Para
acercarnos a la figura de Joseph Ratzinger desde una perspectiva humana
conviene que nos alejemos del coro de voces aduladoras que se han alzado desde
que hizo pública su decisión de abandonar (hacía tiempo que no teníamos ocasión
de ver tanta coba gratuita por parte de todo tipo de sujetos, incluidos esos
típicos periodistas afines al Vaticano cuya abanderada es la vetusta Paloma
Gómez-Borrero, la cual parece que roza el éxtasis siempre que habla de un papa,
el que sea). Tampoco nos iremos al otro extremo, como el de los idiotas que
sacan de contexto su pasado en las juventudes hitlerianas y en ejército alemán
durante la IIª Guerra Mundial (no es que tuviese mucha elección). Recomiendo
encarecidamente una entrevista realizada a un hombre que lo conoce y que a pesar de haber tenido serios
conflictos con él nos lo describe sin ira: el teólogo Leonardo Boff. Éste fue condenado por Ratzinger (cuando era
cardenal y prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, la
institución directamente heredera de la inquisición) a no publicar sus escritos,
por la abierta hostilidad de Roma a las ideas que defendían. Boff es uno de los
representantes de la llamada Teología de la Liberación, corriente teológica
surgida en América Latina y que postula ideas tan peligrosas como la lucha
contra la injusticia, la pobreza y la explotación. Aquí les dejo el enlace.
Benedicto XVI
queda como un papa que ha continuado con el impulso reaccionario que mueve
actualmente a un sector demasiado grande de la iglesia católica y que engloba a
la alta jerarquía y a todos los que le son afines, muy alejada de la realidad
social, del dolor de los que sufren, ajena a la denuncia de las injusticias
perpetradas por el poder político y económico, condenadora de todo aquel que se
atreve a proferir en público que el mensaje de Cristo está fuera de lugar en
las amplias y brillantes salas del Vaticano.
La iglesia
católica pierde credibilidad como institución debido a los muchos casos de abusos
sexuales por parte de clérigos; insuficientemente aclarados e intervenidos por
parte de la jerarquía; por la radicalización de las posturas contra la
homosexualidad y el empecinamiento en relegar a las mujeres a la subordinación.
Para completar el cuadro, la banca vaticana es investigada por prácticas
irregulares y por si ya fuera poco, el diario italiano “La República” va y
publica que a finales del año pasado se entregó al pontífice un informe sobre
la investigación por parte de tres cardenales de una trama de corrupción y
tráfico de influencias dentro del Vaticano, con referencias también a prácticas
sexuales. Dicen las malas lenguas que el papa se va tras haber leído este
informe, con la esperanza de que alguien más joven y enérgico ponga orden. Si
todo esto es así, ¿no debería rodearse de un equipo de colaboradores a toda
prueba y haciendo uso de su suprema autoridad e infalibilidad directamente
refrendada por Dios en asuntos de doctrina (esto es dogma de fe desde el
Concilio Vaticano I) ponerse manos a la obra y empezar a cortar cabezas)?
Pues no,
simplemente se va, dejando expedito el paso al siguiente papa reaccionario.
¿Saben
ustedes lo que me parece a mí Joseph Ratzinger? Un pobre hombre, hastiado,
desengañado y frustrado por toda una vida dedicada a deformar el mensaje de
Jesús de Nazaret para adaptarlo a los
intereses de una monstruosa maquinaria de opresión que si no es el anticristo, poco
le queda.
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