El pasado sábado fui a una de las muchas manifestaciones
convocadas a lo largo y ancho del país para protestar por los abusos cometidos
por financieros y políticos. Hacía ya bastantes años que no me veía en una
movida de estas características. ¿Por qué fui? Porque sí, porque hay que ir a
estas cosas a reivindicar ser ciudadano en un sistema social que nos trata como
a ganado que sólo vive para ser ordeñado y desechado cuando ya no es útil.
Hay gente, mucha gente, que piensa que las
manifestaciones no sirven para nada. Lo
que es seguro es que son un derecho que
el pueblo responsable debe ejercer. Mientras la marcha avanzaba lentamente por
las calles del centro de Málaga me fijaba en las personas que tranquilamente
conversaban en bares y restaurantes. No soy quien para juzgar a nadie, pero
creo que cuando la situación es tan sangrante como la que ya estamos viviendo
en este país se convierte en preciso desmarcarse del sistema todo lo que se
pueda… pero claro, hay que querer hacerlo.
El pueblo en la calle puede mover voluntades y
derrocar gobiernos. Diez, quince mil personas en una manifestación llaman la
atención, pero no dejan de ser una minoría, mientras el resto de la población
permanece cómodamente en sus casitas o yendo a cenar con los amigos, fingiendo
que no pasa nada, que el desempleo, los desahucios, los draconianos e inmorales
recortes en sanidad y educación son cosas que les quedan muy lejos, en un
universo paralelo o algo así. Sólo con una minoría protestando en las calles se
autoriza tácitamente a un embustero presidente de gobierno a que diga en foros
internacionales que los únicos descontentos en España son los que protestan en
las calles. Estamos en un país que se queja en los bares, tomando unos chatos
mientras se echa un dominó.
La ciudadanía debe arrebatar por propio
derecho el recurso de expresarse en la calle a unos sindicatos rapaces y
mafiosos que hacen uso de la reivindicación política y social para proteger sus
propios privilegios haciendo demostraciones de fuerza al gobierno que les
proporciona las subvenciones.
Hay que salir a la calle, hay que protestar,
salir de la anodina monotonía de las ovejas en el redil y gritar a los cuatro
vientos que los partidos mayoritarios y ya ni siquiera la contrahecha izquierda
unida nos representan, porque encumbran a los puestos de mayor responsabilidad
en el país a sujetos por lo general incompetentes e incluso manifiestamente
corruptos. Si no estamos presentes en los hechos significativos de la época que
nos toca vivir ¿cómo demonios vamos a considerarnos parte de ella?
Pero claro, resulta un problema que tanta
gente considere un hecho histórico un partido Madrid-Barça.
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