU tomaría el control de las bases aéreas de Zaragoza, Torrejón de Ardoz y Morón y de la base naval de Rota a cambio de créditos para la adquisición de bienes de primera necesidad y de la cesión de material bélico de segunda mano. Así, siendo un activo estratégico al servicio de EEUU al que no se le dio el carácter de aliado formal, consiguió el régimen de franco salir del aislamiento y ser aceptado en el concierto de las naciones. El mismo régimen que enviase hombres a luchar bajo la esvástica, el mismo régimen que diese cobijo a los submarinos que hundían centenares de mercantes en el Atlántico, el mismo régimen que dejó de morir a 4.427 españoles (que se sepa) en los campos de concentración de Hitler. Gracias a EEUU, un régimen dictatorial que se alinease con nazis alemanes y fascistas italianos se perpetuaba en el poder hasta la muerte del líder. Gracias a EEUU el franquismo dispuso de décadas para infectar las fibras de este país hasta el tuétano y sobrevivir hasta hoy.

 Menuda deuda histórica tienen los fraquistas españoles de hoy, los declarados y los de tapadillo, con el amigo americano.

sábado, 20 de julio de 2019

LAS CHICAS DEL RADIO


 Sabido es que los empresarios nunca se han distinguido, en general, por su interés en el bienestar de sus empleados y empleadas. La fuerza de trabajo es un activo más a considerar dentro del organigrama y dentro del capítulo de costes. Capítulo que siempre interesa reducir para aumentar el margen de beneficios. 

 Durante la industrialización del  mundo occidental, en la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX, ese desprecio por la calidad de vida del proletariado alcanzó cotas atroces: jornadas maratonianas, salarios de miseria, medidas de seguridad prácticamente inexistentes, despido libre…  Sólo gracias a la acción de las organizaciones obreras y con no poca sangre en el proceso, se pudo mejorar esta situación, que hoy vemos deteriorarse a ritmo frenético ante la pasividad de los gobiernos neoliberales  y la inacción de los sindicatos (por no hablar de la alienación de la ciudadanía) en lo que se está dando en llamar la “uberización” (neologismo abominable) de la economía y del trabajo.

 Sin embargo, este desprecio por la calidad de vida de la clase obrera ha alcanzado en no pocas ocasiones cotas auténticamente criminales. Este fue el caso de las empleadas de la United States Radium Corporation, ubicada en Orange, Nueva Jersey en el primer tercio de siglo XX. Las mujeres trabajadoras han sido un colectivo que históricamente ha sufrido y sigue sufriendo la brutalidad empresarial con especial virulencia.

 Un reloj analógico con la esfera luminiscente nos parece hoy día poco más que una curiosidad, pero en los años de la Primera Guerra Mundial dichos relojes se convirtieron en un artículo muy demandado  y finalizada la contienda se volvieron muy populares entre la población. El radio, elemento luminiscente, fue el primer candidato para lograr que los números y las manecillas de un reloj se vieran en la oscuridad. Marie Curie y André Debierne habían aislado el radio en estado puro en 1910. En poco tiempo y sin justificación alguna se popularizó la idea de que era beneficioso para la salud y empezó a usarse en medicamentos y productos cosméticos. Una bebida, de nombre Radithor (agua destilada con radio) se convirtió en producto de moda. Todos los productos elaborados con radio eran muy caros, dada la dificultad de su obtención. 

 El aumento de la demanda de relojes luminiscentes llevó a la United States Radio Corporation (USRC en adelante) a contratar mano de obra y optó por contratar mujeres. Las consideraron a priori más pacientes y meticulosas (pintar numeritos en un reloj con un pincelito de pelo de camello es trabajo fino) y podían pagarles menos. Las chicas, por su parte, estaban contentísimas de poder ganar dinero y de tener acceso al maravilloso radio, porque era lo último, era lo mejor. Iban a trabajar con sus vestidos de noche para que se impregnaran de polvo radioactivo y brillasen con pálidos destellos en la tenue iluminación de los salones de baile. Muchas se pintaban las uñas a escondidas con el producto y algunas incluso los dientes. Se las empezó a llamar  “las chicas fantasma”. Hacían todo esto a escondidas porque la pintura de radio era carísima y de ser sorprendidas el despido era inmediato. Por esa misma razón, cuando los pelos del pincel se separaban, tenían que humedecerlo con la boca, porque la empresa no permitía usar un recipiente con agua u otro diluyente, argumentando que se desperdiciaba demasiado producto. De este modo las ingestiones de pequeñas cantidades de radio eran constantes, pero no pasaba nada.

 Hasta que pasó.

 En 1921 Molly Maggia, de 24 años, acudió por primera vez al dentista por un dolor de muelas leve. Poco a poco fue perdiendo diente tras diente y en los huecos aparecían úlceras purulentas. Pocos meses después su mandíbula se quebró en las manos del dentista durante un tratamiento. Las llagas se extendieron por la garganta, el paladar y el oído. Nada pudo aliviar su sufrimiento y murió menos de un año después de los primeros síntomas. La versión oficial (alentada por la empresa, que estaba negociando un lucrativo contrato con el ejército) era que padecía sífilis. 

 Grace Fryer (foto), que ya no trabajaba en la empresa, empezó a tener síntomas más o menos en la misma época: pérdida de piezas dentales y degradación ósea. Supo de la muerte de Maggia y ató cabos. Empezó a buscar a antiguas compañeras de la UERC. Le costó varios años dar con un grupo lo suficientemente numeroso como para dar fuerza a una demanda y sobre todo con un abogado lo suficientemente audaz como para enfrentarse a un gigante empresarial. Fue un tal Raymond Berry, que aún tenía el diploma de Harvard bajo el brazo. 

 En 1927 más de cincuenta antiguas trabajadoras ya habían muerto. Fryer demandó a la UERC por daños y perjuicios junto con cuatro compañeras y las hermanas de Molly Maggia, pero el jucio no empezó hasta un año después, pues la empresa emprendió una campaña brutal de desprestigio contra las demandantes y retrasó el juicio todo lo que pudo con cuanta argucia legal pudiera echar mano, esperando que las demandantes murieran. Se afirmó que era la sífilis lo que las mataba, contraída a causa de una supuesta promiscuidad sexual. Pagaron estudios fraudulentos y dictámenes médicos amañados que afirmaban que las cantidades ingeridas no podían causar tales efectos.  Del otro lado, la misma Marie Curie escribió apoyando a “Las Chicas del Radio”, como la prensa había empezado a llamarlas.

 El juicio fue una vergüenza. Grace Fryer acudió a la sala con un corsé ortopédico y apenas sin dientes, casi no podía ni andar. Las otras afectadas presentaban un estado similar. El juez, pese a todo, ordenó la exhumación de los restos de Molly Maggia. Desprendían tanta radiactividad que velaron una película fotográfica. Se supo que el juez de la causa era accionista de la UERC y trató de aplazar el juicio durante los meses de verano por las vacaciones en Europa de los demandados. La presión popular y mediática le obligó a desistir de ello. Finalmente la parte demandante aceptó un acuerdo: indemnización de 10000 dólares (habían solicitado 25000) más gastos médicos y legales y una pensión vitalicia de 600 dólares anuales. Todo ello para cada una de las demandantes. Sin embargo casi todas fallecieron antes de poder cobrar, aunque hubo que pagar a los herederos. En los años siguientes los beneficios de la UERC cayeron en picado y tuvo que cerrar. 

  Otras empresas fueron demandadas en circunstancias similares, como la Radium Dial de Otawa (Illinois) en 1938, cuyo juicio terminó en condena.

 Hubo que esperar hasta 1949 para que en EEUU se legislara sobre las enfermedades laborales y el pago de indemnizaciones.

 Mi admiración  a esas valientes mujeres que, mientras sus cuerpos literalmente se deshacían, mantuvieron el espíritu para plantar cara a los vampiros que chupan la sangre a los trabajadores y trabajadoras  desde que el mundo es mundo.

domingo, 14 de julio de 2019

INTRAHISTORIA ENTERRADA


 Don Miguel de Unamuno acuñó el término “intrahistoria” para referirse a la vida diaria de las épocas pasadas que sirve de telón de fondo a la historia visible, aquella de la que ha quedado constancia en las fuentes. Para entendernos, los avatares de la gente de a pie como ustedes y como yo que nos hemos tenido que buscar las habichuelas desde que el mundo es mundo mientras tienen lugar las pendencias de los “personajes”  cuya vida y milagros han pasado a la posteridad, ya sea por méritos propios o no.

 Aquí en Málaga hay mucho de historia, hechos documentados,  pero encontramos mucho más de la intrahistoria porque a poco que se escarba en el suelo salen a la luz restos de la vida cotidiana de nuestros paisanos del pasado. Tres mil años dan para mucho. Sabemos por ejemplo que en toda la zona que rodea la colina de la Alcazaba no se tenía que poder parar de la peste a pescado podrido durante la época romana,  por las chorrocientas factorías de garum  que allí se acumulaban. Las representaciones en el teatro (justo al lado) debían ser difíciles de soportar, pero a todo se acostumbra uno y mucho más si vamos a ver  el “Miles Gloriosus” de Plauto, que unas risas son unas risas y no es plan ponerse exquisitos.

 No hace muchos años apareció aquella famosa tumba de un soldado de buen porte. Un hoplita griego del siglo V a. JC por el equipamiento, que había ido a morir muy lejos de casa. La imaginación del personal  (y la mía) se dispararon imaginando la azarosa existencia de un mercenario que viajaba por el Mediterráneo ofreciendo sus servicios al mejor postor. Su maravilloso casco corintio nos observa en silencio desde su vitrina en el Museo de Málaga guardando el secreto de la vida de su dueño, de las batallas libradas, las alegrías y las tristezas.

 Y hace poco ¡oh, maravilla! por obra y gracia de las obras del metro, pasa lo que tenía que pasar: emerge no una casa, una tumba o un templete… sino un barrio entero de la época musulmana:  El arrabal Attabanim, origen del barrio del Perchel.  Tenía que pasar porque por las fuentes históricas se sabía que estaba ahí. A fines de los 70 tuvo que aparecer cuando construyeron el edificio del Corte Inglés, pero como en aquella época aún pesaba el empuje del desarrollismo  franquista y el patrimonio histórico importaba una higa (salvo que sirviera para proclamar las gestas imperiales) se arrasó con todo a la chita callando. Ahora estamos liados con el metro y los restos históricos están justo en medio. ¿Qué hacemos?

 Los malagueños se quejan mucho de  las obras del metro, pero lo cierto es que Málaga necesita el metro. Es un medio que eleva el transporte urbano a otro nivel y vuelve practicables las grandes urbes. ¿Qué sería de Madrid, Barcelona, Londres, París, Nueva York y otras grandes ciudades sin sus ferrocarriles suburbanos? ¿Tender el metro es echar un huevo a freír? Desde luego que no. Es una obra faraónica en cuanto a los recursos precisos, pero útil. Hay que soportar las molestias que crea, porque el futuro de la ciudad lo necesita. Que la gestión sea más o menos eficaz o transparente es otro cantar sobre el que no me detendré aquí. Las voces que afirman que Málaga no lo necesita no saben lo que dicen. Málaga seguirá creciendo y creciendo hasta que las limitaciones orográficas se lo impidan. El metro es esencial. Negarlo es no mirar más allá de las propias narices.

 Entonces ¿qué hacemos con los restos del arrabal? Tan extremo es ir a saco con la piqueta como plantear que a cada resto que aparece hay que poner el suelo de cristal para se vean. De ser así Málaga entera tendría el suelo de cristal desde el Perchel a Puerta Oscura y desde el Paseo del Parque hasta el Molinillo, porque nuestra ciudad está levantada sobre otras. Exponer toda la extensión de los restos hallados es impracticable. Se encuentran en una zona de máximo tráfico y la ciudad ha de ser habitable y practicable para los ciudadanos de hoy, no un parque temático. Eso sí, preservar una parte después de haber excavado y documentado el hallazgo, retirar los elementos de interés y construir un centro de interpretación con una exposición permanente sobre el arrabal Attabanim y su importancia en la historia de la ciudad. Eso es posible y extremadamente necesario.

 Lo es porque tenemos que saber quiénes eran las personas que vivieron por aquí antes que nosotros, que el patrimonio histórico es más que las iglesias, las procesiones o las obras de arte de los museos. La historia es algo vivo, es entender cómo vivieron las pasadas generaciones, qué les motivaba, por qué vivían aquí y no en otro lugar. Eran seres humanos como nosotros, conocerles en la mayor medida posible es ser más conscientes de nuestra propia identidad. Por eso era importante conservar la Mundial, porque era parte de Málaga, porque era un edificio notable y singular y podría haber aguantado en pie doscientos años más, por eso es importante conservar todos aquellos edificios que puedan seguir siendo parte del urbanismo actual, porque son parte de nosotros.  

  Las voces que afirman que el progreso es imparable están equivocadas. 

 El progreso de la humanidad será parado en seco por la miseria moral y cultural de los seres humanos, si no ponemos remedio. Hace poco escuchábamos a Donald Trump, paradigma del éxito (y del fracaso) económico, afirmar que George Whashington había tomado aeropuertos durante la Guerra de Independencia. (¡!) Tamién le oímos mentar en dicho conflicto batallas de otra guerra... Y un gañán como ese tiene acceso al maletín nuclear. Eso es el fracaso del progreso de la humanidad, la incultura institucionalizada.

 Ser culto no es haber leído a Gabriel García Márquez o a Jean Paul Sartre. Eso está muy bien, pero no es esencial. Se culto es poseer conocimientos que aseguren el pensamiento crítico y para ello un conocimiento del pasado, libre de manejos interesados por fuerzas ideológicas, es inexcusable.


 Hay que preservar esos restos en la medida que se pueda, asegurando el correcto funcionamiento del metro y de la ciudad. La ingeniería da para eso y para más. Lo que falta es voluntad y presión de la ciudadanía.

jueves, 18 de abril de 2019

CUÁNTA PROCESIÓN...


Las procesiones son desfiles públicos y solemnes, no necesariamente de carácter piadoso, que han sido llevadas a cabo por los seres humanos desde la más remota antigüedad.  Sin embargo es en el ámbito religioso donde han encontrado siempre su sentido más arraigado, pues eso de pasearse por las calles y los campos con profusión de cánticos, imágenes y toda clase de parafernalia  siempre sirvió para enfervorizar a la feligresía y mantenerla adicta al temor de los dioses. Muestras así las encontramos en casi todas las religiones, incluso en el Islam (aunque sin imágenes, claro está). Los iglesias protestantes no las llevan a cabo, eso sí, pues les dio por tomarse en serio el berrinche que se llevó Moisés al bajar del monte Sinaí con las Tablas de la Ley, encontrando que el pueblo elegido, en su ausencia y quizá por aburrimiento, se había montado un sarao con un becerro de oro.

 Como fuese que en la antigua Roma la procesión era un elemento omnipresente en la vida pública (para toda clase de celebraciones religiosas y civiles) y aceptado que la primitiva iglesia cristiana al salir de la clandestinidad en el año 313 toma gran parte de la parafernalia litúrgica de la religión oficial romana, no resulta descabellado suponer que las procesiones fueran parte de ese “legado” pagano. Sin embargo la documentación de semejantes prácticas durante la Alta Edad Media es escasa, por lo que quizá el fenómeno procesional en esos siglos fuese discreto.  La aparición en el siglo XIII de las órdenes mendicantes marca el incremento de los actos públicos en que se escenifican pasajes de las escrituras o en los que simplemente se espolea el fervor popular sacando las imágenes de los templos.

 Sin embargo hay una fecha clave en la historia que nos ocupa: 13 de diciembre de 1545. Ese día arrancó un concilio general de la Iglesia convocado en Trento (Italia) por el papa Paulo III.  Fue una especie de “¿y ahora qué hacemos?” ante la expansión de la Reforma Protestante, que se extendía cual mancha de aceite desde el centro de Europa. Entre el paquete de medidas adoptado para oponerse a la expansión de la herejía (¡que tiquismiquis estos protestantes, por un poco de simonía y cuatro baratijas!) se contaba el impulsar todo tipo de eventos dirigidos a incrementar el fervor de las clases populares. Es mucho más fácil sacar imágenes a la calle y amenazar con la cólera divina que promover una catequesis decente en la que educar en los auténticos valores cristianos, que a la Santa Madre Iglesia siempre le han traído sin cuidado, dicho sea de paso.  Se trataba pues de una potente propaganda visual, con un fuerte componente emocional; mucho más vistosa que los sosos cánticos protestantes, dónde va a parar.

 En Málaga las cosas fueron más o menos como en el resto del orbe católico… al menos durante algunos siglos. Poco después de la toma de la ciudad en 1487 surgen algunas cofradías al amparo de los conventos recientemente  fundados. Estas cofradías tenían una fuerte componente devocional y probablemente se originasen por lazos de parentesco, vecindad, corporativismo profesional… o todo ello a la vez. El caso es que debieron establecer relaciones de mutuo auxilio, aparte de su actividad devocional, prestando especial atención a la hora de atenderlos en el trance de morir, que siempre fue muy valorado por el católico morir a bien con Dios y yacer en terreno no sólo sagrado, sino además querido. Los hermanos asumían estas obligaciones entre ellos. Mediado el siglo XVI hay cinco hermandades consolidadas:  Vera-CruzSangreÁnimas de CiegosMonte Calvario y Soledad. La contrarreforma impulsada por el concilio de Trento daría alas al fenómeno y tanta demanda de imágenes hubo que llegó a consolidarse un auténtico estilo escultórico malagueño de imaginería religiosa, cuyas pautas marca en gran medida el insigne Pedro de Mena en la segunda mitad del s. XVII, aunque el estilo se desarrolla durante los dos siglos siguientes, con figuras sobresalientes como Fernando Ortiz en el XVIII y Antonio Gutiérrez de León en el XIX. Artísticamente, los logros de estos autores son sublimes. No puede expresarse de otro modo. Las muestras que han sobrevivido hasta nuestros días son auténticas joyas. El estilo decaería durante el siglo XX, alejado ya de los cánones de Mena.

 La segunda mitad del siglo XIX conoce una cierta decadencia en el fenómeno cofrade malagueño, iniciada por la Desamortización del ministro Mendizábal, que conllevó la pérdida de enseres e imágines y favorecida por la convulsa vida pública de la época. Algunas hermandades desaparecieron, pero también surgieron otras nuevas. El resurgir llega en los años 20 del siguiente siglo. La Agrupación de Cofradías se funda en 1921 y se ocupa en estructurar la actividad cofrade y la organización de los desfiles procesionales más o menos como los conocemos hoy, ya que antes las actividades de la Semana Santa habían sido bastante anárquicas.

 Desgraciadamente, la especial virulencia en Málaga del vandalismo contra los edificios religiosos en los sucesos de mayo de 1931 destruyó sin remedio una gran parte del patrimonio artístico de las cofradías, siendo a mi parecer la pérdida de las tallas lo más lamentable, pues el arte es arte, al margen de lo que represente y merece ser preservado. La actividad de las cofradías es muy tímida hasta el estallido de la Guerra Civil, produciéndose nuevos actos vandálicos en julio de 1936. Tras la toma de la ciudad por las fuerzas franquistas, todo cambia.

 Evidentemente reconstruir todo el patrimonio perdido lleva tiempo, pero estéticamente la Semana Santa malagueña evoluciona de un modo distinto al de otras ciudades y es que sus tronos, que en otras localidades se llaman pasos, son gigantescos y transportados por un número enorme de hombres, ¿por qué esto es así?
 Antes no existían las casas de hermandad y los tronos se montaban en las iglesias, sin embargo cundió la costumbre de empezar a montarlos en estructuras provisionales denominadas tinglaos, dicen las malas lenguas que por las históricas malas relaciones entre el obispado y las cofradías, aspecto éste que siempre me ha intrigado. Sin limitaciones de espacio, sobre todo a la hora de salir por una puerta, sólo la física y la disponibilidad económica pueden poner coto a las dimensiones de un trono, pero tiene que haber algo más…

 Esto que voy a decir no es de mi cosecha, sino recogido de un blog sobre la Semana Santa de Málaga. Parece razonable que tras el castigo recibido durante la República, significativamente mayor que en otras localidades, la búsqueda de una mayor majestad y suntuosidad en los tronos de la Semana Santa malagueña sea una respuesta, una manera de resurgir de las cenizas y sobre todo de prevalecer frente al ateísmo republicano.

 Insisto en que esto no es de mi cosecha, pero tiene cierto sentido.

 Personalmente pienso que procesionar estatuas es una costumbre arcaica, incompatible con una sociedad que se dice moderna y evolucionada y que la suntuosidad es la antítesis de todo lo que defendido por los valores del cristianismo (valores defendidos por todas las religiones mundiales antes de que los clérigos hayan venido a fastidiarla), por lo que no atribuyo legitimidad alguna a las actividades de estas instituciones. Esto no es falta de respeto, es la expresión de una opinión. Mi respeto se manifiesta en mantener la distancia, en reconocer la importancia de un patrimonio artístico y en deplorar los sucesos de 1931 y 1936. Pero no puedo evitar sentir cierta irritación cuando legiones de personas encapuchadas toman las calles de mi ciudad y esas mastodónticas estructuras de madera pasean imágenes de dos personas que difícilmente se identificarían con tal espectáculo. Si hemos de hacer caso a los Evangelios, Cristo cuestionaba la autenticidad de las expresiones públicas de religiosidad e instaba a sus discípulos a orar en la privacidad de sus aposentos.

 “Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar en la frente y en los brazos porciones de las Escrituras escritas en anchas tiras, y ponerse ropas con grandes borlas.

Mateo: 23,5

 “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa.  Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.

Mateo: 6,5

 Y sobre la presencia de militares en las procesiones… Eso ofende mi sensibilidad y se me antoja una monstruosidad. La única vez que Cristo fue escoltado por militares fue durante su detención, tortura y ejecución. Y murió pobre; tan pobre que los soldados que le ejecutaron sólo pudieron repartirse sus ropas.

 Cuando una práctica que se dice religiosa se contradice en tal medida con el Texto Sagrado que debería respaldarla es obligado considerar que quizá no tiene que ver con la religión, sino con otras cosas.

 Ahora bien, estoy seguro de que un romano transportado al Jueves Santo en Málaga, reconocería algo familiar en el espectáculo, aunque quizá le desconcertasen los capirotes. Ese complemento se lo debemos al sambenito de la Santa Inquisición. Un recuerdo de que la penitencia, al fin y al cabo, no la instituyó Cristo, sino que fue un invento de la Santa Madre Iglesia para humillar y controlar a sus fieles.

 Madre mía. Que Dios nos perdone a todos. Si puede…


HITLER, EL INCOMPETENTE