Ayer noche seguí con gran interés el mensaje
de navidad del rey y es el primer año que lo hago, pues francamente tenía
curiosidad por cómo iba a desenvolverse con la que está cayendo. Lo cierto es
que mi decepción fue supina, pero tampoco sé que demonios estaba esperando. El
rey no pudo ser más anodino en su discurso: vagas expresiones de ánimo y una
insólita recomendación sobre creer en la “política con mayúsculas”. Por favor,
que alguien me indique por donde está esa política con mayúsculas, política de
estadistas que pongan el interés de los ciudadanos por encima de todo. Que
alguien me indique dónde está porque yo no la veo por ninguna parte. El Borbón,
jefe de estado, se revela como un hombre de paja más, vendido al poder económico
como todos los “hombres de estado” que se arrastran por las cloacas del poder. Ya
ni los símbolos sirven para nada. No, si al final me volveré republicano por
pura inercia de los acontecimientos.
Esta mañana el día de Navidad ha amanecido
gris y plomizo, pero un sol esplendoroso luchaba por brillar tras el manto de
nubes. Creo que así es como están las cosas. Todo pinta mal, pero la gente de
bien se sigue esforzando por poner al mal tiempo buena cara. Muchas personas
viven la Navidad
como una época para la esperanza. Para mí es un tiempo como los demás, pero se
torna especial en tanto resulta significativo para otras personas, entre ellas
algunas que quiero y en tanto resulta que tiende a sacar lo mejor de muchas
personas. Este año hemos vuelto a poner el árbol y a mi hija le ha encantado. Por
muy mal que vayan las cosas estoy aprendiendo a ser tolerante con la navidad,
por lo menos en cuanto a lo que tiene de buen invento.
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