sábado, 28 de abril de 2012

SATANIC KITTY

 Mi profesora de inglés (la mejor que he tenido en todos mis años) nos ha contado hoy en clase la leyenda urbana más delirante que he escuchado nunca. Resulta que Hello Kitty, esa gata cursi y almibarada que se convertido en un icono más popular que el Che Guevara, Marilyn y el Smile juntos y elevados al cubo, es fruto de un pacto con el Diablo. Así, como suena. Esta es la leyenda urbana que circula por los sombríos rincones de internet:

 En 1974, la hija de la diseñadora Yuko Shimizu estaba en trance de morir a causa de un dolorosísimo cáncer de boca que los médicos se veían impotentes para tratar, habiéndose resignado ya a esperar el fatal desenlace. Shimizu, desesperada, echó mano como último recurso de las ciencias ocultas y como todo le fallara terminó acudiendo a los cultos satánicos. Mediante un arcaico ritual invocó la presencia del Maligno y le ofreció a cambio de la recuperación de su hija crear un símbolo universal que le representara por todo el mundo, que le permitiera entrar en todos los hogares y en todas las mentes.  El Diablo curó a la hija de Shimizu y ésta se sacó de la manga (por no mentar otra parte) a Hello Kitty. Como recordatorio del pacto por el cual nació la criatura está la ausencia de boca en su rostro.

 Cuando uno se echa a la cara a la gata de marras… satánica, lo que se dice satánica, no parece. La leyenda cita  que la palabra “kitty” en chino significa “diablo”. “Kitty” a chino, lo que se dice a chino no suena. Recuerda más bien a la voz inglesa “kitten” que, casualmente, significa “gatito/a”. También dice la leyenda que un año después de la milagrosa curación, madre e hija desaparecieron de la faz de la tierra y nunca más han sido vistas. De la hija nada he podido encontrar, pero shimizu está afincada hoy día en Nueva York, diseñando nuevos horrores animales, en este caso  un horrendo bull dog francés que parece un refrito de la gata. Juzguen ustedes.
 Curiosamente en Nueva York vive una artista que se llama exactamente igual y que realiza unas interesantes láminas a caballo entre la pintura tradicional japonesa y el “pop-art”. Esta otra Yuko Shimizu dedica mucho esfuerzo a dejar claro que ella NO es la creadora de “Hello Kitty”. La comprendo.

 Si algo de sobrenatural  tiene la gata en cuestión es la capacidad para hacer ganar pasta a la empresa propietaria de los derechos desde el principio (y es que la gata es casi tan vieja como yo, pero se conserva mejor): Sanrio. La empresa gana unos 250.000.000 de euros anuales  sólo en licencias para la fabricación de merchandising diverso con el vomitivo animalito. Es como vender tabaco, un negocio redondo, sólo que en lugar de secar pulmones y arterias se secan mentes infantiles (y no tan  infantiles). Y si no vean las razones que da Yuko Yamaguchi (la actual diseñadora) al hecho de que Kitty no tenga boca:

 “Es para que la gente que la mire pueda proyectar sus propios sentimientos en ella, ya que tiene una cara inexpresiva. Kitty parece feliz cuando la gente es feliz. Parece triste cuando la gente está triste. Por esta razón psicológica pensamos que ella no debía estar ligada a una emoción y por eso no tiene boca”.

 Creo que lo del cáncer de la hija de Shimizu y el pacto con el Diablo me daba menos escalofríos. ¿Imaginan a los depresivos del mundo sintiéndose un poco mejor porque Kitty está deprimida igual que ellos?

 Hello Kitty tiene chorrocientas líneas de juguetes, adorna camisetas, monederos, libretas, bolsos, gorras, llaveros, jets privados,  guitarras eléctricas Fender Stratocaster…  está metida hasta el tuétano en la cultura popular, provoca comportamientos de compra compulsiva y hasta fanática entre personas de muy diversa índole. Incluso prestó su imagen a una edición de tarjetas de débito que Master Card emitió para que las niñas aprendiesen a comprar…

 ¿Será demoníaca después de todo?

martes, 24 de abril de 2012

UN HOSPITAL EN LA MADRUGADA


 Si ya detesto los hospitales por el día, imagínense por la noche. Por el día me molesta sobre todo la aglomeración de gente, principalmente en las urgencias, donde ves tanto a personas accidentadas con aparatosas heridas como a elementos y elementas que diríase no tienen nada mejor que hacer y se meten allí a jorobar y crear trastornos al personal sanitario y a los enfermos auténticos. En las plantas ya ni les cuento, al menos en el Hospital Carlos Haya de Málaga el horario de visita es una formalidad de la que nadie hace caso y las habitaciones parecen una estación de autobús en hora punta.

 La noche, al menos en las urgencias, tiene otro cariz.

 Allí me vi hace unos días acompañando a una persona sobre cuyos problemas de salud no hablaré aquí. El caso es que pasé varias horas abandonado en la odiosa sala de espera de las urgencias del Hospital Carlos Haya y digo abandonado porque a esas horas dicha sala es la viva imagen del abandono y de los abandonados. Ocurre algo insólito y es que personas que viven en la calle se meten a dormir allí. Esa noche había además un nutrido grupo de mujeres de humilde condición que llevaban una burrada de horas esperando allí a no sé quién y habían tomado posesión de hileras enteras de asientos sobre los que se habían echado a dormir. No es que importase demasiado, ya que bancos había de sobra. A cierta distancia una pareja de transeúntes roncaban ruidosamente en los dos únicos sillones acolchados que allí había y un tercer habitante de la calle se acurrucaba sobre los fríos asientos de metal. Varios de los personajes que he descrito no habían dudado en descalzarse y un olor acre lo inundaba todo.

 Yo entraba y salía de la sala de espera. En parte muy preocupado por la persona objeto de mi atención con la cual los médicos se afanaban dentro, en parte aguijoneado por el vacío que empezaba a notar en mi estómago que rugía pidiendo la cena. Salí en busca de algo de comer y tuve que conformarme con un sandwich frío del veinticuatro horas de la esquina.

 No sé si sería el sueño, pero la atmósfera empezaba a adquirir un tono irreal, como si nunca hubiera estado en aquel sitio, como si aquello  no fuese realmente un hospital, sino un último refugio para almas perdidas. Me deprimí bastante y justo en ese momento me encontré con un muchacho al que atendimos no hace mucho en la Comunidad Terapéutica. Me abrazó con un cariño que yo no esperaba y me dijo que acudía a acompañar a su novia en la agonía del padre de ésta. Lo dijo con aplomo. Consciente de la responsabilidad que conlleva ser la pareja de alguien y estar para las duras y las maduras. Es un buen chico. Con él lo hicimos bien. Horas después salió. Todo había terminado. Acompañaba a su novia apesadumbrada. Ella también me reconoció. Hice gala de mi proberbial inutilidad a la hora de encontrar palabras adecuadas en momentos así y él volvió a abrazarme. Lección importante. Ellos dejaban allí un ser querido y parecían más enteros que yo.

 El cansancio me vencía y finalmente fui uno más de los que dormían en la sala de espera. No me relajé como mis casuales compañeros de sala, se ve que me falta costumbre y al principio me limité a cabecear ligeramente mientras sujetaba mi inseparable bolso de cuero bajo mis brazos cruzados. Ya ni percibía el olor a humanidad que lo impregnaba todo. Da un poco de vértigo ver lo rápido que se habitúa uno a las situaciones y cómo una silla de metal que te parecía infame al cabo de unas horas se vuelve la más confortable de las butacas. Creo que al final debí roncar.

 La megafonía me despertó como si me hubiesen dado un puñetazo. Corrí a admisión y por suerte todo se había solucionado, de modo que pude dar gracias por llevarme conmigo a la persona que había traído y porque tenía una casa a la que regresar. Yo sólo era un viajero de paso en aquel purgatorio. El resto se quedaban allí.

domingo, 22 de abril de 2012

FÚTBOL


 Tenía previsto escribir hoy sobre otro tema, pero los alaridos desaforados de los energúmenos que anoche siguieron el Madrid-Barça han despertado mi interés por dedicar unas líneas al pasatiempo nacional por excelencia; el cual, por supuesto, deploro con toda mi alma, pues tengo la creencia de que cualquier cosa que haga a las personas comportarse de manera estúpida y manifiestamente irracional debería estar desde hace siglos erradicado de la faz de la tierra.

 Siempre me ha intrigado qué es lo que tendrá este juego para atraer tanto a tantas personas, despertando además emociones encontradas en un grado sumo. Muchas culturas han practicado juegos de equipo en los que había de impulsar de alguna manera pelotas de diversa factura y meterlas en un sitio determinado.  Nuestro futbol, junto con el rugby y otras variantes, desciende de una serie de juegos muy populares en Inglaterra durante la Edad Media, entre ellos el llamado “fútbol de carnaval” disputado en esa época del año y en el que competían entre sí hombres de distintas aldeas en enorme número, haciendo rodar por una amplísima extensión un gran balón horriblemente pesado para meterlo en la portería contraria, marcada por dos piedras de molino. Era tal la violencia en los encuentros que las heridas, fracturas, torceduras, aplastamientos e incluso muertes eran moneda corriente, así que el rey Eduardo III (1327-1377) lo prohibió por decreto. Otro juego muy popular que se cuenta entre los ancestros del fútbol es el “calcio” florentino, sistematizado en el siglo XVI y emparentado con el “harpastum” de la antigua Roma. Más organizado que el futbol de carnaval y algo menos cruento, pero no mucho, no vayan a creerse.  Dos equipos de veintisiete jugadores (cinco de los cuales son porteros) sobre un gran campo de arena con agujeros en el suelo en lugar de porterías. En Florencia se celebraba un campeonato entre cuatro equipos que representaban a distintos sectores de la ciudad. Se pueden imaginar las muestras de entusiasmo popular al respecto. El juego cayó no obstante en el olvido, sin embargo fue revivido en la época del fascismo y hoy día se juega. En sus reglas se permiten cabezazos, puñetazos, codazos y la estrangulación, pero las patadas en la cabeza están prohibidas. Menos mal. Las imágenes que adjunto son un antiguo grabado que representa un partido de este juego y un momento de un partido de calcio actual.


 Durante el siglo XIX se diseñaron diversas reglas de fútbol en colegios y universidades de Gran Bretaña y se fundaron clubes, varios de los cuales se reunieron en octubre de 1867 en la taberna Freemason´s de Londres para intentar unificar todos los códigos existentes. Uno de los puntos más espinosos era decidir si se permitía tocar la pelota con las manos o no. Finalmente se impuso el no, pero los pocos clubes disidentes se mantuvieron en sus trece y crearon el rugby.

 Así pues, el fútbol moderno nació en una taberna (qué propio, ¿verdad?), pero no en una taberna cualquiera, sino en un pub británico y los pubs británicos son sitios muy serios donde la gente (y más en aquella época) va a beberse sus pintas de cerveza con mucha seriedad y sin decir una palabra más alta que otra. Además, los señores que se reunieron en el Freemason´s eran auténticos caballeros de colegio privado, que por lo menos sabían guardar las formas, de modo que el fútbol moderno surgió con una vocación de deportividad, juego limpio y saber estar que hoy ha quedado disuelta en gran medida al ser nuevamente un canalizador de la agresividad humana, recuperando en cierta medida el espíritu salvaje y primitivo del fútbol de carnaval y del calcio. Lo cierto es que para ver esto no es necesario recurrir a los episodios de violencia protagonizados por los hinchas (escenas que no se dan entre los aficionados a otros deportes) sino que podemos verlo palpablemente incluso en los partidos infantiles, donde hay padres que aguijonean a sus hijos para que ataquen directamente a la espinilla y en los que el pobre chico que comete un error de bulto que permite marcar al equipo contrario es despiadadamente humillado. Vemos entradas brutales, malos modos, faltas de respeto al árbitro y demás lindezas que quitan puntos al fútbol como escuela de valores. Si a ello le sumamos el bochornoso y obsceno mercadeo de jugadores por cantidades fabulosas entre los clubes y los astronómicos sueldos que cobran (deportistas de disciplinas infinitamente más duras ni se les acercan) tenemos algo que se acerca peligrosamente a la lacra social. Decía una gimnasta española, casada con un popular presentador de televisión, cuando su marido le preguntaba por la dificultad de su deporte “cariño, si lo que hago fuera fácil, se llamaría fútbol”.

 Sin embargo hemos de llegar a la conclusión de que si el fútbol no existiese habría que inventarlo, pues algo hay que arrojarle de carnaza al populacho para que las mentes se les ralenticen y no les dé por pensar en cosas raras, como adquirir cultura, que la masa ignorante y enlentecida es más fácil de manejar. Este concepto ya lo tenían dominado las clases dirigentes en la antigua Roma, financiando con cargo al Estado grandes espectáculos públicos y comilonas a los que la plebe acudía gratuitamente. Hoy día somos tan primos que la comida nos la hemos de pagar y a veces hasta hay que pagar para ver el partido por la tele, ya sea al proveedor de la señal o al tomar la cerveza para verlo en el bar de la esquina. El viejo principio de “pan y circo” sigue funcionando. Imaginen que a Mariano, en vez de subirnos los impuestos, abrir la puerta al copago sanitario y meter un hachazo (que ya no un tijeretazo) en educación hubiese gravado con un impuesto especial a los clubes de la Liga de Fútbol Profesional que en la práctica les impidiese contratar a estrellas extranjeras durante lo que le queda de legislatura a este gobierno y redujera tanto los sueldos de los jugadores nacionales más destacados que éstos decidiesen emigrar. Hagan ese esfuerzo de imaginación, háganlo…

 Pero lo que me resulta más conmovedor es el espíritu de equipo que experimenta el aficionado medio ante el televisor o en la grada cuando sigue la jugada con el alma en vilo, los puños apretados y los ojos como platos para gritar al final un enfervorizado ¡goooooooool! o un doloroso ¡uuuyyyyyyyyyyyy! que parece salir de lo más hondo del alma. ¿Y qué me dicen de ese “¡hemos ganado!”? ¿Hemos? Pero ¿qué has ganado tú, alma de cántaro? Cómo es posible que te identifiques más con un equipo de fútbol que con tu vecino de abajo?

 Posiblemente porque para identificarte con el vecino de abajo primero tienes que tomarte la molestia de conocerlo un poco. Para identificarte con un equipo de fútbol sólo tienes que chillar y brincar como un chimpancé.

jueves, 19 de abril de 2012

PARADA Y REFLEXIÓN

 Vamos a ver… ¿Qué me está pasando? Me he enzarzado en una vulgar trifulca por internet, como si fuera  un niñato en un foro de alguna temática deleznable. He sido incoherente con lo que yo mismo pedí en este blog, que fue que me comentaran hasta para criticarme (apostillaba también que por lo menos fuese con un mínimo de gracia, pero es obvio que no todo el mundo puede tenerla). Me he enfurruñado como un niño pues esta anónima crítica me ha hecho conectar con aversiones de la juventud y además me ha pillado en un momento de particular susceptibilidad (no pretendo justificarme, tampoco creo tener necesidad de ello). Lo que más me joroba es que he hecho justamente lo contrario de lo que he afirmado en este blog: que hace tiempo que aprendí a reírme de mí mismo. Qué rabia. Estando en forma me habría pasado alegremente por el forro mil críticas como esa y las habría respondido con una graciosa pose de condescendencia y desdén, pero sin perder la compostura. La he perdido y eso es inexcusable. Mi anónima crítica merecía mejor trato por mi parte.

 Saber reírse de uno mismo es importante. Evita darse demasiada importancia y te mantiene con los pies sólidamente plantados en la tierra. Es obvio que me estoy mirando demasiado el ombligo. Alguien me dijo hace algún tiempo que de mayor me veía como un viejo cascarrabias. Ahora que estoy entrando en lo que espero sea el ecuador de mi vida (detestaría morir tan joven) me aterroriza que esa persona pueda tener razón. Me tomaré las cosas con más calma y procuraré ser más tolerante, porque es cierto: enfadarse envejece. Agradezco a mi anónima crítica este toque de atención. Me ha despejado y abierto la mente. Sinceramente, gracias.

 Sin embargo, seguiré escribiendo sobre lo que me venga en gana.  

martes, 17 de abril de 2012

SOBRE LO TRASCENDENTAL...

 Hoy me ha llenado de consternación un comentario que alguien ha dejado en la anterior entrada de este blog. Aquí lo reproduzco:

 Siento decirte, querido amigo, que te estás degradando en tus publicaciones. Ya escribes sobre cualquier tema: el rey y sus escarceos. Te animo a que pienses en temas algo más trascendentales para tus artículos. Con todo mi cariño. 

Una lectora/admiradora.

 Cuando yo hago algún comentario en algún sitio lo hago acerca del tema que se está tratando, si es que tengo una opinión al respecto y me interesa darla, si no, hago mutis. Lo admitiré sin rodeos: me ha molestado que alguien que ni siquiera se toma la molestia de identificarse haga un juicio de valor sobre lo que escribo. Sobre todo porque empecé este blog porque me dio la gana, con la única intención de escribir lo que me diese la gana, sobre lo que me diese la gana y cuando me diese la gana. No me comprometí a mantener un nivel de calidad, pues no soy periodista ni escritor y no cobro por escribir. Me limito a comunicar lo que me pasa por la cabeza y si a alguien le puede interesar, que lo lea y si alguien se digna a comentar algo para poder iniciar un dialogo sobre un tema concreto, que lo haga y estaré encantado. Pero meterse con la supuesta trascendencia o intrascendencia de lo que escribo no me parece de recibo y mucho de menos afirmar que “me estoy degradando”. Eso resulta muy desagradable para alguien que afirma dirigirse a mí “con todo su cariño”.  La expresión es libre, eso sí, y asumo el riesgo de encontrarme con este tipo de exabruptos por parte del personal en cuanto me asomo tímidamente al mundo publicando un blog en la red. Pero como la expresión es libre también ejerzo mi derecho a patalear, porque estoy enfadado. Será pueril y desproporcionado por mi parte, pero es lo que hay.

 Tenía yo unos amigos hace tiempo, una pareja, que a su vez tenían otros amigos que también eran pareja. Eran un chico y una chica absolutamente perfectos, tanto que casi daban asco de perfectos que eran. Todo en su vida tenía que ser perfecto: siempre tenían que hablar de temas importantes (con lo divertido que es hablar de banalidades de vez en cuando) como los desequilibrios estructurales del sistema económico mundial, o leer cosas importantes, como la biografía de Gandhi o de Martin Luther King (con lo que molan los comics)… y así con todo. No eran más que una exageración esperpéntica de lo que era común en el ambiente en que yo me movía, donde existía una cierta presión hacia la uniformidad, todo hay que decirlo, había que responder a un cierto esquema solidario-izquierdista-radical de fin de semana y si no corrías el riesgo de ser un superficial, un niño pijo o peor aún, de aburguesarte. Pero nos estamos desviando. El límite de mi paciencia con este par de dos llegó una noche que íbamos al cine en grupo. Yo tenía ganas de ver “Dragonhearth” un entretenimiento palomitero sin pretensiones, pero que molaba un puñao (como tuve la ocasión de comprobar más tarde) pero esa noche acabamos viendo “Taxi” de Carlos Saura, un bodrio infumable, porque esta especie de Barbie y Ken del universo de las ONG y de la intelectualidad impusieron su criterio. “Es que es de Carlos Saura” como si eso fuese una garantía de algo y como si sólo por eso hubiese que partirse en dos haciendo genuflexiones. Desde entonces les evité como a la peste. No los soportaba. Ignoro si llegaron a casarse, pero si así fuera no quisiera entrar en su casa, por no contaminarla con mi superficialidad, mi chabacanería y mi intrascendencia.

 Odio la uniformidad, odio ceñirme a un esquema concreto, adoro la diversidad. Disfruto con el heavy metal y con la música clásica, con Cervantes y con un cómic de Spiderman, con un Velázquez y con un grafiti, con el teatro y con los videojuegos. No comulgo con izquierdas ni con derechas, no me adhiero a ninguna religión, ni a idearios ni códigos. Puedo adoptar la mayor de las seriedades y ser un payaso de tomo y lomo si me apetece. Depende de sólo de dos cosas: de las circunstancias y de lo que a mí me dé la gana sin incordiar a nadie.

 Por todo esto  me ha molestado el comentario dichososo, porque si debo escribir sobre algo “trascendental” depende de lo que a mí me apetezca en ese momento y no de responder a las expectativas de nadie.

 Respecto a mi anónima crítica, quisiera que me aclarase a cuál de las acepciones de “trascendental” en el Diccionario de la Real Academia se refiere, porque es importante saber de qué hablamos.

 Trascendental.
(De transcendente).
1. adj. Que se comunica o extiende a otras cosas.
2. adj. Que es de mucha importancia o gravedad, por sus probables consecuencias.
3. adj. Fil. Se dice de los conceptos que se derivan del ser y se aplican a todos los entes.
4. adj. Fil. En el kantismo, se dice de lo que se refiere a la realidad pero excede de los límites de la experiencia.


lunes, 16 de abril de 2012

MATAR A UN ELEFANTE

 Conozco a un cazador con el que me gusta polemizar sobre la caza, o la forma legal de tirotear alegremente a pobres animales que no pueden defenderse. Este señor caza venados, ciervos, jabalíes… y su gran deseo es matar a un lobo, por lo difícil que resulta su caza dada la astucia de este animal. A mí esto me parece aberrante y eso que no soy ecologista y ni mucho menos simpatizante de las asociaciones de defensa de los derechos de los animales, cuyos miembros a mi entender serían felices viendo a las ratas salir de las cloacas y corrernos por la cara. Me como la carne del cerdo, de la vaca y del pollo con el mayor de los placeres; devoro las patas de cordero lechal en Navidad sin el menor remordimiento; he comido venado y jabalí encontrándolos deliciosos. El homo sapiens es omnívoro, como los osos, y como miembro de la especie ocupo mi lugar en la cadena trófica y punto. No hay más que hablar. Si hay por ahí sujetos que piensan que esto es inmoral (vegetarianos y lacto vegetarianos) que se dediquen a sus lechugas, sus brotes de soja y su tofu, pero que no me amarguen la fiesta de calzarme un buen filete entre pecho y espalda. ¡Que coño, si cuando veo los anuncios de ese detergente del borreguito pienso en las chuletitas!

 Todo esto es una cosa, pero cargarse a un animal sólo por el puro placer de matarlo es una salvajada. Matar y morir en la naturaleza es la moneda corriente de todos los días, pero los animales no matan por deporte, matan para comer. En ocasiones las especies entran en competencia por el territorio y los recursos y entonces estalla la guerra. Eso también es natural. En la Edad Media, durante crudos inviernos los lobos hambrientos acosaban las granjas y los rebaños y en ocasiones llegaron a aventurarse por las calles de grandes ciudades como París. En tales épocas la figura del cazador profesional era necesaria, pero hoy… ¿Qué lleva a una persona a empuñar un rifle o una escopeta y disparar contra un animal, especialmente contra un animal grande, inteligente, que puede vivir muchos años, que se organiza en grupos familiares fuertemente cohesionados por lazos de fidelidad, que exterioriza estados de ánimo y que no se mete con nadie salvo que le toquen las narices… o la trompa, para ser exactos.

 ¿Qué tipo de persona se pone delante de un elefante y le descerraja un tiro en la cabeza? Nuestro rey, por ejemplo.

 Hace un tiempo vi un documental en el que se veía cómo hombres una tribu africana cazaban un elefante a flechazos y lanzadas, jugándose el tipo. Lo despellejaban y lo aprovechaban tan concienzudamente como nosotros apuramos un cerdo. Con sólo cobrar un ejemplar iban a tener carne para muchas semanas y ni se les pasaba por la cabeza matar otro antes de acabárselo. ¿Se habrá llevado D. Juan Carlos los cachos de los elefantes que ha matado a la Zarzuela para congelarlos y que Sofía los vaya sacando para mecharlos o ponerlos en estofado. Lo dudo mucho. Actualmente la caza mayor es una actividad para ricachos con gusto por la sangre, que supongo que experimentarán una gran excitación de naturaleza difusa al apretar el gatillo.

 Juan Carlos lleva décadas cargándose a magníficos animales por puro placer. Hace algún tiempo levantó cierta polvareda por lo del oso en Polonia y ahora esto, que de no haber sido por la molesta lesión de cadera no creo que hubiese trascendido. Claro, con esto de la crisis y con el yerno en los tribunales se ha creado el caldo de cultivo para que se le eche al cuello cuanto republicano que sueñe con ver a la familia real trabajando (pero de verdad) para vivir. Lo cierto es que el gesto de anacrónico de irse de safari al puro y rancio estilo del colonialismo del siglo XIX no va mucho con los tiempos actuales, marcados por una situación crítica ante la cual la figura de jefe del estado y su parentela deberían ser modelos de virtud, pues para eso están ahí. No existen para ninguna otra cosa. Si ni siquiera valen ya para símbolos… ¿para qué los mantenemos?

 Estos días se habla mucho de la cadera de titanio que le han puesto al rey. Yo prefiero centrarme en su valor como ser humano y lo imagino ante un ser pacífico, impresionante en todos los sentidos, superior en algunas cosas a algunos humanos… pero ciego ante todo eso lo mata de un disparo y se hace una foto orgulloso ante el cadáver. Es rey, pero no es sabio, ni venerable pese a su edad. Alguien capaz de hacer algo así… en fin. Juzguen ustedes mismos.


sábado, 14 de abril de 2012

MÚSICA PARA NIÑOS... NO, GRACIAS

Hace unos días escuché en un anuncio televisivo la versión de una vieja canción. Uno de los temas del repertorio de un dúo musical que conforma uno de los peores recuerdos de mi infancia: Enrique y Ana. Y es que allá por finales de los setenta me traumatizaron con aquello de  “la gallina cocouá”. No podía oír la malhadada canción sin imaginarme a la pobre gallinita llamando a su mamá triste y sola en su rincón sin echarme a llorar como una magdalena. Creo que fue a raíz de esto por lo que les cogí tanta manía tanto a ellos como a otro grupito para niños, Parchís, que también nos atormentaba por aquella época. Lo cierto es que me prestaron un gran servicio, pues ante el rechazo que me causaban empecé a oír música decente: le cogía los discos y las cintas a mi hermana mayor y tengo muy buenos recuerdos de las tardes en mi casa escuchando a los Beatles, a Cat Stevens, aquella extraña ópera rock de Jesucristo Superstar, el Saturday Night Fever de los Bee Gees y otras joyas. Con el tiempo y ya entrando en la adolescencia, encontré a gente que me abrió las puertas a los grandes, como Queen, Dire Straits, The Police, Elton John… Finalmente en el bachillerato conocí a un chico que emponzoñó mi alma con la semilla negra del heavy metal y ya nunca más fui el mismo, pero eso es otra historia.

 Como ven, desde mi más tierna infancia he experimentado una auténtica repugnancia ante los productos musicales enlatados, puramente comerciales, dirigidos a un público que los devorará con avidez para arrojarlos luego al olvido. Aquellos grupos infantiles de finales de los setenta y principios de los ochenta fueron de esta clase de aberraciones, pero Enrique y Ana me causaron un malestar especial. Ese tío siempre me dio grima, con su sonrisa forzada y su ropita multicolor, cantando con una niña de ocho años. Cada vez que salían por la tele no les prestaba la más mínima atención y me iba en busca del  viejo magnetófono Hitachi de mi hermana, que tenía el tamaño de una caja de zapatos, a disfrutar entre otras bellas canciones de  “Morning has broken” o “Moonshadow” de Cat Stevens, que sí  me arrancan una sonrisa al traerme recuerdos de la infancia, mientras que Enrique y Ana, Parchís y otros engendros por el estilo sólo me causan sarpullido. Para gustos los colores. Aquí les dejo unos vídeos para comparar una muestra de lo que me ofrecía la televisión de la época y lo que elegí yo, siendo niño. Y es que ya apuntaba maneras… de raro.



jueves, 12 de abril de 2012

ESPÍRITUS LIBRES

 En mis excursiones por el paseo marítimo con los perros he descubierto a otra tribu aparte de la hermandad de la que ya escribí no hace mucho. Son los hombres de la arena. Han llegado de no se sabe dónde y se dedican a realizar esculturas en tan inconsistente material, en constante lucha con el orden natural de las cosas, procurando mantenerlas húmedas pulverizándolas con agua continuamente para que no se desmoronen. Unos duermen allí mismo y se limitan a modelar una aldea a escala, muy bonita, pero al fin y al cabo no más que una versión perfeccionada del clásico castillo de arena. Sin embargo otros, que ignoro donde duermen, realizan auténticas esculturas zoomorfas unas y antropomorfas otras y de gran tamaño. Una de ellas me llamó particularmente la atención. Representaba a un hombre vestido con un abrigo largo, con melena y bigotes, dormido en un banco de parque. Presentaba el detalle de uno de los bolsillos del pantalón con el forro vuelto del revés. Una alegoría de la vida en la calle, sin embargo la figura contagiaba serenidad. Recordaba a las estatuas yacentes de los reyes antiguos en sus sepulcros de iglesias y catedrales. Era hermosa.

 Contemplaba yo la obra haciéndome las siguientes preguntas: ¿Cómo es que una persona con el talento suficiente para arrancar algo tan bello de un material tan pobre está viviendo en la calle? ¿Qué infortunados golpes de la fortuna le arrastraron a tal situación? ¿O quizá fue una elección deliberada? Recordé a un tipo que conocí hace tiempo, joven, guapo, extranjero y con menos luces que un huevo pasado por agua, cuyo proyecto de vida consistía básicamente en colgarse una mochila al hombro y deambular por el mundo vendiendo pulseritas de cuero, sin más preocupación que procurarse un bocata para engañar al estómago a intervalos más o menos regulares. Este amiguito se autodenominaba “espíritu libre” y se las daba de rebelde y contestatario. Le perdí la pista e ignoro si llegó a cumplir su proyecto, pero todos hemos visto por ahí a jóvenes (y no tan jóvenes) que vagabundean por el mundo haciendo malabares o vendiendo quincalla, llevando un perrito sujeto por una cuerda  y viviendo de la caridad. Si ser un espíritu libre significa ir por el mundo como una hoja arrastrada por el viento que venga alguien y me lo explique, porque yo no lo entiendo.

 El filósofo de origen letón Isaiah Berlin discurrió sobre el concepto de libertad distinguiendo entre la libertad negativa, simple ausencia de obstáculos y limitaciones impuestas para la acción del individuo y la libertad positiva, la facultad de tomar decisiones que conduzcan a una acción que desarrolle el potencial del individuo.  ¿De qué sirve tener la posibilidad de hacer lo que quieras si decides no hacer nada o al menos nada útil ni positivo para nadie? De jóvenes todos hemos querido “libertad” para volver más tarde por la noche, para dormir en casa de un amigo, para ir a este o aquel sitio… Esas son las reivindicaciones del adolescente medio en su época de autoafirmación, la pega es que muchos se quedan ahí y no van más allá, desechando una vivencia de la libertad que entronque con la responsabilidad y que despierte la inquietud por buscar el propio lugar en el mundo y aportar algo, lo que sea, pero aportar en positivo y descubrir el sentido de hacerlo.  Habrá quien me diga que somos libres hasta para no hacer nada en absoluto y dedicarnos a mirarnos el ombligo y que tal opción es digna de respeto  y yo le diré que quizá tenga razón, pero que a mí no me da la gana de respetarlo. Si me tildan de intolerante me trae al fresco.

 A pesar de que, como ya saben,  no soy persona devota, tengo la creencia de que algún día me enfrentaré a algo o a alguien mucho más grande que yo que me pedirá cuentas por el uso de los días que me hayan sido concedidos. Espero tener algo contundente que poner sobre la mesa, no por miedo a la condena eterna ni zarandajas por el estilo, sino por puro amor propio, para poder decir a boca llena que, siendo libre para elegir, elegí hacer algo. Que no me dediqué a holgazanear miserablemente o a mirar sólo por mi culo. Modestia aparte.

viernes, 6 de abril de 2012

SEMANA ¿SANTA? (y III)

 Con todo, la Semana Santa es el periodo más hermoso del tiempo litúrgico católico, por la profundidad del mensaje que transmite. El Jueves Santo es el día del Amor Fraterno, en el que se conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena, tras la cual tuvo lugar, según el Evangelio, el episodio del lavatorio de los pies de Jesús a sus discípulos, máximo ejemplo de la humildad y de la idea de que el primero de todos ha de ser servidor de todos. El Viernes Santo es el día de la Muerte de Cristo. En esta jornada la Iglesia recuerda a todos aquellos que sufren por cualquier motivo y recuerda asimismo el deber del sacrificio por los demás, a imitación de Cristo. El Sábado Santo es un día para la soledad y la reflexión sobre nuestras propias fragilidades y fortalezas y sobre aquello de nosotros que debe morir para dar lugar a lo nuevo. La jornada culmina con la Vigilia Pascual, exaltación de la Resurrección de Cristo, de su triunfo final sobre la muerte y el dolor. Durante diez años viví esto cada Semana Santa. Ahora permítanme una pregunta: de todo esto que he dicho ¿qué es lo que se transmite en lo que vemos en las calles cada Semana Santa? Para mí esto era y es una de las grandes contradicciones. Esto del catolicismo es complejo. No puedes seleccionar lo que te gusta, pasar del resto y seguir llamándote cristiano, al menos yo no pude. Me quedé con los valores y el mensaje, rechacé la parafernalia, me quité la cruz de plata, regalo de mi padre, que llevaba siempre al cuello y me alejé.

 Siento un escalofrío al escribir esto. Verdaderamente hay veces que me siento como una oveja descarriada. Será que el peso de mi educación católica me ha marcado demasiado, pero mi rechazo por los oropeles y las solemnidades eclesiásticas sigue intacto.  Hoy he ido a ver a mis padres y a la vuelta he visto de lejos algunas procesiones. Como ver un desfile cualquiera. Ese no es mi Jesús, esa no es mi María.  Jesús de Nazaret era un carpintero al que nunca cubrió nada más que la tela basta de los vestidos populares y al que los únicos soldados que le escoltaron en su vida fueron los que le ejecutaron. María era una mujer del pueblo y no se reconocería en esas esculturas fantasmagóricas que parecen cobrar vida a la tétrica luz de los cirios. A veces casi envidio a las personas que se conmueven fervorosamente ante las imágenes. Quizá a algunos niveles la vida sea más sencilla para ellos que para mí. La fe ciega da un consuelo que para mí es inalcanzable. Ante un Cristo, una Virgen o un Santo sólo veo madera policromada y ni siquiera me agrada la estética de las procesiones. Es más, me deja muy mala sensación. Penitentes enmascarados con capirotes portando cirios. Me resulta bastante siniestro. El catolicismo da demasiado a menudo a la fe tintes oscuros.

 Acabaré relajando un poco el discurso, optando por ocultar mis sentimientos bajo la máscara del cinismo, a lo que soy muy dado. Hablaré pues de lo demenciales que resultan a veces las costumbres de  nuestra Semana Santa en particular y de la religiosidad popular en general. Hablemos por ejemplo de cierto pueblo en que las dos cofradías existentes, asociadas popularmente al color de sus túnicas, viven tan enconada rivalidad entre ellas que ni siquiera sus miembros y simpatizantes usan para vestir en su vida diaria el color de la túnica del contrario. Sería interesante saber el origen de tamaño enfrentamiento. Algo similar sucede en otro pueblo, en cuya iglesia, hará ya un par de décadas, un lugareño me señalaba dos imágenes, asociadas a sendas hermandades, diciendo que una era Jesús y la otra era Cristo.

 -Oiga- objeté yo con ingenuidad -¿no son el mismo?

 Por la cara que puso el tipo deduje que era mejor no aludir más al tema.

 En la misma capital de nuestra provincia era famoso el cruce entre las procesiones de dos conocidas hermandades separadas también por la rivalidad, degenerando a veces el tema en auténticas peleas, hasta que se tuvo el buen sentido de separar los itinerarios. Está visto que en cualquier actividad que agrupe a seres humanos, el surrealismo aparece tarde o temprano.

 Sin embargo el episodio más hilarante que he vivido en relación con la imaginería religiosa y una procesión no tuvo que ver con la Semana Santa, sino con un santo patrón. Ocurrió hace ya unos años, cuando me hallaba de visita a unos amigos que residían en cierto pueblo. Estos amigos ayudaban al cura local en su labor y tenían las llaves de la iglesia. Así que me llevaron a que viera la imagen del santo patrón a puerta cerrada, porque decían que era mejor que la viese por primera vez sin nadie del pueblo delante, por si acaso. Sin tener ni idea de a qué podían referirse les seguí obediente al templo en penumbra. Cuando encendieron la luz me quedé atónito. Ante mí se alzaba la imagen de un fraile con expresión beatífica vistiendo el hábito blanco y negro de los dominicos. Todo habría sido de lo más normal de no ser por el pequeño detalle de que el  fraile tenía un hacha de regular tamaño empotrada en mitad de la cabeza. Ante aquel cruce de imaginería religiosa  con los horrores del museo de cera (que Dios me perdone) me desternillé de risa hasta partirme el pecho. La previsión de mi amigo me salvó, sin duda, de un intento de linchamiento por parte de los lugareños. Había una imagen portátil del santo cubierta por una campana de vidrio, que las beatas del pueblo tenían en sus casas por turnos. En esta el utensilio que hendía el cráneo del patrón era mucho más discreto: una especie de cuchillo de cocina. El tipo en vida había sido inquisidor en alguno de los pequeños estados de lo que más tarde se llamaría Italia allá por el mil doscientos y pico. Lo mataron con el consabido hachazo y luego lo descuartizaron. Habida cuenta de que era inquisidor, sin duda alguna se lo cargaron con tanto entusiasmo por lo buen tipo que debía ser. Angelitos al cielo y de ahí a los altares.

 Afortunadamente para todos, píos e impíos, semanasanteros acérrimos de limón cascarúo e itinerario en ristre, cofrades, penitentes, curas, monjas, echadores de promesas, beatas, ateos,  turistas que alucinan con el despliegue procesional y se hartan a hacer fotos y cínicos descreídos como yo,  Dios nos perdona a pesar de que no sabemos lo que hacemos… o precisamente por eso.




jueves, 5 de abril de 2012

SEMANA ¿SANTA? (II)

 Nuestras actuales cofradías de semana santa datan, las más antiguas, del siglo XIV. En Málaga, que no fue conquistada por los Reyes Católicos hasta 1487, no surgieron hasta entrado el XVI, al amparo de las Órdenes Religiosas que se habían establecido en la ciudad. Eran organizaciones orientadas a la realización de obras de caridad, pero también a fomentar el fervor popular en una época de convulsión religiosa, pues como ya sabemos en el siglo XVI surge el protestantismo en Europa y desde el Concilio de Trento (1545-1563) las autoridades religiosas alentaron más que nunca el sacar las imágenes a la calle para enfervorizar al pueblo. En aquella época los penitentes de las procesiones se dividían en dos tipos, los de sangre (flagelantes, ya se imaginan) y los de luz, que portaban cirios y son los que hoy se mantienen pues los primeros fueron prohibidos a finales del siglo XVII.  El siglo XVIII conoció el episodio de la concesión por parte de Carlos III del privilegio de excarcelar a un preso por año la cofradía de Nuestro Padre Jesús “el Rico” (habría que preguntarle al carpintero de Nazareth su opinión sobre semejante denominación), según la leyenda cuando los presos salieron a llevar los tronos estando la población diezmada por la peste, regresando todos a presidio una vez prestado el servicio. Un episodio, ya sea falso, verdadero o “exgerado” muy del gusto de la moral católica dada a los actos tremebundos. El siglo XIX fue un periodo aciago, tanto por la feroz Guerra de la Independencia como por la desamortización de Mendizábal, que se cebó en los bienes de la Iglesia y también arrambló con buena parte del patrimonio de las cofradías. Finalizando el siglo y empezado el XX vino la recuperación, que culmina en 1927 con la formación de la Agrupación de Cofradías de Málaga, primera de este género en España. Sin embargo estaban por venir tiempos malos de nuevo, ya que durante la IIª República y la Guerra Civil se perdieron gran cantidad de bienes eclesiásticos  y no volverían a gozar las cofradías de impulso suficiente hasta el advenimiento del Nacionalcatoliscismo (cágate lorito) tras la victoria de las tropas de Franco. En esta época fue cuando cundió la práctica de asociar unidades militares a uno u otro Cristo o Virgen y así vemos a los Regulares desfilando tras Jesús Cautivo y a la Legión trasladando y escoltando al Cristo de Mena entonando a pleno pulmón su canto guerrero por excelencia: El Novio de la Muerte.

 Hay un detalle que distingue a la Semana Santa malagueña y es su megalomanía. Los pasos (aquí llamados tronos) son de un tamaño descomunal excediendo algunos las dos toneladas holgadamente y precisando más de doscientos hombres para su transporte. Ello es debido a la costumbre que cundió de montar los tronos en tenderetes levantados al aire libre, en lugar de dentro de los templos. Así, sin restricciones de espacio, las cofradías pudieron dar rienda suelta a su gusto por el fasto y la majestuosidad. Una fiesta religiosa destinada a la oración y a la reflexión personal sobre lo que viejo que debe morir en el ser humano y lo nuevo que debe resurgir  en la Pascua de Resurrección cobra en la calle un sentido distinto, ni bueno ni malo, simplemente distinto: la penitencia, la mortificación, la promesa, el sacrificio. Religiosidad popular entendida no como un camino de crecimiento personal, sino como una devoción sumisa y pasiva ante imágenes que despiertan emociones exhacerbadas. ¿Hemos de censurarlo? No, porque hay personas a las que les vale, para las que supone un consuelo y ya por eso tiene valor.

 (Continuará)

miércoles, 4 de abril de 2012

SEMANA ¿SANTA? (I)

  Ni siquiera cuando era un cristiano devoto, que lo fui, me llamó excesivamente la atención esto de la Semana Santa, al menos en su vertiente más popular. Yo me retiraba con el movimiento al que pertenecía a algún ignoto pueblecito de la Serranía de Ronda o de la Axarquía y allí dedicaba los días de la pasión y muerte de Cristo a la oración, la reflexión (y a pastelear con alguna que otra muchacha, todo hay que decirlo, que no sólo de pan vive el hombre y sólo de oración mucho menos). Luego, como ya he explicado en alguna ocasión, todo aquello quedó atrás y me quedé en simple laico, cínico y descreído.

 Cuando se vive en una ciudad como Málaga, en la cual los fastos de la Semana Santa tienen carácterísticas únicas dentro del panorama general y en la que el fervor y la afición popular son tan espectaculares, uno se siente un bicho raro cuando declara que el tema le mueve muy poco. La imaginería me da un poco de grima. Me recuerda el hecho de que esta religión católica que tenemos está vertebrada sobre el esqueleto de lo que fue el Imperio Romano y que desde su salida de la clandestinidad por el edicto de Milán de 313 empezó su imparable expansión y dejó de ser un fenómeno puramente espiritual para adquirir una gran importancia política, pero eso es otra historia. Aquí me limitaré a señalar que esta parafernalia de las procesiones, las imágenes, las túnicas, el incienso… rezuma paganismo por los cuatro costados. El cristianismo vino de oriente y surgió en el seno de una comunidad, la judaica, donde representar físicamente a la divinidad es un tabú inquebrantable. El cristianismo triunfó en la europa occidental porque supo adaptarse a las circunstancias y solaparse con las creencias locales preexistentes. María de Nazareth era una mujer de carne y hueso, una mujer del pueblo. Estas Marías coronadas como reinas de los cielos que se pasean por las calles rodeadas de cirios ardientes y cargadas de alhajas son veneradas como las antiguas diosas paganas. La fe popular en la Europa Occidental siempre necesitó una figura física ante la que arrodillarse y hoy sigue siendo así en una buena parte de los antiguos territorios del Imperio Romano. Las promesas siguen siendo una manera de pedir favores a la divinidad a cambio de la realización de un sacrificio. Antiguamente se degollaba una gallina en un altar, hoy se camina tras un paso o un trono. El pensamiento subyacente sigue siendo el mismo. Una espiritualidad primitiva. ¿Es por esto mala? Yo no diría tanto. Es lo que es. Lo tomas o lo dejas.
(Continuará)

domingo, 1 de abril de 2012

ESCLAVOS Y ESCLAVISTAS

 Colgaba el periodista José Manuel Atencia en Facebook hace unos días una sorprendente noticia. Sorprendente no tanto por lo que en ella se relata, ya que la explotación laboral en los cruelmente llamados “países en vías de desarrollo” (la antigua denominación de “países subdesarrollados” quizá fuese menos políticamente correcta, pero describía mejor la realidad) no es nada nuevo. Lo verdaderamente sorprendente es lo cerca que nos pilla. Aquí dejo el enlace.
http://ateaysublevada.over-blog.es/article-trabajo-esclavo-en-la-india-tres-empresas-espa-olas-estan-incluidas-en-la-lista-negra-102462747.html
 La noticia da una profusa lista de empresas de confección y venta de ropa que tienen trato con una red de productores textiles de la India que someten a sus trabajadoras (mayoría de mujeres) a régimenes abusivos de trabajo que sólo se diferencian de la esclavitud en que los patronos no son (legalmente al menos) propietarios de los trabajadores. Había esclavos en la antigua Roma con mejor calidad de vida, pese a ser propiedad legal de otra persona.

  Mi padre trabajó para Cortefiel durante la segunda parte de su vida laboral, cuando volvió de Tánger y dejó de ser empresario (era sastre) para convertirse en asalariado. Durante el tiempo que trabajó allí fue testigo del paulatino traslado de la producción de plantas españolas a plantas situadas en Marruecos, donde se paga menos salario y hay que gastar infinitamente menos en garantías sociales. Hoy la fábrica donde trabajó durante veinticinco años ya no existe. El Tercer Mundo provee de una fuerza de trabajo barata y poco exigente para con sus patronos.

 Entonces ¿a quién demonios le compramos la ropa? Hubo una época en que estuvo muy de moda entre los círculos de las ONG´s y demás entidades orientadas a la solidaridad la práctica del boicot a los productos de determinadas empresas cuyas malas prácticas se hacían públicas. Recuerdo uno allá por mediados de los noventa en que el objetivo fue la multinacional francesa Nestlé.  Si ahora jugáramos a boicotear a todas las empresas de confección que se aprovechan del trabajo esclavo o al menos paupérrimamente pagado tendríamos que hacer como Gandhi, que fabricaba su propia ropa desde lo más básico, hilando el algodón en la rueca. Sería algo hermoso, pero no me imagino al personal ni a mí mismo saliendo a la calle ataviados con túnicas blancas. No, el tema no va por ahí. Es mucho más sencillo.

 Austeridad.

 La austeridad no tiene nada que ver con congelar los sueldos de los funcionarios ni con cualquier otra medida que quiera imponer un gobierno. La austeridad es un estilo de vida. Una cultura que por lo general imponen las circunstancias. Mi padre me contó la impresión que le causó, siendo niño en Tetuán, ver a un marroquí lavándose con el agua que cabía en una lata de kilo de leche condensada. Yo con esa agua apenas tendría suficiente para afeitarme. Se trata de un ejemplo extremo, sin duda, pero ilustrativo. Nuestro estilo de vida, pese a la crisis, sigue siendo de un lujo obsceno si lo comparamos con la manera en que viven dos terceras partes de la humanidad. Es la misma historia de siempre. La opulencia de nuestros centros comerciales se basa sobre el trabajo esclavo o semi esclavo en sórdidas naves sin ventilación, sin medidas de seguridad, por parte de seres humanos que ganan una miseria, que no tienen seguridad social, ni contrato de trabajo, ni derecho a subsidio de desempleo, ni a bajas pagadas, ni a vacaciones.

 Entre tanto mensaje truculento referido a la crisis económica se deja de lado el hecho de que nuestro sistema económico se basa sobre la miseria de millones de seres humanos. Podemos mirar para otro lado, podemos engañarnos diciendo que no podemos hacer nada para que cambien las cosas. Es mentira, sí podemos. Seamos más austeros y eduquemos en la austeridad. No adecuemos nuestro gasto a lo que nos podemos permitir, sino a lo que es razonable (cuestión elástica ésta, pero el sentido común suele ser universal). Los que son más cínicos y descreídos que yo dirán que eso no servirá de nada y puede que así sea, pero sin embargo existe un beneficio innegable: la satisfacción de que día a día uno intenta no ser cómplice del esclavismo del siglo XXI.

HITLER, EL INCOMPETENTE