domingo, 22 de abril de 2012

FÚTBOL


 Tenía previsto escribir hoy sobre otro tema, pero los alaridos desaforados de los energúmenos que anoche siguieron el Madrid-Barça han despertado mi interés por dedicar unas líneas al pasatiempo nacional por excelencia; el cual, por supuesto, deploro con toda mi alma, pues tengo la creencia de que cualquier cosa que haga a las personas comportarse de manera estúpida y manifiestamente irracional debería estar desde hace siglos erradicado de la faz de la tierra.

 Siempre me ha intrigado qué es lo que tendrá este juego para atraer tanto a tantas personas, despertando además emociones encontradas en un grado sumo. Muchas culturas han practicado juegos de equipo en los que había de impulsar de alguna manera pelotas de diversa factura y meterlas en un sitio determinado.  Nuestro futbol, junto con el rugby y otras variantes, desciende de una serie de juegos muy populares en Inglaterra durante la Edad Media, entre ellos el llamado “fútbol de carnaval” disputado en esa época del año y en el que competían entre sí hombres de distintas aldeas en enorme número, haciendo rodar por una amplísima extensión un gran balón horriblemente pesado para meterlo en la portería contraria, marcada por dos piedras de molino. Era tal la violencia en los encuentros que las heridas, fracturas, torceduras, aplastamientos e incluso muertes eran moneda corriente, así que el rey Eduardo III (1327-1377) lo prohibió por decreto. Otro juego muy popular que se cuenta entre los ancestros del fútbol es el “calcio” florentino, sistematizado en el siglo XVI y emparentado con el “harpastum” de la antigua Roma. Más organizado que el futbol de carnaval y algo menos cruento, pero no mucho, no vayan a creerse.  Dos equipos de veintisiete jugadores (cinco de los cuales son porteros) sobre un gran campo de arena con agujeros en el suelo en lugar de porterías. En Florencia se celebraba un campeonato entre cuatro equipos que representaban a distintos sectores de la ciudad. Se pueden imaginar las muestras de entusiasmo popular al respecto. El juego cayó no obstante en el olvido, sin embargo fue revivido en la época del fascismo y hoy día se juega. En sus reglas se permiten cabezazos, puñetazos, codazos y la estrangulación, pero las patadas en la cabeza están prohibidas. Menos mal. Las imágenes que adjunto son un antiguo grabado que representa un partido de este juego y un momento de un partido de calcio actual.


 Durante el siglo XIX se diseñaron diversas reglas de fútbol en colegios y universidades de Gran Bretaña y se fundaron clubes, varios de los cuales se reunieron en octubre de 1867 en la taberna Freemason´s de Londres para intentar unificar todos los códigos existentes. Uno de los puntos más espinosos era decidir si se permitía tocar la pelota con las manos o no. Finalmente se impuso el no, pero los pocos clubes disidentes se mantuvieron en sus trece y crearon el rugby.

 Así pues, el fútbol moderno nació en una taberna (qué propio, ¿verdad?), pero no en una taberna cualquiera, sino en un pub británico y los pubs británicos son sitios muy serios donde la gente (y más en aquella época) va a beberse sus pintas de cerveza con mucha seriedad y sin decir una palabra más alta que otra. Además, los señores que se reunieron en el Freemason´s eran auténticos caballeros de colegio privado, que por lo menos sabían guardar las formas, de modo que el fútbol moderno surgió con una vocación de deportividad, juego limpio y saber estar que hoy ha quedado disuelta en gran medida al ser nuevamente un canalizador de la agresividad humana, recuperando en cierta medida el espíritu salvaje y primitivo del fútbol de carnaval y del calcio. Lo cierto es que para ver esto no es necesario recurrir a los episodios de violencia protagonizados por los hinchas (escenas que no se dan entre los aficionados a otros deportes) sino que podemos verlo palpablemente incluso en los partidos infantiles, donde hay padres que aguijonean a sus hijos para que ataquen directamente a la espinilla y en los que el pobre chico que comete un error de bulto que permite marcar al equipo contrario es despiadadamente humillado. Vemos entradas brutales, malos modos, faltas de respeto al árbitro y demás lindezas que quitan puntos al fútbol como escuela de valores. Si a ello le sumamos el bochornoso y obsceno mercadeo de jugadores por cantidades fabulosas entre los clubes y los astronómicos sueldos que cobran (deportistas de disciplinas infinitamente más duras ni se les acercan) tenemos algo que se acerca peligrosamente a la lacra social. Decía una gimnasta española, casada con un popular presentador de televisión, cuando su marido le preguntaba por la dificultad de su deporte “cariño, si lo que hago fuera fácil, se llamaría fútbol”.

 Sin embargo hemos de llegar a la conclusión de que si el fútbol no existiese habría que inventarlo, pues algo hay que arrojarle de carnaza al populacho para que las mentes se les ralenticen y no les dé por pensar en cosas raras, como adquirir cultura, que la masa ignorante y enlentecida es más fácil de manejar. Este concepto ya lo tenían dominado las clases dirigentes en la antigua Roma, financiando con cargo al Estado grandes espectáculos públicos y comilonas a los que la plebe acudía gratuitamente. Hoy día somos tan primos que la comida nos la hemos de pagar y a veces hasta hay que pagar para ver el partido por la tele, ya sea al proveedor de la señal o al tomar la cerveza para verlo en el bar de la esquina. El viejo principio de “pan y circo” sigue funcionando. Imaginen que a Mariano, en vez de subirnos los impuestos, abrir la puerta al copago sanitario y meter un hachazo (que ya no un tijeretazo) en educación hubiese gravado con un impuesto especial a los clubes de la Liga de Fútbol Profesional que en la práctica les impidiese contratar a estrellas extranjeras durante lo que le queda de legislatura a este gobierno y redujera tanto los sueldos de los jugadores nacionales más destacados que éstos decidiesen emigrar. Hagan ese esfuerzo de imaginación, háganlo…

 Pero lo que me resulta más conmovedor es el espíritu de equipo que experimenta el aficionado medio ante el televisor o en la grada cuando sigue la jugada con el alma en vilo, los puños apretados y los ojos como platos para gritar al final un enfervorizado ¡goooooooool! o un doloroso ¡uuuyyyyyyyyyyyy! que parece salir de lo más hondo del alma. ¿Y qué me dicen de ese “¡hemos ganado!”? ¿Hemos? Pero ¿qué has ganado tú, alma de cántaro? Cómo es posible que te identifiques más con un equipo de fútbol que con tu vecino de abajo?

 Posiblemente porque para identificarte con el vecino de abajo primero tienes que tomarte la molestia de conocerlo un poco. Para identificarte con un equipo de fútbol sólo tienes que chillar y brincar como un chimpancé.

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