miércoles, 4 de abril de 2012

SEMANA ¿SANTA? (I)

  Ni siquiera cuando era un cristiano devoto, que lo fui, me llamó excesivamente la atención esto de la Semana Santa, al menos en su vertiente más popular. Yo me retiraba con el movimiento al que pertenecía a algún ignoto pueblecito de la Serranía de Ronda o de la Axarquía y allí dedicaba los días de la pasión y muerte de Cristo a la oración, la reflexión (y a pastelear con alguna que otra muchacha, todo hay que decirlo, que no sólo de pan vive el hombre y sólo de oración mucho menos). Luego, como ya he explicado en alguna ocasión, todo aquello quedó atrás y me quedé en simple laico, cínico y descreído.

 Cuando se vive en una ciudad como Málaga, en la cual los fastos de la Semana Santa tienen carácterísticas únicas dentro del panorama general y en la que el fervor y la afición popular son tan espectaculares, uno se siente un bicho raro cuando declara que el tema le mueve muy poco. La imaginería me da un poco de grima. Me recuerda el hecho de que esta religión católica que tenemos está vertebrada sobre el esqueleto de lo que fue el Imperio Romano y que desde su salida de la clandestinidad por el edicto de Milán de 313 empezó su imparable expansión y dejó de ser un fenómeno puramente espiritual para adquirir una gran importancia política, pero eso es otra historia. Aquí me limitaré a señalar que esta parafernalia de las procesiones, las imágenes, las túnicas, el incienso… rezuma paganismo por los cuatro costados. El cristianismo vino de oriente y surgió en el seno de una comunidad, la judaica, donde representar físicamente a la divinidad es un tabú inquebrantable. El cristianismo triunfó en la europa occidental porque supo adaptarse a las circunstancias y solaparse con las creencias locales preexistentes. María de Nazareth era una mujer de carne y hueso, una mujer del pueblo. Estas Marías coronadas como reinas de los cielos que se pasean por las calles rodeadas de cirios ardientes y cargadas de alhajas son veneradas como las antiguas diosas paganas. La fe popular en la Europa Occidental siempre necesitó una figura física ante la que arrodillarse y hoy sigue siendo así en una buena parte de los antiguos territorios del Imperio Romano. Las promesas siguen siendo una manera de pedir favores a la divinidad a cambio de la realización de un sacrificio. Antiguamente se degollaba una gallina en un altar, hoy se camina tras un paso o un trono. El pensamiento subyacente sigue siendo el mismo. Una espiritualidad primitiva. ¿Es por esto mala? Yo no diría tanto. Es lo que es. Lo tomas o lo dejas.
(Continuará)

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