sábado, 21 de julio de 2012

IN THE SUMMERTIME...


 Antes de nada y por aquello de la ambientación, nada mejor que una canción que a todos les sonará…




¿Qué más cabe decir después de este himno a la superficialidad veraniega? Han pasado más de cuarenta años desde que se lanzó esta canción, pero el mensaje sigue estando claramente vigente. Miren, a mí me gusta divertirme como el que más… a mi manera, pero el verano es una de esas épocas en las que parece que es de precepto divertirse de una determinada manera y a mí me toca las narices ir como Vicente, a donde va la gente.

 Tomemos como ejemplo el icono por excelencia del verano: la playa. No concibo lugar más incómodo. Una superficie de arena recalentada por el sol. Vale, puedes ir a bañarte al mar, pero ¿qué más ofrece? El calor es asfixiante, el sol quema, la arena quema y se te mete en todas partes, hay arena en tu ropa, en tu comida (en la playa hasta el alimento más blandito acaba siendo crujiente), en los rincones más escondidos de tu anatomía y más aún en las playas de mi querida Málaga, de arena gris, sucia y polvorienta. Los niños corren y levantan arena, el viento sopla y levanta arena, recordándote por qué los pueblos del desierto, que viven rodeados de arena, van cubiertos por tela de pies a cabeza.

 La palabra “veraneo” es prácticamente sinónimo de “aglomeración”. Seres humanos se hacinan gozosamente en playas, campings, parques acuáticos, piscinas públicas, fiestas populares, terrazas… Por supuesto esto es para el sufrido pueblo llano, las clases acomodadas disponen de su propio mundo privado donde la incomodidad no existe, pero es otro universo… Los pobres mortales pueden darse con un canto en los dientes si consiguen un miserable plato de plástico con media docena de croquetas en la barra portátil de una verbena de barrio o con un almuerzo a base de medias raciones de pescado frito en un merendero si aún el presupuesto se lo permite… que esa es otra. La pérdida de poder adquisitivo de la gente se va notando. Hace una semana llevé a mi hija a un parque acuático (ya he dicho en alguna ocasión que no caeré en el esnobismo de privarla de los momentos de socialización generalmente aceptada que pueda permitirme… tiene derecho a conocer la realidad aunque esta no me agrade) y mientras veía a la plebe alborozada apiñándose en la piscina de olas como garbanzos en un puchero me daba la impresión de que, si bien el parque no estaba precisamente vacío, no estaba tampoco todo lo lleno que cabría esperar en un domingo de julio. Ya no es tan difícil encontrar mesa en los restaurantes de la costa y los camareros se echan a las calles insistentes para captar clientes. Hay menos dinero en la calle. Se nota.

 Sin embargo, pese a la recesión económica, el verano continúa siendo época de jolgorio más o menos generalizado. Los adolescentes reivindican volver más tarde a casa mediante el grito de guerra “¡es que es verano!”. Jóvenes y no tan jóvenes aligeran las ropas que les cubren y se exhiben en los espacios públicos. Es un ritual social profundamente establecido. Los medios de comunicación bombardean con los estímulos acordes a la época y yo siento el deseo de ocultarme en mi cubil, lejos de tanto mundanal ruido. Sólo salgo a gusto por las mañanas, muy temprano, cuando voy a caminar, principalmente los fines de semana. El personal duerme y las calles son para mí. Aún no hace calor y los primeros rayos de sol son acariciadores. Respecto a la playa, me resulta soportable sólo a últimas horas de la tarde y por la noche. Igualmente sólo acudo por mi hija.

 Un plan veraniego ideal para mí sería viajar a un sitio sin mucho calor y con mucho verde, con ciudades monumentales y sitios cargados de historia en general. Los mejores recuerdos de verano que tengo son de mis dos peregrinaciones a Santiago. Raro que es uno.

 Shubby, mi golden retriever, se tumba en el suelo pelado buscando el fresquito. El pobre revienta de calor. Yo sudo como un pollo. Tolero mejor el frío que el calor, sobre todo este calor húmedo y empalagoso de mi Málaga natal. Bebo mucha agua y me aguanto. Ya llegarán el otoño y el invierno y dejaré de sentirme fuera de lugar. Los osos hibernan. Yo, si pudiera, dormiría durante todo el verano.

1 comentario:

  1. OTOÑO LLEGA YA! Estoy harta del verano y aun no ha llegado Agosto.
    jijij

    La playa me encanta pero al contrario que tu, por las mañanas, antes que den las doce del medio día. Está sola, es cálida aunque no abrasadora, suele correr una brisa bastante fresquita. Paz, gaviotas y el va y ven del agua me tranquilizan, me ayudan e invitan a serenarme y a sentir una paz... ohhh que me encanta. Pero eso es solo por las mañanas, cuando no hay nadie. O solo las viejas paseando a los perros, los deportistas y poco más. Que ni me hablen... que es super placentero absorber cada segundo de paz :)

    PERO EN OTOÑO INVIERNO Y PRIMAVERA estas cosas tb se pueden hacer, así que...... ESTOY HARTA DEL VERANO

    La piscina de olas del aquavelis no vale un duro, para eso la playa es mejor.

    y, COMO NO, YO SIEMPRE SIEMPRE he alegado llegar más tarde en verano porque es lo que se hace... en verano se sale más :) Este año salgo menos muuuucho menos con la inquilina en casa casi no se puede hacer mucho :)

    besos, me encantan tus entradas chaval!

    María

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