Hace sólo un año nadie habría imaginando hasta
donde podían llegar las cosas.
A los organismos vivos les pasa algo parecido
a lo que a las sociedades humanas (que son también organismos vivos, en cierto
modo): si no son capaces de eliminar convenientemente los elementos tóxicos (ya
sean resultado de su propio funcionamiento interno o procedente del exterior)
enferman y mueren. A lo largo de la historia grandes civilizaciones han sucumbido
víctimas de su propia corrupción interna, manifestada principalmente a través
de la rapacidad e incompetencia de sus gobernantes y el atroz individualismo de
sus ciudadanos. Actualmente la sociedad española está muy enferma. Usted no
tiene por qué estar de acuerdo conmigo en esto, pero creo que la realidad grita
con desesperación: el desempleo está desbocado, agudizado porque los
empresarios aprovechan la perra reforma laboral del gobierno para “tirar lastre”;
los bancos cometen el delito tipificado en el código penal como “inducción al
suicidio”; la policía apaliza a los ciudadanos como en los mejores tiempos del
franquismo; la conferencia episcopal calla cobardemente ante tanta injusticia
mientras clama contra el matrimonio homosexual y se lamenta por la renuncia del
papa (dicho sea de paso: que me cuelguen si el papa se va por motivos de salud,
pero eso es otra historia); la propia familia real se ve salpicada por la
corrupción; el partido del gobierno está en el punto de mira por sangrantes
chanchullos sin que se produzcan más dimisiones ni ceses que los de algún peón
de cuarta o quinta fila; el ex tesorero de ese partido, investigado por
corrupción, se marcha alegremente “a esquiar” a Canadá sin que nadie pestañee y
el otrora partido del gobierno, ahora “leal oposición” y tan putrefacto como el
otro, denuncia las mismas injusticias que antes perpetraba en un patético
intento de congraciarse con una ciudadanía que atónita ha de contemplar como su
secretario general se vanagloria de ganar al año “sólo” 60.000 eurillos. Eso en
un país donde una burrada de currantes ya se pueden dar con un canto en los
dientes si ganan 10.000. Hay que ser muy hijo de perra, tener la vergüenza
perdida, muy perdida.
Si esto ocurre en España, en Grecia las cosas
se radicalizan: gente desesperada asalta supermercados; ciertos agricultores y
ganaderos, hartos de la dictadura impuesta por la unión europea y sus
multinacionales cómplices, regalan su producción en las plazas públicas y ante
colegios y hospitales. Por otra parte, grupos anarquistas se han dedicado a atracar bancos para dar el dinero a la gente
que va a hacer la compra. Los que han sido detenidos han recibido salvajes
palizas en la comisaría, lo que ha sido denunciado por Amnistía Internacional. Poca
cobertura de todo esto hay en los medios españoles. Para que después digan que
no hay censura informativa.
En un momento histórico en que los
occidentales se precian de haber construido el estado del bienestar (los mal
llamados “países en vías de desarrollo” llevan décadas ahí llorando sangre,
pero ¿a quién le importa?) el empacho de basura, podredumbre, miseria moral, desvergüenza
manifiesta, hipocresía, criminalidad gubernamental e indecencia hace que el
ciudadano de a pie esté cada vez más cabreado ¿o usted no ha fantaseado con la
idea de cruzarle la cara a Marianico, a Rubalcaba, a Soraya, a Pepín Blanco o a
Anita Botella, pese a lo feo que estaría? El meteorito gordo nos ha pasado
rozando, pero puede que la explosión que lo mande todo al carajo venga desde
dentro.
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