lunes, 13 de agosto de 2012

ARMADOS Y PELIGROSOS

  Un arma es algo terrible. Muchos utensilios pueden ser utilizados como armas en un momento dado, pero el arma en sí misma es la expresión de la condición de la perfidia humana: un instrumento concebido únicamente para matar.

 Sin embargo no nos engañemos: el homo sapiens es lo que es hoy gracias a su capacidad de armarse, compensando así su inferioridad física ante el resto de especies. Si nuestros simiescos antepasados no hubiesen aprendido a utilizar palos y piedras, afilarlos, trabajarlos para aumentar su potencial de dañar… usted y yo no existiríamos  porque la especie humana no existiría tal y como hoy la conocemos. Sólo habría bandas de primates en las copas de los árboles. Quizá fuese mejor así.

 El caso es que ya estamos aquí y las armas, en especial las armas de fuego,  siempre han ejercido una misteriosa fascinación entre los seres humanos. La mayoría de países aplican restricciones muy estrictas para su posesión y uso, siendo una conocida excepción el caso de Estados Unidos, donde en la mayor parte de su territorio una persona mayor de edad y sin antecedentes penales puede adquirir legalmente un arma de fuego sin pasar un mínimo test psicológico. Y no cualquier arma; puede adquirir una pistola, un revolver, una escopeta de caza, un rifle de largo alcance o incluso armas militares de gran potencia. Es demencial, pero esta práctica está refrendada por la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que legitima la posesión de armas de los particulares para poder crear rápidamente milicias populares en caso de necesidad. Claro, hay que tener en cuenta que esta enmienda data de finales del siglo XVIII, cuando la independencia estaba recién ganada, existía el miedo a que Gran Bretaña intentase recuperar sus colonias y no resultaban raras las disputas con los indígenas que, vaya usted a saber por qué, no parecían haberse tomado muy bien que los blancos les robasen la tierra. Dentro de aquel contexto tenía su sentido, pero hoy no es probable que la reina de Inglaterra quiera dar problemas, así que hay que buscar otro argumento y es el derecho a la legítima defensa y que “cuando las armas son ilegales sólo los ilegales tienen armas”. Esto no es un argumento, es una perogrullada, lo cierto es que cuando las armas son legales hay muchas armas en las calles, la gente armada es peligrosa en potencia y en Estados Unidos los chiflados pueden ser chiflados armados (hasta los dientes) con pasmosa facilidad. Que un majareta pueda disparar cientos de balas sobre una multitud y colocar en su piso trampas explosivas para volar medio barrio, como hemos podido ver hace poco con el tarado que desató el infierno en el estreno de la última película de Batman, es una realidad propia de un sistema en el que las prioridades están alteradas. ¿Puedo pegarte un tiro porque entres en mi propiedad?  Un amigo mío escuchó a un cubano exiliado de Miami defender esto fervientemente. Se pega todo, menos lo bonito.

 Pero en España también tenemos casos delirantes. La posesión de armas cortas está prácticamente prohibida para los particulares, pero las armas largas para caza se pueden tener sin mucho problema. Teóricamente existen requisitos para la expedición de las licencias, pero en la práctica absolutos gañanes a los que no hay por donde coger poseen y llevan al monte armas capaces de tumbar a un jabalí, armas que no deberían llevar porque no tienen el sentido de la responsabilidad necesario para manejarlas. Hace poco me narraban un episodio ocurrido en una localidad de mi provincia: unos salvajes tiroteaban desde la azotea de la casa de uno de ellos a unas cabras monteses soltadas por los servicios de medio ambiente y que al haber sido criadas en cautividad se acercaban al pueblo por no tener el necesario miedo a los humanos.

 Nunca he disparado un arma de fuego (ni siquiera hice el servicio militar) y espero no tener que hacerlo nunca. Ni siquiera me gustan los videojuegos en los que hay que disparar. La vida y la muerte son cosas demasiado serias como para jugar con ellas a través de un acto tan ridículo como apretar un gatillo.

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