domingo, 7 de agosto de 2016

¡ALCOHOL PARA TODOS!



  Ya he hablado en varias entradas de este blog sobre el alcohol y los efectos que ejerce en las personas. Es algo con lo que estoy muy en contacto como terapeuta en un programa de rehabilitación de drogodependencias. Esta vez me siento a contarles un hecho que me refirió hace unos días una de las personas a las que atiendo: un profesional liberal que acudió, como tantas personas en estas fechas, a pasar unos días de descanso en un hotel, uno de estos con piscina, bar, restaurante y servicio de terraza con el “todo incluido” que se ha convertido en sinónimo de comodidad y vacaciones a todo plan. La situación no podía parecer más inocente: barbacoa en la piscina con parrillada de carne a la brasa de la que se ofrece a los presentes una porción junto con la bebida. Nuestro amigo acude con su esposa e hijos a cobrarse su parte del botín y dado que él, usuario del programa como es, no puede beber alcohol, pide un refresco y su correspondiente ración de carne.

 “Lo siento” replica el empleado de turno “pero la carne la damos solo con cerveza o con vino”.

 Extrañado ante tal condición muestra su incredulidad, pero el empleado se reafirma: no es posible servir carne con un refresco o con agua mineral, sólo con bebida alcohólica o, como mucho, cerveza sin alcohol. Órdenes de la dirección.

 Nuestro amigo toma el rumbo de la recepción y exige hablar con el director, cosa que consigue sólo tras amenazar con la hoja de reclamaciones. El director le resta importancia al asunto, afirma que es una política que tiene como objetivo que la clientela “coja un puntito” y se ponga “contenta”, con lo que se anima el ambiente, pero que dará orden de que con él se haga una excepción. Ya no hay lugar para la hoja de reclamaciones, pero sí para una enérgica protesta acerca de lo mal que le parece que se incite a la gente a beber en un establecimiento público y sobre todo habiendo niños presentes. El director del hotel, evidentemente, se pasa la enérgica protesta por el arco del triunfo.

 Habrá quien piense que siempre quedaba la opción de beber la cerveza sin alcohol, pero el programa de tratamiento también la prohíbe y de todos modos no deja de resultar perversa la idea de que una persona con una cerveza en la mano, aunque sea sin alcohol, sí contribuye a “animar” un ambiente, pero con un refresco no. Si quiero beberme un refresco, ¿por qué debo pedir la dichosa cerveza para que me den la carne?

 Incluso en este entrado siglo XXI, cuando gana terreno el vegetarianismo, el veganismo, el yoga, el tai-chi y la vida sana en general, beber mola, beber alcohol digo, pero de buen rollo ¿eh? Con gente simpática, todos sonrientes y locuaces… contentos. No solos en la barra de un bar con la cabeza entre las manos o sentados en un escalón o un banco del parque, apurando un cartón de vino barato. Si no bebes resultas extraño, cuando no directamente sospechoso… Porque si bebes no llamas la atención, incluso si bebes mucho. El secreto estriba en que no se te note demasiado, pero si se te nota eres un borracho. Difícil equilibrio, tan precario como pasearse por la cuerda floja. El alcohol sigue siendo la droga destructiva por excelencia, que hunde profundamente sus raíces en el tejido social. 

 “¡Viva el vino!” profería nuestro esperpéntico presidente del gobierno y después lo matizaba con un hipócrita “¡viva la moderación!” Pero ¡ay, Marianico! Ahí reside el problema. La noción de moderación es lamentablemente ambigua y cada cual la sitúa donde le conviene. Para unos consiste en beberse un vino a diario, para otros en el carajillo de la mañana y para otros en ponerse morado a cubatas los sábados por la noche mientras no se bebe en absoluto a lo largo de la semana. La única moderación posible con el alcohol es beberse una copa de vez en cuando (muy de vez en cuando) y parar. Así era como yo bebía antes de aceptar la fe Bahá`í y con ella la prohibición de beber alcohol, pues dice Bahá `u` lláh que “si el hombre es un ser dotado de razón, no ha de consumir lo que le priva de ella”. Yo bebía una cerveza y paraba, pues con la segunda dejaba de ser yo, sólo un poquito, pero lo suficiente como para que dejase de gustarme. Las borracheras antológicas fueron cosa del pasado. Hace tres años que no bebo una gota de alcohol. No lo echo de menos.

 El alcohol no aporta nada; con moderación o sin ella. Es un factor más de alienación en las sociedades. “Necesito una copa” se dice para sobrellevar un fuerte disgusto o el estrés. El alcohol se desliza en una vida sigilosamente y cuando se hace con un alma ya no la suelta, salvo a costa de mucho trabajo y mucho sufrimiento. Prohibirlo sería absolutamente inútil, como quedó demostrado en EEUU en tiempos de la Ley Seca, pero tenemos la responsabilidad de transmitir a nuestros hijos la idea de que el alcohol es peligroso, pues no en vano una de las razones para actuar de este señor fue dejar bien claro a sus hijos que lo que estaba pasando junto a aquella piscina de hotel estaba mal, rematadamente mal y que es el signo de una sociedad enferma.

 Una sociedad alcoholizada.

1 comentario:

  1. Por desgracia el alcohol esta tan institucionalizado y normalizado en este sistema corrupto, que el no beber nos hace bichos raros a los que no lo hacemos.Saludos.

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