Tuvo la ocasión de
estudiar en Constantinopla y Nicomedia, asistiendo a prestigiosas escuelas de
retórica y visitando las escuelas filosóficas de Atenas, pero siempre bajo la
atenta vigilancia de los agentes del emperador. Su hermanastro Galo, que ostentaba
el cargo de César, fue ejecutado por orden de Costancio, pero posteriormente él
mismo accedería a tal posición, posiblemente protegido por el afecto que le
profesaba la emperatriz Eusebia.
El aprendiz de
filósofo se reveló como administrador competente y militar eficaz, que supo
ganarse el respeto y aún el afecto de los hombres bajo su mando. Su popularidad
y prestigio fue en aumento, sobre todo entre la aristocracia senatorial romana.
Como Constancio lo viese como una amenaza, marchó contra él, pero murió
inesperadamente en Tarso. Juliano difundió la noticia de que el emperador le
había nombrado sucesor en su lecho de muerte y asumió el poder en solitario,
arrasando con toda la administración de su predecesor.
Lo primero que
establece fue un “Edicto de Tolerancia”, por el que todas las religiones debían
ser tratadas por igual. Parecía una buena medida, pero Juliano fue incongruente
con ella. Se manifestó abiertamente anticristiano. En Antioquía, por ejemplo,
cerró la principal iglesia cristiana por creer que los cristianos eran
culpables del incendio de un templo de Apolo. Prohibió a los cristianos enseñar
gramática y retórica, ya que para ello se utilizaban textos clásicos. “Si quieren enseñar, Tienen a Lucas y a
Marcos, que vuelvan a sus iglesias y los comenten” rezaba uno de sus
edictos. Confiscó bienes, exilió obispos y favoreció fiscalmente a los templos paganos,
mientras gravaba con impuestos especiales a los cristianos. Tanto llegó a
odiarle una parte del pueblo, por ejemplo en Antioquía (ciudad que Juliano
favoreciera económicamente) que se llegó a ensalzar en público la figura de
Constancio, el anterior emperador, odiado en toda Asia Menor.
Juliano hizo públicas
sus creencias paganas en cuanto ganó el poder. No practicó exactamente el paganismo
de los primeros tiempos del imperio, sino que también se interesó en cultos
mistéricos como el de Mitra, muy popular entre los militares (aquí podemos ver
un afán por atraerse al sector pagano del ejército, en el que también había
muchísimos cristianos).
Después de reformar la administración y la maltrecha
economía del Imperio con gran éxito, se lanzó a la conquista de gloria militar.
Organizó una expedición contra el Imperio Sasánida. Intentaba emular a su gran
héroe clásico: Alejandro Magno, pero Juliano no contaba con un apoyo
incondicional. En la batalla de Maranga, en el año 363, recibió una herida
mortal, de la que no se pudo recuperar. Moría junto al río Tigris, como su admirado
Alejandro.
No podemos estimar el impacto que habrían tenido sus
esfuerzos por devolver el Imperio Romano al paganismo, de no haber muerto tan
prematuramente. Probablemente creía que obraba con rectitud tratando de parar
la expansión del cristianismo, religión a la que consideraba hipócrita y
maligna, pero le faltó la mesura y prudencia de la que debería haber hecho gala
en honor a su formación. De todas maneras, no podemos negar su singularidad en
la historia.
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