miércoles, 8 de julio de 2015

LA COLA

 Me tomo eso de ponerme en cola muy en serio. Llámenme rancio o algo peor si así lo desean, pero es verdad. Si viene una persona a decirme que le guarde el turno porque tiene que irse mientras a hacer otra cosa, lo más probable es que le diga que no. Ya lo he hecho y no pocas veces, con desagradables resultados, por que la gente suele reaccionar a mi negativa como si le hubiese negado algo importantísimo y, como poco, te miran como si fueran aplastarte cual cucaracha. 

 Pero no me da la gana, porque si llego a la cola y aguanto paciente y estoicamente a que llegue mi turno, ¿por qué debo reservárselo a alguien que va a ir mientras a hacer otra cosa y que además no ha podido pedir opinión a todos lo que se pondrán en la cola mientras esté fuera? Esta mañana me pasó: una señora que entre sonrisitas me pidió que le cogiera la vez mientras ella iba a hacer no sé qué cosa... Miré alrededor, la barbaridad de gente que tenía aún por delante... 

 -Mire usted, pues no, pídasela si quiere a esta señora que acaba de llegar que yo volveré en otro momento...

 "Cuando las caraduras como usted se hayan retirado a sus agujeros" añadí para mi capote mientras volvía al calor infame que ya empezaba a castigar a esa hora de la mañana. En efecto, volví unas horas más tarde, después de haber hecho varias cosas y resolví mi asunto en dos patadas... y tan campante.

 En este país las colas tienen su historia y si no que se lo pregunten a aquellos que tuvieron que guardarlas durante la posguerra (pocos ya, muy mayores y que las guardaron siendo muy pequeños)  para comprar las magras provisiones que permitía la cartilla de racionamiento... o a aquellos que hoy deben guardarlas en los bancos de alimentos o en los comedores sociales debido a la infame situación económica. No sé si en este tipo de colas se pedirá guardar el turno de manera tan frívola y espero no tener que averiguarlo nunca. De todos modos, el nuestro es un país que nunca aprende de su historia y el ponerse en cola es uno de los ámbitos donde la picaresca está a la orden del día. Yo me opongo de frente al "si no puedes con ellos, únete a ellos".

 A estos caraduras que estiman que su tiempo es más valioso que el de los demás hay que compadecerlos, pues sin duda no les enseñaron ( o no les dio la gana de aprender) los principios de "el tener vergüenza" actitud básica para la vida en sociedad y en cuya ausencia no se vive, sino que se malvive, motivo por el cual hay que hacer todo el esfuerzo por reivindicarla a toda costa.

 Eso sí, si estoy en  la cola del súper con un carro hasta los topes y detrás de mí hay una señora mayor con una docena de huevos y un paquete de azúcar... la dejaré pasar con una sonrisa, que tampoco hay que cuadricularse tanto.

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