sábado, 26 de enero de 2013

LA MAGDALENA


 Prostitución siempre ha habido y siempre la habrá. Reflexionaba sobre ello al pasar en el coche junto a una de esas odiosas vallas publicitarias que pregonan las excelencias de cierto prostíbulo (lupanar, burdel, mancebía… el castellano es prolijo en términos para referirse a este tipo de establecimientos a fin de evitar el consabido y basto “casa de putas” que, con todo hoy resulta un tanto incómodo y se ha sustituido en muchos casos por un anglicismo neutro, descafeinado y absolutamente inadecuado para tal uso: “club”) enclavado en un polígono industrial de mi ciudad con un eslogan no menos odioso: “Porque te lo mereces”.  Evidentemente hombre, te lo mereces. Las mujeres al fin y al cabo están para eso, ¿no?

 El problema existencial, ético e incluso psicológico de alguien que paga a otra persona para mantener relaciones sexuales constituiría material para largas conversaciones y no es mi propósito entrar en ello hoy. Quiero centrarme en la figura de la persona prostituída y deliberadamente evito decir “que se prostituye” pues dejar la cuestión en que un hombre o una mujer elige ejercer la prostitución es un simplismo y una hipocresía. La miseria moral de la que adolecen las sociedades humanas en general desde que por primera vez un ejemplar de homo sapiens sapiens descubrió que ofrecer su cuerpo para prácticas sexuales podía ser objeto de trueque por servicios o bienes ha motivado la institución del llamado oficio más viejo del mundo. Quizá no sea el más viejo, pero casi. La prostitución existe porque hay demanda. Las sociedades la toleran (incluso en estados donde el marco jurídico la prohíbe y la pena) porque a lo largo de la historia tácitamente se ha justificado su función como válvula de escape para las necesidades masculinas. Mientras tanto las personas que la ejercían eran públicamente marcadas y marginadas para que no se mezclasen con las personas decentes.

 Yo he conocido a algunas mujeres de la prostitución. Mujeres mayores, con años a cuestas en la profesión. Cuidaban de sus casas, de hijos. No sabían hacer otra cosa, nadie les había dado opción a otra cosa que no fuera fregar suelos por una miseria. Haciendo la calle podían mantenerse, vivir. Es muy fácil juzgarlas desde fuera. Tildarlas de viciosas que viven una vida fácil sólo teniendo que tenderse en una cama para recibir dinero. Al menos las que yo conocí no eran unas viciosas, no les gustaba lo que hacían y hubiesen querido dejar de hacerlo, pero no había muchas opciones y la factura de la luz estaba al caer. Eran mujeres decentes y honradas.  Júzguenlas ustedes si se ven capaces. Yo no me veo. Sentados en despachos inmaculados hay personas con muchos menos valores.

 La educación en valores es la única manera de combatir esa lacra. Ninguna política institucional, ya sea la prohibición o la penalización del proxenetismo es eficaz. La prostitución es algo demasiado arraigado en las sociedades como para poder eliminarlo así como así. Es un negocio demasiado fácil y lucrativo para los explotadores (que no para las mujeres) pues la demanda es continua e insaciable. Ni siquiera en países donde se ha legalizado y regulado la prostitución ha dejado ésta de encontrarse ligada a la delincuencia y la violencia sobre las mujeres.

 Esos cartelones en las carreteras son una afrenta a la dignidad humana. No crean que soy un mojigato. No lo soy. Pero el comercio con carne se llamaba hasta hace poco esclavitud y el hecho de que una persona que se ofrece a otra para sexo no lleve grilletes en los pies no quiere decir que sea libre.

 Por cierto. Un señor que entendió muy bien la dignidad de la mujer prostituida fue un tal Jesús de Nazaret que dios o no, tomó como una de sus mejores amigas a María de Magdala. Lo digo por aquellas personas decentes que se creen con derecho a mirar a estas mujeres por encima del hombro.

1 comentario:

  1. Nadie debe juzgar a otro por lo que lo hace, y no creo que las mujeres lo hagan alegremente como se dice de vida alegre, será en casos de alto standing que les pagarán y escogerán a los clientes, las prostitutas que han de comer y pagar facturas, han de soportar hombres que no les gustan y fingir, e incluso tomar drogas o algo para soportarlo. Es un comercio porque hay, y siempre habrá demanda, y también existe la prostitución masculina, que siempre se obvia,

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