Como tantas cosas en esta vida,
el sufrimiento es algo relativo. Hay personas que sobrellevan con dignidad e
incluso con actitud positiva padecimientos que a otras doblegarían. Es cuestión
de actitud, de perspectiva y de valores. Los valores dan perspectiva, ayudan a
matizar el sufrimiento propio y a empatizar con el de los demás.
Hoy he vuelto a encontrarme con una señora de
la que ya hablé en otra entrada de este blog. Casada con un antiguo usuario de
la Comunidad Terapéutica en la que trabajo, que abandonó el tratamiento, su
vida se halla al borde del abismo. Su marido continúa con su descontrolada
vida, quemando dinero en juergas, esquilmando la economía familiar, saqueando
incluso las huchas de sus hijos, negando lo innegable, insultando y quejándose,
quejándose de que nadie le entiende y de que sufre…
¿Sufre?
Hace poco sufrió una neumonía. Eso sí es
cierto. Se le encharcaron los pulmones y tuvo que permanecer unas semanas en el
hospital. Ella le veló todas las noches. Él entró en el mismo discurso ya
pronunciado tantas veces antes… “Lo siento tanto”. “Voy a cambiar”. “Me he dado
cuenta de todo lo que te he hecho”... y todo lo demás. Salir del hospital y
volver a las andadas fue todo uno. Ante las recriminaciones por su
comportamiento llega el viejo reproche… “¡Todo el mundo dice lo que hago mal,
pero nadie sabe lo que sufro!”. ¿Sufres mucho? ¿Por eso te pasas la vida sin
dar un palo al agua y te dedicas a hacerle la vida imposible a todo el mundo? ¿Tanto
sufres que ni las lágrimas de tu esposa ni de tus hijos te conmueven y tienes
que aliviarte con a tu tóxica manera?
Pues sí… Será que sufres mucho.
El caso es que ella no puede más. La demanda
de separación está presentada, pero él no parece que vaya a cooperar. A su
perversa manera va a luchar pasivamente para retener a su lado a una esposa y
unos hijos a los que trata como si los
despreciara profundamente, al menos tan profundamente como parece despreciarse
a sí mismo, dado su comportamiento autodestructivo.
Este hombre es una de esas personas
generadoras de sufrimiento, para sí mismo y para los demás. Permanece en un
círculo vicioso, viendo la vida a través de un velo gris que le dibuja a él
cómo víctima y las personas que le rodean como torturadores. Es una visión
interesada, naturalmente. Lo peor es que tuvo la oportunidad de salir de ese
infierno y la desperdició. ¿Por qué? Eso sólo lo sabe él. Prefiere abandonarse
al sufrimiento (lo cual sólo requiere eso, abandonarse, dejarse llevar como por
una corriente) en lugar de luchar por mantenerse a flote, por tratar con dignidad
a su esposa e hijos, por recuperar la propia estima, por dotar su vida de un
sentido. Al final, lo más probable es que muera solo como un perro. ¿Es digno
de compasión? Yo no lo creo. Hay personas a las que el sufrimiento les viene
dado y no pueden hacer nada por evitarlo. La esposa de este individuo está ya
tomando sus medidas y aún le queda mucho por sufrir. Él sufre porque le falta
valor para dejar de hacerlo. Sus conductas le alivian momentáneamente, pero nada
más. Cambiar le obligaría a hacer sacrificios, a verse a sí mismo tal y como es
y luchar para ser de otra manera. Eso dolería, pero le haría cambiar… si
quisiera. El caso es que hoy por hoy no quiere… y es una pena.
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