domingo, 24 de marzo de 2013

LOS GORRIONES HAN VUELTO A MI BARRIO


Pues sí, es cierto y para mí resulta significativo. Verán, de un tiempo a esta parte los gorriones se habían visto desplazados de los barrios y parques en los que habían vivido en mi ciudad, Málaga, de toda la vida de Dios por esas odiosas cotorras de color verde esmeralda que proliferan como conejos y que han invadido el ecosistema al ser soltadas voluntaria o involuntariamente por los irresponsables dueños que las adquirieron en las pajarerías. Ahora poco a poco se está volviendo a ver gorriones, tan confiados ante la presencia humana como yo los recordaba, como este que vino a posarse cerca de mí mientras me tomaba un té esta mañana.

 La visión de esta simpática lagartija con plumas me llevó a reflexionar en el modo en que está cambiando mi ciudad desde que tengo uso de razón, unos treinta y cinco más o menos de los cuarenta que estoy a punto de cumplir. Recuerdo las playas de la Misericordia como un terreno inhóspito y misterioso, habitado sólo por los pescadores y las gaviotas durante los meses de invierno. En verano los playeros acudían en tropel para bañarse en las hediondas aguas cercanas al puerto para luego ir a refrescarse con unas cañas en los chiringuitos, toscas covachas de madera en las que la salubridad era un chiste y la mayonesa amarilla y elaborada allí mismo con la minipimer era garantía de diarrea, pero por lo menos podían acodarse en la barra sin camiseta, no como en  los chiringuitos de hoy, en los que hay que entrar calzado y vestido. ¿No estamos en la playa, coño?  Hoy si quieres comer con los pies en la arena has de llevarte el bocata de tortilla o arriesgarse a hacer una barbacoa, que está prohibido. El agua sigue igual de hedionda, pues los colectores y los barcos soltando desperdicios siguen ahí, pero hay un cojonudo paseo marítimo, una avenida y a intervalos regulares pulcros e idénticos chiringuitos edificados en ladrillo y vidrio. Las gaviotas ya no están. Han tomado posesión de las azoteas de los edificios circundantes, el último reducto que les queda.

 A veces echo de menos aquellas playas de la Misericordia a las que casi daba miedo ir.

 Algo parecido pasa con el puerto, reciente reformado sustituyendo el muelle de carga con las vetustas grúas por un primoroso bulevar pomposamente bautizado como “Palmeral de las Sorpresas”. Restaurantes, bares, tiendas pijas, puerto deportivo. “Un espacio ciudadano muy necesario para la ciudad de Málaga”  recitaba el alcalde, pero que resulta que está situado junto a otro amplio espacio ciudadano, que es el parque, plantado en el siglo XIX y con una gran variedad de especies vegetales. ¿Espacio ciudadano o espacio para los cruceristas que desembarcan para dejarse los dineros?

 A veces echo de menos aquel puerto cutre y añejo en el que, por lo menos, se posaban las gaviotas. Las viejas grúas ya no están, sustituidas por las mastodónticas máquinas que en el puerto mercante cargan y descargan contenedores. El progreso que nos arrasa.  

 Yo soy urbanita por naturaleza. Nunca he pretendido lo contrario, pero prefiero los parques con árboles a las avenidas llenas de tienditas pitiminí, los bares pequeños a las cervecerías de franquicia que son iguales en todas las ciudades, las callejas adoquinadas a las arterias de hormigón, las fachadas antiguas a los ventanales de vidrio y una buena flota de autobuses a un metro que nos ha destripado la ciudad y que aún no   vemos funcionando después de tantos años de obras.  Mi pequeño gorrión, discreto y sin estridencias, representa lo que quiero para mi ciudad, no es brillante y exuberante como la cotorra, pero yo lo prefiero. A la larga no da tantos problemas.

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