miércoles, 20 de febrero de 2013

MÁS EMPACHO DE BASURA


 Mi padre, que es un sabio, lo mismo que lo fue mi abuelo y espero serlo yo algún día, me ha enseñado a desconfiar de los políticos desde la más tierna infancia. Nunca se ha cansado de evocarme la imagen de Franco en aquellos noticieros del NO-DO, de obligada visualización previa a la película de turno, pidiendo a los españoles que perseverasen en pos de un futuro mejor. “Españoles… trabajad por el futuro… tened esperanza en el futuro… mantened la ilusión por el futuro… el futuro de España… el futuro de nuestros hijos…” Bla, bla, bla, bla…

 Hoy he visto a Marianico Rajoy desde el atril del congreso de los imputados (¡ups, esta errata me es familiar!) prometiendo un futuro mejor a los españoles. Han pasado a voz de pronto así como setenta y pico años y el pez gordo en el poder no ha cambiado aún el mismo disco rayado. Es menester tener la vergüenza muy perdida para ser tan cínico.

 Hombre, igual igual que entonces no estamos, porque si en aquella época se te ocurría salirte de la sala de cine durante el NO-DO a fumarte un cigarro y echar una meada podías tener una visita de dos agradables señores en gabardina con el pelo peinado patrás bajo una generosa ración de brillantina que tras meterte por las narices el carné de la dirección general de seguridad te llevasen a un cuarto oscuro para cruzarte la cara por rojo o por “poco afecto al régimen”.  Hoy día podemos reírnos de Marianico, de Anita, de Soraya y de la madre que los parió hasta partirnos en dos, que nadie va a detenernos ni a ficharnos. Eso es lo que distingue las dictaduras de las “democracias”. Un dictador que gana el poder con un golpe de estado vive acojonado por la idea de que cualquiera al menos igual de capullo que él le pueda derrocar de igual manera que él mismo derrocó al anterior gobierno. Ese miedo le convierte en un paranoico que presa de su terror reprime cualquier oposición por nimia que sea. En una “democracia” ese miedo no existe, no tiene razón de ser, ya que el pueblo está engañado con la milonga de que es soberano, lo cual es más rentable y práctico que reprimirlo, recurso este (la represión digo) que siempre puede ser reservado para casos de necesidad, como cuando un grupo se organiza y decide desobedecer al estado cuando considera que éste actúa de manera injusta. Además la “libertad de expresión” actúa como válvula de escape para la mala leche y el resentimiento que bajo una dictadura declarada sería germen de reuniones clandestinas, de diferente signo y finalidad.

 Pero por lo que parece, el grado de cabreo popular va en aumento. Nunca habíamos visto tantas protestas populares como ahora (y no me refiero a las huelgas generales convocadas por los sindicatos soviético-mafiosos, sino a legítimos movimientos sociales). Nunca habíamos visto a la gente abucheando por la calle no sólo a los derechosos de siempre, sino a los izquierdosos  que intentan chupar cámara como Cayo Lara el otro día en una acción de la Plataforma Anti-desahucio o a ese producto de laboratorio sociata, que es Beatriz Talegón, un burdo intento de los gerifaltes del partido de Pablo Iglesias (que sin duda debe estar retorciéndose en su tumba)  por convencer al personal de que aún cabe esperar algo bueno de sus maltrechas filas. Pobres necios que ya sólo convencen a los ingenuos de carné que van a aplaudir a los mítines.


 En las próximas elecciones deberíamos ir a votar en masa y que cada español votase, sencillamente, lo que le saliera de ahí mismo, en conciencia y como esto es España y cada uno es de su padre y de su madre saldría un batiburrillo tal que nadie podría formar gobierno por sí mismo y cada ley, cada enmienda tendría que ser discutida en arduas y agotadoras sesiones que harían que de una puñetera vez sus señorías sudaran la camiseta, al menos un poco. A ver si el ejercicio de pública desvergüenza al que asistimos da la puntilla al bipartidismo endémico que nos asola, Marianico se vuelve a su plaza de registrador de la propiedad, Rubalcaba se va a disfrutar de las rentas del millón de euros en activos financieros que le afeaba el otro día el portavoz del PP y el señor Cayo (ni de coña tan sabio como el inmortal personaje de Delibes) se va a Marinaleda a que Gordillo le de trabajo en su paraíso comunista de andar por casa. Aquí ya no necesitamos políticos, nunca los hemos necesitado. Necesitamos servidores públicos. No necesitamos salvadores de la patria, necesitamos currantes. Lo único que espero es no tengamos que pasarnos en blanco otros setenta y pico años para que España tenga gobernantes dignos.

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