De muestra, un botón.
Hace unas semanas tuve una conversación con un agricultor vecino del centro en el que trabajo. Este hombre ha donado ya bastante producción suya para entidades de distribución de comida a personas sin recursos. Entiéndanme, no es que sea una ONG andante, esa producción no podría haberla sacado al mercado, pero otros la dejarían pudrir en la tierra… y otros llegan aún más lejos. Me contaba que coincidiendo con un conocido suyo, transportista, vio que llevaba el remolque del camión lleno hasta arriba de berenjenas.
Le dijo que las llevaba a quemar.
“No hombre” le dijo mi vecino “yo sé a quien hacer llegar esto para que lo repartan”.
Pero su conocido le respondió que el productor de las berenjenas le exigía un justificante del quemadero para cerciorarse de que la mercancía se había destruido, “porque” decía “si se reparten, la gente no compra”.
Pensé para mis adentros que semejante actitud será la que tarde o temprano nos hará desaparecer. Primero como civilización y luego como especie. Ningún otro ser vivo sobre la faz de la tierra destruye sus propios recursos. Tenemos el monopolio de la estupidez. Es sabido que las empresas destruyen más excedentes de los que donan a bancos de alimentos (como gastos deducibles, por supuesto). Nuestra economía es un monstruo desaforado que devora materias primas esquilmando el planeta mientras la masa consumidora (nosotros) se alimenta de la producción mientras puede pagarlo. El que no paga, sencillamente, se cae.
Yo no soy economista y entiendo del tema lo justo para administrar mi magro sueldo, pero hay una cosa que sí entiendo: que es rigurosamente cierta aquella frase atribuida a San Pablo que afirma que no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. La raíz de la pobreza material de la mayor parte de la población del planeta está en el afán desmedido por tener de una minoría dentro de la cual estamos usted y yo. ¿O cree que su estilo de consumo no es revisable al igual que el mío? Nos gusta creer que somos buenas personas, responsables y solidarias, pero… ¿a qué estaríamos dispuestos a renunciar? “Al fin y al cabo” piensa uno “si me privo de esto o de aquello… ¿qué voy a ganar? ¿No va a seguir todo igual?” Puede que sea así, pero queda la satisfacción moral de ser un disidente de un sistema enfermo hasta la médula. Creo que tenemos el deber de educarnos y educar a las nuevas generaciones en la austeridad, en la sostenibilidad, en la necesidad de compartir… siempre que queramos sobrevivir como civilización y como especie.
En este no tengo ninguna pega. TOTALMENTE DE ACUERDO.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, con las tres entradas, Javi. Este enlace te puede ayudar a profundizar en esa línea:
ResponderEliminarhttp://generales2011.partidosain.es/?p=835