He tenido noticias de que un muchacho que estuvo como usuario en la Comunidad Terapéutica tiene muchas probabilidades de entrar en prisión por un robo con fuerza que cometió hace años. Ya se sabe, los asuntos de palacio van despacio y las condenas llegan a veces cuando las circunstancias vitales de la persona han cambiado sustancialmente y no tiene ya nada que ver con quien fue arrestado por la policía. Este chico en cuestión tiene a día de hoy una vida normalizada, pareja y una hija. El juez parece no atenerse a razones.
Hace un par de años di una clase para la titulación de Experto Universitario en Drogodependencias de la Universidad de Málaga. El tema no era de mis preferidos y versaba sobre el marco legal e institucional de las drogodependencias y claro, uno de los aspectos que toqué fue el penal, saliendo inevitablemente el tema de las medidas sustitutivas de las penas de prisión, como las suspensiones de condena supeditadas a la realización de un programa de tratamiento en el caso de los delitos cometidos en relación con la drogadicción del penado. Uno de los alumnos, que no estaban precisamente motivados con mi exposición (yo mismo no lo estaba), me dijo si yo creía que una persona que ha cometido un delito bajo los efectos o impulsada por su drogadicción es merecedora de evitar la cárcel a cambio de realizar un programa terapéutico. Noté cierto desdén en la pregunta y esforzándome por resultar cortés, le respondí un rotundo “sí”. En un aula, en una facultad, obligado a ser políticamente correcto, fundamenté la respuesta en mi experiencia profesional. Sin embargo, hablar de que las personas vayan o no a la cárcel nada tiene que ver con lo políticamente correcto.
Teóricamente la función social de la prisión es posibilitar la reinserción social del penado. En la práctica es un espacio vacío, una zona muerta en la que las personas son depositadas durante meses o años, para nada. Hacinadas en un espacio insuficiente, acosadas por el aburrimiento bajo una pobreza de estímulos atroz, sumidas en un ambiente violento y opresivo donde cada día resulta espantosamente parecido al anterior. La tentación de “robarle unas horas al juez” consumiendo drogas, resulta demasiado tentadora; porque en la cárcel hay droga, mucha, es sabido y aceptado. Así lo admitía tácitamente el por entonces subdirector de tratamiento de la Prisión Provincial de Málaga en una ponencia a la que asistí cuando yo mismo cursaba la mencionada titulación de Experto Universitario en Drogodependencias: “Tenemos los medios para impermeabilizar la prisión a la entrada de drogas” decía “pero la aplicación de estos medios podría suponer una grave falta de respeto a la dignidad de las personas”. Lo que cualquier funcionario de prisiones admitirá en petit comité es que una población reclusa bien drogada es más fácil de controlar, por eso no interesa mantener la cárcel libre de drogas.
La cárcel, actualmente, tiene sólo un carácter disuasorio y punitivo respecto a la comisión de delitos. La supuesta finalidad de la reinserción resulta un chiste. Eso de que quien la hace tiene que pagarla, que los delincuentes deben saldar su deuda con la sociedad puede tornarse en un argumento perverso, porque la justicia no es ciega. Miope, todo lo más y de ello estamos seguros porque en la cárcel no hay ricos y si los hay salen pronto. La ceguera de la justicia parece ser tal en casos que resultan sangrantes. Una persona que demuestra su voluntad de reinsertarse no volviendo a delinquir y tratando un problema de adicción debería poder evitar la prisión. Hay jueces muy comprometidos con esta idea, pero otros parecen complacerse en aplicar la ley con sorprendente rigidez, sorprendente sobre todo en un contexto social donde los chorizos de alto nivel campan a sus anchas sin sufrir consecuencias.
Este muchacho, sin al final entra en prisión, tendrá que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad y todos los valores que haya interiorizado porque es adicto y entra en la boca del lobo. No le deseo la prisión a nadie, pero hay personas para las que no es tan traumático. Para él sí lo será.
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