martes, 22 de mayo de 2012

IV Escuela Andaluza del Voluntariado de Proyecto Hombre

Cuando a uno le proponen preparar unos talleres para una Escuela de Voluntariado de Proyecto Hombre, lo natural es experimentar cierta desazón estomacal por el peso de la responsabilidad que se adquiere. Cuando te dicen que el tema son los valores (los valores humanos vivenciados en Proyecto Hombre, no los valores de la bolsa) la sensación casi de pánico, porque ¿qué demonios vas a exponer sobre valores humanos a unas personas que dedican parte de su tiempo libre a acompañar a personas que se están rehabilitando de un problema de adicción? Porque el voluntariado en asociaciones de atención a personas con problemas de adicción en general y en Proyecto Hombre en particular no es un voluntariado cualquiera. Lo primero porque la población objeto de ayuda no resulta fácil de abordar, ya que el proceso de rehabilitación está jalonado de momentos tensos, conflictivos y que dejan mal cuerpo; lo segundo porque el voluntario de Proyecto Hombre se ve lanzado a asumir un proceso de crecimiento personal en propia carne, lo cual supone una dificultad añadida que se asume con entereza, pero también un beneficio que se recibe con alegría.

 Así que me dispuse a hacer lo único que me permitían el sentido común y la más elemental honradez: proponer a los voluntarios que iban a participar en la escuela un marco en el que reflexionar y compartir sobre los valores que han interiorizado y que ponen en práctica y que, en la medida que quisieran, pudiesen abrirse a lo que otros pudiesen decirles acerca de lo que estaban poniendo en común. Es decir, autoayuda pura y dura. Estructurada en tres bloques: los valores en Proyecto Hombre, los valores que recibimos de la sociedad y que hacemos nuestros y los valores que se desprenden de los principales hitos de nuestra vida; los participantes en la escuela se volcaron de una manera que me desbordó y me conmovió. Dejaron muy clara su calidad humana y su motivación no sólo para dar a los demás, sino para recibir humildemente lo que los demás tengan que aportarles, que en no pocas ocasiones requiere tanta o más calidad humana que lo primero. Calidad humana se derrochó a raudales.

 No sólo hubo tiempo para sesudas reflexiones, sino también para el cachondeo y la buena música, de la mano de tres músicos maravillosos, Agustín, Ana y Carmen, cuyo nombre artístico (maldita sea mi condenada memoria) no recuerdo y que desde aquí pido que me hagan llegar si tienen a bien leer estas líneas, pero que se subtitula con estas geniales palabras “urgencias musicales a domicilio” y es que la música resulta a menudo urgente para relajar mentes y elevar almas y eso hicieron en su delicioso recital al aire libre del viernes por la noche, en el que los boleros y otros temas de música popular nos mecieron como suavemente como a bebés que se acuna con cariño. Al día siguiente, en los talleres de música y baile que llevaron a cabo, consiguieron incluso convertirnos en un improvisado coro realizando un ejercicio de polifonía. ¡Y eso que muchos teníamos orejas a secas en lugar de oído!

 Agradezco enormemente el haber pasado este día y medio con tantas bellas personas. Desde veteranos con largos años de servicio abnegado a los demás hasta personas muy jóvenes que se inician en este arduo camino. Me han cargado las pilas con su entusiasmo, con su ilusión y con su humildad y una carga de pilas resulta muy necesaria de vez en cuando y me llena de alegría haberles podido aportar algo, por pequeño que sea, porque más es lo que tengo que aprender de ellos.
 De verdad, gracias.

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