sábado, 14 de julio de 2012

CUANDO CORRE LA SANGRE... (y II)

Primero, sin extendernos demasiado, cabe decir que las luchas gladiatorias empezaron como un ritual religioso, aunque con el correr de los siglos no fueron sino un espectáculo para las masas enfervorizadas. Los gladiadores eran en su inmensa mayoría esclavos y vivían y entrenaban en cuarteles-escuela propiedad de los empresarios del ramo, denominados lanistas. Cada gladiador era entrenado en un estilo determinado de lucha, con armas características, de este modo había distintos tipos de luchadores: reciarios, mirmillones, galos, samnitas, tracios, hoplomacos… Parte de la “gracia” residía en enfrentar entre sí hombres con diferentes estilos y armas. Uno de los tipos de combate que más ha quedado impreso en la imaginación popular gracias al arte y al cine es el enfrentamiento entre el mirmillón (armado con espada corta, escudo cuadrado y curvo, gran casco cerrado, y protección en el brazo derecho) y el reciario, provisto de pocos o ningún elemento defensivo y armado con una red y un tridente. El interés de este combate residía en que el reciario tenía pocas posibilidades de herir al mirmillón, eficazmente protegido por su gran escudo, con su tridente a no ser que previamente lograse inmovilizarle o arrebatarle el escudo su red.  La pérdida del escudo ponía al mirmillón en desventaja, ya que su tórax y su abdomen estaban desprotegidos y arrebatarle el escudo de un tirón con la red era posible, ya que los escudos romanos no contaban con una abrazadera para meter el brazo, sino sólo con un asidero central para la mano.
 De este modo tenemos a dos hombres frente a frente, ambos con gran potencial para hacer daño a su oponente, pero también con grandes vulnerabilidades que les exponen a sufrirlo. En el toreo pasa exactamente lo mismo. La única diferencia es que de un lado hay un animal muy agresivo  y del otro un profesional entrenado para matar auxiliado por una cuadrilla. El animal cuenta a su favor con una tremenda fuerza física y cuernos capaces de ensartar al torero, en contra tiene su escasa astucia. Los hombres cuentan con su número, su habilidad y sus hierros afilados, pero son dolorosamente frágiles ante la media tonelada larga de su oponente bovino. Es una danza macabra la que bailan, en cualquier momento el toro puede dejar de caer en el engaño del capote y la muleta y llevarse por delante el vulnerable cuerpo del torero, que además no cuenta con ninguna protección corporal. Los primeros toreros profesionales se protegían con un coleto, una especie de chaleco con faldones, fabricado en cuero grueso y capaz de desviar una cuchillada que no fuese muy directa, además llevaban mangas acolchadas. No es una armadura, pero algo es algo. En cambio los toreros actuales presentan al astado su pecho y su vientre desprotegidos. La chaquetilla, que paradójicamente es muy rígida y cuenta con varias capas de entretela, lo cual permitiría que ofreciese cierta protección (las corazas de capas de tela fueron muy usadas en la antigüedad) si no fuese tan ridículamente pequeña.
 Insisto en que se trata de un baile macabro, con la muerte y la sangre omnipresentes. La del toro casi siempre, lenta, dolorosa, desangrado poco a poco por picas y banderillas para debilitarlo y enlentecerlo de manera que sea más vulnerable cuando el torero acometa la suerte de matar  y le meta en las entrañas un metro de acero toledano. La sangre del torero puede aparecer en cualquier momento y su cuerpo quedar roto como el de una marioneta a la que se cortan los hilos.
 La pregunta del millón es ¿el toreo es arte? No creo que sea arte, pues el arte implica una expresión de ideas o emociones  que pueden ser interpretadas de diferentes maneras por el receptor. Sin duda se trata de una disciplina dura y exigente, no apta para cualquiera, pero ¿la sangre es imprescindible? ¿El público se enfervorizaría igual viendo a un torero ejecutando magistralmente una serie de pases convenientemente protegido por piezas de cuero reforzado y un casco ante un toro con los pitones embotados que es devuelto a los corrales entre clamores por haber embestido con bravura? ¡Naturalmente que no! ¡La sangre es imprescindible y el torero debe arriesgar su vida cuanto más mejor! Nada peor que un torero que “no se arrima”. El arte es la excusa, lo que atrae es la danza de la muerte.
 Ya he dicho en alguna ocasión que no simpatizo con los defensores de los derechos de los animales. Es lícito servirnos de los animales siempre que los tratemos con dignidad. Como carne con gran placer, si tuviésemos que alimentarnos sólo de vegetales la naturaleza nos habría provisto de un estómago doble, como a los rumiantes, pero a las reses se las puede sacrificar con rapidez y eficacia. Acuchillar hasta la muerte a un animal que debería estar pastando y fornicando alegremente en las dehesas para diversión del populacho es una salvajada, un acto de barbarie. El arte desprovisto de sangre no sería atrayente para los “entendidos” que sin duda dirán que no tengo ni puta idea de lo que estoy hablando y puede que tengan razón, pero yo sólo veo sangre, crueldad, riesgo innecesario y morbo, mucho morbo, el morbo por la sangre, tan antiguo como la humanidad.




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