Ya he hablado en varias entradas de este blog sobre el alcohol y los
efectos que ejerce en las personas. Es algo con lo que estoy muy en contacto
como terapeuta en un programa de rehabilitación de drogodependencias. Esta vez
me siento a contarles un hecho que me refirió hace unos días una de las
personas a las que atiendo: un profesional liberal que acudió, como tantas personas
en estas fechas, a pasar unos días de descanso en un hotel, uno de estos con
piscina, bar, restaurante y servicio de terraza con el “todo incluido” que se
ha convertido en sinónimo de comodidad y vacaciones a todo plan. La situación
no podía parecer más inocente: barbacoa en la piscina con parrillada de carne a
la brasa de la que se ofrece a los presentes una porción junto con la bebida. Nuestro
amigo acude con su esposa e hijos a cobrarse su parte del botín y dado que él,
usuario del programa como es, no puede beber alcohol, pide un refresco y su correspondiente
ración de carne.
“Lo siento” replica el empleado de turno “pero
la carne la damos solo con cerveza o con vino”.
Extrañado ante tal condición muestra su
incredulidad, pero el empleado se reafirma: no es posible servir carne con un
refresco o con agua mineral, sólo con bebida alcohólica o, como mucho, cerveza
sin alcohol. Órdenes de la dirección.
Nuestro amigo toma el rumbo de la recepción y
exige hablar con el director, cosa que consigue sólo tras amenazar con la hoja
de reclamaciones. El director le resta importancia al asunto, afirma que es una
política que tiene como objetivo que la clientela “coja un puntito” y se ponga “contenta”,
con lo que se anima el ambiente, pero que dará orden de que con él se haga una
excepción. Ya no hay lugar para la hoja de reclamaciones, pero sí para una
enérgica protesta acerca de lo mal que le parece que se incite a la gente a
beber en un establecimiento público y sobre todo habiendo niños presentes. El
director del hotel, evidentemente, se pasa la enérgica protesta por el arco del
triunfo.
Habrá quien piense que siempre quedaba la
opción de beber la cerveza sin alcohol, pero el programa de tratamiento también
la prohíbe y de todos modos no deja de resultar perversa la idea de que una
persona con una cerveza en la mano, aunque sea sin alcohol, sí contribuye a “animar”
un ambiente, pero con un refresco no. Si quiero beberme un refresco, ¿por qué
debo pedir la dichosa cerveza para que me den la carne?
Incluso en este entrado siglo XXI, cuando gana
terreno el vegetarianismo, el veganismo, el yoga, el tai-chi y la vida sana en
general, beber mola, beber alcohol digo, pero de buen rollo ¿eh? Con gente
simpática, todos sonrientes y locuaces… contentos. No solos en la barra de un
bar con la cabeza entre las manos o sentados en un escalón o un banco del
parque, apurando un cartón de vino barato. Si no bebes resultas extraño, cuando
no directamente sospechoso… Porque si bebes no llamas la atención, incluso si
bebes mucho. El secreto estriba en que no se te note demasiado, pero si se te
nota eres un borracho. Difícil equilibrio, tan precario como pasearse por la
cuerda floja. El alcohol sigue siendo la droga destructiva por excelencia, que
hunde profundamente sus raíces en el tejido social.
“¡Viva el vino!” profería nuestro esperpéntico
presidente del gobierno y después lo matizaba con un hipócrita “¡viva la moderación!”
Pero ¡ay, Marianico! Ahí reside el problema. La noción de moderación es
lamentablemente ambigua y cada cual la sitúa donde le conviene. Para unos
consiste en beberse un vino a diario, para otros en el carajillo de la mañana y
para otros en ponerse morado a cubatas los sábados por la noche mientras no se
bebe en absoluto a lo largo de la semana. La única moderación posible con el
alcohol es beberse una copa de vez en cuando (muy de vez en cuando) y parar. Así
era como yo bebía antes de aceptar la fe Bahá`í y con ella la prohibición de
beber alcohol, pues dice Bahá `u` lláh que “si el hombre es un ser dotado de
razón, no ha de consumir lo que le priva de ella”. Yo bebía una cerveza y
paraba, pues con la segunda dejaba de ser yo, sólo un poquito, pero lo
suficiente como para que dejase de gustarme. Las borracheras antológicas fueron
cosa del pasado. Hace tres años que no bebo una gota de alcohol. No lo echo de
menos.
El alcohol no aporta nada; con moderación o
sin ella. Es un factor más de alienación en las sociedades. “Necesito una copa”
se dice para sobrellevar un fuerte disgusto o el estrés. El alcohol se desliza
en una vida sigilosamente y cuando se hace con un alma ya no la suelta, salvo a
costa de mucho trabajo y mucho sufrimiento. Prohibirlo sería absolutamente
inútil, como quedó demostrado en EEUU en tiempos de la Ley Seca, pero tenemos
la responsabilidad de transmitir a nuestros hijos la idea de que el alcohol es peligroso,
pues no en vano una de las razones para actuar de este señor fue dejar bien claro a sus hijos que lo que estaba pasando junto
a aquella piscina de hotel estaba mal, rematadamente mal y que es el signo de
una sociedad enferma.
Una sociedad alcoholizada.
Por desgracia el alcohol esta tan institucionalizado y normalizado en este sistema corrupto, que el no beber nos hace bichos raros a los que no lo hacemos.Saludos.
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