Llevaba todo el año esperando la Noche en Blanco. Un acontecimiento que
lleva varios años celebrándose en mi ciudad, Málaga, consistente en el acceso
gratuito a museos y demás muestras culturales entre las 20:00 horas del sábado
y las 2:00 del domingo en un fin de semana de mayo. El año pasado me enteré de
que se hacía (figúrense mi atolondramiento) justo cuando estaba comenzando y me
eché a la calle con lo primero que pillé. Este año me propuse que lo
organizaría antes para aprovecharlo más y diligentemente me agencié un programa
de actividades y empecé a marcar pulcramente con un rotulador fluorescente los
eventos que más me interesaban. Sabía que no podría acudir a todos, pero no me
podía imaginar lo que iba a ocurrir.
De todas las personas que manifestaron su
mayor o menor intención de unirse a mí sólo acudieron al final mi propia hija,
que pese a su corta edad gusta de los hechos culturales, y una buena compañera
de trabajo acompañada también de su hija. El resto pasaron y fue lo mejor que
pudieron hacer.
Con mi hija visité el museo Picasso, que es sí
mismo es una colección de arte bastante pobre, con obras menores del artista,
pese a todo le bombo que se le dio en su día. Lamentablemente esa noche no se
llevaba a cabo la visita guiada, que compensa notablemente lo limitado de las
obras expuestas encuadrándolas en el contexto de la vida y evolución del
artista. Se ve que una noche tan importante desde el punto de vista cultural no
justifica la aplicación de tal complemento (¡!). La cola fue moderada para lo
que es común en esa noche. En algo menos de media horita estábamos dentro.
Una vez fuera nos encontramos con mi compañera
y su hija y tuvo lugar la fatídica decisión, mi fatídica decisión: ir a la
visita guiada de la Alcazaba, que prometía una atmósfera mágica y una
experiencia totalmente distinta a la visita diurna. ¡Y tan distinta!
Para empezar estaba la cola. Así, a ojo de
buen cubero, unas quinientas personas o puede que más. Casi una hora y tres
cuartos esperando.
Guardar cola, una cola tan pavorosa, es una
experiencia rara. Si no estás en ella por absoluta necesidad te asalta
continuamente la duda de si valdrá realmente la pena estar allí si no podrías
estar dedicado a menesteres más productivos o al menos más agradables en otro
lugar. Por otro lado, cuanto más tiempo pasa más te resistes a la idea de
largarte de allí, en una absurda obstinación por no admitir que puedas estar
perdiendo el tiempo miserablemente. Lenta y penosamente la cola fue avanzando y
entonces, cuando ya estábamos casi en la puerta, saltó el pánico. Eran ya casi
la 1:10 de la madrugada, hora en que empezaba de última visita y a partir de la
cual no se permitiría la entrada de más público. Una empleada salió a contar la
gente que podría entrar y la acompañaba un atocinado vigilante de seguridad, de
esos que no sirven más que para hacer bulto. Entramos por poco. Entre los que
quedaron fuera… el desconcierto, la incredulidad y la rabia. Por un instante
temí que se armara un follón. Por suerte no pasó nada y los pobrecillos que habían
guardado la cola para nada se comieron la frustración con papas, pero a
nosotros no nos fue mucho mejor. Entramos aliviados, satisfechos y
esperanzados. Algo por lo que hay que guardar tanta cola tiene que ser cojonudo
a la fuerza. Pero nos encontramos con una guía de edad avanzada, absolutamente
agotada y casi afónica a la que apenas escuchábamos. Para colmo el concierto de
rock (que hasta a mí, que gusto del género, se me antojaba insoportable)
atronaba en una calle cercana complicando más la situación. No sabía a quién
tenía más ganas de patear el culo, si al melenudo que se desgañitaba al micro o
al lumbreras que había organizado la distribución de los eventos. De todos
modos no nos perdíamos gran cosa. La exposición de la guía era de lo más tópica
(“Los musulmanes iniciaron la conquista de la Península Ibérica en el año
711…”) ¡Eso ya me lo sé!
En el folleto se aseguraba que de noche la
Alcazaba es otra y así es, sobre todo cuando a un mamarracho se le ocurre
apagar las luces cuando aún hay una visita dentro y tienen que seguir al trote
a una guía a la que pese a su cansancio aún le quedan fuerzas para apretar el paso
al ritmo de ¡vamos que nos vamos! porque está frita por largarse. Se ve que la
organización se propuso que nos enterásemos de cómo se podía sentir el personal
en la alcazaba en el siglo XV por la noche, pero por lo menos podrían habernos
dado antorchas o candiles de aceite para ver algo. Había puntos en los que no
se veía absolutamente nada. Fue un milagro que nadie metiese el pie donde no
debía o tropezase o cayera desde un nivel superior, pues la Alcazaba se dispone
sobre una colina y los parapetos en los diferentes niveles que protegen de una
caída al vacío son a veces insuficientes… y hay caídas bastante altas.
Lo que está claro es que ciertos aspectos de
la Noche en Blanco son una auténtica chapuza, que no siempre la cola más larga
se guarda ante el mejor evento y que es una noche para vivir en la calle, yendo
de un lado para otro y no en una cola de dos horas o en un vetusto castillo a
oscuras. Lección aprendida.
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ResponderEliminarJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA...
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Menos mal que yo sí acerté en mi decisión.