domingo, 16 de diciembre de 2012

La Iglesia y yo (¿Primera parte?)


 Ahora que mi hija se ha empeñado en hacer la Primera Comunión, sabe Dios por qué, me veo en la tesitura de tener que acompañarla a misa todos los domingos. Porque pasan lista ¿saben? Supongo que la culpa la tengo yo, por haberla bautizado y haberla metido en un colegio de la fundación diocesana. Cometí este acto por dos razones, principalmente. Una de ellas fue la que es un centro mucho menos masificado que el centro público que me corresponde por la zona. Otra razón fue mi suposición de que el profesorado, por aquello de ser personal contratado y no funcionarios, estarían más motivados. La tercera es que yo mismo estuve en un colegio religioso y tuve la oportunidad de descubrir la fe. No veo razón para negar tal oportunidad a mi hija.

 Lo cierto es que me parece bien que en la parroquia donde mi hija va a hacer la comunión exijan la asistencia a la misa dominical de los niños comulgantes. ¡Si quieren hacerla que se lo curren!  Y si no, que la hagan por lo civil (1), o mejor, que no la hagan.

 Sin embargo, para mí supone una dificultad todo esto, porque es que he perdido la fe. Al menos la fe tal y como la entendía en mis tiempos de cristiano practicante. Para serles franco, nunca me paré a pensar demasiado en todo lo que le fe católica exige creer a aquellos que militan en sus filas y que resumiremos en el Credo,  La mayor parte del cual se me empezó a atragantar y provocó (aparte otras razones) mi alejamiento personal de la Iglesia.

  Yo creo en Dios. Creo en la existencia de un ser supremo, creador del universo, inherentemente bueno. No me pregunten por qué. Simplemente creo y ya está. En eso debe consistir la fe. Pero si hoy alguien me pregunta si soy cristiano católico, tal y como fui bautizado, deberé responder que no, ya que poder responder que sí debo creer a pies juntillas que Dios se divide en Padre, Hijo y Espíritu Santo; que María concibió y dio a luz siendo virgen por obra y gracia del Espíritu Santo y que Jesús (hombre y Dios al mismo tiempo), después de morir crucificado, se levantó de su sepulcro para subir a los cielos en cuerpo y alma.  Miren, me parece que a los musulmanes se lo ponen mucho más fácil. Sólo tienen que creer que no hay más Dios que Alá (o sea, Dios, el mismo Dios al que rezan cristianos y judíos) y que Mahoma es su profeta. Como fe, es bastante más simple.

 Por otra parte, pienso que si Jesús de Nazaret hubiese sido un hijo fruto del amor de María y José, con hermanos y hermanas y que se hubiese casado con María Magdalena antes de perecer en el horrendo suplicio de la cruz, ello no restaría ni un ápice de validez al mensaje de los evangelios.

 No voy a entrar a en las críticas que se le han hecho a la Iglesia sobre sus incongruencias con los valores que dice defender. Otros han escrito sobre ello sobradamente. Pero si diré que echo en falta una toma de posición clara, pública y difundida de los pastores de la Iglesia, desde el papa al último cura, sobre los conflictos sociales que vivimos hoy día, sobre la rapacidad de la clase política, de la banca y de los grandes empresarios, sobre el dolor que están causando, con una condena hacia ellos al menos tan virulenta como la que están lanzando contra el matrimonio homosexual. Será que la infalibilidad del papa en materia doctrinal (dogma de fe desde el Concilio Vaticano I de 1870) es tan sorda y ciega cuando hablamos del sufrimiento humano más inmediato como cruel y despiadada cuando una persona se enamora de alguien de su mismo sexo.

 ¿Continuará?

(1)  Pincha aquí, esas cosas existen.

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