domingo, 27 de mayo de 2012

DOCE HOMBRES SIN PIEDAD


 Me apetece dedicar unas líneas a este magnífico largometraje dirigido en 1957 por Sídney Lumet e interpretado magistralmente por Henry Fonda y una excelente cohorte de secundarios cuyos nombres no nos dirían mucho, pero cuyos rostros resultarán familiares a los aficionados al cine de la época dorada de Hollywood. También existe una versión española muy recomendable de 1973, emitida por Televisión Española en aquel gran programa de obras dramáticas que fue Estudio 1 y que contó con lo mejorcito de la escena de este país.  No es algo casual escribir sobre esta película, puesto que la  he utilizado en dos ocasiones en este mes para realizar sendos cine fórums, uno en la Escuela del Voluntariado y el otro ayer mismo en la Comunidad Terapéutica, aprovechando la salida de fin de semana y que había poquitos usuarios en la casa. Ambos han sido ricos en cuanto a comentarios y en lo que esta película suscita en las personas que la ven con un mínimo de disposición a dejarse envolver por ella.

 La trama no puede ser más simple: un jurado de doce hombres debe emitir un veredicto en un juicio por homicidio. El acusado es un joven de dieciocho años de extracción humilde y ya con un historial delictivo a cuestas. Se le acusa de haber apuñalado a su padre durante una riña. Todo parece incriminarle: pruebas, testimonios… Un veredicto de culpabilidad (que debe ser por unanimidad, ya que si no se alcanza tal el jurado se declararía nulo y el proceso volvería a empezar) llevará al muchacho directamente a la silla eléctrica. La existencia de una “duda razonable” sobre la culpabilidad del muchacho debe arrojar un veredicto de inocencia. Todo parece muy claro y parece que el veredicto de culpabilidad será rápido, pero en la votación preliminar el jurado número 8 (Henry Fonda) vota inocente, pues tiene serias dudas sobre la culpabilidad del acusado ante ciertas imprecisiones que ha ido detectando en el proceso. A partir de ahí surgirá un denso debate en el que los diferentes miembros del jurado (una colección de tipos absolutamente dispares) pondrán sobre la mesa quizá más de lo que quisieran sobre ellos mismos, sobre sus valores, sobre todo lo que son…

 A pesar de que la práctica totalidad  de la película transcurre dentro de una claustrofóbica sala de deliberaciones, no se hace aburrida en absoluto. La tensión es enorme: hace calor, fuera estalla una tormenta y el ambiente es cada vez más oscuro y agobiante a medida que la discusión se acalora (y llega a acalorarse mucho). Lo de menos es la trama, lo que importa es el modo en que los personajes se comportan, eso es lo que puede llegar a movernos a una seria reflexión personal si aceptamos el reto de preguntarnos sobre cuál es el personaje con el que más nos identificamos, quizá no de manera absoluta, pero sí en momentos cruciales de nuestras vidas.

 Esta película se ha utilizado en cursos de psicología social para representar un caso de influencia de una minoría sobre una mayoría y como tal resulta inigualable, pero también se le puede sacar mucho jugo desde la perspectiva de los valores humanos y las actitudes que éstos sustentan. He tenido la ocasión de comprobarlo. Para un cine fórum formativo no hay que usar bodrios sensibleros, hay que utilizar buenas películas y esta es una gran película que recomiendo encarecidamente y aquí les dejo, pues está colgada íntegramente en Youtube, al igual que otros grandes clásicos del cine, ¡así que ya no hay excusa para no ver una buena peli la noche del sábado! Disfrútenla. 

martes, 22 de mayo de 2012

IV Escuela Andaluza del Voluntariado de Proyecto Hombre

Cuando a uno le proponen preparar unos talleres para una Escuela de Voluntariado de Proyecto Hombre, lo natural es experimentar cierta desazón estomacal por el peso de la responsabilidad que se adquiere. Cuando te dicen que el tema son los valores (los valores humanos vivenciados en Proyecto Hombre, no los valores de la bolsa) la sensación casi de pánico, porque ¿qué demonios vas a exponer sobre valores humanos a unas personas que dedican parte de su tiempo libre a acompañar a personas que se están rehabilitando de un problema de adicción? Porque el voluntariado en asociaciones de atención a personas con problemas de adicción en general y en Proyecto Hombre en particular no es un voluntariado cualquiera. Lo primero porque la población objeto de ayuda no resulta fácil de abordar, ya que el proceso de rehabilitación está jalonado de momentos tensos, conflictivos y que dejan mal cuerpo; lo segundo porque el voluntario de Proyecto Hombre se ve lanzado a asumir un proceso de crecimiento personal en propia carne, lo cual supone una dificultad añadida que se asume con entereza, pero también un beneficio que se recibe con alegría.

 Así que me dispuse a hacer lo único que me permitían el sentido común y la más elemental honradez: proponer a los voluntarios que iban a participar en la escuela un marco en el que reflexionar y compartir sobre los valores que han interiorizado y que ponen en práctica y que, en la medida que quisieran, pudiesen abrirse a lo que otros pudiesen decirles acerca de lo que estaban poniendo en común. Es decir, autoayuda pura y dura. Estructurada en tres bloques: los valores en Proyecto Hombre, los valores que recibimos de la sociedad y que hacemos nuestros y los valores que se desprenden de los principales hitos de nuestra vida; los participantes en la escuela se volcaron de una manera que me desbordó y me conmovió. Dejaron muy clara su calidad humana y su motivación no sólo para dar a los demás, sino para recibir humildemente lo que los demás tengan que aportarles, que en no pocas ocasiones requiere tanta o más calidad humana que lo primero. Calidad humana se derrochó a raudales.

 No sólo hubo tiempo para sesudas reflexiones, sino también para el cachondeo y la buena música, de la mano de tres músicos maravillosos, Agustín, Ana y Carmen, cuyo nombre artístico (maldita sea mi condenada memoria) no recuerdo y que desde aquí pido que me hagan llegar si tienen a bien leer estas líneas, pero que se subtitula con estas geniales palabras “urgencias musicales a domicilio” y es que la música resulta a menudo urgente para relajar mentes y elevar almas y eso hicieron en su delicioso recital al aire libre del viernes por la noche, en el que los boleros y otros temas de música popular nos mecieron como suavemente como a bebés que se acuna con cariño. Al día siguiente, en los talleres de música y baile que llevaron a cabo, consiguieron incluso convertirnos en un improvisado coro realizando un ejercicio de polifonía. ¡Y eso que muchos teníamos orejas a secas en lugar de oído!

 Agradezco enormemente el haber pasado este día y medio con tantas bellas personas. Desde veteranos con largos años de servicio abnegado a los demás hasta personas muy jóvenes que se inician en este arduo camino. Me han cargado las pilas con su entusiasmo, con su ilusión y con su humildad y una carga de pilas resulta muy necesaria de vez en cuando y me llena de alegría haberles podido aportar algo, por pequeño que sea, porque más es lo que tengo que aprender de ellos.
 De verdad, gracias.

jueves, 17 de mayo de 2012

VENDEDORES

Detesto ir de compras. Primero porque soy un tacaño, segundo porque las aglomeraciones en espacios cerrados me agobian y tercero porque me revientan los vendedores. Ellos no tienen la culpa, pero yo tampoco. Las circunstancias nos han colocado en peldaños distintos de la cadena alimenticia. Ellos son los depredadores, yo la presa, pero ello no significa que se lo tenga que poner fácil.
 Desde que el mundo es mundo los mercados han sido lugares dudosos en los que el vendedor de turno hacía trampas con el peso o trataba de darte gato por liebre de alguna otra manera. El regateo era costumbre casi obligada, tanto que de no llevarse a cabo se le quitaba el chiste a la cosa. Ello podemos seguirlo viendo en los zocos de países musulmanes, pero en nuestra sociedad occidental, donde todo tiene un precio tarifado y puesto por escrito se ha perdido el chiste del ritual, pero no la política de venderte una porquería obteniendo el mayor beneficio posible. Hay valores universales.
 Hay que admitir que las cosas están cambiando. Hace años, si estabas mirado algún artículo en un gran almacén tras cinco segundos aparecía un solícito vendedor o vendedora que con sonrisa profidén te preguntaba si necesitabas algo. Resultaba violento. Parecía que si estabas sencillamente mirando eras un piojoso que no tenía derecho a estar en aquel templo del consumo y que la pregunta era una invitación encubierta a largarte si no ibas a comprar.  Hoy, sin embargo, gracias a los recortes de personal y al empobrecimiento  creciente de la población, la mera presencia de público, aunque no compre, ya resulta un beneficio, pues al menos se evita la imagen de que el negocio parezca un cementerio (como lo parecía hace un par de mañanas un conocido hipermercado de nuestra ciudad al que fui a las once la mañana, ya que tengo unos días de vacaciones). Hoy, si necesitas que un vendedor te asesore, tendrás que tomarte la molestia de buscarlo y quizá se moleste si tiene que dejar lo que está haciendo, ya que tiene una montaña de trabajo y un supervisor pisándole los talones que decidirá si es el próximo del que la empresa podrá prescindir cuando haya que reducir gastos. El vendedor de comercio está en decadencia, cada vez quedan menos auténticos vendedores “de raza”, de esos capaces de vender neveras a los esquimales, como se solía decir. Sin embargo hay un rincón donde esta especie se mantiene irreductible y es la venta directa puerta a puerta.
 ¿Es posible hoy día, en la época de las autopistas de la información, la Wikipedia y la Encarta vender un diccionario enciclopédico de veinte tomos? ¡Sí lo es! ¡A idiotas como yo!
 Una vez me contaron un chiste malísimo: “Mamá, mamá, ¿crees en los extraterrestres? Pues no –dice la madre-. Es que en la puerta hay un señor que dice que es del planeta Agostini”. Yo me reí, pues tengo una imaginación muy viva y formé rápidamente la imagen mental de un señor bajito, con gruesas gafas,  ligeramente estrábico y con un enfermizo tono de piel. Es decir, toda la pinta de un extraterrestre de tapadillo, dispuesto a quitarse la careta en cualquier momento y fulminarnos con la pistola láser que lleva en el maletín. El chiste parece anunciar la decadencia del vendedor de enciclopedias clásico, ¡pero nada más lejos de la realidad! Planeta de Agostini tiene una legión de vendedores curtidos y motivados que se las saben todas. Hace tres años uno de estos ejemplares me colocó una enciclopedia temática y un diccionario enciclopédico porque cometí la estupidez de dejarle entrar, vio mis anaqueles de libros y la vieja enciclopedia Salvat con la que hice todos los trabajos de la EGB, del BUP y del COU y supo que yo era una presa fácil, además me tentó con un PC portátil de regalo. Las cuotas se me están haciendo una condena y lo peor es que mi hijo mayor ha pasado olímpicamente de las puñeteras enciclopedias (aún conservo la esperanza que mi hija la use, pero ¡ay! Internet es mucho más cómodo).
 Como sea que llevo tres años pagando, debe ser que ya estoy a punto de terminar, pues hace un par de días volvieron a la carga. Yo estaba echando la siesta (“de pijama y orinal” como decía D. Camilo José Cela, uno de los lujos que me permito en los días libres) ¡y se metieron en casa! Mi esposa no logró impedirles la entrada. Eran dos, uno mayor y otro joven, maestro y aprendiz, Jedi y padawan, poli malo  y poli bueno. Mi señora me despertó (lo cual no contribuyó a ponerme de buen humor precisamente) y los encontré instalados en mi cocina. El maestro era agresivo, su verborrea fluía como un torrente. El aprendiz estaba abochornado por el descaro de su compañero y no abrió la boca. Preveo que no hará carrera en la profesión.  Este fue,  más o menos, el parlamento que se estableció:
 “Vengo a ofrecerle una enciclopedia temática de historia para completar su colección”.
“No estoy interesado”.
“Sólo le supondrá un aumento de dos euros en su cuota mensual”.
“Le digo que no estoy interesado”.
“Puedo ofrecerle de regalo este robot de cocina valorado en…” insistía enarbolando la foto de una especie de termomix delante de las narices de mi esposa, sin duda esperando tentarla y recabar su apoyo, claro que para mi esposa, al igual que para mí, una termomix resulta tan tentadora como una tortuga de tierra.
 “Mire usted” insistí “ya les he comprado la enciclopedia temática y el diccionario enciclopédico que no hacen sino coger polvo. Estoy muy arrepentido de haberlo hecho y estoy loco por terminar de pagarlas. Detestaría hacerles perder más su tiempo”.
 Estas palabras tuvieron un efecto inmediato. Recogieron sus bártulos en un santiamén y se largaron. Los vendedores son implacables: detectan nuestras fragilidades y las explotan, pero ante una postura decidida están desarmados. No es preciso faltarles al respeto ni soltarles el perro (además, mi retriever habría hecho poco más que olisquearles la entrepierna y lamerles la mano). Se les puede mandar a tomar por saco con la mayor de las correcciones.  Ante todo buenos modales, por favor.

martes, 15 de mayo de 2012

SOBRE FIESTAS Y JUGUETES


 Encuentro que celebrar un cumpleaños infantil es un coñazo. Mi ánimo fiestero es equivalente al de una monja de clausura con voto de silencio y mi habilidad para organizar celebraciones para niños la de un sargento chusquero a punto de jubilarse y con tendencia a beber más de la cuenta. Es por ello que las fiestas de cumpleaños en las franquicias de comida basura han constituido mi salvación. Por un módico precio (56€ para ocho criaturitas) les ponen el menú infantil, te regalan una tarta de chocolate de un kilo, les hacen a cada uno un regalito de mierda y pueden estar potreando en la cosa esa rara, a medias tobogán y a medias terrario gigante, hasta la hora del cierre. Encima te lo llevan todo a la mesa y no tienes que guardar cola si quieres pedir un extra (yo no pude resistirme a una hamburguesa gigante). ¡Para colmo ahora puedes rellenar el vaso de refresco una y otra vez hasta que te salgan las burbujas de gas por las orejas! ¡Es un sueño, a los niños les encanta y no tienes que limpiar al final! ¿Qué más se puede pedir? Habrá algún ciudadano con feroz conciencia social  que me considere frívolo y superficial por hacerle el juego a una multinacional. Lo asumo. El año pasado me harté a hacer sándwiches, alquilé un local de esos habilitados para celebraciones, acabé con un ataque de nervios por el salvajismo al que pueden llegar los niños y encima luego hubo que recoger. Una mierda. Prefiero contratar a un mercenario. Lo siento.

 Mi falta de escrúpulos en lo que al fiestorro se refiere se ven compensados con los que experimento ante los juguetes. Este año mi hija ha recibido dos. Uno es una Monster High, parte de una horrenda colección de muñecas con serie de dibujos animados propia. Enésima revisión del tópico de la chica mona y popular de instituto de secundaria norteamericano, subalimentada, sobre maquillada y sexualmente precoz, lo cual no llega nunca a explicitarse mediante comportamientos, pero que queda de sobra implícito en las faldas ridículamente cortas, los tacones inverosímilmente altos y las poses estudiadas. Algo así como la Lolita de Navokov, pero con menos morbo y un punto de vulgaridad. A las niñas les encantan y mi hija quería una. Como soy de la creencia de que prohibir algo le da un aura de misticismo a ese algo que no hace sino acrecentar el deseo de ello, me avine a comprársela, seguro de que acabará pronto olvidada en un rincón, lo mismo que las Bratz y las Barbies de años anteriores. Considero a estas muñecas nefastas por la visión tan deleznable que transmiten sobre la mujer, pero no voy a caer en el esnobismo de negarle una a mi hija y comprarle en cambio una muñeca de trapo de una tienda de comercio justo. Tenemos que educar a los hijos, no moldearlos a nuestro gusto. Darles lo que piden (dentro de unos límites) es parte de esa educación. Tenemos derecho a probar la superficialidad antes de elegir otra cosa, si es de Dios que elijamos otra cosa. El conocimiento es libertad y nace de la experiencia. Las perras muñecas están prácticamente agotadas en  Málaga, sólo en Toys ´r Us encontré una triste estantería donde aún quedaban una docena de estos engendros infernales. Las comuniones de mayo han arrasado con ellas.

 El otro juguete es el Arca de Noé de Playmóbil. Siendo niño disfruté de estos muñequitos cuando eran bastante más toscos y se llamaban aún los “Clicks” de Famóbil. Tuve el barco pirata, que era la leche. Veo que la niña disfruta jugando con esos muñecos tanto como lo hice yo, inventando historias sobre ellos y escenificándolas. La imaginación al poder. El Arca de Noé estaba sensiblemente rebajada de precio en el Toys ´r Us. Se ve que tiene poca salida, pero a mi hija le ha encantado. Mantengo viva la llama de la esperanza, ruego porque dentro de ella la superficialidad de las muñecas anoréxicas quede relegada por la solidez de un juguete de toda la vida que invita a una conversación: “Papá, en el cole hemos hablado de Noé…”


 Mi hija crece. Los cumpleaños infantiles tocan a su fin. Acaban unos retos y empiezan otros. Seguiremos acompañando sin querer moldear… o al menos lo intentaremos.

domingo, 13 de mayo de 2012

SOBRE CÓMO UNA MALA DECISIÓN ME ESTROPEÓ LA NOCHE EN BLANCO


 Llevaba todo el año esperando la Noche en Blanco. Un acontecimiento que lleva varios años celebrándose en mi ciudad, Málaga, consistente en el acceso gratuito a museos y demás muestras culturales entre las 20:00 horas del sábado y las 2:00 del domingo en un fin de semana de mayo. El año pasado me enteré de que se hacía (figúrense mi atolondramiento) justo cuando estaba comenzando y me eché a la calle con lo primero que pillé. Este año me propuse que lo organizaría antes para aprovecharlo más y diligentemente me agencié un programa de actividades y empecé a marcar pulcramente con un rotulador fluorescente los eventos que más me interesaban. Sabía que no podría acudir a todos, pero no me podía imaginar lo que iba a ocurrir.

 De todas las personas que manifestaron su mayor o menor intención de unirse a mí sólo acudieron al final mi propia hija, que pese a su corta edad gusta de los hechos culturales, y una buena compañera de trabajo acompañada también de su hija. El resto pasaron y fue lo mejor que pudieron hacer.

 Con mi hija visité el museo Picasso, que es sí mismo es una colección de arte bastante pobre, con obras menores del artista, pese a todo le bombo que se le dio en su día. Lamentablemente esa noche no se llevaba a cabo la visita guiada, que compensa notablemente lo limitado de las obras expuestas encuadrándolas en el contexto de la vida y evolución del artista. Se ve que una noche tan importante desde el punto de vista cultural no justifica la aplicación de tal complemento (¡!). La cola fue moderada para lo que es común en esa noche. En algo menos de media horita estábamos dentro.

 Una vez fuera nos encontramos con mi compañera y su hija y tuvo lugar la fatídica decisión, mi fatídica decisión: ir a la visita guiada de la Alcazaba, que prometía una atmósfera mágica y una experiencia totalmente distinta a la visita diurna. ¡Y tan distinta!

 Para empezar estaba la cola. Así, a ojo de buen cubero, unas quinientas personas o puede que más. Casi una hora y tres cuartos esperando.

 Guardar cola, una cola tan pavorosa, es una experiencia rara. Si no estás en ella por absoluta necesidad te asalta continuamente la duda de si valdrá realmente la pena estar allí si no podrías estar dedicado a menesteres más productivos o al menos más agradables en otro lugar. Por otro lado, cuanto más tiempo pasa más te resistes a la idea de largarte de allí, en una absurda obstinación por no admitir que puedas estar perdiendo el tiempo miserablemente. Lenta y penosamente la cola fue avanzando y entonces, cuando ya estábamos casi en la puerta, saltó el pánico. Eran ya casi la 1:10 de la madrugada, hora en que empezaba de última visita y a partir de la cual no se permitiría la entrada de más público. Una empleada salió a contar la gente que podría entrar y la acompañaba un atocinado vigilante de seguridad, de esos que no sirven más que para hacer bulto. Entramos por poco. Entre los que quedaron fuera… el desconcierto, la incredulidad y la rabia. Por un instante temí que se armara un follón. Por suerte no pasó nada y los pobrecillos que habían guardado la cola para nada se comieron la frustración con papas, pero a nosotros no nos fue mucho mejor. Entramos aliviados, satisfechos y esperanzados. Algo por lo que hay que guardar tanta cola tiene que ser cojonudo a la fuerza. Pero nos encontramos con una guía de edad avanzada, absolutamente agotada y casi afónica a la que apenas escuchábamos. Para colmo el concierto de rock (que hasta a mí, que gusto del género, se me antojaba insoportable) atronaba en una calle cercana complicando más la situación. No sabía a quién tenía más ganas de patear el culo, si al melenudo que se desgañitaba al micro o al lumbreras que había organizado la distribución de los eventos. De todos modos no nos perdíamos gran cosa. La exposición de la guía era de lo más tópica (“Los musulmanes iniciaron la conquista de la Península Ibérica en el año 711…”) ¡Eso ya me lo sé!

 En el folleto se aseguraba que de noche la Alcazaba es otra y así es, sobre todo cuando a un mamarracho se le ocurre apagar las luces cuando aún hay una visita dentro y tienen que seguir al trote a una guía a la que pese a su cansancio aún le quedan fuerzas para apretar el paso al ritmo de ¡vamos que nos vamos! porque está frita por largarse. Se ve que la organización se propuso que nos enterásemos de cómo se podía sentir el personal en la alcazaba en el siglo XV por la noche, pero por lo menos podrían habernos dado antorchas o candiles de aceite para ver algo. Había puntos en los que no se veía absolutamente nada. Fue un milagro que nadie metiese el pie donde no debía o tropezase o cayera desde un nivel superior, pues la Alcazaba se dispone sobre una colina y los parapetos en los diferentes niveles que protegen de una caída al vacío son a veces insuficientes… y hay caídas bastante altas.

 Lo que está claro es que ciertos aspectos de la Noche en Blanco son una auténtica chapuza, que no siempre la cola más larga se guarda ante el mejor evento y que es una noche para vivir en la calle, yendo de un lado para otro y no en una cola de dos horas o en un vetusto castillo a oscuras. Lección aprendida.

lunes, 7 de mayo de 2012

MIRARSE EN LOS OJOS DE LOS DEMÁS


 Hay quien me pregunta cómo soy capaz de ponerme delante de un maltratador y hacer terapia con él. Entre las personas que atendemos en la Comunidad Terapéutica no faltan aquellas que han maltratado a sus parejas, a sus padres y madres, a sus hijos… La respuesta es clara: se trata de una persona como yo. El problema no es lo que le hace persona, sino aquello que la aleja de tal condición, es decir, sus comportamientos. Lo que hay oculto tras éstos es el objeto del trabajo terapéutico, luego ¿por qué habría de juzgarle o escandalizarme? Ayer mismo tuve una larga conversación con una persona que ha maltratado a su madre y a su pareja. Lo que más llamó mi atención es lo maltratado que se siente él mismo a día de hoy por las personas que le rodean, cuando él mismo continúa manteniendo conductas de maltrato hacia los demás. ¿Cuál puede ser el origen de esta   percepción tan deformada?

 Nos gusta creer que somos significativa e intrínsecamente distintos  a las personas que abusan de otras, que las humillan, que las golpean... Nos conmovemos y nos llenamos de rabia ante las noticias en prensa y en televisión que aluden al tema. Decimos que a esos habría que… ¿qué? ¿Qué habría que hacerles? Mi trabajo consiste en entenderles.

 Durante mi conversación con esta persona salió a relucir el hecho de que siempre la percepción del maltrato recibido ha sido siempre superior a la del maltrato infligido, aunque objetivamente las magnitudes fueran justo las contrarias. Pero es nuestra percepción la que condiciona la actitud que adquirimos ante el entorno y los hechos objetivos pasan a  un segundo plano. La percepción se convierte en un instrumento que hay que aprender a manejar, afinándolo y calibrándolo para que sea preciso y útil para el fin último que debería animar a todo ser humano: cuidar de sus semejantes o al menos dañarlos lo menos posible.

 Hay una experiencia crucial que todos deberíamos tener: poder vernos a través de los ojos de la persona que tenemos delante. Si pudiera hacerse de manera física, real, podría ser algo devastador. ¿Cómo quedaría la mente del maltratador si se pudiese ver a sí mismo gritándole y golpeándole? ¿Cómo cambiaría su visión de la realidad y de sí mismo? ¿Sufriría? Probablemente sí y pensaríamos que es justo castigo a todo el mal que ha infligido. Esto del justo castigo es un arquetipo sólidamente incrustado en el inconsciente colectivo.  Nos encanta. Se encarna incluso en personajes de cómic como el famoso Ghost Rider, “El Motorista Fantasma” que con su cadena de fuego infernal atrapa a los malvados haciéndoles sentir multiplicado todo el mal y el daño que han causado, con lo cual enloquecen y quedan reducidos a masas sollozantes. Este tipo de personajes justicieros suelen ser muy populares ya que responden a un anhelo ancestral de hacer sufrir a los que sufren, pero claro, desde una concepción del mundo muy simplista, un mundo de buenos y malos donde está muy claro quién es bueno y quien es malo. Las cosas no son tan simples.

 Esta mañana, saliendo de la Comunidad Terapéutica tras una jornada de veinticuatro horas, me preguntaba si tendré el coraje de verme a través de los ojos de los que más quiero. ¿Lo tendrá usted?

sábado, 5 de mayo de 2012

MARCO DIDIO FALCO (Continuación de Romanorum Vita)


 Aprovecho para recomendar la lectura de una serie de libros que me han enganchado. Siendo dos de mis géneros favoritos la novela histórica y las historias de detectives (recuérdese mi devoción por Sherlock Holmes) un libro que los conjugase me habría de enloquecer y así ha sido. La autora británica Lindsay Davis ha conseguido subyugarme con su serie sobre Marco Didio Falco, un investigador que vive sus aventuras en la Roma regida por el emperador Vespasiano, en el mismo periodo recreado por la exposición “Romanorum Vita”.

 Falco es lo que en Roma se llama “informante”: una especie de detective que lo mismo reune pruebas para pleitos privados, que investiga asesinatos o realiza delicadas misiones para el emperador; lo cual, dada su condición de republicano convencido, le genera no pocos conflictos internos que son rápidamente resueltos por su necesidad de cobrar, ya que Didio Falco, aparte de tener que pagar el alquiler del cuchitril donde vive y sobrevivir, tiene que auxiliar a su familia, formada por su madre (que le critica si piedad) y una pléyade de hermanas insufribles casadas con completos imbéciles y cargadas de niños. Él es el cabeza de familia, el paterfamilias, al menos formalmente, ya que nadie le hace ni puñetero caso. Tan penosa carga cayó sobre él por dos motivos: uno, su padre puso pies en polvorosa siendo él niño para fugarse con una pelirroja; dos, su hermano mayor, Didio Festo (un completo sinvergüenza, tan mujeriego y juerguista como Falco, pero sin el punto de ética y sentido de la justicia de éste) no tuvo mejor ocurrencia que, siendo legionario, dejarse matar en Judea. Falco hace lo que puede. Siempre anda escaso de dinero. Esmaracto, su casero, le acosa sin piedad e incluso ha de sufragar gastos de algún churumbel que su hermano dejó  por ahí.

 Aparte de su pintoresca familia hay tres personas significativas en la vida de Falco: un amigo, un enemigo y una mujer, como no podía ser de otra manera.

 El amigo es Petronio Longo, capitán de la Cuarta Cohorte de Vigiles (antiguo cuerpo policial de Roma) asignada al Aventino, el barrio en el que ambos crecieron. Un barrio duro. Fueron compañeros de tienda cuando ambos sirvieron en la Segunda Legión Augusta, en Britania. Un tipo grandote y afectuoso, de fiar.

 El enemigo es Anácrites, jefe del servicio secreto de Vespasiano, un tipo sinuoso y embustero al que Falco considera un inútil y que no vacila en servirse de él o en encarcelarle, según convenga.

 La mujer es Helena Justina, de familia aristocrática, valiente, obstinada e inteligente, además de bella. Su relación con Falco será sorprendente e inesperada.

 Bajo la pluma de Davis la procesión de personajes principales y secundarios cobra vida y se torna tan cercana y creíble como nuestro vecino de abajo, todo contra el fondo de una Roma colorida, fascinante, sórdida y peligrosa. Aunque habrá también otros escenarios, como los sombríos bosques de Germania o los abrasadores yermos de la Arabia Pétrea. En cualquier caso Falco no es un héroe, al menos no un héroe al uso, sino un tipo con problemas, con contradicciones, con miedos, con vicios… pero también con un mínimo de vergüenza, que es lo que le impide precipitarse en el abismo dentro de una sociedad corrupta.  No es más que un ser humano. Dos mil años antes o después… no hay nada nuevo bajo el sol.

jueves, 3 de mayo de 2012

ROMANORUM VITA

 Como buen aficionado a la historia, soy un amante de los museos. Entiendo que al común de los mortales les resulten aburridos, pero para mí tienen algo especial. Ver los objetos antiguos en sus vitrinas, los mapas, los dioramas y maquetas que representan enclaves decisivos de una época determinada... todo ello me permite asomarme al pasado y entender, al menos un poco, las vidas de las personas que vivieron siglos antes que yo y que en general lo hicieron todo lo bien que sus circunstancias les permitieron. Personas condicionadas por su época, lo mismo que lo estamos usted y yo.

 La historia del Imperio Romano me interesa particularmente, sobre todo el periodo que va desde las Guerras Púnicas, en las que se consolida como la gran potencia del Mediterráneo entre los siglos III y II antes de Cristo, hasta el siglo III después de Cristo, cuando la decadencia del Imperio comenzó a ser notoria e imparable. Seiscientos años absolutamente fascinantes, sobre todo por lo semejante que llegó a ser la sociedad romana a la nuestra. Ciudades superpobladas en las que la especulación del suelo llegó a ser galopante, en las que las clases populares se apiñaban en grandes manzanas de apartamentos llamadas insulae. Una sociedad marcada por la evolución y la descomposición de la clase política, por las crisis económicas, por la inflación... Una sociedad amante de los espectáculos y de los placeres... En fin, ¿qué más se puede decir?

 Para mí hubo un libro que detonó mi enamoramiento de la historia de Roma y se titula justamente así: "Historia de Roma". Su autor fue el periodista y escritor Indro Montanelli y el libro fue al principio publicado por entregas en el dominical del Corriere de la Sera. Este libro, junto con "Historia de los Griegos", del mismo autor, constituyen un maravilloso medio de acercar la Antigüedad Clásica al lector curioso. Montanelli consigue que personajes que en colegio nos llegaban acartonados como  César Augusto,  Pompeyo, Cicerón o el mismo Julio César bajen de sus pedestales y aparezcan como los seres de carne y hueso que fueron. Pero más allá de la historia de los grandes nombres y los grandes hechos está la intrahistoria que decía D. Miguel de Unamuno, la historia de la vida a pie de calle. Eso lo retrata magistralmente Montanelli y es lo es lo que refleja la exposición "Romanorum Vita" (o "La Vida de los Romanos", que para poco más me dio el latín del bachillerato).  La exposición, que visité con mi hija hace pocos días, nos traslada a una calle de una ciudad romana por la que podemos deambular, ver, oír y oler, para luego acceder a una vivienda de clase acomodada, una domus. La época: la segunda mitad del siglo I después de Cristo.

 Les invito encarecidamente a visitar la exposición, estacionada en Málaga hasta junio. La visita es muy breve, pero con un poco de imaginación nos permite trasladarnos en el tiempo. Me gustó mucho sentarme en las gradas que recrea la exposición e imaginarme en el foro de la ciudad, la plaza pública en la que era imprescindible estar si uno quería enterarse de los últimos chismes o escuchar el discurso del enésimo candidato a una magistratura antes de ir a tomar un refrigerio en alguna tabernae o de pasar la tarde en las termas.

 Sí, imaginación me sobra. Cada loco con su tema.

 http://www.romanorumvita.com/


HITLER, EL INCOMPETENTE