Creía
haber oído gilipolleces en mi vida, pero el otro día oí una que me dejó
patitieso, cómo no, en televisión y en boca de una persona a la que siempre
había tenido por razonable: el actual ministro de justicia, Alberto Ruiz
Gallardón. Decía el buen señor que existe actualmente “una violencia de género
estructural que obliga a las mujeres a abortar”. Me pregunto a que se referiría
exactamente. Desde luego hoy día hay que pensárselo dos veces antes de traer
una criatura al mundo: inseguridad económica, deterioro del planeta,
degradación socio cultural… Eso sí que
es violencia y es presión. Si no entra
en tu proyecto vital tener un hijo tienes todo un arsenal de métodos anticonceptivos
a tu disposición, pero a veces fallan… y cuando fallan puedes que te des cuenta
o puede que no. El ministro cree que cuando esto sucede y la mujer se da cuenta
de que está embarazada no tiene más opción que gestar y dar a luz. El ministro
cree que si a una mujer embarazada le notifican que el feto que está gestando
tiene malformaciones o patologías que condicionarán severamente su vida (y la
de la familia entera) está obligada a gestarlo y darlo a luz. Incluso el
ministro cree que si una mujer es violada y queda embarazada un médico deberá
determinar el riesgo de efectos perniciosos para el estado mental de la madre
antes de que pueda abortar un hijo que no desea y que posiblemente, de nacer,
le recordaría permanentemente las circunstancias de su concepción… ¡Carajo, eso
sí que es violencia de género estructural, legislada e institucionalizada!
Los activistas pro-vida estarán encantados con
esta reforma de la Ley del Aborto que nos hará retroceder a los primeros años
ochenta, cuando las mujeres que tomaban la dolorosa decisión de abortar (y esta
decisión siempre es dolorosa en algún momento y afecta psicológicamente a la
mujer) debían hacerlo clandestinamente en condiciones precarias o viajar a
Londres o Ámsterdam, aquellas que se lo pudieran permitir. Los activistas
pro-vida, como todos aquellos que se permiten corear proclamas, eslóganes,
doctrinas y demás conceptos abstractos dejan de lado la realidad individual de
las personas, piensan en los derechos de un ser en estado embrionario, pero no
en el bienestar de las personas ya nacidas. Un aborto es una cosa muy seria y
las mujeres no acuden al mismo como si fueran a hacerse una limpieza de boca.
Es un trauma, pero si una mujer, libremente, decide que no es su momento de ser
madre o que no quiere asumir el hecho de criar un hijo con problemas físicos de
una u otra índole ¿es lícito obligarla a parir?
Quienes asumen seguir adelante con el embarazo
de un hijo con espina bífida o una cardiopatía severa merecen todo mi respeto y
admiración. Habrá quienes los tilden de egoístas o fanáticos que condenan a una
criatura al sufrimiento, pero los padres que dan este paso suelen derrochar
cantidades de amor descomunales. De igual modo pienso que es horriblemente
injusto condenar a quienes no se sienten con fuerzas o que sencillamente no
desean hacerlo. Igualmente me parece una salvajada que con la ley actual una
menor pueda ir a abortar sin el permiso de sus padres. Es otra decisión
política, fruto de una ideología, sólo que de otro signo.
Creo que legislar tan restrictivamente algo con
tantas implicaciones como el aborto es inmoral. Que primen las ideologías sobre
la libertad individual de las personas es inmoral. Oí a un activista pro-vida
comparar el aborto con la eugenesia practicada en la Alemania Nazi. La
eugenesia la inventaron los espartanos, que arrojaban desde lo alto del monte
Taigeto a todos los recién nacidos con la más mínima malformación que les
impidiese en el futuro convertirse en
perfectos ciudadanos soldados. Los nazis mataban a los minusválidos físicos y
psíquicos que según ellos suponían una carga para el Estado. Comparaciones así
son perversas, porque estigmatizan a las personas. Cuando alguien con una
ideología determinada juzga a quien no piensa igual se convierte en un fanático
y ello le torna peligroso.
Alberto Ruiz Gallardón comete una estupidez.
Las mujeres seguirán abortando de un modo u otro. Siempre lo han hecho y
siempre ha habido personajes sin escrúpulos que se lo han hecho poniendo sus
vidas en peligro. El Estado debe proteger a sus ciudadanos y ciudadanas. La
mujer tiene derecho a poder elegir. No es una coneja. La ley actual permite
hacerlo dentro de las primeras catorce semanas de gestación. A las catorce
semanas un feto humano mide unos diez centímetros, pesa unos cincuenta gramos,
su corazón late y se le mueven las extremidades. La mera idea de abortarlo da
escalofríos y causa pesadillas. Si a usted y a mí se nos corta el cuerpo
imagine cómo se sentirá la mujer que toma la decisión de hacerlo. Para un anti
abortista es fácil tildar a esa mujer de asesina. Para mí no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario