Me encanta la palabra “niñato” o “niñata”, breve, sonora y contundente como un escupitajo lanzado a la cara. Sin embargo, como todo término vulgarizado, es difícilmente definible. Me arriesgaré a intentarlo parodiando una entrada de diccionario.
Niñato/a: Der. vulg. de “niño”. Dícese de la persona, preferentemente en la adolescencia o en la primera adultez, irresponsable, prepotente, egoísta, materialista, segura de no necesitar aprender nada de nadie y con un total desconocimiento siquiera de dónde está de pie o de por dónde pueden venirle las tortas.
Estoy seguro de que nada más leer esta cutre definición han venido a la mente del sufrido lector al menos media docena de personas que se ajustan al perfil. Los vemos por todas partes: en los parques, en las plazas, en los bares, en los institutos de secundaria, en las universidades, en las empresas, conduciendo coches (algunos que para mí los quisiera yo…) Pero hoy no voy a limitarme a hablar de jóvenes ya que el niñato está “…preferentemente en la adolescencia o en la primera adultez…” pero no necesariamente. Hay niñatos y niñatas de todas las edades.
¿Nunca se le ha pegado un coche por detrás en la autopista hasta quedar casi pegado a su paragolpes? Un niñato al volante.
¿Nunca se ha visto envuelto en una discusión y la persona que tenía frente a usted sólo consistía en levantar más la voz? Un niñato.
¿Nunca ha visto a un sujeto girar la cabeza casi media vuelta al pasar una muchacha de buen ver o a un grupo de obreros agredir verbalmente (piropear no se ajusta a esto) a las mujeres que pasan? Niñatos.
¿Entrar en un concurso de televisión cuyo sola dificultar es ser morbosamente observado por millones de personas con el único fin de ganar dinero y una dudosa notoriedad? Niñatos.
¿Dejar a los propios padres en la estacada cuando ya no se puede sacar nada de ellos? Niñatos.
¿Divorciarte porque “se te acabó el amor”? Niñatos.
Hay mucho niñato suelto.
(Continuará).
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