El pasado martes, víspera del paro general
convocado para los trabajadores de Bankia, andaba yo en mi oficina de
Cajamadrid de toda la vida cuando me dí cuenta de lo caldeados que estaban allí
los ánimos. Había rumores de que se había llegado a un acuerdo y reinaba cierta
confusión sobre sí la huelga se desconvocaba o no. El nerviosismo era patente y
una vez solventado el asunto que me
llevara allí acabé conversando unos minutos con el empleado sobre lo mal que
pintaba el ERE que se cernía sobre los trabajadores de la entidad. Al día
siguiente se confirmaba el acuerdo (una mierda de acuerdo desde mi punto de
vista) que sólo suavizaba un poco las condiciones draconianas del ERE. Meditaba
yo entonces sobre lo inmoral que resulta que un personaje tan patético como
Rodrigo Rato que suelta la entidad en un estado lamentable con deudas astronómicas,
cientos de afectados por un fiasco del quince como han sido las preferentes y
cientos de trabajadores que van a ir a la puñetera calle, tenga ahora un puesto
en telefónica para seguir cobrando pasta gansa por tocarse las narices. Lo
decente sería que ese sujeto fuese al paro, que de hambre no se iba a morir,
pues buenos dineros debe haber acumulado. Rodrigo Rato ha dimitido, pero sin
una disculpa, sin dar una explicación, saliendo como una Rata y con un premio
de consolación esperando. Así es como dimite un alto cargo en España… cuando
dimite.
El cúmulo de casos abiertos por corrupción
resulta apabullante, tanto por la cuantía de las cifras que manejaban los
presuntos chorizos y chorizas como por la relevancia social de las personas
implicadas, incluso una hija del propio rey. ¿Cuándo se ha visto eso? No sé, no
quiero caer en tópicos, pero creo que si en una democracia madura los escándalos
llegasen a estas cotas las dimisiones se sucederían en cadena, empezando por la
del mismo presidente del gobierno, incumplidor de todas sus promesas
electorales y que no me vengan con eso de que no tenían conocimiento de lo
precario de las cuentas públicas antes de acceder al poder. Un presidente que
gana una mayoría absoluta con mentiras (mentiras tan descaradas, claro, un político
miente por sistema pero al menos que lo haga con arte, no ofendiendo nuestra
inteligencia) ha de dimitir y punto. En Mariano, además, ofender nuestra
inteligencia se ha convertido en una fea costumbre. La última lindeza ha sido
enarbolar su declaración de la renta para “demostrar” la presunta falsedad de
la “contabilidad B” de ex tesorero del PP. Marianico, hijo… si has cobrado
pasta irregularmente ¿va a constar en tu declaración, alma de cántaro? ¿Nos
tomas por idiotas, Mariano? Haz un gesto de buena voluntad por lo menos,
sacrifica a tu ministra de sanidad, Anita Mato, ex esposa de un corrupto
manifiesto, testigo de todos sus manejos. No hagas como los corruptos
socialistas, que sólo han abandonado el sillón cuando prácticamente tenían a la
policía golpeando su puerta, como en el escándalo de los EREs de Andalucía. La
señora Mato tendría que hacer una declaración pública, admitir su pérdida de
credibilidad (ya maltrecha desde que declarase que los niños andaluces son prácticamente
analfabetos) y poner su cargo a
disposición e irse después con discreción y no asomar la cabeza hasta que el
caso se solucionara y entonces apechugar con lo que fuera. Pero claro, para
hacer eso hay que tener vergüenza.
Otra “esposa ignorante de los manejos de su
marido” ha sido la infanta Cristina. ¿En verdad estaba al margen de todo?
Alguien colgaba en Twitter el otro día el siguiente silogismo: “Ana Mato no se
enteró de los manejos de su marido, la infanta Cristina no se enteró de los
manejos de su marido… mi mujer se entera de todo, luego debo ser gilipollas”.
No me creo nada. Lo sí creo es que si un
yerno de la reina Isabel II de Inglaterra intentase meterse en negocios sin su
aprobación, ella le retorcería los huevos hasta que se le saltaran las lágrimas.
Juan Carlos por no reinar no reina ni en su propia casa.
Al final va a tener razón mi abuelo, que decía
“no hay más verdad, que todo es mentira”.
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