viernes, 6 de abril de 2012

SEMANA ¿SANTA? (y III)

 Con todo, la Semana Santa es el periodo más hermoso del tiempo litúrgico católico, por la profundidad del mensaje que transmite. El Jueves Santo es el día del Amor Fraterno, en el que se conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena, tras la cual tuvo lugar, según el Evangelio, el episodio del lavatorio de los pies de Jesús a sus discípulos, máximo ejemplo de la humildad y de la idea de que el primero de todos ha de ser servidor de todos. El Viernes Santo es el día de la Muerte de Cristo. En esta jornada la Iglesia recuerda a todos aquellos que sufren por cualquier motivo y recuerda asimismo el deber del sacrificio por los demás, a imitación de Cristo. El Sábado Santo es un día para la soledad y la reflexión sobre nuestras propias fragilidades y fortalezas y sobre aquello de nosotros que debe morir para dar lugar a lo nuevo. La jornada culmina con la Vigilia Pascual, exaltación de la Resurrección de Cristo, de su triunfo final sobre la muerte y el dolor. Durante diez años viví esto cada Semana Santa. Ahora permítanme una pregunta: de todo esto que he dicho ¿qué es lo que se transmite en lo que vemos en las calles cada Semana Santa? Para mí esto era y es una de las grandes contradicciones. Esto del catolicismo es complejo. No puedes seleccionar lo que te gusta, pasar del resto y seguir llamándote cristiano, al menos yo no pude. Me quedé con los valores y el mensaje, rechacé la parafernalia, me quité la cruz de plata, regalo de mi padre, que llevaba siempre al cuello y me alejé.

 Siento un escalofrío al escribir esto. Verdaderamente hay veces que me siento como una oveja descarriada. Será que el peso de mi educación católica me ha marcado demasiado, pero mi rechazo por los oropeles y las solemnidades eclesiásticas sigue intacto.  Hoy he ido a ver a mis padres y a la vuelta he visto de lejos algunas procesiones. Como ver un desfile cualquiera. Ese no es mi Jesús, esa no es mi María.  Jesús de Nazaret era un carpintero al que nunca cubrió nada más que la tela basta de los vestidos populares y al que los únicos soldados que le escoltaron en su vida fueron los que le ejecutaron. María era una mujer del pueblo y no se reconocería en esas esculturas fantasmagóricas que parecen cobrar vida a la tétrica luz de los cirios. A veces casi envidio a las personas que se conmueven fervorosamente ante las imágenes. Quizá a algunos niveles la vida sea más sencilla para ellos que para mí. La fe ciega da un consuelo que para mí es inalcanzable. Ante un Cristo, una Virgen o un Santo sólo veo madera policromada y ni siquiera me agrada la estética de las procesiones. Es más, me deja muy mala sensación. Penitentes enmascarados con capirotes portando cirios. Me resulta bastante siniestro. El catolicismo da demasiado a menudo a la fe tintes oscuros.

 Acabaré relajando un poco el discurso, optando por ocultar mis sentimientos bajo la máscara del cinismo, a lo que soy muy dado. Hablaré pues de lo demenciales que resultan a veces las costumbres de  nuestra Semana Santa en particular y de la religiosidad popular en general. Hablemos por ejemplo de cierto pueblo en que las dos cofradías existentes, asociadas popularmente al color de sus túnicas, viven tan enconada rivalidad entre ellas que ni siquiera sus miembros y simpatizantes usan para vestir en su vida diaria el color de la túnica del contrario. Sería interesante saber el origen de tamaño enfrentamiento. Algo similar sucede en otro pueblo, en cuya iglesia, hará ya un par de décadas, un lugareño me señalaba dos imágenes, asociadas a sendas hermandades, diciendo que una era Jesús y la otra era Cristo.

 -Oiga- objeté yo con ingenuidad -¿no son el mismo?

 Por la cara que puso el tipo deduje que era mejor no aludir más al tema.

 En la misma capital de nuestra provincia era famoso el cruce entre las procesiones de dos conocidas hermandades separadas también por la rivalidad, degenerando a veces el tema en auténticas peleas, hasta que se tuvo el buen sentido de separar los itinerarios. Está visto que en cualquier actividad que agrupe a seres humanos, el surrealismo aparece tarde o temprano.

 Sin embargo el episodio más hilarante que he vivido en relación con la imaginería religiosa y una procesión no tuvo que ver con la Semana Santa, sino con un santo patrón. Ocurrió hace ya unos años, cuando me hallaba de visita a unos amigos que residían en cierto pueblo. Estos amigos ayudaban al cura local en su labor y tenían las llaves de la iglesia. Así que me llevaron a que viera la imagen del santo patrón a puerta cerrada, porque decían que era mejor que la viese por primera vez sin nadie del pueblo delante, por si acaso. Sin tener ni idea de a qué podían referirse les seguí obediente al templo en penumbra. Cuando encendieron la luz me quedé atónito. Ante mí se alzaba la imagen de un fraile con expresión beatífica vistiendo el hábito blanco y negro de los dominicos. Todo habría sido de lo más normal de no ser por el pequeño detalle de que el  fraile tenía un hacha de regular tamaño empotrada en mitad de la cabeza. Ante aquel cruce de imaginería religiosa  con los horrores del museo de cera (que Dios me perdone) me desternillé de risa hasta partirme el pecho. La previsión de mi amigo me salvó, sin duda, de un intento de linchamiento por parte de los lugareños. Había una imagen portátil del santo cubierta por una campana de vidrio, que las beatas del pueblo tenían en sus casas por turnos. En esta el utensilio que hendía el cráneo del patrón era mucho más discreto: una especie de cuchillo de cocina. El tipo en vida había sido inquisidor en alguno de los pequeños estados de lo que más tarde se llamaría Italia allá por el mil doscientos y pico. Lo mataron con el consabido hachazo y luego lo descuartizaron. Habida cuenta de que era inquisidor, sin duda alguna se lo cargaron con tanto entusiasmo por lo buen tipo que debía ser. Angelitos al cielo y de ahí a los altares.

 Afortunadamente para todos, píos e impíos, semanasanteros acérrimos de limón cascarúo e itinerario en ristre, cofrades, penitentes, curas, monjas, echadores de promesas, beatas, ateos,  turistas que alucinan con el despliegue procesional y se hartan a hacer fotos y cínicos descreídos como yo,  Dios nos perdona a pesar de que no sabemos lo que hacemos… o precisamente por eso.




1 comentario:

  1. Interesante reflexión, muy precisa; estoy de acuerdo en casi todo lo que dices, sobretodo cuando cuentas tu experiencias de Pascua en los pueblos... ¡esa es la verdadera Semana Santa!, pero la Iglesia, formada por seres humanos, es una Iglesia, gracias a Dios, donde cabe todo el mundo, puros y pecadores, profanos y religiosos... (como los 12 amigos que tenía Jesús, un traidor, uno que lo niega, otros hermanos que se pelean por estar a "la derecha y a la izquierda del Reino", es decir que buscan el poder...). Ya escribió, Pablo VI en 1975, en su encíclica Evangelii nuntiandi: "La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones cultuales, sin llegar a la verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial... pero cuando está bien orientada...contiene muchos valores.... refleja la sed de Dios..." (EN 48). La Iglesia está necesitada de purificación interior -dirá más adelante-. Esto lo escribió un papa hace 37 años, no es nada nuevo en la Iglesia. Ciertamente, muchos cristianos estamos de acuerdo con tus reflexiones, sobre la Semana Santa, pero también es verdad que más que derribar, habría que purificar; más que destruir, habría que reconstruir. Jesús siempre apuesta por las personas y por su recuperación. Porque hay personas sencillas, que sí tienen una devoción a su imagen, que a través de una imagen llegan a la fe en el Misterio del Dios-Hombre; el ser humano, un ser, material y espiritual, sensible y racional, necesita de las dos cosas. ¿Qué hacer con esa gente sencilla que devotamente llegan a la fe a través de una imagen? Quizás, lo mejor es la purificación, la reconstrucción, para no dejar en el vacío a nadie, especialmente a la gente sencilla. Un abrazo, y gracias por tus reflexiones.

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