En 1931 Hugo Ferdinand Boss era un cuarentón
con todo el aspecto del teutón aficionado a las salchichas, la cerveza y los valses
de Straüss, pero tenía problemas: su empresa de confección se iba al traste. La
debacle económica que vivía Alemania le pasaba factura y los acreedores llamaban
a su puerta. Había fundado la satrería Hugo Boss en Matzingen, un coqueto
pueblecito a escasos kilómetros de Stuttgart, apenas acabada la I GM, especializándose
en la manufactura de camisas, ropa interior y posteriormente ropa de trabajo y
no es que fuera malo en lo que hacía, pero la coyuntura no era la mejor ni mucho menos. En las fechas de las que hablamos tuvieron
lugar dos hechos muy trascendentales para el futuro del negocio de Hugo: uno, llegó
a un acuerdo con sus acreedores, por el cual le dejaron con una pequeña parte
de su material para continuar capeando y liquidó el resto del negocio para
pagar sus deudas; dos, se afilió al NSDAP de Adolf Hitler.
No, no nos engañemos, no se afilió por
conveniencia. Comulgaba entusiastamente
con el ideario del partido y se convirtió en un nazi convencido. Pero,
evidentemente, pertenecer a la fuerza que arrasaba en el país como un incendio
incontrolado iba a tener sus ventajas. A partir de 1934 empezó a confeccionar
uniformes para las fuerzas paramilitares
del partido, las SA y las SS, aparte de para las Juventudes Hitlerianas.
Teniendo éstas más de tres millones de afiliados en toda Alemania… El negocio
de Boss se hizo muy próspero. Él se esforzaba por convencer a los gerifaltes
del NSDAP de su lealtad inquebrantable denunciando a todos los judíos que
conocía (algunos de ellos competencia empresarial). El despacho de Hugo estaba
presidido por una fotografía que le habían hecho junto a Hitler en el Berghorf,
la residencia del dictador en los Alpes bávaros. Luego llegó la guerra… y el
contrato para producir los uniformes de la Wermacht y de las Waffen SS, sus
mochilas, ropas de camuflaje, guantes… todo.
Como tantos empresarios alemanes en aquella
época, Boss se benefició de la mano de obra esclava. Unos 40 prisoneros de
guerra franceses y unas 140 mujeres
judías de Francia y Polonia. Jornadas
maratonianas, alimentación deficiente, condiciones de vida insalubres y el
trato vejatorio eran la marca de la
casa.
Después de la guerra, Hugo fue juzgado por su
apoyo al partido y al régimen nazi. La
sentencia se refería él como “partidario y beneficiario” del nacional
socialismo. Se le privó del derecho al voto, del derecho a dirigir un negocio y
tuvo que pagar una multa de 100 000 marcos.
Recurrió la sentencia y aunque posteriormente la etiqueta se le quedó en
”seguidor”, siguió con la pérdida de derechos y la multa. Desde mi punto de
vista poco le pasó. Uno de tantos nazis que se beneficiaron de las ganas de los
vencedores de la guerra de dar rápido carpetazo al tema del holocausto y pasar
a otras cosas más interesantes, como medirse los atributos con los soviéticos.
Poco pudo disfrutar de su suerte, ya que
falleció en 1948. Su yerno se había hecho cargo de la empresa y ésta siguió
confeccionado uniformes para la nueva Alemania. ¿Para qué dejar lo que
funciona? Pero las cosas ya no fueron igual, no había una maquinaria bélica a
la que alimentar y a finales de los 60 los números empezaron a no cuadrar. Los nietos
del fundador se hicieron cargo del timón y dieron a la firma el giro glamuroso
al que estamos acostumbrados y que hicieron del ella el gigante de la moda y de
productos de lujo que es hoy.
Hay un último acto para esta obra. El pasado
nacionalsocialista de Hugo Boss, sin ser secreto, era algo que había pasado al
olvido, pero acaparó atenciones en 1997, cuando fueron conocidos los datos de
cuentas que llevaban décadas inactivas en bancos suizos, con lo que aparecieron
numerosos artículos en prensa que aireaban las actividades del viejo Hugo. Ello
traería consecuencias. En 1999 la empresa recibió varias demandas que le
exigían el pago de compensaciones por el empleo de mano de obra forzada durante
la guerra. Como otras empresas alemanas también fueran demandadas, se llegó al
acuerdo de crear un fondo de compensación de 5.000.000 de dólares, financiado
por las empresas demandadas y el gobierno alemán. Hugo Boss contribuyó con 750.000
dólares.
Es sabido que pocas cosas hay más rentables
para el empresario bien posicionado que una buena guerra, que dure mucho y
requiera mucho material de todo tipo. Hugo Boss no fue el único empresario
(hubo muchos a ambos lados del Atlántico) que se benefició de la guerra. Ni
siquiera fue el único que utilizó mano de obra esclava, pero ello no le
justifica. Fue un criminal, aliado con criminales y tratado con indulgencia por
unos vencedores poco escrupulosos.
Resulta chocante… y un poco repugnante, que
una firma que hoy nos evoca el lujo, la cara bonita de la economía de mercado,
hace ochenta años marchase al ritmo del paso de la oca, como un engranaje de la
Alemania Nazi.
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