El sufrido lector, si acostumbra a compartir
mis delirios en este blog, sabrá que no soy asiduo de los mal llamados
programas “del corazón”. Mi esposa sí que lo es y ayer, mientras yo escribía en
el portátil la entrada sobre el primer cumpleaños de “Predicando en el
Desierto” ella estaba viendo “Sálvame”, como tantas otras tardes en las que yo también
miro a la pantalla de la tele desde el sofá por el rabillo del ojo. En este
caso se emitían imágenes del juicio por el caso “Malaya” y a pesar de que ver a
una celebridad como Isabel Pantoja sentada en una sala de juicios despierta un
morbo innegable, debo admitir que el documento tenía cierto valor periodístico,
aunque fuese para ver el cinismo de la buena señora negándose a declarar ante
el fiscal y afirmando ante el juez que ella tiene habitualmente “musho”
metálico en su casa, tanto como para soltar 300.000 eurazos para comprar una
vivienda, así, a tocateja. Sólo quien tiene mucho dinero negro que ocultar
guarda semejante pastizal fuera de un banco y la buena señora va y suelta
semejante perla en un juzgado y se queda tan ancha. Luego, para más INRI tiene
la desfachatez de encararse a su salida del juzgado (escoltada por dos agentes
de la Guardia Civil )
con una mujer que la increpaba tildándola de ladrona entre la pléyade de
curiosos y fans que se agolpaban por
allí. Doña Isabel se plantó ante la mujer sosteniéndole la mirada con gesto
arrogante y retándola a que se lo repitiera mirándola a la cara. Un gesto muy dramático,
propio de una consumada actriz con mucho aplomo, mucha mala leche y muy poca vergüenza.
Departía yo esta mañana sobre esta y otras
cuestiones con mi asesora personal en
estos temas, maravillándonos de que se den situaciones de esta
categoría. Una de mis conclusiones es que son este tipo de personajillos los
que dan mala imagen a un país. Un patán como Julián Muñoz (que ni siquiera sabe
vestir un traje sastre como es debido, pues es cosa sabida que un pantalón debe
caer dos dedos por debajo del ombligo y no dos dedos por debajo de los pezones,
como él acostumbra a llevarlos) se forra gracias a sórdidos chanchullos
urbanísticos, abusando de su poder político y juega al señorito andaluz que se
enamora de la folclórica, como en una
mala película de Benito Perojo. El patán derrocha a manos llenas para tener
como una reina a su enamorada y todo para terminar ambos al cabo de los años
sentados en el banquillo, él con bastantes kilos menos y cara de
circunstancias, ella sin arreglar para dar mucha pena (treta burda donde las
haya), después de haberse creído que eran reyes de una Marbella que cuyo nombre
Jesús Gil ya arrastró por el fango y que ellos y los de su ralea terminaron de esquilmar
y avergonzar ante el mundo.
Sin embargo, lo auténticamente vergonzoso es
que esta mujer siga teniendo sus seguidores y no se la condene a la exclusión de la vida pública como el mal ejemplo que es, por muy buena artista que
sea, que lo será para quien le guste. En
este país en que los adalides de la cultura del pelotazo nos han empobrecido a
todos los que tenemos que vivir de una nómina o de un pequeño negocio, una folclórica
arribista, madre de un holgazán se convierte en heroína de folletín. Sin
embargo una heroína de folletín que se precie no tiene el armario lleno de
kilos de billetes, como un traficante de drogas o un mafioso chino cualquiera. Eso
la convierte en un personaje decididamente feo, soez e insultante para una
España en que la pobreza material se extiende como una insidiosa mancha de
aceite. ¿Llegaremos a verla en la cárcel?
Yo diría que no.
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