Prostitución siempre ha habido y siempre la
habrá. Reflexionaba sobre ello al pasar en el coche junto a una de esas odiosas
vallas publicitarias que pregonan las excelencias de cierto prostíbulo (lupanar,
burdel, mancebía… el castellano es prolijo en términos para referirse a este
tipo de establecimientos a fin de evitar el consabido y basto “casa de putas”
que, con todo hoy resulta un tanto incómodo y se ha sustituido en muchos casos
por un anglicismo neutro, descafeinado y absolutamente inadecuado para tal uso:
“club”) enclavado en un polígono industrial de mi ciudad con un eslogan no
menos odioso: “Porque te lo mereces”. Evidentemente
hombre, te lo mereces. Las mujeres al fin y al cabo están para eso, ¿no?
El problema existencial, ético e incluso
psicológico de alguien que paga a otra persona para mantener relaciones
sexuales constituiría material para largas conversaciones y no es mi propósito
entrar en ello hoy. Quiero centrarme en la figura de la persona prostituída y
deliberadamente evito decir “que se prostituye” pues dejar la cuestión en que
un hombre o una mujer elige ejercer la prostitución es un simplismo y una
hipocresía. La miseria moral de la que adolecen las sociedades humanas en
general desde que por primera vez un ejemplar de homo sapiens sapiens descubrió que ofrecer su cuerpo para prácticas
sexuales podía ser objeto de trueque por servicios o bienes ha motivado la
institución del llamado oficio más viejo del mundo. Quizá no sea el más viejo,
pero casi. La prostitución existe porque hay demanda. Las sociedades la toleran
(incluso en estados donde el marco jurídico la prohíbe y la pena) porque a lo
largo de la historia tácitamente se ha justificado su función como válvula de
escape para las necesidades masculinas.
Mientras tanto las personas que la ejercían eran públicamente marcadas y
marginadas para que no se mezclasen con las personas decentes.
Yo he conocido a algunas mujeres de la
prostitución. Mujeres mayores, con años a cuestas en la profesión. Cuidaban de
sus casas, de hijos. No sabían hacer otra cosa, nadie les había dado opción a
otra cosa que no fuera fregar suelos por una miseria. Haciendo la calle podían
mantenerse, vivir. Es muy fácil juzgarlas desde fuera. Tildarlas de viciosas
que viven una vida fácil sólo teniendo que tenderse en una cama para recibir
dinero. Al menos las que yo conocí no eran unas viciosas, no les gustaba lo que
hacían y hubiesen querido dejar de hacerlo, pero no había muchas opciones y la
factura de la luz estaba al caer. Eran mujeres decentes y honradas. Júzguenlas ustedes si se ven capaces. Yo no me
veo. Sentados en despachos inmaculados hay personas con muchos menos valores.
La educación en valores es la única manera de
combatir esa lacra. Ninguna política institucional, ya sea la prohibición o la
penalización del proxenetismo es eficaz. La prostitución es algo demasiado
arraigado en las sociedades como para poder eliminarlo así como así. Es un
negocio demasiado fácil y lucrativo para los explotadores (que no para las
mujeres) pues la demanda es continua e insaciable. Ni siquiera en países donde
se ha legalizado y regulado la prostitución ha dejado ésta de encontrarse
ligada a la delincuencia y la violencia sobre las mujeres.
Esos cartelones en las carreteras son una
afrenta a la dignidad humana. No crean que soy un mojigato. No lo soy. Pero el
comercio con carne se llamaba hasta hace poco esclavitud y el hecho de que una
persona que se ofrece a otra para sexo no lleve grilletes en los pies no quiere
decir que sea libre.
Por cierto. Un señor que entendió muy bien la
dignidad de la mujer prostituida fue un tal Jesús de Nazaret que dios o no, tomó
como una de sus mejores amigas a María de Magdala. Lo digo por aquellas
personas decentes que se creen con
derecho a mirar a estas mujeres por encima del hombro.
Nadie debe juzgar a otro por lo que lo hace, y no creo que las mujeres lo hagan alegremente como se dice de vida alegre, será en casos de alto standing que les pagarán y escogerán a los clientes, las prostitutas que han de comer y pagar facturas, han de soportar hombres que no les gustan y fingir, e incluso tomar drogas o algo para soportarlo. Es un comercio porque hay, y siempre habrá demanda, y también existe la prostitución masculina, que siempre se obvia,
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