domingo, 30 de octubre de 2011

MISERIA (II)

 Pero es que no sólo las cosas marchan condenadamente mal en la ciudad vieja de Génova. Allí la situación se me presentó gráficamente, como un aguafuerte de marcados claroscuros. Si paseamos por cualquier calle céntrica de cualquier ciudad de cualquier país del mundo podremos asistir a la cruel paradoja de que en los escaparates se exhiban artículos cuyo precio permitiría a una familia comer durante varias semanas, mientras hay familias que tienen que hacer auténticos encajes de bolillos para poder comer, muchas veces sin éxito, teniendo que recurrir a… ¿qué nombre le ponemos? ¿Caridad? ¿Beneficencia? ¿Asistencia Social? En esta época de eufemismos ¿cómo nos referiremos a la acción y efecto de repartir comida a personas que no pueden conseguirla por sí mismas (al menos dignamente) sin herir susceptibilidades y que los que tenemos la mesa provista a diario nos movamos incómodos en nuestros mullidos asientos?
 Una cosa tengo clara: un sistema económico en el que unos llevan puestos encima artículos cuyo valor permitiría a otros alimentarse durante semanas es absolutamente perverso. Las desigualdades sociales no son cosa de ahora y desde el siglo XVIII se han sucedido intentos (la mayoría violentos) de dar la vuelta a la situación. El resultado siempre ha sido el mismo: el terror. Pues cuando el oprimido arroja del poder a su opresor se ve corrompido a sí mismo por el poder que ha obtenido y se convierte en un opresor aún más abominable, si cabe. La revolución no es la solución, aunque aún lo coreen algunos descerebrados (absolutamente desfasados) que enarbolan orgullosos la efigie de Ernesto “Che” Guevara (convertida en artículo de consumo, seamos serios) sin tener ni idea de quién era ese hombre, de cómo era y sin haberse tomado siquiera la molestia de leerse su biografía (cosa que, modestia aparte, yo sí he hecho). Nada mejor para desmitificar a un personaje que leerse su biografía no autorizada. No, la revolución nunca ha sido solución de nada, aunque le ha resuelto la vida a no pocos “vivos” a costa de muchos muertos.

 La miseria humana es un cáncer demasiado enquistado en la humanidad como para extirparla con los sablazos de una revolución, pues va de la mano del egoísmo, que es consustancial a la condición humana. La pobreza material de unos se cimenta en la miseria moral de otros manifestada en un egoísmo salvaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

HITLER, EL INCOMPETENTE