sábado, 17 de agosto de 2019

JULIANO EL APÓSTATA

 El emperador romano Juliano II (331 ó 332-363), conocido como “el apóstata”, es considerado por la historiografía cristiana como un enemigo de la fe. En efecto, unas décadas después de que el cristianismo saliese de la clandestinidad, aumentando a partir de entonces constantemente su poder sobre la sociedad romana, Juliano decidió volver a las antiguas religiones. Él había recibido una intensa formación cristiana, pero el hecho de que sus padres fueran asesinados en medio de la purga que llevó a cabo el emperador Constancio II para asegurar su poder sembró en él la duda acerca de las bondades de la nueva religión, cuyas enseñanzas diferían en tantos puntos del criminal proceder de tantos que la profesaban.

 Tuvo la ocasión de estudiar en Constantinopla y Nicomedia, asistiendo a prestigiosas escuelas de retórica y visitando las escuelas filosóficas de Atenas, pero siempre bajo la atenta vigilancia de los agentes del emperador. Su hermanastro Galo, que ostentaba el cargo de César, fue ejecutado por orden de Costancio, pero posteriormente él mismo accedería a tal posición, posiblemente protegido por el afecto que le profesaba la emperatriz Eusebia.

 El aprendiz de filósofo se reveló como administrador competente y militar eficaz, que supo ganarse el respeto y aún el afecto de los hombres bajo su mando. Su popularidad y prestigio fue en aumento, sobre todo entre la aristocracia senatorial romana. Como Constancio lo viese como una amenaza, marchó contra él, pero murió inesperadamente en Tarso. Juliano difundió la noticia de que el emperador le había nombrado sucesor en su lecho de muerte y asumió el poder en solitario, arrasando con toda la administración de su predecesor.

 Lo primero que establece fue un “Edicto de Tolerancia”, por el que todas las religiones debían ser tratadas por igual. Parecía una buena medida, pero Juliano fue incongruente con ella. Se manifestó abiertamente anticristiano. En Antioquía, por ejemplo, cerró la principal iglesia cristiana por creer que los cristianos eran culpables del incendio de un templo de Apolo. Prohibió a los cristianos enseñar gramática y retórica, ya que para ello se utilizaban textos clásicos. “Si quieren enseñar, Tienen a Lucas y a Marcos, que vuelvan a sus iglesias y los comenten” rezaba uno de sus edictos. Confiscó bienes, exilió obispos  y favoreció fiscalmente a los templos paganos, mientras gravaba con impuestos especiales a los cristianos. Tanto llegó a odiarle una parte del pueblo, por ejemplo en Antioquía (ciudad que Juliano favoreciera económicamente) que se llegó a ensalzar en público la figura de Constancio, el anterior emperador, odiado en toda Asia Menor.

 Juliano hizo públicas sus creencias paganas en cuanto ganó el poder. No practicó exactamente el paganismo de los primeros tiempos del imperio, sino que también se interesó en cultos mistéricos como el de Mitra, muy popular entre los militares (aquí podemos ver un afán por atraerse al sector pagano del ejército, en el que también había muchísimos cristianos).

 Después de reformar la administración y la maltrecha economía del Imperio con gran éxito, se lanzó a la conquista de gloria militar. Organizó una expedición contra el Imperio Sasánida. Intentaba emular a su gran héroe clásico: Alejandro Magno, pero Juliano no contaba con un apoyo incondicional. En la batalla de Maranga, en el año 363, recibió una herida mortal, de la que no se pudo recuperar. Moría junto al río Tigris, como su admirado Alejandro.

 No podemos estimar el impacto que habrían tenido sus esfuerzos por devolver el Imperio Romano al paganismo, de no haber muerto tan prematuramente. Probablemente creía que obraba con rectitud tratando de parar la expansión del cristianismo, religión a la que consideraba hipócrita y maligna, pero le faltó la mesura y prudencia de la que debería haber hecho gala en honor a su formación. De todas maneras, no podemos negar su singularidad en la historia.

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