lunes, 19 de agosto de 2019

HUGO BOSS, EL SASTRE NAZI


 En 1931 Hugo Ferdinand Boss era un cuarentón con todo el aspecto del teutón aficionado a las salchichas, la cerveza y los valses de Straüss, pero tenía problemas: su empresa de confección se iba al traste. La debacle económica que vivía Alemania le pasaba factura y los acreedores llamaban a su puerta. Había fundado la satrería Hugo Boss en Matzingen, un coqueto pueblecito a escasos kilómetros de Stuttgart, apenas acabada la I GM, especializándose en la manufactura de camisas, ropa interior y posteriormente ropa de trabajo y no es que fuera malo en lo que hacía, pero la coyuntura  no era la mejor ni mucho menos.  En las fechas de las que hablamos tuvieron lugar dos hechos muy trascendentales para el futuro del negocio de Hugo: uno, llegó a un acuerdo con sus acreedores, por el cual le dejaron con una pequeña parte de su material para continuar capeando y liquidó el resto del negocio para pagar sus deudas; dos, se afilió al NSDAP de Adolf Hitler.

 No, no nos engañemos, no se afilió por conveniencia.  Comulgaba entusiastamente con el ideario del partido y se convirtió en un nazi convencido. Pero, evidentemente, pertenecer a la fuerza que arrasaba en el país como un incendio incontrolado iba a tener sus ventajas. A partir de 1934 empezó a confeccionar uniformes para  las fuerzas paramilitares del partido, las SA y las SS, aparte de para las Juventudes Hitlerianas. Teniendo éstas más de tres millones de afiliados en toda Alemania… El negocio de Boss se hizo muy próspero. Él se esforzaba por convencer a los gerifaltes del NSDAP de su lealtad inquebrantable denunciando a todos los judíos que conocía (algunos de ellos competencia empresarial). El despacho de Hugo estaba presidido por una fotografía que le habían hecho junto a Hitler en el Berghorf, la residencia del dictador en los Alpes bávaros. Luego llegó la guerra… y el contrato para producir los uniformes de la Wermacht y de las Waffen SS, sus mochilas, ropas de camuflaje, guantes… todo.

 Como tantos empresarios alemanes en aquella época, Boss se benefició de la mano de obra esclava. Unos 40 prisoneros de guerra franceses  y unas 140 mujeres judías de Francia y Polonia.  Jornadas maratonianas, alimentación deficiente, condiciones de vida insalubres y el trato  vejatorio eran la marca de la casa.

 Después de la guerra, Hugo fue juzgado por su apoyo al partido y al régimen nazi.  La sentencia se refería él como “partidario y beneficiario” del nacional socialismo. Se le privó del derecho al voto, del derecho a dirigir un negocio y tuvo que pagar una multa de 100 000 marcos.  Recurrió la sentencia y aunque posteriormente la etiqueta se le quedó en ”seguidor”, siguió con la pérdida de derechos y la multa. Desde mi punto de vista poco le pasó. Uno de tantos nazis que se beneficiaron de las ganas de los vencedores de la guerra de dar rápido carpetazo al tema del holocausto y pasar a otras cosas más interesantes, como medirse los atributos con los soviéticos.

 Poco pudo disfrutar de su suerte, ya que falleció en 1948. Su yerno se había hecho cargo de la empresa y ésta siguió confeccionado uniformes para la nueva Alemania. ¿Para qué dejar lo que funciona? Pero las cosas ya no fueron igual, no había una maquinaria bélica a la que alimentar y a finales de los 60 los números empezaron a no cuadrar. Los nietos del fundador se hicieron cargo del timón y dieron a la firma el giro glamuroso al que estamos acostumbrados y que hicieron del ella el gigante de la moda y de productos de lujo que es hoy.

 Hay un último acto para esta obra. El pasado nacionalsocialista de Hugo Boss, sin ser secreto, era algo que había pasado al olvido, pero acaparó atenciones en 1997, cuando fueron conocidos los datos de cuentas que llevaban décadas inactivas en bancos suizos, con lo que aparecieron numerosos artículos en prensa que aireaban las actividades del viejo Hugo. Ello traería consecuencias. En 1999 la empresa recibió varias demandas que le exigían el pago de compensaciones por el empleo de mano de obra forzada durante la guerra. Como otras empresas alemanas también fueran demandadas, se llegó al acuerdo de crear un fondo de compensación de 5.000.000 de dólares, financiado por las empresas demandadas y el gobierno alemán. Hugo Boss contribuyó con 750.000 dólares.

 Es sabido que pocas cosas hay más rentables para el empresario bien posicionado que una buena guerra, que dure mucho y requiera mucho material de todo tipo. Hugo Boss no fue el único empresario (hubo muchos a ambos lados del Atlántico) que se benefició de la guerra. Ni siquiera fue el único que utilizó mano de obra esclava, pero ello no le justifica. Fue un criminal, aliado con criminales y tratado con indulgencia por unos vencedores poco escrupulosos.

 Resulta chocante… y un poco repugnante, que una firma que hoy nos evoca el lujo, la cara bonita de la economía de mercado, hace ochenta años marchase al ritmo del paso de la oca, como un engranaje de la Alemania Nazi.

domingo, 18 de agosto de 2019

HEINRICH SCHLIEMANN, EL MILLONARIO QUE DESENTERRÓ TROYA


 Heinrich Schliemann (retrato) nació en 1821 en el Gran Ducado de Mecklemburgo-Strelitz. No era rico, pero sí emprendedor. Quiso emigrar a Venezuela para buscar fortuna, pero su barco naufragó cerca de la costa holandesa y en Holanda se quedó, como empleado de una oficina comercial. Encontró tiempo para aprender holandés,   francés, inglés, italiano, español y árabe (el alemán ya lo traía aprendido). Buscando pastos más verdes, entró a trabajar en la casa Schröder y ya puestos, aprendió también ruso para que lo enviaran como delegado a San Petersburgo. Tuvo que irle bien. Se independizó y abrió un negocio de compra venta de oro en polvo. Con treinta años era millonario.

 Hasta aquí el típico cuadro del hombre de negocios hecho a sí mismo, pero Schliemann tenía una cara oculta. Era un apasionado estudioso autodidacta de los relatos homéricos, desde que viese siendo niño un grabado que representaba a Eneas huyendo de Troya en llamas con su padre a cuestas y su hijito al lado. Durante sus años de negociante siguió leyendo impenitente todo cuanto caía en sus manos alusivo al tema. Era además un gran viajero que se empapaba de las culturas que visitaba.

 En 1866, estando ya casado y con hijos y siendo un cuarentón respetable y forrado, empezó estudios sobre la Antigüedad Clásica y Lenguas Orientales en la Sorbona. Hasta aquí todo sigue pareciendo razonable. Un hombre rico que puede permitirse ya vivir de las rentas (poseía campos de caña de azúcar en Cuba) se dedica a satisfacer su inquietud intelectual. Sin embargo su pasión por Homero iba en aumento. En 1867 visitó las ruinas de Pompeya, que le impresionaron vivamente y en 1868 visitó Grecia por primera vez.

 Y ese fue el detonante de lo que llevaba años acumulándose.

 Estuvo en Ítaca, donde se animó con una primera excavación, sin resultados destacables y al poco cruzó los Dardanelos y conoció  a Frank Calvert, cónsul británico y arqueólogo aficionado, que le habló de colina de Hissarlik, que tradicionalmente se identificaba con la ubicación de Troya y en la que él mismo había excavado, sin éxito.

 Algo entonces estalló en la cabeza de Schliemann. Regresó a París, informó a su esposa (llamada Ekaterina Lishin y emparentada con la aristocracia rusa) de su intención de excavar en busca de la legendaria Troya, lo cual le pareció a ella un soberano disparate. Schliemann se divorció ipso facto de ella y antes de que acabase 1869 ya se había casado con Sofía Engastromenos (retrato) una jovencita de 17 años, sobrina de un cura de San Petersburgo amigo suyo. Sofía le daría dos hijos (había tenido otros tres con Ekaterina, que debían considerarle tan chalado como sin duda lo consideraba ella) a los que pondría por nombres Andrómaca y Agamenón. Eso da idea del nivel de frikismo (me permito el anacronismo) del germano.

 Schliemann empezó a excavar en Hissarlik en 1870 y lo hizo sin cuidado, arrasando con los estratos superiores en su afán por llegar a lo que sin duda le esperaba abajo, lo cual fue muy criticado por los estudiosos de la época. Empezaron a salir trozos de cerámica y otros objetos domésticos que Sofía clasificaba pacientemente. Surgieron dificultades, naturalmente, la excavación contaba con decenas de trabajadores, el clima era sofocante y se planteaban problemas de tipo logístico y sanitario. La malaria era común en Anatolia en aquella época. Además, Schliemann no tenía ni idea de cómo plantear una excavación de aquella magnitud, así que iba improvisando.

 A lo largo de tres años, salieron a la luz varios estratos de restos de varias ciudades (hasta diez llegarían posteriormente a descubrirse) construidas unas sobre las ruinas de las otras a lo largo de los siglos. Él estaba convencido de que el segundo nivel era el correspondiente a la Troya de Homero, lo cual no tenía ningún fundamento. En 1873 desenterró al fin una gran cantidad de joyas y recipientes de oro que sin dudar un instante calificó como “el tesoro de Príamo”. Lo sacó en secreto de Anatolia con lo que fue acusado (con razón) de robo por el gobierno turco. Sólo pudo volver a excavar en tierras turcas soltando billetes, en cantidad, pero el dinero no era problema. La ocurrencia de fotografiar a Sofía engalanada con parte de las joyas es de primera.

 Schliemann llevó a cabo otras excavaciones, en Micenas, buscando la tumba  Agamenón, descubriendo importantes enterramientos y la famosa máscara de oro, cuya propiedad no dudó en atribuir al legendario rey; en Tirinto, otra vez en Ítaca y otra vez en Hissarlik, esta vez con el arqueólogo Wilhelm Dörpfeld, que ya tenía cierta fama por sus trabajos en Olimpia.

 Al final de su vida cambió de opinión respecto al nivel correspondiente a la Troya de la Ilíada, afirmando que este debía ser el seis y no el dos, juicio éste igualmente arbitrario. El muy pirata no aprendió la lección y siguió sacando objetos ilegalmente de Turquía. Murió en 1890 por una infección de oído que se complicó y que le afectó al cerebro. Como era su deseo, fue sepultado en un lujoso mausoleo en Atenas, con forma de templo griego presidido por su busto y una inscripción “Para el héroe Schliemann”. Un friso que narra sus viajes y excavaciones rodea el monumento. Un tipo que hacia el final de su vida alzaba sus oraciones a Zeus (¡!) sin duda alguna debía pensar que merecía un enterramiento digno de Teseo, Aquiles o Heracles.

 Schiliemann fue considerado un charlatán por los académicos de su época, aunque finalmente tuvieron que reconocer la importancia de su trabajo. Pero no era un investigador, era un friki (y ruego que se me vuelva a perdonar el anacronismo, pero le cuadra). No aplicaba el método científico para validar o falsar teorías. Se puso a agujerear alegremente la colina de Hissarlik buscando pruebas que encajasen con los escritos homéricos, en cuya validez histórica creía a pies juntillas. ¿Estaba loco? Todos tenemos nuestro pequeño o gran tiro pegado, pero él tuvo los medios (y la determinación) necesarios para perseguir sus sueños… y nos regaló Troya.

sábado, 17 de agosto de 2019

JULIANO EL APÓSTATA

 El emperador romano Juliano II (331 ó 332-363), conocido como “el apóstata”, es considerado por la historiografía cristiana como un enemigo de la fe. En efecto, unas décadas después de que el cristianismo saliese de la clandestinidad, aumentando a partir de entonces constantemente su poder sobre la sociedad romana, Juliano decidió volver a las antiguas religiones. Él había recibido una intensa formación cristiana, pero el hecho de que sus padres fueran asesinados en medio de la purga que llevó a cabo el emperador Constancio II para asegurar su poder sembró en él la duda acerca de las bondades de la nueva religión, cuyas enseñanzas diferían en tantos puntos del criminal proceder de tantos que la profesaban.

 Tuvo la ocasión de estudiar en Constantinopla y Nicomedia, asistiendo a prestigiosas escuelas de retórica y visitando las escuelas filosóficas de Atenas, pero siempre bajo la atenta vigilancia de los agentes del emperador. Su hermanastro Galo, que ostentaba el cargo de César, fue ejecutado por orden de Costancio, pero posteriormente él mismo accedería a tal posición, posiblemente protegido por el afecto que le profesaba la emperatriz Eusebia.

 El aprendiz de filósofo se reveló como administrador competente y militar eficaz, que supo ganarse el respeto y aún el afecto de los hombres bajo su mando. Su popularidad y prestigio fue en aumento, sobre todo entre la aristocracia senatorial romana. Como Constancio lo viese como una amenaza, marchó contra él, pero murió inesperadamente en Tarso. Juliano difundió la noticia de que el emperador le había nombrado sucesor en su lecho de muerte y asumió el poder en solitario, arrasando con toda la administración de su predecesor.

 Lo primero que establece fue un “Edicto de Tolerancia”, por el que todas las religiones debían ser tratadas por igual. Parecía una buena medida, pero Juliano fue incongruente con ella. Se manifestó abiertamente anticristiano. En Antioquía, por ejemplo, cerró la principal iglesia cristiana por creer que los cristianos eran culpables del incendio de un templo de Apolo. Prohibió a los cristianos enseñar gramática y retórica, ya que para ello se utilizaban textos clásicos. “Si quieren enseñar, Tienen a Lucas y a Marcos, que vuelvan a sus iglesias y los comenten” rezaba uno de sus edictos. Confiscó bienes, exilió obispos  y favoreció fiscalmente a los templos paganos, mientras gravaba con impuestos especiales a los cristianos. Tanto llegó a odiarle una parte del pueblo, por ejemplo en Antioquía (ciudad que Juliano favoreciera económicamente) que se llegó a ensalzar en público la figura de Constancio, el anterior emperador, odiado en toda Asia Menor.

 Juliano hizo públicas sus creencias paganas en cuanto ganó el poder. No practicó exactamente el paganismo de los primeros tiempos del imperio, sino que también se interesó en cultos mistéricos como el de Mitra, muy popular entre los militares (aquí podemos ver un afán por atraerse al sector pagano del ejército, en el que también había muchísimos cristianos).

 Después de reformar la administración y la maltrecha economía del Imperio con gran éxito, se lanzó a la conquista de gloria militar. Organizó una expedición contra el Imperio Sasánida. Intentaba emular a su gran héroe clásico: Alejandro Magno, pero Juliano no contaba con un apoyo incondicional. En la batalla de Maranga, en el año 363, recibió una herida mortal, de la que no se pudo recuperar. Moría junto al río Tigris, como su admirado Alejandro.

 No podemos estimar el impacto que habrían tenido sus esfuerzos por devolver el Imperio Romano al paganismo, de no haber muerto tan prematuramente. Probablemente creía que obraba con rectitud tratando de parar la expansión del cristianismo, religión a la que consideraba hipócrita y maligna, pero le faltó la mesura y prudencia de la que debería haber hecho gala en honor a su formación. De todas maneras, no podemos negar su singularidad en la historia.

jueves, 15 de agosto de 2019

LA DEUDA CON EL AMIGO AMERICANO


 Al finalizar la IIGM, la dictadura franquista vivió un período de cierto aislamiento internacional, debido a su clara alineación con el bando derrotado. Lo de la neutralidad era un cuento chino, ya que un país neutral no proporciona apoyo logístico a unidades militares (aprovisionamiento y reparaciones a submarinos alemanes en puertos españoles), ni manda fuerzas a un frente abierto bajo bandera propia (División Azul, frente oriental), ni construye fortificaciones frente a una posición de una de las naciones beligerantes (búkeres frente a Gibraltar en la Línea de la Concepción), ni firma un tratado de amistad con Alemania (Burgos,  31 de marzo de 1939) ni se adhiere al Pacto Anti Komintern de Alemania, Italia y Japón, entre otras muestras de clara afinidad. Otra cosa es que la colaboración no fuese a más debido a la falta de acuerdos entre Hitler y Franco y que los aliados empezaran a presionar diplomáticamente a partir de 1942. Lo de presentar a Franco como un líder preocupado por su pueblo que supo mantener a España fuera de la contienda mundial e introducirla en el concierto de las naciones es un cuento que contrasta con los elogios públicos a nazis y fascistas todavía en 1942 y con su fe en que Alemania pudiera dar la vuelta a la guerra en la contraofensiva de las Ardenas, en 1944. Eberhard von Stohrer, que fuera embajador alemán en Madrid  de 1937 a 1942, comentó en una ocasión que no era de extrañar que Hitler hubiese llegado a la conclusión que España resultaba más útil a Alemania enmascarada de supuesta neutralidad que como aliado beligerante. Bastante escaldado estaba el dictador alemán de cargar con un aliado pobre como Italia, que le obligaba a gastar recursos para suplir sus carencias y pocas ventajas le reportaba. ¿Para qué echarse a la chepa otra carga más, mientras con la “neutralidad” tenía asegurado apoyo logístico para sus submarinos y una vía para burlar el bloqueo naval británico?

 No nos engañemos. Durante la IIGM el gobierno franquista fue pro-nazi y si España no fue un estado más del Eje fue por su lamentable situación material, que la invalidaba como fuerza militar efectiva,  y porque del modo en que estuvo sirvió mejor a los intereses del III Reich.

 Lo más grave es que finalizada la guerra siguió siendolo pro-nazi. Una lista de huidos buscados por el Consejo de Control Aliado que fue remitida a Franco con la exigencia de su entrega, fue ignorada. Agentes nazis e incluso criminales de guerra usaron España como via de escape a otros lugares o incluso hallaron aquí refugio. Las autoridades franquistas se mantenían al margen en algunos casos, mientras en otros protegían activamente a ciertos sujetos.

 El 12 de diciembre de 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 39, por la que se afirmaba que el régimen franquista era de carácter fascista y se le declaraba cómplice de las potencias del Eje, lo que en justicia era absolutamente cierto. Se excluía a España de los organismos internacionales y se recomendaba a los estados la retirada de embajadores. Sin embargo, la repercusión de esta medida fue mínima.

 El mundo cambiaba, de la guerra emergía un nuevo equilibrio entre las naciones, con EEUU como líder indiscutible y existía un nuevo enemigo: la Unión Soviética, al que había que neutralizar a toda costa. La posición estratégica de la Península Ibérica en el nuevo mapa geopolítico motivó la presión de EEUU y sus aliados para que el 4 de noviembre de 1950 la ONU revirtiera la Resolución 39. En 1953 se firmarían los Pactos de Madrid, por los que EEUU tomaría el control de las bases aéreas de Zaragoza, Torrejón de Ardoz y Morón y de la base naval de Rota a cambio de créditos para la adquisición de bienes de primera necesidad y de la cesión de material bélico de segunda mano. Así, siendo un activo estratégico al servicio de EEUU al que no se le dio el carácter de aliado formal, consiguió el régimen de franco salir del aislamiento y ser aceptado en el concierto de las naciones. El mismo régimen que enviase hombres a luchar bajo la esvástica, el mismo régimen que diese cobijo a los submarinos que hundían centenares de mercantes en el Atlántico, el mismo régimen que dejó de morir a 4.427 españoles (que se sepa) en los campos de concentración de Hitler. Gracias a EEUU, un régimen dictatorial que se alinease con nazis alemanes y fascistas italianos se perpetuaba en el poder hasta la muerte del líder. Gracias a EEUU el franquismo dispuso de décadas para infectar las fibras de este país hasta el tuétano y sobrevivir hasta hoy.

 Menuda deuda histórica tienen los fraquistas españoles de hoy, los declarados y los de tapadillo, con el amigo americano.

HITLER, EL INCOMPETENTE