miércoles, 18 de julio de 2012

ALMAS PERDIDAS

 Hace unos días regresé a casa después de un día de guardia y encontré el inusual espectáculo de coches de policía con las luces giratorias encendidas en mi calle acordonada, los inevitables corrillos de curiosos que acuden a mirar y un coche fúnebre. Una señora había caído desde el duodécimo piso del edificio contiguo al mío, gigantescas torres de pisos herencia del desarrollismo franquista. No se trataba de un accidente, la fallecida había saltado e incluso había telefoneado a algunas personas conocidas para despedirse antes de su expeditivo suicidio. Digo expeditivo porque existen maneras y maneras de poner fin a la propia vida (o al menos de intentarlo).  Hay quien dice que ciertos intentos de suicidio no son sino llamadas de atención (puede que sea cierto, pero hay maneras de llamar la atención sin pasearse por el filo del precipicio; llamar la atención tragándose una docena de valium con un trago de whisky es algo a lo que hay que dar importancia) sin embargo, cuando hablamos de un salto al vacío desde cincuenta metros no cabe duda posible: esa persona estaba decidida a morir y lo hizo sin posibilidades de vuelta atrás o de un rescate in extremis.

 Intentar ponerme en el lugar de esa mujer, asomarme a la desesperación que tuvo que experimentar, me resulta prácticamente imposible. Creo (o quiero creer) que a mí se me ocurrirían al menos media docena de razones para alejarme de la barandilla del balcón e irme en busca de alguien; pero yo no era quien estaba allí, ni quien estaba viendo el mundo a través de un velo absolutamente negro.  Las razones que mueven a ello son tan personales que ponerlas en tela de juicio nos expone a ser terriblemente injustos. La moral occidental ha sido de hecho muy severa con el suicidio. Toda esa parafernalia cristiana de declararlo uno de los pecados más terribles y negar sepultura en sagrado a los suicidas ha dejado su impronta, pero se trata de un estigma atroz ante el que incluso muchos cristianos se rebelan. Una vez leí una historieta dibujada por José Luis Cortés, dibujante de cómics de profunda orientación cristiana (es sacerdote católico) que aludía al tema del suicidio. La historieta en cuestión pertenecía a una de sus series sobre Abba, un personaje que no es otro que Dios, pero Dios con barba blanca y vestido con bata a cuadros y zapatillas aunque luzca el típico triángulo sobre la cabeza. Paciente, comprensivo y amoroso, dando lecciones de “humanidad” al corrillo de angelotes, a menudo más papistas que el papa. En esta ocasión llegaba al cielo el alma de un suicida, todavía llevando al cuello la soga con que se había ahorcado. Uno de los ángeles del coro celestial preguntaba cómo era posible aquello si las almas de los suicidas van al infierno. Entonces Abba, recibiendo al alma del pobre infeliz se limita a responder:

 “No, VIENEN del infierno”.

 Hay demasiadas almas perdidas en un caos de vacío e incomprensión. Vecinos suyos y míos, puede que personas a las que vemos prácticamente a diario o incluso de nuestro círculo próximo. Dramas privados que tienen lugar de manera callada, a menudo ante nuestra ignorancia o nuestra indiferencia. La señora que acabó su vida en la sucia acera de mi calle era conocida por mucha gente, mucha gente sabía de su depresión desde hacía años, sin embargo sólo le echaron cuenta cuando estuvo muerta y de repente tuvo la atención del barrio entero que se congregó a ver cómo un juez ordenaba levantar su cadáver y las pompas fúnebres se la llevaban. Al final será verdad que a veces hay que hacer algo gordo para que el personal te haga algo de caso, aunque ya no sirva de nada.

2 comentarios:

  1. Escuché la triste noticia tomando un café un rato antes de entrar en el taller de costura. Y me estremeció, qué pasaría por la mente de esa señora mientras caia a la calle. No lo sabremos nunca, pero desde luego seguramente ella pensaría que esa es la unica manera de huir del infierno que estaba teniendo. Muchas veces hay que ponerse en el pellejo del otro... Para entender, aunque cueste... siempre hay alguna razón para las cosas. Simplemente ella ya no podía más. Se me ocurren mil situaciones... Pobre mujer ¿verdad?

    Un beso

    María

    www.mamitadelsur.blogspot.com

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  2. Dios sabe... Otro beso a tí, mamita.

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