miércoles, 8 de agosto de 2012

¡OLÍMPICOS!

 Yo sostengo la peculiar teoría, medio en serio, medio en broma, de que el deporte es perjudicial para la salud. Algo que te agota, que puede lesionarte de gravedad y que incluso puede llegar a crear adicción tiene que ser malo a la fuerza.  Las culturas tribales siempre han considerado las actividades físicas no belicosas ni dirigidas a la supervivencia una simple preparación para la guerra. Vemos a esos aspirantes a deportistas educados desde la más tierna infancia en una disciplina digna de hoplitas espartanos. Los niños tienen que estudiar y jugar. Los niños que entrenan horas y horas después del colegio y los fines de semana me dan un poco de pena. Quizá son felices, quizá se sienten realizados, no lo sé. A mí el deporte nunca me atrajo porque la mayoría de los tíos que lo practicaban en mi cole (el de los alegres frailes) me parecían una caterva de capullos arrogantes. Quizá fuese yo el que tenía un problema de actitud.

 Pierre de Coubertin, el señor de mostacho impresionante y promotor de los modernos Juegos Olímpicos, cuya fotografía les adjunto, era un idealista. Demasiado sensible y cultivado para la academia militar de Saint-Cyr, se convirtió en un pedagogo de ideas progres (progres para fines del siglo XIX). Enamorado de las tesis que defendían la cultura física y que hacían furor en la Gran Bretaña de esa época, soñaba con un acontecimiento aglutinase a deportistas de todo el mundo y los enfrentase en una competencia amistosa en la que el premio sólo fuese el prestigio de ser el mejor en la propia disciplina, pero en la que lo importante no fuese ganar, sino participar. Curiosa contradicción, dado que la misma esencia del deporte es la competición… y se compite para ganar, a mí que me dejen de hostias.

 El modelo que Coubertin buscó para su sueño no pudo ser más incongruente, pues en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad lo importante no era participar, sino ganar, por el prestigio y la gloria.

 Los Juegos Olímpicos, sólo eran uno de los cuatro ciclos de competiciones de diversa índole que se celebraban en la antigua Grecia a lo largo de una olimpiada, unidad de tiempo que abarcaba cuatro años.  El origen de estas competiciones, leyendas aparte, hay que buscarlo en el carácter fundamentalmente belicoso, competitivo e incluso fraticida de los antiguos griegos (padres fundadores de nuestra bienamada civilización occidental). Grecia no era un estado, sino una constelación de pequeños territorios que tenían como corazón la polis. Estos micro estados, aunque compartían lengua, cultura  y costumbres (salvo los espartanos, que eran los más excéntricos y cuyas costumbres habrían sido insoportables para cualquiera con dos dedos de frente) eran fervientemente nacionalistas y chovinistas y no tenían el menor escrúpulo en declararse mutuamente la guerra por un quítame-de-ahí-esas-pajas. Pero claro, las hostialidades cuestan caras en recursos y vidas humanas y eran precisos veinte años de educación y preparación para poner en pie de guerra a un ciudadano soldado. Los cuatro certámenes celebrados a lo largo de la olimpiada, durante los cuales se declaraba la tregua sagrada, eran el modo ideal de canalizar la feroz rivalidad entre los ciudadanos de diversas polis, ya fuese participando en los juegos o jaleando desde las gradas. Se reducía la mortalidad, se mantenía fuertes a los hombres que podían ser llamados a las armas (todos los ciudadanos recibían formación atlética, aunque sólo los más dotados compitieran) y se mantenía vivo cierto espíritu de colectividad por encima de la competencia, pues el Imperio Persa siempre acechaba y periódicamente era preciso unirse contra el enemigo común.

 Es decir, estas competiciones, estos juegos pan-helénicos aseguraban la supervivencia y la libertad de los griegos, les mantenían fuertes para la guerra e impedían que acabaran  matándose entre ellos. Después venía toda la parafernalia ritual que tanto gusta a los seres humanos y la componente religiosa que, aunque los dioses griegos fuesen una  pandilla de psicópatas pendencieros y lujuriosos, tenía su importancia, al menos para las apariencias. Los juegos eran una cosa muy seria, en algunas modalidades de lucha era posible morir, se competía descalzo, en pelotas y untado de aceite, salvo en una de las pruebas atléticas que consistía en una carrera cargado con armadura y escudo (para que quedase más clara si cabe la conexión de los juegos con la guerra) y en las pruebas ecuestres, pues se ve que no era de buen tono ir a caballo o en un carro con las vergüenzas al aire. La misma palabra usada para designar las pruebas, agon,  da idea de lo intenso de las mismas, teniendo en cuenta que la palabreja es raíz de agonía. Eran tipos duros, hijos de la época que les tocó vivir.

 Como vemos los Juegos Olímpicos de la Antigüedad no eran precisamente el modelo de buena voluntad y armonía entre los pueblos que propugna el olimpismo moderno, movimiento inaugurado por una serie de personajes bien intencionados, con Courbertin a la cabeza, y que dieron en llamarse Comité Olímpico Internacional, una de esas instituciones tan decorativas y bonitas, como la ONU y la UNESCO pero que no tienen ni un ápice de influencia en un mundo regido por el capital. Abanderados de la hermandad y la paz mundial a los que nadie hace ni puto caso. El COI acapara la atención mundial cuando se celebra una elección de sede para unos juegos. Las legaciones de las ciudades candidatas acuden expectantes: hay mucho en juego, contratos de construcción (villas olímpicas, estadios, reformas de infraestructuras…), ingresos por la masiva afluencia de público que se espera, publicidad… Negocio, negocio… gastar dinero para ganar dinero, no para la gente, sino para los empresarios y los políticos que los avalen. ¡Coño, que con la que está cayendo Madrid era candidata para los juegos de este año! ¿Imaginan que hubiese sido elegida? ¿Imaginan que Marianico estuviese aplicando su política actual de tijeretazos y puñaladas traperas sobre el telón de fondo de unos juegos olímpicos organizados en Madrid? ¡Habría sido apoteósico, con el rescate en lo alto y la Merkel rasgándose las vestiduras! No hombre, no ¡aquí habríamos organizado los juegos con dos cojones! Porque no tendremos un puñetero duro pero vergüenza torera nos sobra. ¡Gazpacho y tortilla papas a manta para los atletas! Y a falta de villa olímpica los alojamos en los pisos embargados a los ciudadanos que no pueden pagar sus hipotecas.

 Los juegos de la antiguedad mantenían libre Grecia, los de hoy día son un espectáculo mediático más y un pingue negocio. ¿Coubertin estaría orgulloso?

 Aún no sabemos lo que van a costar los Juegos Olímpicos de Londres nada más que en seguridad. El dispositivo desplegado es acojonante. Quizá cuando se haga público el coste (si se hace) tal dispositivo sea necesario para reprimir a la población indignada, aunque no lo creo. ¡Londres sale tan bonito por la tele!

 Lo que es yo... los únicos Juegos Olímpicos que recuerdo con cariño son los de Astérix. Geniales historietas, leánlas.

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