Ahora que tanto se habla de crisis, recesión, bancos rescatados, prima de riesgo, políticos corruptos y la madre que los parió, parece que nos hemos olvidado de países en los que la pobreza material, con mayúsculas, ha sido una constante desde hace tantos años que intentar recordar un pasado mejor constituye una pérdida de tiempo. Son los mal llamados “países en vías de desarrollo”, encarrilados en unas vías muertas que nunca han llevado a ningún otro sitio que no sea la desesperanza más absoluta. El famoso “Tercer Mundo” llamado así en la segunda mitad del siglo XX, cuando el mundo aún se encontraba dividido por el Telón de Acero. Hoy las barreras ideológicas y políticas ya no son lo que eran, pero las económicas continúan siendo atroces. En España hay mucha gente que lo está pasando muy mal, pero el abismo que los separa de del brutal sufrimiento existente más allá de los catorce kilómetros del estrecho de Gibraltar es más ancho que todos los océanos del mundo.
Lamentablemente se nos olvida que el sufrimiento de esos países ha sido durante décadas lo que ha sustentado nuestro modelo de bienestar económico capitalista y neoliberal. Las empresas que fabrican los productos que ávidamente consumimos han expoliado sus ricos recursos naturales, han explotado sin miramientos su barata y desesperada mano de obra y han contado con el beneplácito de los gobiernos para mantener permanentemente a naciones enteras en un humillante estado de servidumbre, con poblaciones analfabetas y desesperanzadas.
El único apoyo real con el que cuentan estas maltratadas gentes es la ayuda de las organizaciones no gubernamentales que buscan recursos continuamente para financiar proyectos de desarrollo en estas deprimidas zonas del planeta. Por avatares de la existencia he podido dedicar algunas tardes de mis tristemente concluidas vacaciones a colaborar con una de estas entidades: Madre Coraje. Su funcionamiento es sencillo, al menos en la teoría: hacer acopio de todo tipo de materiales (ropa, medicamentos, libros, juguetes, aceite usado…) lo que pueda ser recuperado para su uso por parte de comunidades en Perú y otros países de América Latina se envía allá mediante contenedores, todo lo que no es recuperable se recicla para obtener fondos y con el mismo fin se vende lo que no va a tener una utilidad en las comunidades beneficiarias. Gran parte del trabajo de transporte, almacenaje y clasificación es llevado a cabo por voluntarios. Habrá quien piense que ahora que hay tanta gente en nuestro país que lo pasa tan mal, está fuera de lugar que se dedique esfuerzo a ayudar a quien lo pasa mal en el extranjero.
Aquí en España estamos rogando porque pase el chaparrón, para que no acabe de desmoronarse el estado del bienestar, para que las personas que están en paro encuentren trabajo y todos podamos llegar a fin de mes. Nos dan mucha pena los niños raquíticos en las hambrunas, los campesinos sin tierra y los desplazados por los atroces conflictos armados, pero “no es nuestro problema”. Creemos que todo eso nos es ajeno, pero es mentira. Dicen que las crisis económicas se rigen por ciclos y que esta pasará, pero mientras nuestro modelo de consumo se mantenga el subdesarrollo de más de medio planeta no pasará. En el fondo, estamos rogando porque se mantenga un sistema mundial basado en una profunda injusticia. ¿Es esto lícito? Decídanlo ustedes.
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