Tenía previsto escribir hoy sobre otro tema,
pero los alaridos desaforados de los energúmenos que anoche siguieron el
Madrid-Barça han despertado mi interés por dedicar unas líneas al pasatiempo
nacional por excelencia; el cual, por supuesto, deploro con toda mi alma, pues
tengo la creencia de que cualquier cosa que haga a las personas comportarse de
manera estúpida y manifiestamente irracional debería estar desde hace siglos
erradicado de la faz de la tierra.
Siempre me ha intrigado qué es lo que tendrá
este juego para atraer tanto a tantas personas, despertando además emociones
encontradas en un grado sumo. Muchas culturas han practicado juegos de equipo
en los que había de impulsar de alguna manera pelotas de diversa factura y
meterlas en un sitio determinado.
Nuestro futbol, junto con el rugby y otras variantes, desciende de una
serie de juegos muy populares en Inglaterra durante la Edad Media, entre ellos
el llamado “fútbol de carnaval” disputado en esa época del año y en el que
competían entre sí hombres de distintas aldeas en enorme número, haciendo rodar
por una amplísima extensión un gran balón horriblemente pesado para meterlo en
la portería contraria, marcada por dos piedras de molino. Era tal la violencia
en los encuentros que las heridas, fracturas, torceduras, aplastamientos e
incluso muertes eran moneda corriente, así que el rey Eduardo III (1327-1377)
lo prohibió por decreto. Otro juego muy popular que se cuenta entre los
ancestros del fútbol es el “calcio” florentino,
sistematizado en el siglo XVI y emparentado con el “harpastum” de la antigua Roma. Más organizado que el futbol de
carnaval y algo menos cruento, pero no mucho, no vayan a creerse. Dos equipos de veintisiete jugadores (cinco de
los cuales son porteros) sobre un gran campo de arena con agujeros en el suelo
en lugar de porterías. En Florencia se celebraba un campeonato entre cuatro
equipos que representaban a distintos sectores de la ciudad. Se pueden imaginar
las muestras de entusiasmo popular al respecto. El juego cayó no obstante en el
olvido, sin embargo fue revivido en la época del fascismo y hoy día se juega.
En sus reglas se permiten cabezazos, puñetazos, codazos y la estrangulación,
pero las patadas en la cabeza están prohibidas. Menos mal. Las imágenes que adjunto son un antiguo grabado que representa un partido de este juego y un momento de un partido de calcio actual.
Durante el siglo XIX se diseñaron diversas
reglas de fútbol en colegios y universidades de Gran Bretaña y se fundaron
clubes, varios de los cuales se reunieron en octubre de 1867 en la taberna
Freemason´s de Londres para intentar unificar todos los códigos existentes. Uno
de los puntos más espinosos era decidir si se permitía tocar la pelota con las
manos o no. Finalmente se impuso el no, pero los pocos clubes disidentes se
mantuvieron en sus trece y crearon el rugby.
Así pues, el fútbol moderno nació en una
taberna (qué propio, ¿verdad?), pero no en una taberna cualquiera, sino en un
pub británico y los pubs británicos son sitios muy serios donde la gente (y más
en aquella época) va a beberse sus pintas de cerveza con mucha seriedad y sin
decir una palabra más alta que otra. Además, los señores que se reunieron en el
Freemason´s eran auténticos caballeros de colegio privado, que por lo menos
sabían guardar las formas, de modo que el fútbol moderno surgió con una
vocación de deportividad, juego limpio y saber estar que hoy ha quedado
disuelta en gran medida al ser nuevamente un canalizador de la agresividad
humana, recuperando en cierta medida el espíritu salvaje y primitivo del fútbol
de carnaval y del calcio. Lo cierto es que para ver esto no es necesario
recurrir a los episodios de violencia protagonizados por los hinchas (escenas
que no se dan entre los aficionados a otros deportes) sino que podemos verlo
palpablemente incluso en los partidos infantiles, donde hay padres que
aguijonean a sus hijos para que ataquen directamente a la espinilla y en los
que el pobre chico que comete un error de bulto que permite marcar al equipo
contrario es despiadadamente humillado. Vemos entradas brutales, malos modos,
faltas de respeto al árbitro y demás lindezas que quitan puntos al fútbol como
escuela de valores. Si a ello le sumamos el bochornoso y obsceno mercadeo de
jugadores por cantidades fabulosas entre los clubes y los astronómicos sueldos
que cobran (deportistas de disciplinas infinitamente más duras ni se les
acercan) tenemos algo que se acerca peligrosamente a la lacra social. Decía una
gimnasta española, casada con un popular presentador de televisión, cuando su
marido le preguntaba por la dificultad de su deporte “cariño, si lo que hago
fuera fácil, se llamaría fútbol”.
Sin embargo hemos de llegar a la conclusión de
que si el fútbol no existiese habría que inventarlo, pues algo hay que
arrojarle de carnaza al populacho para que las mentes se les ralenticen y no
les dé por pensar en cosas raras, como adquirir cultura, que la masa ignorante
y enlentecida es más fácil de manejar. Este concepto ya lo tenían dominado las
clases dirigentes en la antigua Roma, financiando con cargo al Estado grandes
espectáculos públicos y comilonas a los que la plebe acudía gratuitamente. Hoy
día somos tan primos que la comida nos la hemos de pagar y a veces hasta hay
que pagar para ver el partido por la tele, ya sea al proveedor de la señal o al
tomar la cerveza para verlo en el bar de la esquina. El viejo principio de “pan
y circo” sigue funcionando. Imaginen que a Mariano, en vez de subirnos los
impuestos, abrir la puerta al copago sanitario y meter un hachazo (que ya no un
tijeretazo) en educación hubiese gravado con un impuesto especial a los clubes
de la Liga de Fútbol Profesional que en la práctica les impidiese contratar a
estrellas extranjeras durante lo que le queda de legislatura a este gobierno y
redujera tanto los sueldos de los jugadores nacionales más destacados que éstos
decidiesen emigrar. Hagan ese esfuerzo de imaginación, háganlo…
Pero lo que me resulta más conmovedor es el
espíritu de equipo que experimenta el aficionado medio ante el televisor o en
la grada cuando sigue la jugada con el alma en vilo, los puños apretados y los
ojos como platos para gritar al final un enfervorizado ¡goooooooool! o un
doloroso ¡uuuyyyyyyyyyyyy! que parece salir de lo más hondo del alma. ¿Y qué me
dicen de ese “¡hemos ganado!”? ¿Hemos? Pero ¿qué has ganado tú, alma de
cántaro? Cómo es posible que te identifiques más con un equipo de fútbol que
con tu vecino de abajo?
Posiblemente porque para identificarte con el
vecino de abajo primero tienes que tomarte la molestia de conocerlo un poco. Para
identificarte con un equipo de fútbol sólo tienes que chillar y brincar como un
chimpancé.
¡¡Me ha encantado!! Y, por supuesto, totalmente de acuerdo.
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