Leía hoy la noticia de que un
hombre de cuarenta y pocos años, rehabilitado de un trastorno por dependencia a
sustancias, colaborador en una entidad de apoyo a personas con adicciones y
apoyo fundamental para su padre invidente va a tener que ingresar en prisión
(probablemente ya esté dentro a estas horas) por dos delitos de tráfico de
drogas. Lo más sangrante es que el
consejo de ministros ha rechazado la petición de indulto en dos ocasiones, el
mismo consejo de ministros que indultó hace unas semanas a cuatro mossos d´esquadra
condenados por torturar a un hombre de nacionalidad rumana. Se ve que haber abandonado el consumo de
drogas y todo el estilo de vida asociado, así como haberse reinsertado en la
sociedad no constituye mérito suficiente para que estos adalides de la justicia
concedan una segunda oportunidad. Siete años de cárcel es lo que estos
importantes señores creen que es lo justo. La adicción le ha salido
terriblemente cara a este hombre.
Sin embargo, la adicción no le sale tan cara a
todo el mundo. Hace unos días se pudo ver a Belén Esteban, apodada la Princesa del Pueblo reapareciendo
en la cadena de televisión donde tantos lamentables momentos protagonizara haciendo
alarde de su chabacanería y ordinariez. Había desaparecido durante unos meses y
en el programa se dio a entender, sin decirlo directamente, aumentando así el
interés, que había caído en el abuso de drogas. Lágrimas, abrazos, ovaciones
del público y demás lindezas se sucedieron para deleite de los tele adictos. Yo
estaba sentado ante el ordenador, mirando de vez en cuando la pantalla de la
tele por el rabillo del ojo y me volví hacia mi esposa.
-¡Te lo dije! –exclamé- Te dije muchas veces
que la Esteban
se drogaba.
Mi esposa había mostrado su desacuerdo conmigo
a este respecto en más de una ocasión, pero el deterioro físico y
comportamental que mostraba la buena señora era notorio y progresivo. Estaba
cantado, para entendernos. Y ahora resulta que doña Belén desaparece de la
circulación durante tres meses y luego va y se presenta en un plató, fresca
como una rosa, alardeando de un control toxicológico negativo, lamentándose de
lo mal que lo ha pasado y pidiendo perdón
a todo el mundo por haberse comportado como una verdulera. Ya está. Telecinco
alcanzó esa noche una audiencia del 20% y las cifras sobre los honorarios de la
señora por tan estelar aparición que
barajan diferentes medios oscilan entre los 30.000 y los 80.000 euros. Desde
luego, enganchada a la cocaína y todo, Belén Esteban es para Telecinco la gallina de los huevos de oro.
Ambos ejemplos son extremos de la
irresponsabilidad y la hipocresía con que determinados sectores de la sociedad
encaran el problema de las adicciones, ya sea con el castigo más despiadado,
dejando aparte cualquier consideración o desde la superficialidad más absoluta,
ignorado el hecho de que un trabajo de crecimiento personal (lo único que puede
mantener a una persona adicta lejos del consumo a largo plazo) dura años; que
es una falacia decir que alguien se rehabilita por ir a un terapeuta durante
unos meses; que la aplicación ciega de la ley destroza vidas y que se condena
con más dureza en los juzgados a quien vendió un par de papelinas hace cuatro
años que a quien le partió la cara a su esposa hace cuatro meses.
La única manera seria de aproximarse al fenómeno
de la adicción es hacerlo a la luz de lo que sucede dentro de las personas. La rehabilitación
es dura y es algo a lo que hay que valorar y apoyar. Sin embargo las más veces
los medios dan una visión trivial y deformada y las instituciones no resultan
precisamente un apoyo. Los que nos tomamos el asunto en serio, seguimos
trabajando.
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