sábado, 14 de abril de 2012

MÚSICA PARA NIÑOS... NO, GRACIAS

Hace unos días escuché en un anuncio televisivo la versión de una vieja canción. Uno de los temas del repertorio de un dúo musical que conforma uno de los peores recuerdos de mi infancia: Enrique y Ana. Y es que allá por finales de los setenta me traumatizaron con aquello de  “la gallina cocouá”. No podía oír la malhadada canción sin imaginarme a la pobre gallinita llamando a su mamá triste y sola en su rincón sin echarme a llorar como una magdalena. Creo que fue a raíz de esto por lo que les cogí tanta manía tanto a ellos como a otro grupito para niños, Parchís, que también nos atormentaba por aquella época. Lo cierto es que me prestaron un gran servicio, pues ante el rechazo que me causaban empecé a oír música decente: le cogía los discos y las cintas a mi hermana mayor y tengo muy buenos recuerdos de las tardes en mi casa escuchando a los Beatles, a Cat Stevens, aquella extraña ópera rock de Jesucristo Superstar, el Saturday Night Fever de los Bee Gees y otras joyas. Con el tiempo y ya entrando en la adolescencia, encontré a gente que me abrió las puertas a los grandes, como Queen, Dire Straits, The Police, Elton John… Finalmente en el bachillerato conocí a un chico que emponzoñó mi alma con la semilla negra del heavy metal y ya nunca más fui el mismo, pero eso es otra historia.

 Como ven, desde mi más tierna infancia he experimentado una auténtica repugnancia ante los productos musicales enlatados, puramente comerciales, dirigidos a un público que los devorará con avidez para arrojarlos luego al olvido. Aquellos grupos infantiles de finales de los setenta y principios de los ochenta fueron de esta clase de aberraciones, pero Enrique y Ana me causaron un malestar especial. Ese tío siempre me dio grima, con su sonrisa forzada y su ropita multicolor, cantando con una niña de ocho años. Cada vez que salían por la tele no les prestaba la más mínima atención y me iba en busca del  viejo magnetófono Hitachi de mi hermana, que tenía el tamaño de una caja de zapatos, a disfrutar entre otras bellas canciones de  “Morning has broken” o “Moonshadow” de Cat Stevens, que sí  me arrancan una sonrisa al traerme recuerdos de la infancia, mientras que Enrique y Ana, Parchís y otros engendros por el estilo sólo me causan sarpullido. Para gustos los colores. Aquí les dejo unos vídeos para comparar una muestra de lo que me ofrecía la televisión de la época y lo que elegí yo, siendo niño. Y es que ya apuntaba maneras… de raro.



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