Cuando yo era joven (que creo que ya no lo soy o al menos empiezo a dejar de serlo) me proclamaba comunista. Empecé a hacerlo en el colegio (el de los alegres frailes) para tocarles los huevos a los fachas hijos de fachas que pululaban por allí. Adopté la parafernalia típica: vestir desastrado, dejarme barba y lucir un pañuelo palestino. Me junté con gente muy de izquierdas y me las daba de izquierdista. Luego conocí a los que se dedicaban a la política en la universidad (los de izquierdas y de derechas) y me parecieron todos unos gilipollas. Leí la biografía (no autorizada) de Ernesto “Che” Guevara, leí “Archipiélago GULAG” y “Un día en la vida de Iván Denisovich” de Alexander Solzhenitsin y concluí que si el comunismo ha causado tanto dolor, segado tantas vidas y sumido a tanta gente en la miseria… en fin, no puede ser bueno. No puede ser bueno por una sencilla razón: el fin de las ideologías políticas, de izquierdas o de derechas, es la obtención y el mantenimiento del poder, no el servir a los ciudadanos, aunque los que se dedican a la política pretendan convencer de lo contrario. La historia nos lo cuenta.
Por eso no creo en los políticos, aunque vaya a votar, porque el ciudadano debe votar, en conciencia, con una reflexión previa. Si el ciudadano no vota deja de lado su propia condición de ciudadano, aunque nuestra ley electoral sea una basura infumable.
Probablemente en aquellos años irreflexivos hubiese aplaudido la acción de los sindicalistas que el otro día asaltaron supermercados bajo los auspicios del señor alcalde de Marinaleda, remedo moderno de un revolucionario cubano de la Sierra Maestra. Me habría parecido una acción valiente y revolucionaria, quitarle a un rico para dar a los pobres… Hoy me parece un error. Es un saqueo. Aunque los agraviados sean cadenas de distribución para las que la pérdida material es insignificante eso no convierte la acción en algo legítimo. “Expropiación forzosa” lo llamaron. Las expropiaciones siempre lo son… y dejando aparte el hecho de que el término está incorrectamente utilizado en este caso, no deja de ser un eufemismo vergonzoso. También los terroristas vascos llaman “impuesto revolucionario” a la extorsión. Lo bueno (y lo malo) de adherirse a una ideología es que si te la crees lo suficiente puede darte derecho a hacerlo casi todo justificándolo en aras del bien común. En todas las revoluciones se ha ejecutado sumariamente a muchos “enemigos del pueblo”, se han suprimido libertades individuales sometiendo al pueblo que se pretendía liberar a regímenes de vigilancia, control y represión absolutamente terroríficos. En la práctica han seguido existiendo opresores y oprimidos. La Unión Soviética y todos sus satélites, así como Cuba, han sido ejemplos muy claros de ello.
Actos como estos deberían darnos mucho miedo en este país. No se ha tratado de un acto solidario. Los bancos de alimentos y otras ONGs trabajan la solidaridad cada día sin hacer ruido más que para concienciar a la opinión pública. Se trata de un acto político de oposición al gobierno y a la administración, que bien o mal están respaldados por la soberanía popular (no lo olvidemos, nos queda más de media legislatura que soportar gracias al voto del miedo, pero ha sido el voto del pueblo al fin y al cabo). La política se hace en las asambleas de representantes, no mediante actos de violencia revolucionaria. De eso se vio mucho en los años de la Segunda República y se creó tal caos entre las diversas facciones dentro de la misma izquierda que al final un puñado de generales fogueados en la Guerra de África creyeron ser los únicos que podían poner orden… y estalló una Guerra Civil en la que los sublevados derrocharon violencia a manos llenas, pero durante la cual los desmanes en la zona republicana fueron también atroces.
Miren, yo no he estado en Marinaleda, pero su alcalde lleva gobernando sin oposición desde hace veintiocho años. Eso en democracia no es natural. Dicen que este municipio es una puesta en práctica real y sostenible de la utopía comunista. ¿Será verdad? Si todas las anteriores puestas en práctica de la utopía han sido fracasos espantosos… ¿Por qué tendría esta que ser diferente?
No hablaré más de una realidad que no conozco. Lo que sí conozco es lo que dice la historia. La ideología y los métodos de quienes asaltaron el Mercadona de Écija no han traído nunca nada bueno para nadie. Por su parte Juan Roig, presidente de la cadena de supermercados, debería cambiar su política abominable de tirar los alimentos no vendibles en lugar de donarlos. Es monstruoso. Monstruosa es también la vieja pugna entre capitalistas y comunistas. No trajo soluciones para el sufrimiento humano y no las traerá ahora.
La gente tiene que comer, aunque no tenga dinero para pagar la comida. Los bancos de alimentos siguen con su callada labor. Ellos sí apuestan por la dignidad humana. Los piquetes de sindicalistas son sólo turbas vandálicas, ya se congreguen ante la puerta de una fábrica en una huelga general o ante un supermercado que vayan a saquear. No creo en ellos, no me representan, ni creo que tengan legitimidad para afirmar que representan al pueblo. Las cajeras con las que se encararon en Écija también eran el pueblo, pero para los que sirven a una ideología el pueblo es todo aquel que les vitorea. Los que no… son sólo el enemigo.
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