Confieso que la elección de papa me ha sorprendido. Resulta novedoso ver a un hispano hablante y además latino americano saludando a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. Como era de esperar no se han tardado en desempolvar los titulares que situaban al cardenal Bergoglio siendo citado a declarar en el proceso judicial contra los crímenes de la dictadura argentina, en especial sobre la detención y torturas de dos jesuitas en las que el cardenal habría estado implicado. Nada se pudo demostrar y las versiones son contradictorias. Las madres y abuelas de la Plaza de Mayo no le tienen en demasiada estima y lo acusan de connivencia con la dictadura, otros sostienen lo contrario. El artista y activista a favor de los derechos humanos Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nóbel de la Paz en 1980, una época en la que se daban estos premios a gente comprometida, no a memos como Al Gore) lo deja en que si bien no se le puede atribuir a Bergoglio complicidad con la dictadura, tampoco fue todo lo combativo que podría haber sido desde su posición de máxima autoridad de la iglesia católica en el país.
Sea como fuere este papa, que ha elegido llamarse Francisco, despreciando el pomposo “primero”, a semejanza del santo de Asís, ejemplo de pobreza en el seno de la iglesia. Tiene algo distinto. Sus declaraciones sobre el estilo de vida que debe acompañar al cristiano y contra la injusticia implícita en un sistema que favorece la aparición de la pobreza resultan bastante incendiarias y en la vida las oiríamos en boca de nuestro simpático Rouco Varela, tan afín a grupos tan majos como el “opus dei” o las “comunidades neocatecumenales”, adalides de un cristianismo místico y etéreo (lejano a la realidad social) pero apegado a la sórdida materialidad de la riqueza y por tanto perverso. Lo cierto es que el papa Francisco lo va a tener muy difícil si quiere hacer limpieza en el seno de la iglesia, que es lo que cada vez resulta más probable que pretendiera su predecesor al renunciar, viéndose impotente ante tanta mierda. Tiene de frente a poderes muy fuertes sustentados en lo económico y encarnados en grupos ultracatólicos, beatos e hipócritas como los ya mentados o los siniestros “legionarios de cristo” con un pederasta por fundador que cuentan con el apoyo de personajes de mucho peso como el cardenal Bertone, jefe de la banca vaticana. Si es de Dios, la lucha que se va a entablar en el Vaticano va a ser feroz, a no ser que Francisco sea atacado por el bacilo romano y se vuelva manso y dócil en manos de quienes mueven los hilos. Esta por ver si la autoridad del papa dentro de su casa es absoluta.
Quizá se espera demasiado de este hombre, que en muchos aspectos no deja de ser un continuista en aspectos como la posición contra el matrimonio homosexual, el aborto, la eutanasia o el uso de los anticonceptivos. Pretender lo contrario sería como pedirle peras al olmo. Pero se moja sin embargo al condenar a los curas que niegan el bautismo a los hijos de madres solteras, puede que no parezca nada del otro mundo, pero una toma de partido como esa junto con su claro desprecio a la realidad política, económica y social que favorece la pobreza se da de patadas con la actitud vergonzante que ha mantenido la curia vaticana en las últimas décadas. Ojalá este hombre de voz a los sectores de la iglesia que viven en contacto con la realidad de los que sufren, que toman el testigo de la misión profética de la iglesia de Cristo y que creen a pies juntillas que es más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja que permitir a un rico entrar en el reino de los cielos. Eso está en el Evagelio. Esos religiosos, religiosas y seglares que viven dentro de la iglesia, creyendo en ella pese a disentir de su jerarquía. Esos cristianos de bien que tienen la fe que a mí me falta. Esperemos que Dios de al papa Francisco sabiduría para apoyarse en ellos y arrojar a los mercaderes del templo, como hizo Jesús.
O quizá todo quede en agua de borrajas.
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