viernes, 17 de julio de 2015

EL PEREJIL

 De los muchos locales nocturnos que salpicaban el centro de Málaga allá por finales de los ochenta y principios de los noventa (la época en que empecé a salir por las noches) hay uno que permanece en mi recuerdo con especial cariño: el Perejil. Era una especie de hamburguesería, por llamarlo de algún modo, pues si bien es cierto que servían hamburguesas y todo tipo de bocatas, ahí acababa toda semejanza con los locales al uso. De entrada parecía un cuchitril, largo y estrecho, con una barra diminuta al fondo tras la cual estaba la aún más diminuta cocina, pero más allá había un patio con mesas y un salón más amplio. El patio tenía su coña, pues estabas allí sentado bebiéndote tu cerveza y al mirar para arriba veías la ropa de los vecinos tendida sobre tu cabeza. Las mesas también eran bastante extrañas, pues lo que hacían las veces de patas eran las estructuras metálicas de viejas máquinas de coser que sustentaban losas de mármol blanco, sobre las que comías y te apoyabas. Era un sitio gamberro, frecuentado por gente gamberra, no apto para todos los públicos, con su cestita llena de condones sobre la barra y una irreverente caricatura del papa de entonces, Juan Pablo II, con una nariz desmesuradamente grande enfundada en un condón. No solías ver a niños pijos por allí. Era un sitio genial. Se comía muy bien, los precios eran razonables y eso ya era mucho decir en una época en la que paulatinamente el centro de Málaga dejaba de ser el territorio de las tribus urbanas para convertirse en el almibarado “Centro Histórico” orientado hacia el turismo que es hoy. Viví los últimos estertores de una época que comenzó con la Transición y con aquella época también se fue el Perejil.

 La vida está llena de raros giros e intersecciones. A la vuelta de unos pocos de años he entrado a formar parte de la Comunidad Bahá`í  de Málaga y he aquí que descubro que el Perejil fue fundado a mediados de los ochenta ¡por bahá`ís! En concreto por dos matrimonios que hoy día tengo el gusto de conocer. Abrieron el local, lo tuvieron unos años y después lo traspasaron a la pareja que yo conocí en su día. Ellos lo hicieron todo, incluso poner las baldosas del suelo y construir las famosas mesas, absolutamente todo, con cuatro duros y toneladas de ilusión y creatividad. Unos auténticos emprendedores.

 El concepto del Perejil era absolutamente revolucionario, ya que pretendía ser un local en el que se comiera bien y no se sirviese alcohol. Lo primero lo consiguieron, lo segundo no, ya que de no servir alcohol, según la ordenanza municipal serían considerados un comercio corriente y no se les habría permitido abrir más allá de las ocho de la tarde, de modo que sirvieron cerveza. Por lo demás ofrecían una carta variada, con todo tipo de bocatas, una rica tortilla de patatas, batidos de frutas (el de plátano era la estrella) y las patatas fritas con salsa. Las recetas de las salsas eran el tesoro del Perejil. Estaban las papas “Rana Verde” (que no picaban), las papas “Bravas” (que picaban un poco) y las papas “Atómicas” (que picaban como su puñetera madre). Estas fueron las que yo conocí, pero en los tiempos heroicos también existieron las papas “Neutrónicas” reservadas para los chulos que se vanagloriaban de gustar de las cosas muy picantes y que al comerlas celebraban lo buenas que estaban mientras se les saltaban los lagrimones, vaya usted a saber por qué.

 Pero si algo definía al Perejil de entonces, más aún que al de mi época, era el ambiente. Se trataba de una especie de puerto franco, un lugar neutral donde iban a comer bocatas, papas, batidos de plátano y bizcochos gentes de toda condición: punks, fascistas de la Falange, sindicalistas de la CNT, ácratas… e incluso los camellos de la Cruz Verde (cercano barrio chungo)  y los vendedores de la Rápida, la famosa lotería ilegal de Málaga. Tenía que ser un espectáculo ver a aquellos curtidos quinquis tomando su batido de plátano con bizcocho al final de una dura jornada de tropelías, mientras comentaban sus problemas con otros macarras o con la policía; policías que, por otra parte, se preguntaban entre desconfiados y maravillados cómo podría ser que aquellos mismos tipos que conocían de la calle y que a veces metían a empujones en los coches patrulla estuviesen tan tranquilos en aquel curioso local bebiendo batido de plátano y escuchando música clásica. En el Perejil siempre se puso buena música, nada de los Cuarenta Miserables.


 Un retrato poco divulgado de la Málaga de los ochenta, con su centro oscuro, un tanto lóbrego con sus desvencijados edificios del siglo XIX que convivían con las feas fachadas de hormigón del Desarrollismo. Un centro por el que de noche se movían “gentes de mal vivir”, muchas de las cuales iban a darse un respiro al Perejil, un oasis. Hoy el centro es luminoso y mucho más “arreglado”. ¿Es mejor? Podríamos hablar un rato al respecto, pero ¡cómo me gustaría poder hacerlo sentado a una de aquellas mesas de hierro y mármol, bajo la ropa tendida!

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