domingo, 21 de diciembre de 2014

SOBRE EL ALCOHOL... OTRA VEZ

No es la primera vez que me refiero al alcohol en este blog, pero hoy me permitiré otro punto de vista.

  Pongamos por caso a un honrado padre y esposo, respetado profesional liberal en su localidad de residencia y muy bien considerado por sus vecinos. Este señor monta en un día festivo a su familia en el automóvil y se desplaza unos doscientos kilómetros hasta otra localidad para visitar a unos familiares. Se van todos a un restaurante y esta es la cantidad de alcohol consumido durante la comida por el buen señor que, no lo olvidemos, tendrá que conducir otros doscientos kilómetros de vuelta con su esposa y dos hijos en el vehículo para regresara a casa:
  • Cinco tubos de cerveza.
  • Una copa de vino tinto.
  • Dos chupitos de pacharán.
 Aclaro que este hombre procede de una realidad social y familiar en la que el uso generoso del alcohol está más que aceptado. Supuestamente este caballero es "de los que están acostumbrados", pero ello no impide que según transcurre el almuerzo se empiecen a apreciar en él los efectos del alcohol: rubor en las mejillas, cierto brillo en los ojos y sobre todo el modo en que se le suelta la lengua y habla cada vez más y más rápido. Es de suponer que al mismo tiempo que se producen estos efectos sutiles en el comportamiento, también se produzca una disminución en los reflejos y un aumento en el tiempo de reacción. Si una patrulla de tráfico detuviera al buen señor durante el viaje de regreso y le hiciese una prueba de alcoholemia, probablemente excedería el máximo permitido, lo cual le acarrearía una buena sanción y la pérdida de algunos puntos. En una situación de emergencia en la conducción... quizá la diferencia entre vivir o morir fuese extremadamente escasa.

 ¿Por qué este señor, con tanto que perder, se comporta de un modo tan irresponsable? La respuesta es simple: todas las campañas de la DGT y del Plan Nacional sobre Drogas no bastan para disuadir a michísimos españoles de beber hasta hartarse. Los bahá`ís tenemos una actitud muy clara sobre esto: no bebemos alcohol. Bahá `u` lláh afirmó que no es lícito que el ser humano, siendo una criatura dotada de razón, consuma aquello que la priva de ella. La objeción que cabe esperar es que hay muchas personas que consumen alcohol moderadamente sin que ello les prive de razón y puede ser cierto, pero la frontera entre el consumo "responsable" y el abusivo puede ser muy tenue... La persona cuya descripción encabeza esta entrada de ningún modo clasificaría su consumo como abusivo y tampoco lo harían la inmensa mayoría de personas de su entorno. Yo sí lo hago. Pero los bahá`ís no prescindimos del alcohol únicamente para no vernos privados de razón. Es una de las facetas de la renuncia al mundo a la que nos insta Bahá `u` lláh. Renuncia al mundo que no tiene nada que ver con el ascetismo ni con recluirse en un convento: es renunciar a todo aquello que aparta a la humanidad de su completo desarrollo. 

 Estamos casi en Navidad, celebración del nacimiento de una Manifestación de Dios, Jesús de Nazaret. Fiesta religiosa reducida en gran medida a un despliegue atroz de consumismo y una excusa para atiborrarse y embriagarse. Semejante degradación de una fiesta que evoca un hecho divino es uno de tantos síntomas de lo que aún le resta a la humanidad por madurar. Demos testimonio de que todo lo que sirva para embriagar al ser humano es un lastre en el camino hacia esa madurez. Algo de lo que hay que desprenderse. 

 
 


 

sábado, 6 de diciembre de 2014

AUTOESTIMA Y ESPIRITUALIDAD

 (No suelo reproducir aquí  contenidos de otros autores, pero este material tomado de un portal de espiritualidad ignaciana (formidables estos jesuitas), me parece realmente interesante e ilustrativo, tanto para creyentes como para no creyentes).

 La búsqueda del amor en los seres humanos tiene múltiples matices; buscamos objetos amorosos en nuestra vida, descuidando la importancia del amor por nosotros mismos. La cultura en que vivimos nos ha llevado a centrarnos en alcanzar el éxito medido por el alcance de nuestro quehacer reflejado en el reconocimiento externo. Nuestros pensamientos y sentimientos acerca de nosotros mismos se fundamentan en nuestro aprendizaje de que valemos en tanto logremos el “éxito” esperado.  Lo que hacemos es construir una frágil máscara que pretende esconder el vacío o la insatisfacción en nuestro interior. Sin embargo, cuando nos damos la oportunidad de vivir respetando nuestras peculiaridades y comprometidos con lo que realmente somos, entramos en un proceso de transformación personal de las percepciones que tenemos de nosotros mismos y de lo que nos rodea, convirtiéndonos en todo lo que podemos llegar a ser.  

 Como todo amor auténtico, la autoestima supone conocimiento basado en la intuición y la experiencia, valoración, respeto y aceptación. Así, cuando se trata de volver los ojos hacia nosotros, es importante que reconozcamos cuál es nuestro nivel de  autoconocimiento, autovaloración, autorespeto y autoaceptación, para que podamos entregarnos, amorosamente a la construcción de nuestra persona. Por un lado, entendiendo y desarrollando nuestros recursos y, por otro, reconociendo y aceptando nuestras fallas y limitaciones.

 Para convertirnos en la mejor persona que podemos ser, hemos de aceptar también lo peor que hay en nosotros mismos. Sólo podemos permitir la aparición de esa embrollada combinación de fuerza y debilidad que constituye nuestro verdadero yo, si antes prescindimos de nuestra imagen idealizada de lo que imaginamos que debemos ser.

 Autoestima significa amarse a uno mismo; luchar por descubrir y mantener nuestra singularidad; conocer, aceptar y apreciar nuestra identidad, respetando las características que nos hacen únicos e irrepetibles. Amarse a uno mismo implica el interés genuino que nos lleva a observarnos con precisión, apreciando lo que descubramos, reconociendo nuestras diferencias aunque nos asuste, pues podemos entrar en conflicto con los valores o paradigmas de las personas e instituciones con las que estemos vinculados.

 En este proceso de conocimiento y valoración, nuestros pensamientos pueden llevarnos al juicio y a condicionar la aceptación, dando lugar a creaciones profundamente falsas, alejadas del amor verdadero.  Cuando los resultados de nuestras acciones y actitudes no son lo que esperamos, surgen crisis desde nuestro ser más profundo. Preguntas en torno a nuestro valor personal surgen espontáneamente, cuestionando qué hemos hecho mal. Los pensamientos acerca de cómo somos realmente nos llevan a respuestas en las que nuestro autoconcepto parece no corresponder a la realidad.   En ese diálogo interno en que las frases y las imágenes se suceden, podemos llegar a sentir una gran desolación y la pérdida aparece como un elemento poderoso que mueve nuestra existencia.   Nuestra autoestima, el concepto y valoración de quiénes y cómo somos en realidad, se pone en juego.   Todo tiene su momento, y para apreciar la luz, hay que vivir la experiencia de la obscuridad.

 En base a nuestra valoración personal, cada uno de nosotros puede decidir si está o no de acuerdo con las experiencias que vive y le rodean; el nivel de nuestra autoestima varía en base a la armonía y paz interior que nos dan la conciencia y autoaceptación. La autoestima es la esencia de la persona, aquélla que nos inspira para enfrentar la vida o para evadirla. La diferencia radica en ese núcleo profundo, no en los problemas externos.

 El seguimiento de nuestras dudas y cuestionamientos hasta el límite que puedan representar en nuestra existencia, como vacío existencial, incertidumbre o dolor, requiere el valor y la confianza que da la aceptación de estas condiciones; en momentos como esos podemos descubrir nuevamente nuestra esencia. Despertamos así a nuestra espiritualidad, experimentando un fortalecimiento de las creencias que nuestra conciencia guía hacia la libertad y la verdad de nuestra vida, aceptando aquello sobre lo que nadie puede engañarse, ni engañarnos.

 La búsqueda espiritual empieza con uno mismo, pero no termina con uno mismo. Debemos aprender a comprendernos plenamente a nosotros mismos sin preocuparnos únicamente por nosotros mismos. Necesitamos aprender a captar las manifestaciones de lo sagrado en las circunstancias, objetos y relaciones más comunes. Es necesario saber apreciar la espiritualidad vernácula, porque sin ella nuestra idealización de lo santo, que nos lleva a convertirlo en algo precioso y demasiado alejado de la vida, puede llegar incluso a obstruir una auténtica sensibilidad por lo sagrado.

 Autoestima y espiritualidad no están separadas. Un modelo que me parece adecuado es el plantear la autoestima como un proceso de crecimiento personal que involucra todas las dimensiones del ser humano, como una actitud ante la vida, como un estado interno que nos dispone a vivir las experiencias con profundidad y expansión; en fin, como una manera de pensar y sentir la vida. La calidad de nuestras experiencias se va conformando de acuerdo a la autenticidad, conciencia y aceptación con que las vivimos. De ahí que la espiritualidad se siembre, germine, brote y florezca en las acciones cotidianas. La espiritualidad que nutre el alma y que en última instancia sana nuestras heridas psicológicas se puede encontrar en aquellos objetos sagrados que se visten con el atuendo de lo cotidiano. Como dice un antiguo cuento sufí:

 Había un hombre del campo que se dedicaba cotidianamente a realizar su ardua labor para tener lo necesario para sostener a su familia; salía todas las mañanas al amanecer y regresaba al caer el sol. Al despertar por las mañanas ofrecía a Dios su día y al llegar la noche, siempre antes de disponerse a descansar, le agradecía los bienes recibidos. Había otro hombre que dedicaba su vida a la alabanza de Dios. En una ocasión este hombre le reclamó a Dios al darse cuenta de que, al igual que el campesino, recibía los beneficios de su fe sin que Dios hiciera distinciones hacia él quien siempre lo adoraba. Dios le dijo entonces: “Voy a encomendarte una tarea muy especial para la que sé que estás preparado”. El hombre le escuchó con atención pues deseaba obtener beneficios especiales. Dios le entregó una vasija llena de agua hasta el tope y le pidió que recorriera el pueblo durante todo el día, cuidando con detenida atención no derramar ni una sola gota. El hombre cumplió la encomienda con esmero. Al final del día, Dios le preguntó: “¿Has hecho lo que te pedí?” Y el hombre respondió: “Así ha sido; he recorrido todas las calles empedradas del pueblo y ni una sola gota de agua se ha derramado”. “Y al hacerlo, ¿Cuántas veces has pensado en mí?”preguntó Dios. El hombre lo miró desconcertado, pues había dedicado toda su atención a cuidar el agua y le dijo: “Señor: he dedicado toda mi atención y mi energía a realizar la tarea que me diste; no he tenido, por supuesto, tiempo para adorarte!” Dios respondió: “¿Te das cuenta ahora de cuanto amo al hombre que teniendo que dedicar su vida al trabajo y al cuidado de su familia se acerca a mí para ofrecérmelo y agradecérmelo?”

 Es importante entender la autoestima como el amor profundo por nosotros mismos, que permite aceptarnos tal y como somos, reconociendo que tenemos virtudes, cualidades y limitaciones.

 La autoestima, como amor aceptante y flexible, se refleja en la comprensión de las circunstancias de la vida, aunque en ocasiones sean adversas, de manera que nuestro ser se retroalimente y aprenda. La espiritualidad, como una dimensión de nuestra humanidad, debe ser asumida de modo que nos demos cuenta de su continua presencia. En el núcleo más profundo de nuestro ser están el amor por nosotros mismos y nuestra espiritualidad. Reconocer y actuar de acuerdo con lo que honestamente nos involucre, no emocione, nos permita crecer y desarrollar todas las dimensiones de nuestra persona, es un compromiso al que todos estamos llamados, para vivirlo con gozo y congruencia.

Autoestima y espiritualidad no están separadas. La persona que se ama a sí misma y ama la vida que le rodea, está abierta a vivir con plenitud y la vivencia de esta plenitud se presenta a través de actos cotidianos concretos. La decisión de abrir nuestros sentidos y maravillarnos, es personal.

martes, 25 de noviembre de 2014

DONDE ESTÉ UN HOMBRE...

 Hace unos días tuve que tomar un tren y en la estación vi a una mujer de cincuenta y muchos o sesenta y pocos años forcejeando con la sujeción de un carrito porta equipajes. Servicial, acudí en su ayuda y tras una breve manipulación y un seco “clac” el carrito quedó liberado. La señora expresó su agradecimiento y todo habría quedado en un hecho cotidiano más de no haberse empeñado la buena mujer en poner su “guinda”.

 -¡Ay donde esté un hombre! –Profirió- ¡Para que después digan las mujeres de igualdad! ¡Qué igualdad ni igualdad!

 Me quedé helado ante tamaña muestra de machismo recalcitrante en boca de una mujer, convencido como estoy de que aquello que se dice irreflexivamente refleja fielmente lo que anida en nuestro interior. Lo cierto es que la idea de una supuesta superioridad del hombre es defendida por no pocas mujeres. Podríamos pensar que se limita a la generación de nuestras abuelas o como mucho de nuestras madres, pero ¿realmente es así? Yo no lo creo. El sometimiento de la mujer es algo que se transmite. Estamos asistiendo a la proliferación de casos de violencia de género entre adolescentes; novios de quince o dieciséis años que se permiten pegar a sus novias que en muchísimas ocasiones callan ante el abuso, ante la violencia. Una chica de un país occidental calla ante el abuso de su novio, una chica inmersa en un mundo lleno de tecnología, con pleno acceso a la información y a la cultura, en una sociedad con setenta años de derechos humanos a las espaldas. Esa chica que se calla está tan amordazada como una muchacha afgana cubierta por su burka. El abuso del hombre sobre la mujer está aún sólidamente anclado en la mentalidad de muchas personas bajo múltiples formas, de las cuales el maltratador sólo es la más extrema.  El problema de la violencia de género entre adolescentes  es lo suficientemente inquietante como para que las instituciones hayan realizado ya campañas para concienciar sobre ello a la sociedad.

 La igualdad entre hombres y mujeres es condición necesaria para el completo desarrollo de la humanidad. Bahá `ú` lláh lo sostuvo firmemente ante los hombres y mujeres de su tiempo, en la Persia de mediados del siglo XIX. Una sociedad musulmana en la que la mujer de hallaba en una condición de total sumisión. Como alas de un pájaro trabajan coordinadamente para que pueda elevarse y volar, siendo ambas igualmente importantes para el resultado final, hombres y mujeres han de trabajar juntos, como iguales, para que la humanidad alcance sus mayores logros. Así de fácil. Esta alegoría de Bahá `ú` lláh no deja lugar a dudas.


 En esta idea de igualdad entre sexos hemos de educar a nuestros hijos. Perpetuar lo contrario es delito de lesa humanidad.

domingo, 9 de noviembre de 2014

HAPPY IRÁN

En estos días hemos podido leer noticias, fundamentalmente en las redes sociales a través de Amnistía Internacional, sobre el caso de seis jóvenes iraníes, tres hombres y tres mujeres, condenados por un tribunal de su país a penas de entre seis meses y un año de prisión y  una cantidad variable de latigazos. Su delito: aparecer  bailando al ritmo de la canción “Happy” de Pharrell Williams en un vídeo subido a You Tube. Claro que en el vídeo se cometen todo tipo de delitos, como que las mujeres aparezcan con la cabeza descubierta, bailando junto a los hombres y ataviadas con ropas occidentales que insinúan sus formas femeninas.  Las penas, afortunadamente, han quedado suspendidas por un periodo de tres años a condición de que los penados no vuelvan a delinquir.

 Sucesos así nos indignan en primer lugar porque alguien nos los cuenta (innumerables  son las violaciones de los derechos humanos que no llegan a los medios) y en segundo lugar porque la situación de los derechos fundamentales en Irán y otros países de mayoría musulmana por la imposición de la sharia o ley islámica produce situaciones de lesa humanidad. Lo que la mayor parte de la gente no sabe es que la sharia no procede directamente de la revelación del profeta Muhammad, como sería el caso del Corán, sino de la interpretación de ciertos preceptos, combinándolos con las costumbres de diversos pueblos amalgamándolas o descontextualizándolas según conviniera, por lo general, a grupos formados por hombres. Ello explicaría la precaria situación de la mujer dentro del mundo islámico. En Irán se implantó la sharia en 1979, cuando el país se convirtió en república islámica y se puso fin a la dictadura del Sha, régimen totalitario amparado por Estados Unidos. En la práctica supuso la sustitución de una tiranía por otra. El Sha era un gobernante títere sustentado por el poder económico. En el Irán de los ayatolás la religión y la política se unen para formar una forma distinta de terror.

 Las minorías religiosas, en especial la comunidad Bahá`í, están sufriendo muchísimo en la República Islámica de Irán. La fe Bahá`í nació en el mismo Irán, cuando dicho territorio aún formaba parte de Persia, en 1844, de la mano de Mirzá Hussein-`Alí Nurí, llamado Bahá`u`lláh, al que los bahá`ís de todo el mundo aceptamos como Manifestación de Dios para esta época. Desde entonces la persecución por parte de las autoridades políticas y religiosas ha sido feroz, entre otras razones porque la fe bahá`í defiende decididamente puntos como la igualdad de hombres y mujeres, la supresión de los extremos de pobreza y riqueza y la supresión cualquier forma de clero para que cada creyente practique la libre búsqueda de la verdad. Todo esto resulta altamente subversivo en sociedades donde las mujeres están sometidas y la palabra de Dios sólo puede ser interpretada por una élite que impone sus decisiones con mano de hierro. Tal es el caso del Irán de los ayatolás. Desde 1979 más de 1000 bahá`ís iraníes han sufrido prisión y más de 200 han sido asesinados sólo por reunirse y practicar su fe de manera pacífica. Por otra parte el gobierno practica una sistemática política de acoso hacia los bahá`ís, prohibiéndoles el acceso a la educación superior, poniendo todo tipo de trabas burocráticas para cualquier gestión, haciendo oídos sordos ante asaltos a sus viviendas, destrucción de lugares sagrados y acusándoles de ser espías al servicio de potencias extranjeras, sobre todo Israel. Todo ello es soportado por los bahá`ís pacíficamente, logrando así que cada vez más musulmanes dentro de Irán se pregunten por qué tanto encono de las autoridades hacia estas personas que sólo tratan de vivir sin hacer daño a nadie.

 Bahá`u`lláh dijo en una ocasión que si la religión es origen de disensión y disputa entre las personas más valdría que fuese abolida. Esto en boca de una Manifestación de Dios tiene su miga, pero da cuenta de que la religión no es causa de sufrimiento para la humanidad. Es el ansia de poder de hombres que deforman y pervierten las religiones para sus propios fines lo que ha causado y causa tanto sufrimiento en personas maltratadas y aún asesinadas sólo por practicar su fe o que tienen que soportar condiciones indignas, como tantas mujeres musulmanas.

 Posiblemente a los jóvenes del video de “Happy” les importe un pimiento que quienes bailen a su lado sean musulmanes, judíos, cristianos, budistas o bahá`ís. Otros vídeos similares están apareciendo en la red protagonizados por jóvenes iraníes. Tomemos estos vídeos como muestras del descontento de personas que sólo quieren vivir sus vidas tranquilamente sin que ningún intérprete de la palabra de Dios venga a decirles que esto o aquello no se puede hacer porque sí, sin más explicaciones.


domingo, 26 de octubre de 2014

SOBRE EL AMOR

 Este fin de semana he reflexionado bastante sobre la auténtica naturaleza del amor, ese raro sentimiento sobre el que tanto se ha escrito y sobre el que algunos afirman, llegado un punto, se puede “acabar”, sobre todo entre marido y mujer. O al menos eso dicen las revistas del corazón.

 Veamos que dice la Real Academia Española (copio y pego no por pereza, sino para que se vea que no hay modificación alguna por mi parte en la definición):

  Amor.
(Del lat. amor, -ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.
4. m. Tendencia a la unión sexual.
5. m. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor
6. m. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para llevarle un don a sus amore.
(Hay más acepciones,  pero no vienen al caso).

 Lamentablemente en esta ocasión el diccionario de la RAE (en el que suelo tener tanta confianza), me deja en la estacada al resultar totalmente insuficiente para aprehender la totalidad del concepto. Habrá a quien le baste con esto. A mí no.

  En “El arte de amar” Erich Fromm afirma lo siguiente: “El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un objeto amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.” 

 De este modo, por parte de un pensador, psicólogo, sociólogo y filósofo (marxista por añadidura) nos viene dado un concepto del amor que trasciende la mera unión entre dos personas y se eleva a la categoría de actitud vital ante el mundo y la existencia. Lo que todas las grandes religiones de la historia han defendido antes de que los clérigos llegasen y deformaran el mensaje divino para servir a sus propios intereses es expresado por la pluma de un erudito que se limita reflexionar sobre la naturaleza humana.

 Muestras de amor vemos todos los días a nuestro alrededor. Todos tenemos ejemplos que llaman nuestra atención y que nos gustaría poder imitar o que sencillamente nos cuesta comprender y renunciamos directamente a tratar de acercarnos siquiera a ellos. También vemos muestras de egoísmo atroz disfrazadas de “amor”. Por mi parte, este viernes conocí a una señora de ochenta años que se ha dedicado a cuidar de su marido enfermo durante los últimos quince años, hasta su reciente fallecimiento, sin perder la alegría ni la confianza. Ahora que es viuda se dispone simplemente a reorganizar su vida mientras pasa su duelo, para que su día a día continúe teniendo sentido para ella misma y para los demás.



 Ese es el ejemplo que quiero.

lunes, 13 de octubre de 2014

¿CÓMO EMPEZAR DE NUEVO?

Estuve escribiendo en este blog desde octubre de 2011 hasta mayo de 2014. Se me acabó el fuelle antes de los tres años. No soy el primer blogger al que le ocurre, ni seré el último. Pasó como pasa con muchas cosas. Al principio hay mucha ilusión y mucha energía, pero mantener una actividad a largo plazo requiere la misma perseverancia y fuerza de voluntad que una carrera de fondo, en la cual, para llegar a la meta, hace falta además algo esencial: una buena motivación.

 ¿Cual era la mía?

 Releyendo al azar algunas de las entradas antiguas salta a la vista la carencia de un propósito definido. Lanzaba sin ton ni son, para aquel que quisiera leerlas, mis opiniones (a menudo cargadas de rabia, ironía, desesperanza e incluso cierto cinismo) sobre cualquier tema de actualidad o cualquier cuestión que se me viniera a la cabeza. Llegado un punto, lo que podía dar de sí esta posición, sencillamente, se agotó. No había más. No quedaban razones para seguir escribiendo o quizá, al menos, para seguir escribiendo de esa manera. Si se leen las últimas entradas, más espaciadas, como surgidas a regañadientes y casi con vergüenza; se puede apreciar que el tono va cambiando, algo más moderado, menos encendido, de alguna manera… conciliador.

 ¿Qué diantres me ha pasado?

 Para no extendernos innecesariamente, iremos directos al grano: he vuelto a ser una persona religiosa. Veinte años después de mi salida por la puerta trasera de la Iglesia Católica he vuelto a entenderme con mi Creador, pero no regresando por donde vine, sino marchando hacia un nuevo rumbo. En enero de este año acepté una nueva fe, la Fe Bahá`í.

 Probablemente este sea el momento en que la mayoría de lectores suelten un resoplido, pongan los ojos en blanco y directamente cierren este blog. “Pobre hombre” pensará algún bien intencionado, “ha perdido definitivamente el rumbo y se ha metido en una secta”.  Para tranquilidad del pobre bien intencionado, declararé que la Fe Bahá`í es una religión monoteísta con ciento setenta años de historia a sus espaldas, originaria de los territorios que hoy día conforman Irán (Persia en aquellos días) y que cuenta con seis  millones de creyentes a lo largo y ancho del planeta. Los bahá`ís  rezamos al mismo Dios que judíos, cristianos y musulmanes y reverenciamos a Moisés, Cristo y Mahoma entre otros miembros de una noble sucesión de manifestaciones de divinas que se han sucedido a lo largo de la historia, siendo la más reciente aquella a quien los bahá`ís veneramos como Manifestación de Dios para esta época y cuyas enseñanzas nos esforzamos a diario en seguir: Bahá `u`lláh, nacido como Mirzá Hussein-`Alí Nurí en Teherán el 12 de noviembre de 1817.


 No me extenderé más hoy. La fe invade todos los ámbitos de la persona e inevitablemente a lo largo del último año de meditar las enseñanzas de Bahá `u` lláh y estudiar una ínfima parte de los textos por Él revelados, puedo decir que mi visión de la vida y de la sociedad está cambiando inexorablemente. Hoy he empezado otra vez a escribir. Me sigo considerando un testigo de mi época, pero no ya desde el cinismo y el descreimiento. Lo cierto es que es un alivio.

domingo, 4 de mayo de 2014

LA AMABLE HOJA DE RECLAMACIONES

 Hace unos días mi esposa se compró un vestido para ir a una comunión a la que nos habían invitado. No llevó mucho tiempo, tenía localizado uno que le gustaba y que estaba de oferta. Una vez en casa volvió a probárselo, lo miró y remiró por todas partes y como se convenciera de que estaba todo en orden no le echamos más cuenta al ticket de compra, que se perdió irremisiblemente.

 El problema surgió durante el convite de la comunión, pues el vestido empezó a deshacerse, literamente, descosiéndose en diferentes puntos. Afortunadamente estábamos ya en ese punto de la celebración en que las mujeres han trocado los tacones por los zapatos planos y los hombres ya están en mangas (remangadas) de camisa y con la corbata floja, por lo que el incidente no tuvo mayores consecuancias que el disgusto por la mala calidad (hasta ese momento inadvertida) del vestido que pese a la oferta había costado un dinerito.

 De muy buenos modos fuimos a la tienda y expusimos lo sucedido a la encargada, que no pudo solucionarnos nada pues no aportábamos el ticket de compra y como su jefa estaba de viaje en Francia y no respondía al teléfono no podía consultarle. Con todo, entendió nuestra posición, tomó fotos de los deterioros del vestido comprometiéndose a hacerlas llegar a su jefa y nos entregó el libro de reclamaciones, en el que reflejamos el hecho de haber comprado una mercancía defectuosa.

 Eso sucedía hace cuarenta y ocho horas. Esta tarde hemos recibido una llamada de la encargada de la tienda diciéndonos que pasemos por la tienda cuando queramos para hacer la devolución.

 El ser humano está capacitado para resolver todos sus conflictos de esta manera. Para ello es necesario que haya veracidad en los que las partes exponen, amabilidad en el trato y un íntimo convencimiento de que las relaciones auténticamente provechosas son aquellas en las que ambas partes salen ganando algo, aunque para ello haya que hacer concesiones. Lo contrario es la picaresca, el robo y la estafa, alimentadas mucho en este país por la mentalidad de "es que da fatiga" y que lleva a dejar correr los agravios. Históricamente en esta tierra hemos oscilado entre los extremos de tragar carretas y carretones y liarnos a gritos (o aún a mamporros, cuchilladas o tiros) y así nos va.

 Hay que reclamar, quejarse, patalear... con mucha educación, eso sí

 "Una lengua amable es el imán de los corazones de los hombres. Es el pan del espíritu, reviste las palabras de significado, es la fuente de la luz de la sabiduría y del entendimiento"

 Bahá `u` lláh

domingo, 27 de abril de 2014

CINCUENTA LITROS DE AGUA

Llámenme maniático, pero no me gusta tener en casa aparatos que funcionen con gas porque es volátil, arde y es susceptible de causar explosiones y eso que cuando voy en coche estoy sentado sobre un tanque de líquido inflamable, pero el gas me da mucho miedo. Es por ello que tengo cocina eléctrica y un calentador de agua igualmente eléctrico, el cual, tras apenas cinco años de servicio, tuvo la imperdonable falta de consideración de reventar, literalmente, y empezar a soltar agua a borbotones  inundándome el piso. Una vez solucionado el estropicio con toallas, fregonas y la correspondiente sarta de improperios y maldiciones hubo que ponerse manos a la obra para sustituir el calentador por uno nuevo por consejo del fontanero del seguro, que lo único que me aseguró fue la muerte definitiva del aparatito. De modo que me lancé a Internet buscando la opción con la mejor relación calidad-precio. 

 Durante mi búsqueda descubrí con gran asombro que calentadores como el mío, con ochenta litros de capacidad, se aconsejan para el uso de dos personas y en casa somos cuatro, sin que hayamos experimentado gran trastorno o escasez de agua caliente más que cuando a alguno de mis hijos se le va la pinza  quedando absorto o absorta en la contemplación de los botes de gel mientras el agua no para de caer, con gran consternación del o de la siguiente en ducharse. El caso es que teniendo un poco de cuidado un calentador de ochenta litros es más que suficiente para que una familia de cuatro se mantenga razonablemente limpia e incluso se puedan fregar los platos con agua tibia en invierno. Pero no, para los proveedores de estos cacharros yo necesitaría un calentador de doscientos litros, pues se estima que una persona necesita unos cincuenta litros de agua al día.

 Y yo me pregunto ¿quién estima semejante cosa?

 Hagamos cálculos. Me bebo dos litros de agua al día, que es lo que recomiendan los médicos (ni de coña consigo tal cosa, aun en verano), gasto diez en ducharme, doce si me apuras (comprobado mediante el método de ducharme con botellas de agua templada mientras he estado sin calentador)... sin duda el resto se va en tirar de la cadena.

 Creo que todo esto forma parte de nuestra mentalidad occidental, la cual fomenta una especie de creencia en el derecho a dilapidar los recursos sin ningún miramiento. Frente a ello están los datos demoledores. En 2013 UNICEF y la Organización Mundial de la Salud estimaban en 768 millones las personas en todo el mundo sin acceso al agua potable. Igualmente estimaban ese mismo año en 1400 los niños menores de cinco años que mueren a diario por enfermedades relacionadas con la insalubridad del agua y deficiencias de higiene, las más veces con procesos diarreicos realmente terroríficos.

 El acceso al agua potable es un derecho humano, como tantos otros no al alcance de todos.

 Mi padre, criado en Marruecos, me contaba que una vez vio a un marroquí lavándose en una calle de Tetuán con el agua contenida en una lata de leche condensada de medio kilo. Le llamó la atención no sólo la poca cantidad, sino el hecho de que no derramó una sola gota. Ese respeto reverencial hacia el agua, tratarla como un bien precioso, es una de las muestras de sabiduría de las culturas ancestrales, tan olvidada en nuestro mundo lleno de comodidades inimaginables para tantas personas de otras partes del planeta, este planeta de las desigualdades, de los extremos de pobreza y riqueza. Desde nuestra óptica de occidentales vemos como extremos de pobreza y riqueza el que una persona conduzca un utilitario de segunda mano y otra conduzca un deportivo que vale más que la casa de aquél; pero el extremo de que yo pueda abrir mi grifo y elegir entre el agua fría y la caliente con todas las garantías sanitarias y que a pocos kilómetros al sur del estrecho haya que caminar kilómetros con la garrafa a cuestas para tener agua para la comida y eso asumiendo el riesgo de coger una diarrea... eso es dramático, es inmoral, es delito de lesa humanidad.

 Miremos por el agua, no la derrochemos. Tengamos un poco de vergüenza.

domingo, 20 de abril de 2014

OTRA SEMANA SANTA...

  Nuevamente las imágenes de Cristo torturado, crucificado y muerto, seguido por una María pálida y llorosa cubierta de mantos, encajes y alhajas han desfilado por nuestras calles seguidas de penitentes. Este ritual no era de mi agrado ni siquiera cuando me contaba entre los cristianos. Siempre me desconcertó el hecho de que una fe surgida en el seno de un pueblo ferozmente monoteísta, el judío, que rechaza de plano la adoración de imágenes acabara fomentando lo que taxativamente prohíbe Dios en los versículos 4 y 5 del capítulo 20 del libro del Éxodo: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen". Una prohibición esta, al fin y al cabo, tan tajante como los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Esta y otras inconsistencias marcaron mi alejamiento de la Iglesia Católica y mi vagabundeo espiritual que ha durado quince largos años hasta mi aceptación de la fe Bahái, en enero de este año.

 Sin entrar a tratar complejas cuestiones doctrinales, para lo cual no me considero preparado, sólo diré que mantengo con el hecho de la veneración a las imágenes una discreta y respetuosa distancia.  ¿Quién soy yo para condenar al que canaliza su espiritualidad a través del culto a una representación de Cristo o de María? Siempre que dicha espiritualidad sea sincera y esté acompañada de la necesaria rectitud de conducta, merece respeto. ¿Acaso tengo derecho a empuñar el hacha del iconoclasta y tildar de pecador e idólatra al que se postra de hinojos ante una talla? Las diferencias superficiales entre las religiones han constituido  una excusa que los seres humanos han tomado para aniquilarse mutuamente en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia, despreciando la profundidad de la Palabra de Dios. Declino convertirme en un fanático más. 

 No ocultaré la incomodidad que me causa ver a María representada con todo ese boato, muy ajeno a la mujer humilde de Nazaret que servía la cena a su marido José y su hijo Jesús cuando ambos regresaban a casa tras un duro día de trabajo en la carpintería. Sin embargo,  para evitar la incomodidad es suficiente con quedarme en casa en semana santa y dejar las calles a los devotos de corazón y a los devotos de golpe de pecho hueco, que también los hay.  Dios mira nuestras acciones y su conocimiento todo lo alcanza.




HITLER, EL INCOMPETENTE