Mi padre, que es un sabio, lo mismo que lo fue
mi abuelo y espero serlo yo algún día, me ha enseñado a desconfiar de los políticos
desde la más tierna infancia. Nunca se ha cansado de evocarme la imagen de
Franco en aquellos noticieros del NO-DO, de obligada visualización previa a la
película de turno, pidiendo a los españoles que perseverasen en pos de un
futuro mejor. “Españoles… trabajad por el futuro… tened esperanza en el futuro…
mantened la ilusión por el futuro… el futuro de España… el futuro de nuestros
hijos…” Bla, bla, bla, bla…
Hoy he visto a Marianico Rajoy desde el atril
del congreso de los imputados (¡ups, esta errata me es familiar!) prometiendo
un futuro mejor a los españoles. Han pasado a voz de pronto así como setenta y
pico años y el pez gordo en el poder no ha cambiado aún el mismo disco rayado. Es menester
tener la vergüenza muy perdida para ser tan cínico.
Hombre, igual igual que entonces no estamos,
porque si en aquella época se te ocurría salirte de la sala de cine durante el
NO-DO a fumarte un cigarro y echar una meada podías tener una visita de dos
agradables señores en gabardina con el pelo peinado patrás bajo una generosa
ración de brillantina que tras meterte por las narices el carné de la dirección
general de seguridad te llevasen a un cuarto oscuro para cruzarte la cara por
rojo o por “poco afecto al régimen”. Hoy
día podemos reírnos de Marianico, de Anita, de Soraya y de la madre que los parió
hasta partirnos en dos, que nadie va a detenernos ni a ficharnos. Eso es lo que
distingue las dictaduras de las “democracias”. Un dictador que gana el poder
con un golpe de estado vive acojonado por la idea de que cualquiera al menos
igual de capullo que él le pueda derrocar de igual manera que él mismo derrocó
al anterior gobierno. Ese miedo le convierte en un paranoico que presa de su
terror reprime cualquier oposición por nimia que sea. En una “democracia” ese
miedo no existe, no tiene razón de ser, ya que el pueblo está engañado con la
milonga de que es soberano, lo cual es más rentable y práctico que reprimirlo,
recurso este (la represión digo) que siempre puede ser reservado para casos de
necesidad, como cuando un grupo se organiza y decide desobedecer al estado
cuando considera que éste actúa de manera injusta. Además la “libertad de
expresión” actúa como válvula de escape para la mala leche y el resentimiento
que bajo una dictadura declarada sería germen de reuniones clandestinas, de
diferente signo y finalidad.
Pero por lo que parece, el grado de cabreo
popular va en aumento. Nunca habíamos visto tantas protestas populares como
ahora (y no me refiero a las huelgas generales convocadas por los sindicatos
soviético-mafiosos, sino a legítimos movimientos sociales). Nunca habíamos
visto a la gente abucheando por la calle no sólo a los derechosos de siempre,
sino a los izquierdosos que intentan
chupar cámara como Cayo Lara el otro día en una acción de la Plataforma Anti-desahucio
o a ese producto de laboratorio sociata, que es Beatriz Talegón, un burdo
intento de los gerifaltes del partido de Pablo Iglesias (que sin duda debe
estar retorciéndose en su tumba) por
convencer al personal de que aún cabe esperar algo bueno de sus maltrechas
filas. Pobres necios que ya sólo convencen a los ingenuos de carné que van a
aplaudir a los mítines.
En las próximas elecciones deberíamos ir a
votar en masa y que cada español votase, sencillamente, lo que le saliera de ahí
mismo, en conciencia y como esto es España y cada uno es de su padre y de su
madre saldría un batiburrillo tal que nadie podría formar gobierno por sí mismo
y cada ley, cada enmienda tendría que ser discutida en arduas y agotadoras
sesiones que harían que de una puñetera vez sus señorías sudaran la camiseta,
al menos un poco. A ver si el ejercicio de pública desvergüenza al que
asistimos da la puntilla al bipartidismo endémico que nos asola, Marianico se
vuelve a su plaza de registrador de la propiedad, Rubalcaba se va a disfrutar
de las rentas del millón de euros en activos financieros que le afeaba el otro
día el portavoz del PP y el señor Cayo (ni de coña tan sabio como el inmortal
personaje de Delibes) se va a Marinaleda a que Gordillo le de trabajo en su
paraíso comunista de andar por casa. Aquí ya no necesitamos políticos, nunca
los hemos necesitado. Necesitamos servidores públicos. No necesitamos
salvadores de la patria, necesitamos currantes. Lo único que espero es no
tengamos que pasarnos en blanco otros setenta y pico años para que España tenga
gobernantes dignos.
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