He sobrevivido a otra feria de Málaga. No me gustan las sevillanas, no me entusiasma el Cartaojal y los jolgorios en general ya no me llaman la atención. En su día ya me bebí todo lo que me tenía que beber y me corrí todas las juergas que me tenía que correr. Cumplí con el ritual de llevar a la niña a montarse en los carricoches y listo.
El caso es que, como de costumbre, me molesta esto de festejar por festejar. Cierto es que las grandes fiestas de las localidades dan trabajo a personas y permiten a otras generar ingresos, pero los municipios son como otra cualquier sociedad y cuando las arcas se vacían hay que reducir gastos. Ya se ha notado el tijeretazo en la feria de este año, pero desde mi punto de vista no lo suficiente. Suprimamos el castillo de fuegos artificiales, reduzcamos aún más la iluminación y sólo mantengamos la infraestructura básica para asegurar el funcionamiento de las casetas y las atracciones. ¡Eso sería una feria para tiempos de crisis! Pero habría un problema: tantas medidas de ahorro llamarían mucho la atención, crearían desconcierto entre la gente, porque al personal le puedes exprimir hasta la extenuación, al principio chillarán, pero al final se calmarán y llegarán a la resignación. ¿Acaso ven actualmente a algún transportista (otrora tan exaltados) protestar por el disparatado precio del gasoil de automoción? Sin embargo, como empiecen a caer iconos (y la feria de Málaga, con sus fuegos de artificio inaugurales y su portada iluminada es un icono) la gente comenzará a ponerse muy nerviosa. Podrían convencerse de que las cosas están realmente mal.
Algo parecido pasa con los bancos. Un banco que quiebra mina la confianza de la gente, pues persiste la creencia (insuficientemente fundada) de que el dinero en ellos está seguro. Uno de los peores miedos de uno de esos privilegiados que pueden permitirse ahorrar es querer retirar su dinero de la cuenta y que el banco le diga que no lo da (lo que pasó en el “corralito” argentino). Si los bancos y cajas cuya gestión ha sido ruinosa fueran a la quiebra, se crearía una importante conmoción social… y no debería, pues teóricamente un banco que quiebra debe disponer de un fondo de emergencia para reintegrar su dinero a los depositantes en primer lugar, luego a los usuarios de fondos de inversión y finalmente a los accionistas (esto es, los primeros en cobrar son los clientes que corren menos riesgo y reciben menos beneficios y los últimos, mientras alcance el dinero, los que más). Con la leche esta del rescate a la banca no se protegen los intereses del Estado y mucho menos los de la población, se protegen los intereses de la banca y los de la clase política ligada a ella por relaciones de clientelismo. Si Bankia, Caixa Galicia y demás pozos ciegos fuesen a la quiebra los únicos que tendrían que resentirse son los que pueden permitirse jugar en bolsa y la legión de chupópteros que se retiran con pensiones fabulosamente inmorales. Pero cualquiera al que le ingresan la nómina en un banco se sentiría inseguro, por no hablar del que encima tiene unos ahorrillos.
Todo gobierno entiende que para evitar el desorden social y la rebelión, lo principal es tener a la plebe tranquila. Reducir gastos de manera notoria, sin tocar educación, sanidad o pensiones, eliminando aquellas estructuras, instituciones, empresas o chanchullos varios que favorecen a unos privilegiados… podría cambiar la cara a este país… pero falla una cosa: todo el mundo quiere tener más y quien tenga las posibilidades de tener más no las cederá sin luchar y a quien no las tenga no le queda sino jorobarse, manteniendo la esperanza de que pase el chaparrón, mientras a su alrededor sigue habiendo ferias iluminadas, bancos abiertos y centros comerciales atontando al personal con sus luces y colores: toda la parafernalia de la economía de mercado que se nos ha enseñado a aceptar como la única posible. ¿Es la única posible? El alcalde de Marinaleda sigue creyendo en la utopía comunista. ¿A quién podrá el tiempo en su sitio? La historia habla. El comunismo no ha sido la respuesta, pero ¿y si fuera posible un sistema distinto? Pero por otra parte, ¿quién quiere un sistema distinto si el personal, por jodida que vega la cosa, se adapta tan bien a este? ¿Estamos realmente preparados no sólo para crear, sino para mantener una sociedad solidaria, igualitariamente austera, sostenible, humana? ¿Podremos renunciar algún día al tener sobre el ser, tranquilizados por las apariencias que no hacen sino encubrir el sin sentido, la codicia y la injusticia social? ¿Veremos en esta época el colapso del sistema capitalista?
Yo quisiera verlo… y al carajo con las apariencias.
afú
ResponderEliminarafú y afú q plasta...
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